Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Mathew & Alen por Yaichi

[Reviews - 26]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo: Bueno, aquí traigo el segundo capítuloo!! Espero que os siga gustando tanto como el primero!^-^ Y ya no me enrollo más... A disfrutar!XD
Pasó un mes, la relación entre Alen y Mathew no hacía más que mejorar. Habían llegado a un punto en el que no podían estar el uno sin el otro, pasaban todo el tiempo que podían juntos. Ambos se dieron cuenta de que aquello no era una simple amistad, y aunque sus sentimientos habían alcanzado un punto mayor que el de amigos, a ninguno se le ocurría comentarlo con el otro. A pesar de que Alen sospechaba que Mathew sentía lo mismo y viceversa, no se atrevían a hablarlo. Esto era en parte por que creían que las palabras se quedaban cortas para describir lo que sentían, no sabían expresarlo, sabían que era un sentimiento muy fuerte, que les acompañaba siempre y que crecía cada vez más, pero no sabían ponerle nombre. Por su parte, muchas veces Mathew se moría por tocar a Alen, acariciarle el pelo, las heridas que se le iban formando en la cara, cogerle de la mano... Pero no se atrevía por miedo a herirlo, como la primera vez. No se le iba la imagen del chico temblando en el suelo, aterrorizado, y eso era lo que le impedía hacer lo que quería. También le preocupaba mucho la situación en la que vivía Alen. Aunque las heridas de la cara, a medida que pasaba el tiempo, eran más escasas, de vez en cuando aparecía con un parche que escondía un moratón. No quería ni pensar qué otros muchos habría por todo su cuerpo, le horrorizaba imaginárselo.

Alen, por su parte, estaba encantado, aquella situación era lo más parecido a una vida normal que había tenido jamás. Tener a Mathew lo ayudaba a soportar todo lo que su madre le hacía, además, últimamente la veía menos y, por eso, le pegaba menos también. Su trabajo en la librería le iba muy bien, no había tenido ningún tipo de percance y era de gran ayuda para el viejo George, al que solo llamaba cuando era estrictamente necesario. En el tiempo que pasaba en la tienda leía montones de libros de toda clase, desde los más fantásticos hasta lo más tremendistas. Estaba leyendo todo lo que no había podido leer a lo largo de diciecisiete años.

Aquel día Alen se encontraba sentado en la arena de la playa, con las rodillas recogidas entre los brazos. Estaba esperando a Mathew, quien le había dicho que le iba a enseñar algo. El sol ya se había puesto, pero la luna llena iluminaba la playa como si de una gran linterna se tratase. Se podía ver perfectamente gracias a ella. Alen contemplaba lo grande y hermosa que se veía cuando notó la presencia de Mathew sentándose a su lado.
-Qué grande está la luna...- Comentó el recién llegado.
-Es preciosa.
-¿Y has visto como brilla?
-...
-Mejor, así podremos ir mejor.
-¿A dónde?
-Ya lo verás.- Dicho esto se levantó, seguido por Alen, a quien condujo hasta llegar al extremo de la playa. Allí se veían numerosas y gigantescas rocas, a través de las cuales Mathew guió a Alen. El camino no era difícil, y pronto llegaron a una pequeña roca plana, como una explanada, pegada a la pared de un gigantesco acantilado que subía hacia el cielo. – Mira.- Mathew señaló a un rincón de la pared y Alen pudo ver una pequeña cueva.- Es mi guarida secreta, venía aquí cuando era niño y quería escapar de casa.
-Es genial, ojalá hubiera tenido yo algo así...
-Ahora ya lo tienes.- Le sonrió Mathew- Pero eso no es lo mejor, mira, ven.- Lo volvió a conducir por unas rocas, hasta llegar a unas que se adentraban en el mar, haciendo una especie de puente para llegar a una roca más grande. Alen miró hacia allí y se quedó maravillado: las olas chocaban contra esa roca, lo que hacía que subieran muy alto y luego, cuando volvían al mar, parecía como si lloviera; pero la luz de la luna le confería a esas gotas un brillo mágico.- Venga, es mucho mejor si lo ves de cerca.- Dicho esto Mathew se encaminó por las piedras, separadas unas de otras, saltando para llegar a la siguiente, seguido por Alen, al que le costaba más. El espacio que separaba la última roca de la que se encontraba Alen era bastante más grande, y el chico dudó de si podría saltar esa distancia. Pero al otro lado Mathew le tendía la mano para ayudarlo a saltar, así que, armándose de valor, saltó, buscando al llegar la mano extendida del otro, que lo recibió. Cuando creía que había llegado sano y salvo, Alen resvaló, callendo encima de Mathew, quien lo sujetó por la cintura y lo pegó contra su cuerpo, para que no se callera.

En ese momento se miraron a los ojos, diciéndose con la mirada todo lo que llevaban dentro. Sus corazones latían acelerados mientras seguían agarrados de la mano. La otra mano de Mathew se estaba moviendo hacia la cara de Alen, quien no tuvo ningún miedo esa vez. Por primera vez Mathew lo estaba tocando, acarició el pelo de Alen, con suavidad, y se lo colocó detrás de la oreja, haciendo que éste se sonrojara. Después posó la mano en su mejilla, haciendo que elevara su cabeza, a medida que él acercaba la suya. Alen sentía un cosquilleo por todo el cuerpo y la sensación que le probocaban las caricias de Mathew era tan increíble que no pudo evitar que una lágrima resbalara por su mejilla.
Poco a poco sus respiraciones se fueron juntando, fundiéndose, sus labios estaban cada vez más cerca. Se quedaron mirando, así, el uno al otro. Mathew estaba perdido en el oscuro océano de los ojos de Alen, y no se daba verdadera cuenta de lo que hacía. Sus labios casi se tocaban, Mathew los dejó allí un momento, antes de juntarlos con los de Alen. En el momento que se decidió, fue como si el mar les acompañara y una ola rompió contra la roca, haciendo que el mágico juego de luces creado por la luna y el agua les cayera encima, partícipe que lo que estaba sucediendo.
Mathew besó a Alen, quien jamás se habría imaginado la sensación que aquello le estaba produciendo, con increíble dulzura, probando sus labios una y otra vez, despacio, como si fuera algo sagrado o tan frágil que se podría romper solo al contacto de sus labios.
Mathew prolongó el beso todo lo que pudo, pero cuando separó por fin sus labios de los de Alen no pudo evitar sentir una tristeza infinita. Exahusto, apoyó su frente contra la de Alen abrazando su cintura, al tiempo Alen le pasaba los brazos alrededor del cuello, llorando. Ambos lloraban. Lloraban por que se habían dado cuenta de lo profundos que era sus sentimientos. Lloraban por la tristeza de pensar que ya no podrían estar jamás el uno sin el otro, con todo el sufrimiento que eso conllevaba. Lloraban de alivio, por que sus vidas habían sido muy duras y aquello era como un milagro; pero, sobre todo, lloraban por saber que el otro sentía lo mismo, por darse cuenta de lo que se querían.
-Deberíamos volver, no quiero que tu madre se enfade contigo.- Le susurró Mathew al oído, besándole la parte posterior de la oreja y bajando por el cuello, con dulzura. A Alen le temblaron las piernas al sentir el contacto de Mathew, su corazón parecía que iba a explotar, no podía ni articular palabra.
-¿Por qué me haces esto?- Gimió, destrozado.
-Por que te quiero.
-...
-¿Acaso tú no sientes lo mismo?
-No, creo que la palabra querer se queda corta para describir todo lo que siento por ti...
-Pero es la más potente que tenemos... Con palabras, el mayor sentimiento que podemos expresar es el amor.
-Entonces supongo que yo también te quiero...
Mathew sonrió como un niño pequeño, lleno de alegría, al oír las palabras de Alen. No lo pudo evitar y cogió a éste con más fuerza, y de un impulso comenzó a darle vueltas en el aire, ante la sorpresa de Alen, que no pudo más que reír y apoyarse en sus hombros para no caer.
-¡Peso mucho!
-Eres una pluma, comparado con lo que levanto normalmente.
-¡Seguro que no puedes llevarme hasta la playa!
-¿Me estás desafiando?
-¡Sí!
-Pues entonces, ¿qué me darás si gano?
-¿Qué quieres que te de si ganas?
-Un beso.
Alen se puso colorado de pronto, al imaginarse la escena. No pudo más que bajar la cabeza, avergonzado.
-¿Te da vergüenza? ¡Qué mono!
-No digas eso.- Le dijo enfurruñado.- Esta bien, trato hecho.
-Pues venga, ¡arriba!
Mathew se agachó, invitándolo a subirse a su espalda. Alen dudó si subir, pero la insistencia de Mathew lo convenció y se encaramó a él. Cuando éste se levantó, Alen, de la impresión, se agarró a su camiseta, pegando su cuerpo al de Mathew, para no caerse hacia atrás, como había estado a punto de hacer.
-Agárrate bien, no te vayas a caer.
Dicho esto, comenzó a saltar de roca en roca, sin dificultad alguna. Alen iba arriba, riendo, disfrutando como un niño chico, balanceando las piernas. Llevaba la cabeza apoyada en el hombro de Mathew, quien de vez en cuando lo miraba divertido.
-Hueles bien.- Dijo Alen con una sonrisa, cerrando por un momento los ojos, mientras olía el pelo de Mathew.
Pronto llegaron a la arena, y apenas hubieron avanzado un poco, el transportista alzó las manos en señal de victoria. Este gesto le hizo perder el equilibrio, tropezó con la arena y se cayó, con Alen todavía encima. …ste, riendo a carcajada limpia, se apresuró a salir de encima, rodando hacia un lado, tumbándose boca arriba en la arena. Mathew miro para él, con la cara llena de arena.
-¿Esta rica la arena?
-Mmmhh, sabe a chocolate, ¿quieres probar?
-¡No!- Dijo, apartando la cara, por si se le ocurría echársela encima.
-Oh, bueno...
-Acércate, que te limpio la cara, que la tienes llena de arena.
Mathew se acercó y pasó un brazo por encima de Alen, para poder ayorase en el suelo y elevarse un poco. El otro comenzó a limpiarle la cara, pasando la mano con cuidado, para no hacerle daño.
-¡Listo!... Bueno, más o menos...
-Ahora dame lo que me debes.- Dijo sonriendo.
-...- Alen se acercó rápidamente a Mathew y le plantó un tierno beso en la mejilla.
-No me refería a ese tipo de beso.
-No especificaste...
-¡Alen!
-¡Ya lo he hecho!
-Bien... pues me quedaré así hasta que me lo des.
Mathew se acercó a Alen, hasta dejar sus bocas a poca distancia. Alen podía notar su respiración mientras le sonreía, esperando.
-Oye, esto no es...
-No me voy a mover.
-¡Oh, bien!
Alen, con el corazón latiendo a mil por hora por tenerle tan cerca, levantó un poco la cabeza y posó sus labios sobre los de él.
-¿Contento?
-¡Sí, mucho! ...¡Ven aquí!
Lo agarró por la cintura y le dio la vuelta, de forma que ahora él estaba debajo y Alen encima, quien se dejó caer, reposando la cabeza en su pecho. Mathew le acarició el pelo, deshaciéndole la coleta, de forma que ahora caía en cascada sobre él.
-Te late muy rápido el corazón.- Susurró Alen.
-Eso es porque estoy contigo.
-Vaya, creía que era el único...
-¡Qué tonto!
-...Sí, soy tonto...
-...Eres lindo.
Alen cerró los ojos, escuchando solo los latidos del corazón del otro. Se quedaron así un buen rato, hasta que Mathew volvió a recordar a la madre de Alen. Se levantó de repente, asustando al otro, que se quedó de rodillas en la arena.
-¿Qué pasa?
-Tienes que volver a casa, ya es tarde.
Le tendió la mano, que Alen agarró, acordándose también de lo que le podía esperar al llegar a casa.
-... No quiero ir...
-Debes ser fuerte, cuanto más te demores, peor será.
-No, si va a pasar, pasará igual.
-Alen, sabes que puedes contar conmigo si te pasa algo.
-Lo se.
Le apretó la mano, infundiéndole valor, mientras comenzaban a avanzar. Llegaron a casa demasiado rápido.
-Bueno, hasta mañana entonces.
-...Hasta mañana.
-De verdad, si te pasa algo, avísame de inmediato.
-...Sí.
-Me gustaría poder hacer algo más por ti...
-Ya haces demasiado.
-Cuando cumplamos los dieciocho, ¡nos vamos a vivir juntos!
Alen rio, a tiempo que asentía con la cabeza, esperanzado. Eso le dio el valor sufienciente para soltar la mano de Mathew y caminar hacia su casa, a tiempo que éste se encaminaba a la suya. Se despidieron con la mano antes de entrar por la puerta.

Para desgracia de Alen, su madre había llegado, y lo esperaba en la entrada, con las luces apagadas y los brazos en jarras. Tenía tal expresión de odio en la mirada que todo el valor de Alen se esfumó en un segundo. Trató de pensar en Mathew, y eso le alivió.
Lo siguiente que le pasó a Alen, como tantas otras veces, fue como un torbellino. Recordaba a cachos: su madre gritándole que qué horas eran esas para llegar, que dónde se había creído que estaba... recordaba también que, debido a que estaba lleno de arena, su madre había decidido “lavarlo”, lo llevo hasta el baño y lo empujó contra la bañera, que estaba llena. Recordaba como su madre le había hundido la cabeza en el agua repetidas veces, casi sin dejarle respirar, tragando agua, tosiendo...

Por eso, cuando abrió los ojos, tumbado en el frío suelo del baño, todo empapado, por un momento no sabía qué le había pasado. Fuera aun era de noche, por lo que dedujo que apenas habían pasado unos minutos. Se dio cuenta de que le sangraba el labio, se limpió con la manga de la camiseta y se fue a su habitación a desinfectar la herida. Quería ducharse rápido, estaba helado y lleno de arena, pero temía despertar a su madre. Se limitó a bajar a por una toalla y secarse como pudo, se cambió de ropa y se echó en la cama, tapándose hasta arriba, tiritando.

Al día siguiente se despertó con fiebre, se notaba arder. Cuando logró levantarse de la cama, le dolía la cabeza horrores y se mareaba, pero no le importó. Se dio su tan ansiada ducha una vez hubo comprobado que su madre se había ido, y se secó el pelo a conciencia. Intentó desayunar, pero le entraron arcadas nada más ver el cartón de leche, así que desistió. Estuvo a punto de caerse un par de veces, le fallaban las piernas y le costaba respirar. Por fin salió a la calle, donde lo esperaba Mathew.
-¡Alen! Por Dios, ¿qué te pasa?
-...N...nada, estoy... bien...
-¡Es obvio que no estás bien! ¡Ven aquí!
Lo agarró por la cintura y lo atrajao hacia sí, viendo que estaba a punto de caerse. Juntó su frente con la de él, para comprobar la temperatura.
-¡Estás ardiendo! Debes tener por lo menos 39º... ¡No puedes ir al colegio, quédate en casa!
-¡No! ¡No, Mathew, por favor! Ella volverá al mediodía...
-¡Ella! ¡Ella te ha hecho esto! ¡Tienes que...! ¡Alen!
Justo en ese momento, a Alen le habían fallado las piernas y, de no ser por que estaba sujeto por Mathew, hubiera caído al suelo.
-...Estoy bien.... de verdad.
-Alen, por favor... no me hagas esto.
-Va...vamos a clases. Si notas que no aguanto, llévame a la enfermería. Pero en casa no... no...
-Está bien, no te esfuerces.
-Gracias, Mathew...
-...Apóyate en mi.
Caminaron así hasta llegar al instituto. Para Alen era un alivio sentarse en la silla, ya que no tenía que esforzarse por mantenerse en pie. La primera hora consiguió aguantar, pero a segunda se desmayó. Mathew, horrorizado, lo llevó en volandas hasta la enfermería, corriendo. Cuando despertó, lo primero que vio fue la cara de su salvador, que lo miraba preocupado, sentado en un taburete junto a su cama.
-¡Alen! ¿Cómo estás? ¡Iré a avisar a la enfermera!
Dicho esto se fue corriendo, sin dejar contestar al chico. Volvió al poco rato, acompañado de una enfermera, que lo saludó amablemente.
-¿Cómo te encuentras?
-...Mejor...
-Tienes fiebre muy alta. Tómate esto y descansa. Y tu- dijo dirigiéndose a Mathew- debes volver a clase.
-¡Pero...!
-¡Nada de peros! Ven a por él cuando terminen las clases, te prometo que no lo dejaré moverse.
-...
-Mathew... estoy bien, no te preocupes...
-...De acuerdo. ¡Descansa!
-...Sí.
Alen esbozó una pequeña sonrisa (le dolían los labios), intentando que no se preocupara demasiado. Al rato se quedó dormido otra vez. Lo despertó Mathew cuando las clases acabaron. La enfermera estaba con él.
-Bueno, Alen, te ha bajado un poco la fiebre, pero debes cuidarte. Tómate esto en la noche y a ver si mañana estás mejor.
-Muchas gracias, enfermera.
-Toma tu chaqueta.
-Gracias, Mathew.
-¿Puedes caminar?
-...
Alen probó a ponerse de pie, pero le volvieron a fallar las piernas y tuvo que sentarse.
-Es normal, estás sin fuerzas, no has comido nada...
-No se preocupe, enfermera, he traído bici, lo llevaré yo.
-¿Tienes bici?- Preguntó Alen, sorprendido.
-¡Claro! Venga, sube, que te llevo hasta allí, que si no eres capaz de caerte escaleras abajo en cuanto me despiste.
-...Vale...
-Venga, cuidate, muchacho.
-Muchas gracias.
Mathew llevó a Alen hasta el aparcamineto de bicicletas, donde los esperaba la suya.
-¿Cuándo has traído la bici?
-Bueeeeno... Digamos que hice una escapadita para traerla...
-¡Mathew!
-¡No rechistes! Fuiste tu quien quiso venir a pesar de estar convaleciente.
-Si, pero...
-Bueno, vamos junto Sophie a comer, que debes estar hambriento.
-...No mucho...
-Pero algo tendrás que tomar. Venga, sube.
-Está bien, pero que sepas que esto del asiento atrás es muy anticuado...
-¡Menos quejarse!
-La verdad duele...
-¡Oye!
-Vaaaale, vale...
Alen, se sentó de lado, abrazado a Mathew para no caer. El conductor comenzó a moverse sin dificultad, mientras el movimiento de la bicicleta y el aire en la cara hicieron que Alen se quedara dormido apoyado en Mathew.
-Eh, despierta, Alen, que ya llegamos...
-¡Uy! Lo siento...
-¿Ves? Cuando te digo que eres mono, es por algo.- Dijo Mathew, pellizcándole las mejillas.
-¡Bah! Y tu eres muy tonto.- Lo imitó, tirándole de las mejillas también.
-Anda, vamos...
-Si, si, lo que tu digas, jefe.
-... ¡Qué poco agradecido! Aun por encima que me preocupo por ti...
-Bueno, bueno...- Alen miró a ambos lados de la calle, para comprobar que no había nadie.- Aquí tienes.
Dicho esto se acercó rápidamente a Mathew, tirando de él hacia abajo por la camisa y le dio un beso.
-Eso está mejor.—Dijo éste, radiante.
Ambos entraron en el local de Sophie, que los vio enseguida.
-¡Hola, guapos!
-Hola Sophie.
-¡Hola!
-Alen, tienes mala cara, ¿te pasa algo?
-No... No te preocupes Sophie.
-¡No le hagas caso! Tiene muchísima fiebre...
-¡Oh! Deberías descansar...- Alen sonrió como respuesta.- Bueno, te preparé mi sopa especial, ¡es capaz de curar cualquier cosa! Te vendrá bien, ya verás.
-Muchas gracias Sophie, eres la mejor.- Le agradeció Alen.
-¿Qué te ponogo a ti, señorito?
-Me gustaría probar esa magnífica sopa también.
-De acuerdo, de acuerdo.
Dicho esto, se fue. Alen miró a Mathew, preocupado.
-No tienes por que comer lo mismo que yo.
-Tranquilo... Creo que te pondrías a vomitar o algo así si me pongo a comer otra cosa delante tuya.
-... Puede ser.
Sophie volvió un rato después, con dos platos de una caliente sopa, que olía de maravilla, orgullosa de si misma.
-¡Wao! Qué bien huele.- Exclamó Mathew.
-Venga, probadla, y me decís qué tal.
Ambos hicieron lo que les pedía, y, con cuidado de no quemarse, la metieron en la boca. Mathew fue el primero en hablar.
-¡Esto está muy rico!
-Si, Sophie, ¡está muy buena!
Sophie rió, encantada.
-Me alegro mucho. Ya verás, esto es mucho mejor que cualquier medicina.
-No lo dudo. Gracias otra vez.
-No te preocupes, chico. Lo importante es que te pongas bueno.
-¡Eso, eso!- La coreó Mathew.
Cuando estuvo satisfecha de los elogios que le echaban, Sophie se fue. Los chicos se quedaron discutiendo qué haría Alen después.
-¡Deberías volver a casa!
-Mathew, por favor...
-¿Y qué quieres hacer?
-Nada especial, iré a trabajar, como siempre. Por favor, no me hagas volver a casa. Sabes que si me lo pides, lo haré... Pero por favor...
-Está bien, está bien... Eres un caso. Solo te dejaré ir al trabajo por que estás sentado, que lo sepas, y te llevaré yo y hasta que no te vaya a buscar no te muevas de allí, ¿entendido?
-Pero Mathew, no quiero molestarte...
-¡Venga ya! Sabes que no me importa, y que haría cualquier cosa por ti: esto y mucho más.
Alen bajó la cabeza, avergonzado. Las palabras de Mathew eran como una bendición para él, cada cosa que decía era como si borrara todo lo que había vivido antes de conocerle, poco a poco, iba sanando su corazón, haciéndole olvidar las cosas malas. Era una cosa que lo hacía infinitamente feliz, pero también infinitamente triste por que, aunque evitara pensarlo, no podía hacer nada por pensar que todo eso podía acabarse. Se sentía como si le hubiera entregado su corazón a Mathew y ahora este descansara en sus manos, a merced de lo que le pasara, o de lo que quisiera hacer con él. Y le daba miedo depender tanto de alguien, pero a la vez lo hacía inmensamente feliz. La sensación cuando Mathew lo tocaba no podía describirsera como si cada roce fuera una pequeña descarga que recorría todo su cuerpo, buscando un lugar para salir, y llegara hasta su corazón, haciéndolo latir desenfrenadamente.
-Vamos, sube ya.
-...Está bien.
Mathew llevó a Alen al trabajo, asegurándose de que le esperara hasta que lo fuera a recoger. La tarde fue larga para Alen, quien debía luchar por no caer dormido, sobretodo cuando no había clientes. Leer libros no le ayudaba, por que se le nublaba la vista del esfuerzo y se cansaba. Al final llegó la hora de cerrar sin que pasara nada, pero Mathew todavía no había llegado, así que se sentó en la escalera de la entrada a esperarle. Llegó un poco más tarde.
-¿Llevas mucho esperando?
-No, no mucho.
Lo ayudó a levantarse y se fueron a casa. Pero Mathew paró antes de llegar, y condujo a Alen a la playa. Se sentaron en la arena.
-Bueno, Alen, creo que es hora de que me cuentes que es lo que te ha pasado.- Le acarició suavemente la herida que tenía en los labios.
-... Nada importante.
-Alen, te dejo ayer en casa y hoy apareces con muchísima fiebre y con heridas en la cara, ¿cómo puedes decir “nada importante”?
-...
-Se que no será algo que te guste recordar. Creo que se lo que te pasa, pero me gustaría que me lo dijeras tu.
-¿Cómo que lo sabes?
-¡Oh, vamos! Desde aquel día que te eschaste casi a llorar en el suelo, lo sospeché.
-...¿Qué sospechaste?
-¿Prefieres que lo diga yo?
-Si.
-...
-Es difícil, ¿verdad?- Dijo Alen esbozando una pequeña sonrisa.
-Mucho.
-Lo siento...
-No te disculpes, yo sí que lo siento...
-Creo que si lo dices, al final me sentiré mejor, así que tranquilo.
-Tu madre te hace eso.- No era una pregunta, era una afirmación. Al escuchar su situación tan claramente de los labios de Mathew, se sintió hundido. Creía que estaría preparado para contarle todo lo que le pasaba, pero escuchar esas palabras en alto hacía que tomasen un significado muchísimo más devastador del que tenían en su mente. Se había quedado sin habla, sabía que se desmoronaría si decía algo, pero quería hablar con Mathew, aunque le doliera, quería contarselo todo, deshacerse de esa carga que tenía que soportar él solo, al menos durante unos minutos. Sabía que si se lo contaba él compartiría esa carga con él, pero tampoco quería hacerle sufrir.
-Alen, si no quieres no hace falta que me lo cuentes...
El chico le hizo callar, sí que quería contárselo, solo necesitaba que las palabras salieran de su boca. Respiró hondo, controlando sus emociones, al menos durante unos momentos, y comenzó a hablar. Le contó su historia. Todo había empezado tras la muerte de su padre, su madre día a día se volvía más y más fría. Al principio solo le gritaba, cualquier cosa que hiciera le bastaba para castigarlo, pero poco a poco se fue volviendo más violenta, un empujón por aquí, un puñetazo por allá... Al final se conviritó en una especie de monstruo para Alen, que se escondía en las profundidades de su casa, atento a cualquier movimiento para comérselo. Daba igual lo bien que se portara, daba igual que no hicera ningún ruido, aquel monstruo siempre lo encontraba, siempre estaba ahí.

La mayoría de las veces eran solo golpes, pero muy de vez en cuando pasaba algo peor, como lo que le había hecho el día anterior. Alen solo recordaba otras dos ocasiones en las que se había comportado así. La primera fuera hacía años, cuando el chico pasó una noche entera fuera de casa y al volver le quemara la espalda con una vela. La segunda, hacía unos meses, cuando lo había tirado por las escaleras.
-¿Te quemó la espalda? ¡Como pudo hacer eso!
-Sabía que no iba a huír de ella... Me quemó varias veces con la cera.
-No entiendo por qué no te alejas de ella...
-No es tan sencillo.
-... Déjame ver.
-¿Qué?
-Tu espalda, déjamela ver.- Dijo Mathew acercándose, subiéndole la camiseta.
-No... ¡No!- El otro lo intentó apartar, pero lo único que consiguió fue que se detuviera.
-Por favor, Alen, quiero ver lo que te ha hecho.- Dijo mirándolo fijamente.
-Fue hace mucho tiempo, ya no duele, de verdad...
-Aun así quiero verlo.
-Mathew...
-Por favor...
Alen bajó la cabeza, apesadumbrado, sabía que no podía negarse a nada que él le pidiera. Mathew entendió el gesto y sin decir una palabra lo cogió en volandas y lo colocó entre sus dos piernas.
-¡Ey! No hagas eso tan de repente.
Mathew estaba tan concentrado que solo asintió con la cabeza. A Alen le estaba dando tanta vergüenza aquello que se limitó a bajar la cabeza y cerró los ojos con fuerza. Mathew le subió la camiseta, y pudo ver la espalda de Alen. Tenía quemaduras sobre todo en la zona superior, donde se acumulaban y juntaban, pareciendo una sola quemadura enorme. Luego tenía dos o tres por el resto de la espalda.

Mathew pasó los dedos por la quemadura, suavemente, provocando un escalofrío en el cuerpo del otro.
-Te protegeré de esa mujer.- Dicho esto comenzó a besarle la espalda quemada, muy despacio. Alen se llevó las manos a la cara, muerto de vergüenza.
-Eres un pervertido.- Le dijo por lo bajo.
-Besaré cada lugar donde te haga daño para sacar su presencia de ti.- Dicho esto le bajó la camiseta de nuevo, colocándosela, a tiempo que Alen, al oír esas palabras se echaba a llorar incontrolablemente. Al notarlo, Mathew hizo que se apoyara en él.
-N-No quiero... que me... me veas... así.- Le dijo Alen, tapándose la cara.
-No te miraré, pero puedes apoyarte en mi. Lo sabes. Siempre que quieras.
-...Te quiero.- Estas palabras pillaron de sorpresa a Mathew, quien, esbozando una sonrisa, dijo:
-Yo también te quiero.
Notas finales:

Bueno, como habréis comprobado la cosa ya está bastante romántica, pero es que no podía ser de otra manera. Mathew y Alen se atraen, es una fuerza irremediable que les arrastra el uno hacia el otro, sin poder evitarlo. Se necesitan de manera incontrolable, es un sentimiento tan fuerte que ni siquiera yo puedo evitarlo. Escribo y ellos me obligan a que los junte, las manos se mueven solas, no puede ser de otra manera.

Por eso espero que los perdonéis y me perdonéis por ser tan pastelosa. Ya llegará el drama... ¿o no? XD En el próximo cap, la historia de Mathew!^-^


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).