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Mathew & Alen por Yaichi

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Notas del capitulo: Aquí está el primer cap de mi historia!^-^ Espero que os guste...>.< Dejadme reviews ya sea para apalearme o para elogiarme, que serán todos muy bien recibidos!XDD Me encantaría que esto fuera un manga, por desgracia no tengo ni la habilidad, ni la paciencia, ni el tiempo necesario para hacerla, así que dejo volar mi imaginación ( y mis dedos) sobre las teclas... Y esto ha salido! XD

Faltan treinta segundos para que se produzca el encuentro guiado por el destino. Alen tiene los pies metidos en el agua del mar, con la mirada perdida hacia el horizonte, pensativo. Mathew corre, como todas las mañanas, por la orilla, sin mirar por donde pisa, abstraído en sus pensamientos. Quedan diez segundos. Nadie ni nada puede evitar que, en ese momento, pase lo que estaba escrito. Es inevitable. Mathew sigue corriendo, acercándose cada vez más a Alen, sin que ninguno de los dos se de cuenta de lo que pasa. Cinco segundos. Aunque lo quisieran evitar, aunque supieran lo que les iba a pasar y no lo aceptaran, nada podían hacer, pues nadie puede evitar el destino. Pero el destino a veces puede salvarnos, incluso de nosotros mismos, que nos hundimos más y más en el negro océano de la tristeza y la desesperación. Tres... Dos... Uno... 

-¡Aaaaah!- Ambos caen rodando por el agua, empapándose. Mathew, sin saber muy bien lo que ha pasado, se lleva una mano a la dolorida cabeza y mira alrededor buscando la solución a sus dudas. Es entonces cuando ve a Alen, que está sacando la cabeza de debajo del agua, tosiendo, y comprende lo que ha pasado. Se acerca a Alen con intención de ayudarlo a sentarse y a recuperar la respiración.

-Discúlpa, lo siento muchísimo, no estaba mirando por donde iba...

-No te preocupes, yo también estaba en mi mundo...- Con un gesto un poco brusco aparta la mano que Mathew le estaba acercando.

-Me alegro de que no te haya pasado nada. ¡Nos vemos! Y lo siento.- Dicho esto se levantó de un golpe y se dispuso a seguir corriendo, mientras Alen le decía:

-No pasa nada, ¡adiós!- Y así ambos siguieron su camino. Puede parecer que el camino de una persona es solitario, pero no es verdad, muchas veces lo rodea una espesa niebla, que nos impide ver otros caminos que pasan muy cercanos al nuestro, que se cruzan. Esa niebla la creamos nosotros mismos, nos encerramos y no vemos los milagros que ocurren a nuestro alrededor. Alen era de esas personas que creían que nadie les iba a ayudar nunca, que estaban solos en el mundo y que seguiría siendo así toda la vida. Esos pensamientos le impedían ver que había alguien cuyo camino se unía con el suyo, en perfecta armonía. Aunque Alen tenía sus razones para pensar así.

Con un gran suspiro, como quien sabe que le espera algo que no desea pero que no puede evitar, Alen se encaminó hacia su casa. Acababa de mudarse con su madre a una pequeña casa al lado del mar, su padre había muerto años atrás, de cáncer. Él era un apuesto chico, un poco más bajo que la media, de pelo castaño alborotado que le llegaba por los hombros, recogido en una pequeña coleta. Tenía los ojos azules como el mar y la piel algo morena, era de facciones suaves, lo que siempre ocasionaba que se burlaran de él de una manera u otra.

Llegó a su casa siguiendo el camino del mar y estaba subiendo las escaleras que le llevaban a la puerta cuando oyó que lo llamaban:

-¡Ey!- Se giró y vio a Mathew, saliendo de la casa contigua a la de él. Fue en ese momento cuando se fijó en el chico. Era algo más alto que él, de piel morena y ojos marrones. Se notaban ligeros músculos bajo la camiseta azul y tenía el pelo negro y muy ondulado, pero sin llegar a ser rizado.

- ¡No me digas que somos vecinos!

-Eso parece...  Me llamo Alen, acabo de mudarme.

-Yo soy Mathew, me alegro de conocerte.Alen sonrió, había algo en aquel chico que le llamaba la atención. No le gustaba relacionarse con la gente, nunca se le había dado bien hacer amigos; el instituto era simplemente un lugar al que quería ir para no tener que estar en casa. Pero había algo en Mathew que le pareció diferente, se dio cuenta de que, a pesar de que el otro estaba tratando de sonreír, sus ojos no parecían ir acorde, ni con su sonrisa ni con su edad: parecían los ojos de alguien que ha vivido mucho, tristes, melancólicos... Se dio cuenta de que le intrigaban esos ojos.

Por otro lado Mathew también inspeccionaba a Alen. Nada más verlo se dio cuenta que no hacía falta que pusiera esa estúpida sonrisa para engañarlo, porque no lo conseguiría. Alen desprendía algo que le recordaba a sí mismo, se veía reflejado en esos ojos azules, no le gustaba mucho esa sensación, pero se sentía extrañamente atraído por ella.

El sonido de la puerta al abrirse los despertó de su ensoñación. Era la puerta de Alen. Cuando vio que su madre se asomaba por allí, la expresión que puso el chico fue de terror absoluto.

-Hola, cariño. ¿Qué tal lo has pasado?- Su madre, una atractiva mujer, con sus mismos ojos y una larga melena, sonreía a los muchachos.- ¡Oh! Veo que has conocido al vecino. Un placer, soy la mamá de Alen, espero que os llevéis bien.

-Encantado, soy Mathew, es un placer conocerla.- Nada más verla supo que había algo raro en ella, aunque no le dio mucha importancia, después de todo era muy amable.- Bueno, debo irme, he de hacer la compra. Nos vemos.

-¡Ay, qué chico más servicial! Con hijos así de gusto.- Nada más decir eso y al ver que Mathew se daba la vuelta, cogió a su hijo de un brazo, lo metió de un empujón dentro de la casa y cerró la puerta. - ¿¡Sabes que hora es!? ¿¡Te parece normal llegar a estas horas a casa!? ¡¡Que pensaran los vecinos!!

-¡Mamá! Son apenas las ocho...- Dijo Alen, amedrentado.-¿Te parece temprano?- La mujer cada vez se alteraba más, parecía una persona totalmente distinta.- ¡Estoy harta! ¿¡Me oyes!? ¡¡HARTA!!- Y dicho esto le pegó un fuerte bofetón a su hijo, el cual, del impulso, cayó al suelo, con una mano en la dolorida mejilla.- ¿Qué pensará el vecino, cuyo hijo al menos le va a hacer la compra? ¿Y tu qué haces? ¡¡NADA!!- Alen se resignó, permaneció callado mientras su madre le gritaba a tiempo que le daba patadas y le pegaba. Solía pasar a menudo, su madre siempre se enfadaba y todas las discusiones, por pequeñas que fueran, acababan con golpes. En esos casos era mejor no decir nada, ni llorar ni gritar, ni suspirar, ni siquiera mirarla a los ojos, por que si no era mucho, mucho peor. Una vez su madre se hubo saciado, se encerró en su habitación, llorando y preguntándole a Dios por qué le había dado semejante enjendro como hijo.

Alen se levantó sin hacer ruido, fue hacia la nevera y sacó hielo del congelador, que se puso en la amoratada cara. Las heridas del resto del cuerpo no importaban, pues quedaban ocultas bajo la ropa, pero en la cara se podían ver perfectamente. No quería que nadie supiera por lo que pasaba, no se podía ni imaginar qué le harían. Las cosas estaban bien así, depués de todo las heridas sanaban al cabo de unos días. Esa noche no cenó, cuando las cosas estaban así lo mejor era subir a su habitación y encerrarse procurando no molestar a su madre.

Al día siguiente Alen se levantó temprano, se puso el uniforme y se fue al colegio sin desayunar siquiera. Las horas que pasaba en casa se le hacían insoportables, así que procuraba pasar tan solo lo necesario allí metido. Se sorprendió al ver que en la casa de Mathew se abría la puerta al mismo tiempo que la de él. Pero se sorprendió más aun al ver que el otro chico llevaba su mismo uniforme.

-¡No!- Dijo, asombrado.

-¿Vamos al mismo instituto?

-Esto si que es una coincidencia...- Mucha gente cree en las coincidencias, como Alen, pero en este caso todo lo que les estaba pasando a estos muchachos no eran simples coincidencias. Todo lo que tienen en común ambos no es por pura casualidad, es algo que va mucho más allá de lo que siquiera se podían imaginar.

-Bueno, ¿te apetece venir conmigo?- Normalmente Alen hubiera negado la oferta, si hubiera sido cualquier otra persona habría dicho “no, gracias” pero en esa ocasión algo lo impulsó a decir:

-Claro, así no me perderé.- Mathew sonrió, y esta vez sus ojos también sonreían. Se encaminaron hacia el instituto sin saber muy bien qué decirse. Aunque de una forma u otra siempre se rompe el hielo y al final las conversaciones se tornan banales sin que nadie se de cuenta.

-¿Cuantos años tienes? – preguntó Alen.

-Diecisiete...- Ante la mirada de sorpresa del que había preguntado, Mathew supo, sin necesidad de preguntar, que él también los tenía.

- Seguro que te pondrán en mi clase.- Se aventuró a decir.

-Basta que lo digas para que no pase.-Le reprendió el otro.

-Pues estaría bien.

-Seguramente serías la única persona con la que mantuviera alguna conversación.-dijo por lo bajo Alen.

-¿Qué?

-Nada, nada...

-Por cierto, ¿qué te pasó en la cara? ¿No será del empujón de ayer no?

-No, no, no te preocupes, me caí... Soy bastante torpe.

-...No lo pareces.

-¿Por?

-No se, tienes mirada segura y por tu forma de andar parece que practicas algún deporte... ¿me equivoco?

-No, para nada, lo cierto es que practico tiro con arco. Pero es diferente, cuando estoy con el arco siento como si fuera una persona totalmente distinta...

-Me gustaría verte, ¿te apuntarás al club?

-Seguro.

-Genial, iré a verte.

-¿Y tu qué?

-¿Yo? Solía jugar baloncesto, pero hace tiempo que lo dejé.

-...

-¿No preguntas por qué?

-Tus razones tendrías, si quieres contármelo, te escucharé.

-...Gracias. Quizás otro día.

-De acuerdo.

-Me alegra haber venido contigo. Eres la primera persona de la que hablo de cosas tan simples como esta.

-Lo mismo digo.- Alen no pudo evitar que se le escapara una pequeña sonrisa.

-¡Has sonreído!

-¡Qué! ¿Acaso no puedo?

-Me ha sorprendido, no lo esperaba.

-¿Tengo cara de mala leche?

-No, de tristeza

.-Entonces igual que tú.

-Otra coincidencia.- Amos sonrieron.

-Ya van demasaidas, quizás no sea pura coincidencia.- Alen empezaba a darse cuenta de algo, pero no llegaría a saber qué lejos estaba todo de ser una coincidencia.

-¿Crees en el destino?

-Quizás...

-Vaya, eso tampoco me lo esperaba.

-¿Por qué?

-No se...

-Pues...- A Alen lo interrumpió la voz que anunciaba que habían llegado a su parada. Ambos bajaron del metro, rumbo al instituto.

-¡Llegamos! Bienvenido al infierno...- Salieron del metro y nada más abandonar la estación los recibió, al otro lado de la calle, el colegio. Era un gran edificio, de planta irregular y construído en ladrillo. Lo rodeaba una verja de color verde oscuro y si mirabas a la izquierda podías ver un largo jardín poblado de árboles.

-No está tan mal... El edificio no es muy bonito, pero es grande y me gusta ese jardín.- Comentó Alen. Se esperaba algo mucho más tétrico y mucho menos acogedor, así que aquello le gustó. De lo que no se daba cuenta Alen era de que el instituto no le parecía tan horrible, no por que en realidad no lo fuera, si no por Mathew. Por primera vez había hablado con alguien, había caminado al lado de alguien, y eso hacía una diferencia muy grande a ir solo. Son pequeñas cosas que hacen que veas el mundo de otra forma. Lo que hacía que Alen no se diera cuenta de que algo pasaba con Mathew, es esa habilidad innata de las personas para obviar los pequeños detalles, como si nada nuevo hubiera pasado, como si siempre fuera así. Pero son los detalles los que pueden marcar la diferencia y el cambio en la vida de una persona, esas pequeñas cosas que van apareciendo en nuestra vida como si nada, casi sin que nos demos cuenta, pero que, al fin y al cabo, son lo más importante. 

El primer día de instituto no fue lo mismo, ni para Alen ni para Mathew. Al final les tocó en la misma clase, y esta vez ninguno de los dos se sorprendió tanto. Lo que vieron los compañeros de ambos les sorprendió. Mathew, que jamás había entablado una conversación de más de tres palabras con alguien y siempre se sentaba al fondo de la clase, solo, estaba allí, sentado al lado de ese chico nuevo, hablando despreocupadamente. Algunos intentaron acercarse a ellos, pero ambos callaban en cuanto se acercaba alguien, como si no quisieran que nadie se metiera en la conversación, a pesar de estar hablando de cosas banales. Por supuesto, Alen y Mathew no lo hacían adrede, simplemente no sabían qué hacer o qué decir a esos completos extraños. No sabían por qué entre ellos era distinto, aunque tampoco se pararon a pensarlo, simplemente lo aceptaron sin más. Ese día fue entretenido para ambos, no dieron clase, conocieron a los profesores y poco más, salieron temprano.

-El día de presentación nunca se hace nada...- comentó Alen a la salida.

-Y es demasiado pronto todavía...

Alen miró su reloj: 13:30. Era demasiado temprano para volver  a casa, no quería ni pensarlo. Tendría que ir a comer algo y luego ponerse a buscar trabajo, tenía algunos ahorros pero no le llegarían para mantenerse mucho tiempo. Y ni pensar en la posibilidad de que su madre le diera dinero, las consecuencias podían ser horribles, hacía mucho que ella no lo mantenía y si quería comer tenía que trabajar forzosamente o recibir un puñetazo por cada euro que a su madre le diera la gana de darle. A lo largo de esos años Alen había trabajado en todo tipo de cosas que le permitían seguir llendo al instituto, trabajos a medio tiempo, amenudo bastante duros, pero llevaderos: trabajos de carga y descarga, repartidor de pizzas, alguna vez cuidando críos, de friega platos, camarero... Nada demasiado agradable, pero se conformaba.

-...len... ¡Alen!

-...qué.

-¿En que piensas?

-Trabajo.

-¿Trabajas?

-No, por eso.

-Entonces, ¿no te vas a apuntar al club de tiro con arco?

-Si, pero iré solo cuando pueda...

-Vaya... Bueno, ¡ya llegamos!

Alen miró sorprendido a su alrededor, sin saberlo había sido conducido por Mathew a través de las calles, y ahora estaba frente a una pequeña hamburguesería, escondida en un rincón de la calle.

-Es mi “restaurante” favorito.- Dijo Mathew, alegre.- Como está tan escondido viene muy poca gente, así que se está genial. Además, la comida es muy rica.

-Las hamburguesas siempre están ricas...

-No dirás eso después de probar las de Sophie.

-¿La dueña?

-Dueña, camarera y cocinera, junto con su marido. Es una mujer muy simpática, ya verás.

-Si tú lo dices...- Entraron, y Mathew llevó a Alen a una mesa situada en una esquina, cerca de la barra. Enseguida llegó una señora, bastante corpulenta, con una sonrisa bonachona en la cara.

-¡Pero qué tenemos aquí! Mathew, ¡traes compañía! ¡No me lo puedo creer! Buenas tardes.

-Buenas tardes.- Saludó Alen.

-¡Que chico tan guapo!

-¡Sophie! Por favor... – Mathew parecía algo avergonzado.

-¡No te lo decía a ti!

Alen no puedo evitar soltar una gran carjada ante la broma, a lo que Mathew reaccionó enrojeciendo sobremanera.

-Bueno, ¿Qué os traigo? – Sophie parecía satisfecha con la broma que había hecho.

-Pues...- Alen miró a su amigo, no sabía qué podía pedir.

-¡Lo de siempre, Sophie! Pero esta vez doble.

-Chico, espero que vengas más amenudo, Mathew parece otro...

-¡Sophie!

-Lo siento, lo siento, hay que ver como te pones, Mathew... ¡Ahora os traigo las cosas!- La mujer se marchó y desapareció tras una puerta que había detrás del mostrador. Alen aprovechó el momento para fijarse en el interior del local. Lo cierto es que era un sitio muy acogedor, a pesar de ser pequeño estaba muy bien decorado. Había mesas antiguas de madera oscura, rectangulares, con sillas a juego, pegadas a la pared; y algunas más pequeñas y redondas en el centro. También pudo ver una pequeña televisión situada en lo alto de la pared, colocada de tal forma que se veía desde todas partes. En la estancia había otras dos personas, comiendo solas y mirando el partido de fútbol que se estaba retransmitiendo en esos momentos.

-Es muy bonito.- Le dijo a Mathew.

-Gracias, me alegra que te guste.

-Pega mucho contigo. Gracias por traerme.

-No se por qué, pero quería que lo vieras...

-...

-¿Te parece raro?

-No, me alegra mucho.- Alen se sorprendió por la sincera respuesta de Mathew, pero no pudo evitar sentirse muy contento por aquello. Habían habido pocas personas como él a su alrededor y no podía evitar sentirse atraído hacia él de algún modo.

-...Mira que eres raro.- Rió Mathew

-¡Oye! Aquí el único que dice cosas raras eres tú.

-También es verdad.

-¿Ves?

-¡Aun por encima que lo admito!

Ambos rieron y siguieron charlando hasta que Sophie llegó con la comida. Alen se sorprendió al ver aquella hamburguesa, era muy grande, no estaba acostumbrado a comer aquellas cosas, solía comer en cualquier McDonnals y sitios por el estilo. De bebidas les trajo coca-cola. Sophie les deseo buen provecho y se fue a la cocina de nuevo.

-¡Madre mía! ¡En mi vida había visto una hamburguesa tan grande!

-Si, las hamburguesas de Sophie son increíbles.

-¿Y como se come esto?- Preguntó Alen, conteniendo la risa, la verdad es que aquello iba a ser toda una hazaña. Mathew rio ante la cara de asombro de Alen.

-Lo más difícil es que no se te escurra nada.

-¡Lo más difícil será no mancharme!

Aquel día ambos rieron más de lo que comieron, y al final la comida pasó sin ningún incidente relacionado con las hamburguesas.

-¡Lo he conseguido!- Exclamó Alen, triunfal, cuando terminó su comida.

-¡No te ha costado nada!- Le respondió el otro, que ya había acabado hace tiempo. Alen lo miró, satisfecho, y se recostó en la silla.

-Hacía tiempo que no comía así...

-Y yo...

-¿Pero no habías dicho que venías siempre a comer aquí?

-No me refería a eso, precisamente.

-¿A que, entonces?

-Ju, ahora ya haces más preguntas.

Alen se sonrojó y miró hacia abajo, arrepentido.

-Eh, tranquilo, que era una broma.- Lo tranquilizó Mathew.

-Has herido mi orgullo.- Dijo Alen, haciendo un gran gesto melodramático.

-Cuentista...

-...¿Te gustan los cuentos?

-¿Y eso a qué viene?

-No se, es que no conozco muchos cuentos...

-¿No te los contaban cuando eras pequeño?

-...No, que va...- Alen dejó de mirar a Mathew a los ojos por un momento, desviando la mirada hacia abajo, con un gesto de dolor en la cara. Jamás le habían contado un cuento, lo único que recordaba de su infancia eran las discusiones que sus padres tenían cuando su padre aun estaba sano. Luego, el período de la enfermedad de su padre, en el que su madre pasaba más tiempo en el hospital que en casa, aparentemente intentando arreglar la relación cuando ya era demasiado tarde. Por último, después de la muerte de su padre, habían empezado los golpes. Y así seguía ahora. Mathew se había dado cuenta de lo que su pregunta había hecho aflorar en la memoria de Alen, no sabía qué decir para arreglarlo, solo se le ocurrió pedirle perdón.

-Lo siento...

-¿Por qué te disculpas?

-Parece que te he hecho recordar algo doloroso, lo siento...

-No te preocupes, es algo que siempre está ahí.- Alen intentó sonreír, aunque a duras penas lo consiguió. Tenía ganas de llorar. “¿Cómo puedo tener ganas de llorar?” se preguntó Alen, “Hace años que decidí que no volvería a llorar, y ahora, de repente, me entran ganas...” . Tenía la boca seca y las palabras atragantadas en la garganta, no salían. Se levantó de pronto, asustando a Mathew.

- Voy al baño.- Anunció, pero nada más dar la vuelta la mano de Mathew le agarró el brazo. Alen se dio la vuelta, incapaz de hablar todavía, creía que si abría la boca comenzaría a llorar.

-Si te vas ahora, te perderás el postre.

-...- Alen se quedó un momento de pie, sorprendido.

-¿Creías que Sophie no hacía postres?- Le sonrió Mathew. Alen se volvió a sentar, olvidándose del dolor que había sentido un momento antes.

-Espero que no sea nada con nata.

-No, Sophie siempre dice que...

-...¡la nata tapa el verdadero sabor de las cosas!- Había llegado Sophie, con el postre en una bandeja.- ¡Aquí tenéis! ¡Espero que os guste!

-¿Qué nos has preparado hoy?- Preguntó Mathew, espectante.

-¡Plátano frito!

-¡Como en los chinos!

-Jovencito, esto es mucho mejor que en los chinos...

-Lo se, Sophie, lo se... Tu comida es incomparable.

-Si me haces la pelota para que te haga un descuento, ¡la llevas clara!

-...¡Sophie!- Alen miraba a uno y a otro a medida que avanzaba la conversación. Sophie le parecía una mujer llena de energía, y de Mathew le sorprendía la naturalidad con la que la trataba.

-Os lleváis muy bien los dos.- Comentó cuando ella se fue.

-Me ha ayudado mucho.

El postre le pareció riquísimo a Alen, que jamás había probado algo así. Acabaron el postre, charlaron duranto un rato más y se dispusieron a pagar la cuenta. A pesar de la insistencia de Sophie en no cobrarles nada, como regalo de bienvenida a Alen, los chicos no se lo permitieron. A pesar de todo a Alen el precio por aquella fantástica comida le pareció execivamente barato, y se dijo que iría a comer allí siempre. Al salir, ambos se dispusieron a despedirse.

-Bueno, muchísimas gracias por lo de hoy.

-No te preocupes. ¿Qué harás ahora?

-Iré a dar vueltas por ahí, a ver si encuentro algún trabajo. ¿Y tú?

-A trabajar.

-¿Qué haces?

-...Digamos que...- dijo Mathew con cierta vegüenza.- ... construyo edificios, ya me entiendes.

-Vaya, debe ser duro.

-No mucho, además, mira qué musculos he sacado gracias a eso.- Dijo, enseñándole un brazo. Alen rió.

-Lo que tú digas. Bueno, que te vaya bien. Nos vemos mañana.

-¿Vendrás otra vez conmigo?

-Si, claro.

-Si tardo en salir, me esperas, ¿eh?

-Lo mismo digo.- Dicho esto, se despidieron con un gesto, sonriendo. Alen se pasó toda la tarde recorriendo la ciudad, buscando cualquier trabajo que le pudiera servir para ganar algo de dinero, al menos hasta que no encontrara algo mejor. A medida que iba avanzando por la calles, iba pensando en todo lo que le había pasado ese día. Sin duda había sido uno de los mejores en muchísimo tiempo. Hacía años que no se relacionaba con nadie de esa manera, que nadie se molestaba siquiera en mirarlo. Pero Mathew era diferente, se dijo, era muy parecido a él en muchos sentidos, y Alen no tenía duda alguna de que él tampoco lo había pasado bien a lo largo de su vida. Le intrigaba mucho saber qué le había pasado y conocer más cosas sobre él, pero sabía lo cruel que sería preguntarle, se imaginaba que tendría tan pocas ganas de rememorarlo como él, así que lo mejor era esperar a que el propio Mathew se decidiera a contárselo. También se sorprendió a si mismo, al verse capaz de llevar una conversación normal con alguien y no estropearlo, como le pasaba siempre. “Eso es porque es Mathew”, se dijo.

En esos momento, y a esas alturas, Alen no podía darle un signifado mayor del que ya tenía a ese pensamiento, aunque no tardaría en darse cuenta de lo que verdaderamente signifaba esa frase. Eran ya las ocho y media y Alen no había encontrado nada, calculó que aun podía demorarse otra media hora, así que siguió andando. Cuando ya había perdido la esperanza de encontrar algo, vio al final de la calle, haciendo esquina una pequeña librería en cuya puerta había un cartel que ponía: “Se busca dependiente”. Era un pequeño cartel que a Alen casi le pasó desapercibido, pero ahí estaba, la oportunidad que esperaba. Sin dudarlo un momento, entró. El lugar era pequeño, pero a Alen le encantó, siempre le había gustado leer, aunque debido a sus problemas, a duras penas podía. Había muchísimas estanterías, y después de una segunda vista pudo apreciar que, a pesar de ser algo estrecha, la tienda era bastante larga. Se quedó observando la multitud de libros que había, maravillado, hasta que alguien le llamó la atención. Era un señor de avanzada edad, con el pelo canoso pero largo, recogido en una coleta que le daba cierto aire de mago. Era bastante delgado, un poco más bajo que Alen, y usaba gafas.

-Buenas tades, muchacho, ¿querías algún libro?

-Bueno... yo... he visto el cartel de “se busca dependiente” y me gustaría que me diera el trabajo...- dijo Alen, tímido, aquel hombre le imponía un respeto enorme.

-¿Y cómo es que a un joven como tú le interesa trabajar aquí?

-Eeehmm... Siempre me han gustado los libros y... bueno... este sitio es increíble.

-Me alegra que te guste.- Dijo el anciano, sonriendo.- Necesito a alguien que se ocupe de la tienda y atienda a los clientes, ya que yo ya no puedo estar todo el tiempo que me gustaría, ni ir a buscar libros a las entaterías más altas y cosas por el estilo.

-Entiendo... Si le parece bien, yo podría hacer todo eso...

-Antes de decir que si, deberías saber que no tengo mucho dinero, así que el salario...

-No se preocupe, mientras me llegue para comer, estaré bien. De verdad me gustaría trabajar aquí...

-Vaya, si es así, el puesto es tuyo, de todas formas, ese cartel lleva meses ahí y eres el primero en venir...

-¡Gracias!- Alen no se podía creer la suerte que había tenido, encontrar trabajo así de rápido no era muy común. Se dijo que haberse mudado a esa ciudad era lo mejor que le podía haber pasado.

-Bien, pues es un placer, me llamo George.

-Encantado, yo soy Alen.

-Bien, Alen, te explicaré más o menos en que consiste tu trabajo: Tendrás que atender a los clientes, la mayoría de ellos vienen a pedir libros muy difíciles de encontrar, son esos que están en aquella estantería del fondo. Y si no se da el caso, pues el resto están colocados, por autor y en orden alfabético en las otras estanterías. Si alguien quiere encargar algún libro, llámame, yo estaré en la trastienda, al fondo de todo, esa puerta, ¿la ves? Bien, tendrás que venir de lunes a viernes, de cuatro a nueve. Mañana estaré contigo para ayudarte, pero deberás aprender rápido a manejarte ente las estanterías y a encontrar los libros, ¿de acuerdo?

-Si, entendido.

-Como comprabarás más adelante, tenemos libros de toda clase. Si quieres leer alguno mientras estás aquí, no tengas ningún reparo, es parte del sueldo, ya que poco más puedo hacer...

-Oh, ¡muchas gracias!

-Bueno, hoy ya voy a cerrar, así que puedes irte ya. ¡Mañana se puntual!

-Descuide, señor.

-Bien, tendré todo el papeleo hecho, así que no me falles.

-¡Tendría que estar loco para hacerlo!- George sonrió, a pesar de que el joven que sería su nuevo ayudante no era muy expresivo, se notaba que estaba entusiasmado y que le gustaban los libros, justo lo que él quería. Había tardado, pero al final había conseguido un buen dependiente.

-Gracias, chico, gracias. Venga, vete ya, si no tus padres se preocuparán.

-...Si... ¡Hasta mañana!

-Hasta mañana... 

Alen salió de la tienda encantado, no se podía creer que hubiera tenido tanta suerte. Encontrar un trabajo tan llevadero no entraba en sus planes, pero había sido una sorpresa agradable. Además, el horario era perfecto, a esas horas su madre aun estaría trabajando. Se encaminó por las distintas calles, quedándose bien con el nombre de esa y el recorrido que debía hacer para llegar hasta allí, no quería perderse mañana. Llegó a casa media hora después, no era un trayecto demasiado largo. Decidió caminar hasta casa por la playa, se descalzó y mojó los pies en el agua del mar. Y fue así hasta llegar a la altura de su casa, antes de encaminarse hacia allí respiró hondo y, con gran valor, comenzó a acercarse. Al llegar a la verja volvió a calzarse y entró, como esperaba, su madre aun no había llegado. Aprovechó para prepararse una tortilla con los huevos que había comprado por el camino y para cuando su madre llegó, ya estaba en su habitación, estudiando. Oyó el sonido de las llaves en la cerradura y pensó que sería mejor bajar a saludarla. En cuanto vio a su madre, se dio cuenta de que había sido una mala idea, tenía una cara que daba miedo, seguro que algo había ido mal en el trabajo, se quedó en medio de las escaleras, sin saber qué hacer. Por desgracia su madre enseguida lo vio.

Lo que pasó acontinuación fue tan rápido que Alen casi no se dio cuenta. Su madre, tras gritarle que por su culpa hoy había vendido poco, subió corriendo hasta donde él estaba y, sin saber cómo, Alen se encontró rodando escaleras abajo. Su madre, inmutable, fue hasta donde él había caído, le cogió de los pelos con una mano y tiró hacia arriba, para luego propinarle un puñetazo en ambos lado de la cara. Dejando a su hijo tirando en el suelo, respirando trabajosamente.

-¡Y que no vuelva a ver tu cara en una temporada! ...Oh, Dios mio, ¿te rezo todos los días y así es como me lo pagas? En fin...- Y sin decir nada más se fue a su habitación, apesadumbrada, mientras Alen trataba de incorporarse. Le dolía tanto la cara que creía que le iba a explotar y de la caída se había lastimado la espalda. Fue a la nevera en busca de hielos, pero se encontró con las cubiteras en el fregado y los cubitos, que debían ser de hielo, eran agua ya. Alen supo enseguida que había sido su madre. No sabía qué podía hacer, si no se ponía algo en la cara pronto, mañana estaría el doble de inchada, además necesitaba mitigar el dolor de alguna forma...

Enseguida se dio cuenta que podía usar cualquier otra cosa que estuviera congelada, estaba tan nervioso que en un primer momento no se había dado cuenta de eso. Cogió unos tarros de cristal dentro de los que su madre había guardado algún tipo de salsa y se puso uno a cada lado de la cara, aliviado. Miró por la ventana, la luz de la casa de Mathew aun estaba apagada, debía estar trabajando todavía. Con sumo cuidado volvió a colocar todo en su sitio y metió de nuevo las cubiteras en el congelador, para irse a su habitación a seguir estudiando, no podía permitirse bajar su media. 

 

Al día siguiente Alen se levantó temprano y, a pesar del fuerte dolor de espalda, en poco tiempo ya estaba fuera, esperando por Mathew, que salió poco después que él.

-Buenos días.- Lo saludó.

-¡Buenos días! Me has esperado...

-¿Creías que no lo haría?

-...Tenía mis dudas.

-Lo tendré en cuenta.

-Noooo, no. Lo siento, lo siento. ¡Confiaba plenamente en que vendrías!

-...Eso está mejor.- Fue en ese momento cuando Mathew se fijó en que Alen llevaba un parche pegado al labio, a la derecha y otro en el pómulo izquierdo, bastante grandes.

-¿Qué te ha pasado?- Le preguntó, muy preocupado, extendiendo una mano para señalar la cara del otro. En ese momento, y sin poder evitarlo, Alen pensó que Mathew iba a pegarle; se le vino a la mente la imagen de su madre alzando la mano y pensó que quizás el chico haría lo mismo que ella. Fue por eso por lo que, en cuanto vio la mano acercarse, puso los brazos protegiendo la cara y se agachó hasta quedar sentando en el suelo, temblando, como siempre le pasaba. Mathew se quedó a cuadros ante lo que acababa de pasar, en el fondo sospechaba que Alen ocultaba algo, igual que él, pero no se había imaginado que podía ser algo tan horrible. Después de saber con certeza que a Alen le pegaban, no pudo otra cosa que avergonzarse de haberse quejado de su situación. En esos momentos no sabía qué hacer, ¿qué podía hacer él para consolar a Alen? No quería fastidiarlo con palabras inútiles, pero tampoco podía dejar que siguiera allí agachado, temblando, así que se decidió a hablar y optar por comportarse como si no se hubiera dado cuenta de nada. Ráidamente buscó cualquier pretexto para justificar su acción.

-¿Qué te pasa? ¿Te duele la barriga?- A Alen aquello lo despertó de sus pesadillas. Se quedó mirando a Mathew, sin entender durante un momento que le decía aquel chico y quien era, hasta que volvió a la realidad. Sabía que Mathew se había dado cuenta de todo y que lo estaba escondiendo y se lo agradeció desde el fondo de su corazón.

-Gracias. Ya estoy bien.- Se iba a levantar cuando vio que Mathew le estaba tendiendo una tímida mano para ayudarlo, fue entonces cuando tomó la determinación de que, a partir de entonces, y pasara lo que pasase, no iba a esconderse de la mano que le tendía. “Aunque es más fácil pensarlo que hacerlo”, pensó. Con gran valor acercó su mano a la de Mathew, lentamente, y cuando sus dedos se tocaron Alen sintió como si una pequeña corriente eléctrica le recorriera todo el cuerpo. Aferró la mano del otro y se incorporó. 

Por su parte a Mathew le estaba sucediendo algo parecido, no esperaba que Alen le cogiera la mano y cuando lo hizo sintió la calided que tenía y le sorprendió que una persona pudiera desprender esa sensación. Supo que no quería soltar esa mano, al igual que Alen, y ambos pensaron a la vez: “Si quiere que la suelte él”. Y siguieron andando, cogidos de la mano, casi sin darse cuenta, al menos hasta que llegaron a la parada del metro y sintieron las miradas inquisitivas de la gente, por lo que lentamente dejaron de apretar, hasta que sus manos se soltaron de todo. No es que sintieran que estaban haciendo algo malo, pero toda la determinación de ambos muchachos se esfumó al darse cuenta de que seguían donde siempre: al volver a la realidad. 

El resto de día pasó rápido para ambos, sobre todo los recreos. Acostumbrados como estaban a pasarlos solos, siempre se les hacían larguísimos, pero ahora todo era diferente. Cuando acabaron las clases y sin planearlo, ambos fueron a comer al local de Sophie, que se alegró mucho de verlos allí de nuevo. Después se separaron, y se fueron a trabajar. Alen estaba algo nervioso, ya que era su primer día en la librería. Llegó algo antes de las cuatro y, a pesar de que el cartel ponía “cerrado”, decidió llamar a la puerta. Como esperaba le abrió George.

-Vaya, ¡llegas temprano! ¡perfecto! Pasa, pasa, ya tengo todo listo.- Le abrió la puerta y le dejó pasar. Acto seguido se puso a explicarle todo lo que no le había dicho el día anterior.- Bien, Alen, aquí tienes una copia de las llaves de tienda: a partir de ahora te encargarás de abrir por las tardes. Y aquí está todo el papeleo, tendrás que firmar... Aquí, aquí y aquí. ... Bien, perfecto, pues ya está todo listo. Como ya sabes, hoy estaré contigo por si te surge alguna duda, pero a partir de mañana estarás solo.

-De acuerdo.- Su primer día de trabajo no lo hizo nada mal. Aprovechando que no entraban clientes se había paseado por toda la librería para familiarizarse con el lugar y saber como estaban colocados todos libros. A pesar de lo que Alen creía, la librería sí tenía muchos clientes. Entró bastante gente ese día. Muchos eran hombres, ya de cierta edad, que pedían aquellos libros “difíciles de encontrar” que le había dicho su jefe. Pero también entraron chicos y chicas jóvenes, algunos de los cuales compraron algún libro. Por su parte, Alen estaba encantado con el trabajo y descubrió que se le daba bien atender a clientes, por que no era lo mismo atender que tratar de entablar una conversación, que era lo que se le daba bastante mal, además, como no hablaba, no agobiaba a los compradores, y todos salieron encantados de que un chico tan guapo y educado se hiciera cargo de la tienda. 

Todo parecía ir bastante bien para él. Había encontrado trabajo muy rápido y había conocido a Mathew. Lo único que lo tenía preocupado era que su madre parecía que estaba más agresiva que de costumbre. Además aun recordaba su “¡Y que no vuelva a ver tu cara en una temporada!”. Sería un alivio que pasara eso, pero Alen no estaba seguro de que su madre se tomara bien que le hiciera caso, temía que aprovechando la excusa se enfadara más con él. Decidió arriesgarse. Esa noche, cuando oyó el pestillo de la puerta, no bajó a saludarla. Los minutos siguientes se le antojaron eternos a Alen mientras esperaba a que los pasos de su madre se detuvieran, tenía la sensación de que en cualquier momento la oiría subir las escaleras. Afortunadamente eso no pasó. El chico suspiró aliviado y por fin se pudo ir tranquilo a la cama, no sin antes cerrar con llave la puerta de su habitación. No se sentía seguro si no lo hacía, temía despertar con su madre pegándole o directamente no despertar. 

Notas finales:

Siempre me pregunto cómo se sentirá encontrar a esa persona que te salve, que te haga ver el mundo de otra forma. Esa persona que todos buscamos y que muchos no damos encontrado... Tu mitad, el trozo de corazón que te falta, tu alma gemela.

Mathew y Alen se encuentran, a pesar de haber sufrido lo indecible, el destino, que no siempre es tan fatídico, los recompensa con el simple hecho de haber cruzado sus caminos. Así, espero que todos encontréis a esa persona, a ese Mathew o a ese Alen que seguro estará en alguna parte, esperando por vosotros.

Espero que os guste como va evolucionando la historia y sigáis leyendo.


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