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El Robo por midhiel

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El Robo

La idea del fic no es mía sino de Lui, que tiene ideas geniales, por cierto. ^^ .


Capítulo Uno


Aragorn, el Rey Coronado de Gondor y Arnor, se sentó en un vértice de la cama, frustrado, humillado e impotente. Nunca le había ocurrido aquello. Llevaba diez años de matrimonio con el apetecible y fascinante Legolas y nunca le había ocurrido aquello. ¿Cómo podía llamarlo? ¿Desgracia, fatalidad o simple suerte?

El hermoso Legolas se incorporó en el colchón. Al ver a su esposo tan desolado, hubiera querido decirle que aquello no tenía importancia para él, pero el elfo no lo sentía así. Todo su cuerpo estaba encendido como una hoguera. Aragorn había estado preparándolo para la penetración por media hora con besos y caricias, y ahora, justo en el momento crucial, su pene había dejado de responderle.

-¡No me mires así! – reclamó el hombre, al notar su mirada demandante -. ¡Ya tengo suficiente con esto!

-¿Cómo pretendes que te mire? – respondió Legolas, fríamente.

Aragorn se sintió aún peor. …l estaba impotente y su esposo, insatisfecho.

-Por lo menos sé un buen marido y consuélame, Legolas. Dime, no sé, dime que esto es normal.

-No es normal porque jamás te ocurrió antes – replicó el elfo, cruzando los brazos. Por su tono, se entendía cuan frustrado estaba.

Aragorn separó las piernas para observarse el pene. Quizás si lo miraba fijo por algunos minutos, conseguiría reanimarlo.

Mientras tanto, Legolas abandonó la cama de muy mal humor.

-¿A dónde vas? – quiso saber el hombre.

-A mojarme con agua helada, ¿qué crees? – y, dando un portazo, se encerró en el baño.

Aragorn pensó qué podía haberle sucedido. Había llegado esa mañana con Legolas y por la tarde había salido a cabalgar con sus hermanos por las fronteras del valle. Tal vez la cabalgata había adormecido su hombría. Sin embargo, en Gondor pasaba horas a caballo por los campos de Pelennor y cada noche su miembro respondía como debía responder.

Otra posibilidad podía ser la extraña tarta de calabazas de Erestor. Aragorn juraba que le había advertido un gustito especial. Quizás algún aderezo inconveniente para la virilidad de los édains.

Legolas regresó del baño. Se había echado dos cubiletes de agua fría en la cabeza y uno entre las piernas. Pero desgraciadamente su excitación no se había apagado.

El hombre lo contempló. El elfo era precioso, exquisito y deleitable. Bastaba mirarlo para arrojársele encima. Mas Aragorn no sintió nada.

-Inténtalo otra vez – pidió Legolas, seductor, sentándose en sus rodillas.

El rey se negó.

-Que me pase una vez puede convertirse en anécdota. Pero si son dos, ya sería legendario. Y no quiero pasar a la historia como el rey que no pudo con su consorte.

-Aragorn. ¡Por favor! – protestó el elfo, irguiéndose -. ¿Quién se enterará si no funcionas?

-¿Funcionar? – Aragorn lo miró, furioso -. ¿Qué te crees que soy? ¿Un objeto que tiene que funcionar para satisfacerte?

-Eres insufrible – rezongó Legolas y cruzó otra vez los brazos.

Aragorn dio varias vueltas por la recámara como fiera enjaulada. Después se puso los pantalones y se acostó de lado en el lecho, dispuesto a dormirse.

-Buenas noches – se despidió lacónicamente.

-Entonces, ¿te darás por vencido?

-¿Ves alguna salida para todo esto? – preguntó el hombre, deprimido.

Legolas captó la decepción en su voz y al fin entendió que para su marido este hecho tenía connotaciones más negativas que la simple frustración que el elfo estaba sintiendo. Aragorn estaba sufriendo de veras. Su soberbia no le dejaría admitirlo, pero este asunto de la impotencia lo había humillado más de lo conveniente.

-Tal vez tu adar pueda ayudarnos – propuso Legolas en tono conciliador.

Aragorn sacudió la cabeza con determinación.

-No, Legolas. No quiero que nadie se entere.

Legolas suspiró, preocupado, y reflexionó un rato más.

-Elrond no tiene porqué enterarse – opinó el elfo -. Conozco una pócima estimuladora. Podríamos ir a su gabinete a buscarla. ¡Oh! – se frotó la cabeza -. Ahora que lo recuerdo tu adar está allí, preparando medicinas para el viaje que hará mañana. No hay problema: tú distráelo mientras yo entro y…

Aragorn saltó.

-¿Me estás proponiendo que robe a mi propio padre?

-Como si no lo hubieras hecho otras veces.

-Esto es diferente. Mi situación es diferente – suspiró el hombre. Su decepción era conmovedora -. ¿Pero qué hice para que me sucediera esto?

Su esposo se sentó a su lado y lo tomó de las manos.

-Aragorn, mírame.

El hombre lo miró a los ojos. Su elfo era una criatura bellísima.

-Te conozco lo suficiente para saber que no dormirás con este problema – reconoció Legolas -. Pudo haber sido el viaje, pudo haber sido la cabalgata, pudo haber sido, no sé qué pudo haber sido. Pero lo cierto es que esto te está preocupando más de lo debido. Si no quieres conversar con tu adar, al menos déjame conseguir el estimulante que puede ayudarte.

Aragorn separó las piernas y volvió a observarse la virilidad que seguía sin encenderse.

Legolas le besó la mejilla cariñosamente. El rey suspiró. Entonces, el elfo posó los labios en su cuello, en su mentón, en su oreja, en su nariz, en su boca, y con la mano comenzó a acariciarle el pecho y el vientre, descendiendo directo hacia sus genitales.

-¡Basta, Legolas! – Aragorn lo rechazó bruscamente -. ¿No entiendes que esto no se mueve? – se señaló hacia abajo.

Enojado, el elfo se vistió en segundos y enfiló hacia la salida.

-Voy al gabinete a conseguirlo, Aragorn. Si quieres acompañarme, ven, y sino quédate a esperarme. ¡Eres un insufrible!

El hombre cruzó los brazos sin responderle.

Legolas salió y cerró de un portazo.


………


Como Legolas lo había imaginado, Lord Elrond, el señor de la casa y padre adoptivo de su marido, estaba seleccionando las medicinas para el viaje que haría a Lórien en la mañana siguiente.

El joven elfo se escondió detrás de la estatua que custodiaba la entrada al gabinete. Ya había pasado más de las dos y Elrond no demoraría en acostarse. Tenía que partir a la madrugada y, aunque los elfos eran seres que no necesitaban dormir en demasía, Legolas sabía que descansar por la noche era un ritual sagrado para su suegro.

-Legolas – oyó que murmuraban su nombre.

El elfo giró y se encontró con Aragorn.

-¿Quieres que entretenga a mi adar? – se ofreció el hombre.

Legolas asintió con una sonrisa. Su esposo era así: se enojaba con una facilidad asombrosa pero nunca, jamás dejaría a su elfito solo, fuera la misión que fuera.

Aragorn se acercó al umbral.

-Ada – carraspeó -, necesito tu consejo.

Elrond dejó los frascos sobre una mesita para mirarlo de pies a cabeza. “Por Melkor encadenado”, maldijo el hombre. Había olvidado que su adar sabía oler mentiras.

-¿Sobre qué, Estel?

-Sobre asuntos de gobierno, ada – respondió su hijo -. Necesito tu consejo sobre asuntos de gobierno.

-Entonces, entra, Estel.

-No. Verás, necesito que salgamos a caminar. Necesito tomar aire fresco.

Elrond alzó una ceja. Aragorn se traía algo entre manos.

-¿Qué es exactamente lo que quieres?

Aragorn no sabía mentir y echó un vistazo hacia la estatua, pidiendo auxilio. Pero Legolas estaba tan bien escondido que no se advertía ni su sombra.

Con un suspiro, el medio elfo se acercó a su hijo y le palmeó el hombro.

-Salgamos al jardín, Estel.

Adar e ion se retiraron. Legolas aguardó a que estuvieran lejos para salir de su escondite y, como saeta, se coló en el gabinete.

Había frascos pequeños, medianos, grandes, gigantes. Los había transparentes, blancos, azules, verdes, ámbar y morados. Algunos contenían líquidos, otros polvos y otros hojas. A su vez estaban los que sabían a flores y los que olían a orco y era conveniente mantener cerrados.

Legolas repasó con la mirada los estantes repletos de recipientes. Elrond era muy puntilloso y había un sector para cada caso. El joven fue leyendo las distintas inscripciones hasta dar con los que prevenían enfermedades venéreas y problemas sexuales.

-Debe estar por aquí – dedujo el elfo.

El famoso estimulante que buscaba, se extraía del polen de una flor que crecía exclusivamente en la cima de las Montañas Nubladas. Era de color ocre, o al menos eso creía recordar Legolas. Lo había visto sólo una vez, cuando un hermano suyo lo necesitó para la noche de bodas.

-…ste debe ser – sonrió, levantando un frasco. Quiso leer la inscripción, pero lamentablemente la tinta estaba borroneada.

-¿Y eso era todo lo que tenías que decirme, Estel? – oyó la voz nada feliz de Elrond, acercándose -. ¿Tanto ajetreo para consultarme qué traje puedes llevar los días festivos?

-Este Aragorn que no sabe mentir – masculló Legolas, irritado. Y con el recipiente en mano, abandonó el gabinete tan rápido como se lo permitieron sus ágiles piernas.

TBC

Aiya:

¿Qué les pareció? Sólo tengo una frase: ¡Pobre Aragorn!

Besitos

Midhiel

P/D: Ya me estoy poniendo con mis otros fics inconclusos y empezaré a actualizarlos muy pronto.
Notas finales:

Quería actualizar esta historia ayer pero por alguna razón la página no me abría.


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