Ahí se encontraba, como en cada atardecer, después de terminar los deberes, cuando ya no tenía nada que hacer; sus miradas se cruzaron unos instantes, y en tan solo un segundo, ya se habían dicho todo. Nadie sospechaba nada, ¿qué habrían de sospechar?, Aquel chiquillo de 15 primaveras se sentaba bajo el árbol a leer, mientras ellos, hombres de campo trabajaban las tierras.
Cual colegiala, lo iba a buscar cuando tenía ratos libres, pero no decía nada, tal vez por sensatez o pudor, permanecía a distancia prudente, fingiendo comprar algo y viendo su reflejo en la vitrina del aparador, haciendo que todo pareciera casual.
Como todos los hombres de su edad solía frecuentar la cantina después de trabajar, metidos en el cotilleo (chismorreo) o presumiendo las conquistas amorosas; Por lo que solo le quedaba esperar cerca de ahí, tratando de distraer su mente de los celos. Seguro él se unía a la conversación sobre lo guapas que se veían las mujeres o lo atractivos que eran algunos hombres, y las exuberantes meseras, vestidas de bailarinas de can-cán, dejaban tarros de cerveza helada mientras los miraban con deseo y dejaban escapar una que otra risilla tonta.
¿Por qué él? No estaba del todo seguro, pretendientes de su edad bastaban y hasta sobraban, pero no era lo que buscaba, no deseaba involucrarse en una relación con jovenzuelas enamoradizas y exageradas y mucho menos con mozos arrogantes y tontuelos, no quería una relación que se redujera a un manoseo semi-prohibido y a la típica presunción de haber tomado algo de whiskey sin permiso, pensando que sus padres no se habían dado cuenta.
Tampoco es que le diera mucha importancia a aquella pregunta, tal vez todo se reducía al simple deseo que conllevaba a hacer algo prohibido, y romper aquel tabú que significaba experimentar con alguien mayor, de esta forma ambos probaban un poco de pecado compartido.
Como todas las noches de cada viernes, el pelirrojo iba al lugar de siempre, aprovechando que su padre, junto con los ’compadres’ (amigos/ camaradas), bebían hasta las 12 festejando el final de una ardua semana, para después retirarse y volver al lado de sus compañeras; Su madre en cambio, se quedaba en el cuarto mirando los dramas nocturnos mientras mecía con paciencia a su hermanito de apenas 7 meses, esperando la llegada de su esposo y tal vez, solo tal vez, si el pequeño se dormía en la espera, podrían demostrarse aquel amor.
Nadie se fijaba si él dormía o no, se escapaba por la ventana de su cuarto, utilizando como apoyo el limonero que vivía junto a esta. En cambio el vaquero de cabellos heno, se acomodaba el sombrero, se despedía de sus amigos con un ‘hasta luego’, retirándose a eso de las 9 o 10 y contestando con una enigmática sonrisa las preguntas picantes o chascarrillos de sus amigos –¿Vas a montar de nuevo? --¿A quién le echaste el lazo vaquero? – él no ha lazado a nadie lo han lazado a él-
Claro que ninguno sabía que a quien montaba como si estuviera en rodeo no era ni nada más ni nada menos que el hijo de Mark, el jefe del Clan; algunas veces se sentía culpable de hablar tan descarado, como si nada pasara con su jefe y amigo, que nada sabía de estos juegos nocturnos.
Pese a que no era obligatorio asistir a esos encuentros, ambos sabían que encontrarían a su contraparte en el lugar, siempre puntual, sin importar las circunstancias, estaban ahí. Porque ya no era un juego que pudieran dejar. Prohibido estaba, mal visto e incomprendido; Cada viernes jugaban al destino su nombre y reputación, consientes que ese podría ser el último día donde se encontrarían de esta forma o que sería un viernes más, por lo tanto cada caricia, cada beso y cada susurro estaba hecho de tal forma que no hubiera arrepentimientos a futuro y que quedarían grabados para la eternidad.
Su padre siempre le había dicho, con una sonrisa segura y traviesa, mientras se robaba las galletas de la cocina –Si vas a pecar que valga la pena o mejor no lo hagas- Claro está, que seguro nunca pensó que lo aplicaría de una forma, que nada tenía que ver con robar las galletas destinadas a la cena. Cada viernes era algo inmemorable y hacía que lo sufrido toda la semana, los celos mutuos, el silencio cómplice y el deseo guardado valiera la pena.
Gracias a este consejo y al –Ve y toma al toro por los cuernos- había decidido llegar a donde estaban.
¿Cómo había ocurrido? Al principio solo con miradas cruzadas de vez en cuando, ocasionales, sin intención y no muy seguros de cómo interpretarlas. Cuando Michel decidió ‘tomar al toro por los cuernos’ mandó una nota anónima al rubio.
Este viernes a las 9:00 en el establo con la herradura oxidada.
Aquel establo ya casi abandonado, cerca de donde solían ir los adolecentes a descubrir un poco mas de ellos mismos. El rubio solo recordaba que tras abrir las puertas se encontró con aquellos ojos azules ligeramente manchados de verde, le miraban con intensidad a la luz de luna.
Después de aquello supieron que no podrían dejar aquella travesura llamada deseo, que empezaba a cambiar de tintes y de nombre, a un peligroso juego llamado” Amor”