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Rarely pure&Never simple por Rincabot

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Notas del fanfic:

Este es un fic SasorixDeidara, Sasori y Deidara son personajes de Masashi Kishimoto y NO ME PERTENECEN.

Notas del capitulo: Enjoy...

 

En lo grisáceo del habitáculo se oía tan solo el aire colándose por las desgastadas paredes, que con atrevimiento se adentraban a perturbar el sepulcral silencio de aquella zona, que siempre había dado la impresión de permanecer decantándose hacia el mundo de los muertos que hacia la humanidad.

En un humilde escritorio, con varios utensilios difíciles de clasificar, pues todos ellos desprendían un aire singular, que denotaban que tan el inventor de estos tuviera que ser el único que los usara y pudiera descifrar sus utilidades, se encontraba él.

 Silencioso, elegante, altanero, que solo realizando la mas puritana de las tareas recababa en sí todo un ritual de concentración, prohibiendo la entrada estricta de cualquier ser en aquella gran y espaciosa zona, la cual era su estudio privado. 

En una de sus pálidas manos recababa lo que parecía una funcional parte de su brazo izquierdo, rasgando la madera con fuerza regular para lograr hacer desaparecer una de las quemaduras que recientemente recibía de tanto en cuando, al utilizar los dispersores inflamables que en sus manos poseía. 

La tarea se le hacía monótona, pero no había otra que la de conservar de ese modo su cuerpo. 

Observando como sin ton ni son rezumaba piedra pómez en su mismo brazo, le vino a la mente la idea de que en esas acciones se castigaba a si mismo por haber cometido algunas que otras equivocaciones. No le dolía, mas no podía evitar la sensación de verse castigar a su propio cuerpo, quien inerte cual cadáver podía manejar de cualquier forma. 

El silencio le traía paz, que muchas veces sus ruidosos camaradas estorbaban si intentaba en algún momento realizar alguna de aquellas complejas tareas en público.

Cerraba sus ojos de tanto en cuando, sintiendo la ironía de algunas veces oírlos chirriar al hacerlo, pues el cuerpo no estaba acostumbrado a aquellas acciones tan normales para el ser humano. 

No podía hacer nada ante aquello, su cuerpo era un instrumento de guerra, un arma compleja de combate.

 No sufriría jamás el dolor, nunca la angustia o la pena recorrerían su espíritu. 

Así era y así sería para siempre.   

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La duda recorría su cuerpo. 

Entrar, no entrar.

Sabía con perfección que la prohibición en aquella zona era obsoleta y que el espacio vital de trabajo de su compañero debía ser respetado como si se tratara de algo sagrado, nadie mejor que un artista como él comprendía aquellas condiciones.

Sin embargo la curiosidad absoluta hacía de su alma la víctima, pensó múltiples excusas para recurrir a algunas de las amenazas que de seguro le caerían como artillería pesada en el momento de cruzar aquél umbral. 

Recorriendo a la suerte, giró finalmente el picaporte para adentrarse en aquél lugar al que jamás se le había dado el placer de observar.

Cruzando un pasadizo que le hizo recordar a la mas extensa de las morgues, grisáceo, oscuro, con un recorrido a ambos lugares de las mas preciadas colecciones de su compañero. 

La angustia al contemplar a aquellos instrumentos se hizo patente cual bala disparada a su mismo cráneo.No aguantaba ver las expresiones sin vida de ellas, le hacían perder la esperanza, le hacían ver el modo mas deprimente del universo centrándose en lo olvidado, lo perdido para siempre, cosa que no era buena al hacerle perder la inspiración que un amante de lo efímero como él necesitaba.  

No podía aguantar la necesidad de verse atrapado, en un corredor que parecía no acabarse nunca, llegando al infinito. 

Sin embargo un alivio se descargó de su alma al observarle, residía de espaldas, seguramente concentrado en una de las ya múltiples tareas.

Silenciosamente se dispuso a alcanzar el borde del escritorio para sentarse en una de las modestas sillas, al lado de su compañero. 

No comprendió la calma que se respiraba. 

Deidara dedujo que no había recabado en su presencia, mas no se había girado para echarle, ni amenazarle, ni arriesgar un tremendo encontronazo de estilos en una lucha que se veía venir. 

Se dedicó a observar los movimientos ágiles del marionetista, quien con suma calma realizaba aquella tarea.

 Mas sintió que los ojos se le desviaban para observar el cuerpo de él, mostrando la perfección de cada rasgo y la palidez que recorría su persona destacándole solo el cabello de color pajizo hermoso.  

Estaba seguro que en aquel cuerpo recababa fragilidad en muchos puntos inalcanzables a la vista.  

Sintió un espasmo.

El maestro de marionetas había ladeado su rostro para centrar la mirada de simple pero hermoso color miel en él.Las explicaciones que tan hábilmente se había preparado antes de entrar en aquel lugar se trabaron todas para formar una frase inconexa que fue incapaz de expresar con claridad, ante la mirada de su compañero, quien lo observaba cuestionándolo cual profesor planteando examen al alumno. 

-Yo, verá- empezó, fingiendo seguridad- solo vine por, quiero decir, a…eh…- Intentó articular sintiéndose mas humillado que en toda su vida.- 

¡Mierda, Deidara, céntrate!”  

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El patético intento de excusarse del otro le estaba divirtiendo en sobremanera.  

Siempre cabía en Deidara la posibilidad de convertir una situación claramente desfavorable para él en completamente girante a las tornas al despertar en él un sentimiento tan alejado de la monotonía como era la diversión. 

Miró como el rubio seguía con sus frases ininteligibles, entreteniéndose a conservar la mirada fría y la expresión severa de su rostro para que el nerviosismo en el otro aumentara. 

Hasta que finalmente no pudo más, una sonrisa de sorna apareció en su rostro y vio como las explicaciones desvariadas del artista de ojos azules frenaban su curso para observarle con furia. 

-¡No se ría de mí!- Le vio gritar con ira. Más nunca pensó que una simple expresión pudiera volver a crearle la necesidad de dejar ir tantas sensaciones en un simple gesto. 

Por primera vez en años, se rió. 

Sonoramente dejo ir la mas larga de las carcajadas delante de la expresión absorta del rubio, quien no sabía si aún en su enfado darle un soberano señor golpe al maestro o echarse él a la risa, acompañándole. 

Viendo como el otro dedicaba en toda su terquedad conservar la compostura, retirándose de aquel intento de hacer saber al pelirrojo de su presencia girando el rostro con lentitud. Hasta él mismo sintió como la humillación le había aplastado cual cucaracha. 

Observó el rostro que ahora denotaba un aire de tristeza en el ojiazul, más siempre se le había interpuesto en la preciada tarea de mirarle con claridad el espeso mechón de cabello que recubría buena parte de su cara.

En un gesto simple y sin deparar mucha atención a las acciones del otro, retiró con parsimonia aquella cortina de cabello. Dejando a ver en claridad los ojos azules profundos del acompañante. 

La belleza de sus rasgos jamás había sido tan presente como cuando le observó tan de cerca. Las facciones delicadas que con severidad eran ocultadas bajo ese manto de dorados hilos se hacían más que notables. 

Jamás pensó que existiera ser humano que se acercara tanto a la perfección. 

 -Deidara.- dijo, llamándole la atención al otro.- Sé parte de mi colección.  

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Nunca en su vida pensó que el pecho podía dolerle de esa forma tan continua.La acción de hacerle centrar su atención una vez más en las iris beige anaranjado del acompañante más la petición soltada al aire de aquella forma tan sencilla le hicieron desconcentrarse a mayores. 

Intentó poner algo de orden en su mente. 

Obviamente el maestro se refería a su múltiple colección de preciados esclavos sin vida a la que él llamaba “arte”, pensó para si mismo, intentando no cavar en el hondo desdén que le causaba el estilo del pelirrojo y centrándose en la proposición ya nombrada.

 Con serenidad pensó en que con realidad vio su cuerpo como un arma de artillería, pues había comprobado que, aunque no compartiera su misma filosofía, tenía cualidades en la lucha que de seguro eran apreciadas por el marionetista, aunque fuera mínimamente. Habiendo formulado ese esquema de ideas en su mente, se dispuso a organizarlo para expresar con serenidad y adultez su respuesta.

 -Yo respeto su estilo y su forma de ver el mundo, Danna.- Empezó.- Sin embargo supondría una hipocresía por mi parte convertirme en lo contrario absoluto de mi forma de arte, con lo cual…-No estaba seguro. Había resarcido su espíritu para llegar a la conclusión, pero no pensó que sería tan difícil expresarla con palabras.- si yo muero antes que usted, siéntase libre de usar mi cuerpo. 

Observó la reacción brusca, como la expresión serena y calma se turbaba en el más puro sucedáneo de la ira.Se lo esperaba.

El maestro jamás había tenido buen talante para asimilar una negación a sus peticiones, aunque dicha fuera expresada con educación y modales, era incapaz de retener su decepción, que en su caso se veía transformada en el mas puro odio, que solía descargar a forma de cruel y frío cinismo e incluso a derrocharlo en batallas sin sentido. 

Instintivamente dirigió su mano hacia su arcilla, sin embargo no actuó, pues no estaba seguro de si desencadenaría a un combate. 

Sasori tenía una expresión bizarra, de la ira entremezclada con el sufrimiento, del dolor fusionándose con el odio. 

Era la fijación de su rostro que más humanismo había despertado jamás. 

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Algo parecido a la soberana molestia se había cernido sobre si ante el comentario del otro. 

No estaba furioso, sin embargo no se negaba encontrarse algo incomodo con aquella sensación. 

La facilidad con que el rubio había situado su cuerpo de fallido en un futuro en sus manos no le causaba gracia alguna, jamás pensó que el respeto que le tenía llegara a tales niveles, nunca le vio como a la típica persona que revestía su carácter con modalidades y buenas formas, siempre deparaba en él como al precoz a crear revuelo, junto a muchos de sus otros camaradas. 

Sin embargo la respuesta le sacó de la mente la idea que tenía de aquél individuo. 

No apartó sus ojos del otro, contemplando como en un acto de autodefensa deslizaba su mano hasta la pequeña bolsa que contenía el material explosivo.

“Típico” Pensó para si.

Todo gesto viviente de él era considerado amenaza, y más para él, con el que ya había mantenido suficientes discusiones. 

Reparó a visualizar de forma inconsciente y casi mecánica una vez mas el rostro del otro, detallando con su mirada la finalidad, cada línea de la anatomía facial, como si quisiera copiarla para plasmarla en su mente y no dejar que se borrara jamás, para recrearla en su totalidad cuando el rubio no se encontrara frente a él. 

Indicó con la mirada que retirara su mano de la zona, cosa que el rubio hizo sin preámbulos, mirándole confuso.

Algo en si se mantenía turbio, sin entender el porqué de aquella sensación que rozaba la angustia había aparecido como de la nada en sus sentidosPreocupación, desconsuelo.

Palabras vacías que no expresaban con claridad la mezcla de remolino que se formaba en la mente de él. Nada podía describirlo. 

-Eso no va a ser posible.- Respondió con naturalidad y con sencillez ya típicas de su tono neutro. 

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Sin dejar de contemplar el inexpresivo rostro del pelirrojo, no pudo mostrar más que la repleta ignorancia ante la contestación.Su mente se recomió a si misma intentando buscar el mensaje en aquella casta respuesta, mas nunca había por donde rebuscar y encontrar los códigos en las expresiones complejas del maestro, no había por donde cogerle, no se podía leer su corazón. 

Pensó con fiereza, no quería destacar su ignorancia ante el porqué de tales palabras, quería saber que significado tenían para él, que le estaba diciendo entre líneas, que metáfora o símil utilizaba en aquella frase. 

Quería desmantelar lo que se ocultaba en aquella prosa, en aquel sencillo gesto. 

Aunque realmente, no era la primera vez que deseaba saber que se ocultaba bajo las respuestas casi monosilábicas del marionetista. 

Su instinto desventurado le rogaba a gritos que descubriera sobre él, que se hundiera en el carácter cínico y arisco, que se le permitiera divagar en la experiencia que el maestro poseía, que se cernía bajo la apariencia joven artificial, bajo aquél disfraz digno de conservar su máxima intimidad, atesorando sus memorias y sus verdaderos rasgos personales en lo mas hondo, sin dejar paso a nadie, igual a la zona en la que se recluía. Sus secretos se resguardaban en una guarida lúgubre y fría, en un corazón muerto. 

Recorrió a la desesperada acción de cuestionarle, no aguantaba más la intriga que se acumulaba en su cuerpo.

 -¿Por qué?- inquirió con voz turbia, inseguro de sus palabras. 

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El sonido de su voz retumbó en eco sobre su mente, se encontró en situación no planeada. 

No hubiera pensado que la inocencia se hiciera patente jamás en el otro artista, más lo hizo y de una forma desbordante, haciéndole continuar con su busca, reseteando su memoria para recordar en cual de los sentimientos se encontraba, en cual de las sensaciones humanas dejadas tiempo atrás se recobraba la sensación sentida. 

¿Sería dolor? Demasiado leve. ¿Sería remordimiento? No contenía coherencia. 

Se exprimió con saña las ideas para lograr sacar algún jugo de estas, algo que le pudiera resaltar la solución, la respuesta necesitada.

Repasó sus conocimientos, sus años como ser humano, las emociones sentidas, lo experimentado. 

Sin embargo nada se le comparaba a lo sentido, absolutamente nada.

Sus ojos analizaron al rubio. 

Siéndole imposible denotar la reacción en su cuerpo, la sensación experimentada, el sexto sentido sufrido y expuesto. 

Dejando a su cuerpo libre de presiones, sin desear descubrir el porqué, importándole el presente y no el futuro. 

-Porque no pienso permitir que mueras antes que yo.-concluyó finalmente.- 

Comprobó con sus propios ojos como los parpados del artista efímero se ensanchaban para dejar ver sus orbes azules profundas, clavándose sin temor alguno en las de él.

Viendo como en un gesto simple apartaba el mismo la cortina de cabello dorado que restaba en su perfil izquierdo para quitarlo del camino, acercando su rostro con lentitud para aproximarse, llegando al punto que tanto él como el rubio respiraban el mismo aire, dotando a la distancia que les separaba de una ligera nimiedad, siendo casi nula. 

No tomó el rostro con sus manos, se deleitó de la cercanía del otro. Sin llegar a tocarse pero compartiendo el oxigeno.

Podría estar así para siempre. 

Eso era más que suficiente para un no humano como él. 

Realzó su rostro a la altura necesaria para que el roce fuera producido finalmente, notó los labios tibios dotados del calor humano tan característico que desprendía él, siendo eclipsados por los suyos, fríos e innaturales.

Notando la delicadeza y la suavidad, redescubriendo que el sentido del tacto, el cual no había experimentado durante muchos años, se apoderara de su autocontrol tan firme y se dejara deleitar por la sensación, notando como la zona lúgubre se esclarecía por momentos, no la habitación, sino el pequeño recoveco de su cuerpo que residía siempre sin palpitar.  

 

Notas finales: Lo tenía pendiente ;) tengo un proyecto para empezar un fic largo de esta pareja, ¿interesaría?

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