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Insomnio por 0Kasumi0

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Notas del fanfic:

 Emm...Bueno...si alguna de las lectoras de "Winter" ve esto se debe estar preguntando que hago publicando un one-shot cuando debería estar escribiendo el cap 9 ^^` *traga en seco* ¡No me miren asi! TT_TT Lo sieeento! Juro que esto fue algo inevitable.

 Simplemente estaba la otra noche, despierta a las 5 de la mañana y pensé :"maldito insomnio" y de la nada se me ocurrió escribir mi primer y seguramente último one-shot. 

 Ahoritas, apenas publique esto me dedico de lleno al capitulo 9 u.u

   Ojala les guste esta locura que escribí medio lucida ^^U.

 Declaimer: esta historia es original y de mi autoria, cualquier semejanza con la realidad es sólo coinsidencia.

Notas del capitulo:

 Ojala, si lo leen, les guste ^^U y me dejen un comentario XD, aunque lo odien ^.^

 

PS: sean consientes que esto lo escrbí medio dormida, asi que no es ninguna obra de arte xD

Insomnio

  Giró por quincuagésima vez en la cama, quitó la sabana que reposaba sobre su cuerpo, pero al instante volvió a taparse. Se froto los ojos en la oscuridad,  tosió un par de veces y, nuevamente, volvió a girar en el lugar.

 

- Mierda, mierda, mierda. Quiero dormir- su voz sonaba aún más ronca de lo común y su tono demostraba un cabreo temible.

 

 Con un gruñido de frustración encendió la luz de su mesa de noche, iluminándose así toda la habitación. Un cuarto digno de un chico del barrio alto como él.

 

Paredes empapeladas de posters autografiados de sus jugadores de Beisball favoritos, un bate que seguramente le costó una fortuna a sus padres tirado en un rincón y la ropa de ese día echa un nudo cerca de la cama; ya la recogería la sirvienta al día siguiente.

 

  Sí, Edward Dabler era el típico hijito de papá, con su propia y espaciosa habitación en el segundo piso, un baño con jacuzzi en la puerta contigua y un montón de chucherías "última generación" apiladas en el armario.

¿Cómo podía ser que ÉL tuviera insomnio? Se froto sus ojos con fuerza, intentando borrar las ojeras que seguro ya se habían formado, arruinando así su perfecto aspecto. Soltando un bostezo miró con desgana el reloj digital que yacía junto a su lámpara.

 

5:43, los números parpadeaban en rojo, sacándole en cara que sólo quedaban dos horas para tener que ir a la universidad y no había lograda dormir ni una puta hora en toda la noche. Toda la culpa la tenía ese cabrón de Reeve Hawkes. Ese malnacido había logrado echar abajo su estatus social, hacer que su novia le cortara y dejarlo como un marica frente a todo el mundo en sólo un día. Inevitablemente resonaron en su agotada mente las palabras que le dirigió ese poca cosa cuando se conocieron.

 

"Los maricas no nacemos maricas, otros maricas nos convierten " si, esa especie de trabalenguas era el que le había soltado luego de que Edward y sus compañeros le hubieran dado a ese puto maricón metalero lo que se merecía por pisar SU universidad vestido así. Ese día el rubiecito había llegado a su casa echando humo, maldiciendo en todos los idiomas conocidos a ese imbécil que se había atrevido a intentar darle un sermón luego de que lo machacara.    

 

 Había jurado arruinarle la vida a ese asqueroso hippie, pero en algún momento las tornas se habían volteado. No, no "algún" momento. Fue EL momento. El día en que al rubio se le había ocurrido seguir al idiota, sus intensiones eran atosigarlo un poco más, incluso fuera del campues.

 Después de casi una hora de conducción el moreno se había bajado de su moto y en cuanto se adentró en un callejón Ed no dudó en seguirlo.

 

 La estupidez más grande que haya cometido. Resulta que el marica tenía más fuerza de la que aparentaba y en menos de 3 segundos lo tenía atrapado entre su cuerpo y el piso.

 

"A pesar del montón de mierda que tienes en el cerebro...estás bastante bien, niño"   Oh...sí, desde ese día nada volvió a ser igual. El acosado era ahora el rubio, mientras el otro disfrutaba acorralándolo en baños, callejones, estacionamientos, pasillos o incluso bares. De alguna manera Edward entró en un juego enfermizo y al cabo de un mes no le parecía en absoluto extraño que Reeve lo besara, incluso empezaba a disfrutarlo...

 

 Pero esa tarde todo se había ido a la mierda.

 

 Era el cumpleaños de su novia, así que entre sus compañeros y las amigas de ella se habían largado a un buen bar, dispuestos a celebrarlo hasta el amanecer.

 

Edward le había regalado a Carla un collar carísimo, de esos de piedras preciosas y materiales innecesariamente caros que les gustan a las descerebradas como lo era su novia, una fiel seguidora de Paris Hilton. Todo era perfecto, hasta que...de la nada, apareció él.

 

 Venía con su aspecto de siempre, el pelo negro suelto le caía por debajo de los hombros, los ojos de un castaño rojizo...brillando, tan apasionados que harían temblar a cualquiera. Su inseparable chaqueta de cuero y los vaqueros desgastados de todos los días.

  Cuando lo vio entrar, con las pesadas botas resonando contra el piso, el rubio se permitió admirarlo unos instantes. Con esa belleza que imponía. Por desgracia no fue el único que se percató de su presencia y pronto todos guardaron silencio, observando con mudo asombro como el sujeto no se detenía hasta quedar parado junto a la mesa que compartía Ed con sus amigos, más precisamente hasta quedar a sólo unos centímetros del cuerpo del rubiecito.

 

 Como por acto reflejo éste soltó la mano de su novia, mirando -incrédulo- como el amante de las motocicletas se inclinaba, deteniéndose a sólo unos milímetros de su boca.

 

 Le había dirigido una sonrisa triunfal, y antes de que nadie supiera lo que pasaba junto sus firmes labios a los temblorosos de su victima. Edward ni siquiera lo intentó apartar, no hizo ningún esfuerzo por evitar que deslizara su voraz lengua por entre sus labios, ni siquiera se quejó cuando le mordió la suya.

 

 Estaba demasiado pasmado para hacer nada. Cuando el beso terminó el moreno se volvió a enderezar y dirigiéndoles una sonrisa glaciar a todos los presentes abandonó el bar. Con un paso tan digno como al llegar. A penas la puerta se cerró a sus espaldas estalló el caos en el lugar.

 

 Inconscientemente Ed se frotó la mejilla izquierda, que era donde había recibido la bofetada de su vida. Le dolían los oídos de sólo recordar los chillidos que dio su novia, o mejor dicho: ex-novia, cuando logró procesar lo que estaba pasando.

 

 

 ¿Sigue sin quedar claro el por qué de su insomnio?

 

 Volvió a dirigir su mirada azabache hacia el reloj.

 

6:12

 

- Te odio- de alguna manera esperaba que sus palabras le llegaran al imbécil ese. Seguramente Reeve estaba durmiendo de lo lindo, con una sonrisa victoriosa en sus labios y dulces recuerdos de su venganza por fin cumplida.

 

 

 Resignado a que no podría dormir nada se arrastro fuera de la cama y empezó a caminar con desgana hacía su baño. La imagen en su espejo le informó algo que ya se esperaba; tenía un par de enormes ojeras, los ojos rojizos por la falta de sueño y el pelo apelmazado por el sudor.

 

 ¿Quién creería que ese era el famoso Edward Dabler? Gruñéndole a su imagen se quito la camisa gris que usaba como pijama, dejando a la vista su trabajado abdomen y su tal vez demasiado angosta cintura. Tenía el cuerpo que correspondía a un atleta como él y un rostro que concordaba con su estatus social.

 

Bueno...el que poseía hasta ayer.

 

 Mientras se metía bajo el tibio chorro de agua no pudo evitar acobardarse un poco ante lo que le esperaba en la universidad. El mismo hubiera humillado a cualquier chico si éste hubiera estado en su situación. Jamás pensó que a él le tocaría vivir algo así. ¡Era absurdo siquiera imaginarlo!

 

 Pero había pasado y tendría que soportar las consecuencias por sus próximos 4 años de carrera. Cuando por fin lograra salir con el dichoso titulo en medicina se largaría de la ciudad.

 

 A algún estado lejano en el que nadie lo reconocería.

 

-¡Maldición!- su puño colisionó con fuerza contra los azulejos. Al menos no tendría que volver a hablar con el maricón que lo metió en eso.

 

 Sólo le quedaba esperar que su padre no se enterara de nada, si la historia llegaba a oídios de su progenitor...podía empezar a hacer las maletas, seguro que lo terminaba por enviar a la academia militar. Sospechaba que ni siquiera su madre intercedería a su favor esta vez, seguramente la pequeña y amable mujer lo miraría con pena y le diría: "Cosechas lo que siembras, hijo”. Que consejo más útil cuando su vida ya se había ido por el desagüe, pensó con sarcasmo.

 

 En su habitación sonó el familiar sonido de su despertador, ya eran las 6:30. Con movimientos lentos por el cansancio cortó el agua, saliendo de la ducha con una toalla amarrada en la cintura.

 

 Se vistió con rapidez; una camisa gris opaco- como su ánimo- y unos jeans claros. Intentó peinar sus rebeldes cabellos rubios y se echó un poco de colonia.

 

Una última mirada al espejo lo llevó a plantearse usar un poco del cubre-ojeras de su hermana, pero no. Prefería llevar las marcas de su sufrimiento con orgullo, lo acababan de marcar como el marica del año, no necesitaba ayudar a la imaginación de sus compañeros poniéndose maquillaje, seguro que solitos encontraban bastantes modos de humillarlo.

 

 Abajo su madre gritó para que bajaran a desayunar y salió, con la mochila al hombro. Estaba a punto de bajar las escaleras cuando la falsamente melosa voz de su hermana lo detuvo.

 

- Vaya, pero si es el maricón de la familia- había olvidado por completo que su "hermanita" a pesar de que aun no salía del instituto era una chismosa de las peores, era de esperarse que se enterara del desastre de ayer- Me sorprende que tengas el valor de ir a la Universidad ¿Seguro que no prefieres reportarte enfermo?- se rió con maldad.

 

 La puta de Karen, su hermanita menor lo odiaba desde que tenía uso de razón. Nunca había entendido el motivo, pero sospechaba que eran celos. Él fue una gran celebridad en la escuela y siguió el mismo camino en la universidad, siempre llamando la atención con su pelo rubio y sus ojos color carbón. En cambio ella, aunque bonita, era más bien del montón, su pelo castaño oscuro y lleno de rulos que penas si lograba controlar y una nariz con unas pequitas que cubría a base de mucho maquillaje.

 

 

- Vete a la mierda, Karen. No estoy de humor- ignorándola totalmente empezó a bajar las escaleras pero una mano en su hombro lo retuvo.

 

- Sólo espera a que papá se entere de que su hijo prodigio es el homosexual del siglo- le siseo la víbora de su hermana. En dos segundos su cuerpo estaba contra la pared y una mano apretaba su cuello con fuerza.

 

- Escúchame, enana. Si papá se llaga a enterar de algo de esto...- hizo un poco más de presión, cortando por completo el flujo de aire de su garganta- Toda la ciudad se va a enterar de que tan virgen es la inocente Karen Dabler a sus 16 años- la soltó de golpe y la chica cayó al piso, tosiendo por el ahogo.

 

- Hijo de puta- escupió cuando Edward siguió su camino hacía la cocina.

 

- La misma que te parió- le devolvió el rubio sin siquiera voltearse.

 

 

 En la cocina su madre estaba sirviendo zumo de naranja en dos vasos y un delicioso olor a tostadas con mantequilla llenaba el ambiente.

 

- Buenos días cariño- lo saludó la mujer con una sonrisa. Su pelo era tan rubio como el de su hijo y sus rasgos que destilaban amabilidad y ternura.

 

- Buenos días Ma- Edward se desparramó en la silla, cogiendo una de las tostadas y casi atragantándose con ella.

 

- ¿Qué forma de sentarse es esa?- el chico se enderezó de golpe al oír la estricta voz de su progenitor.

 

- Padre- saludo, un tanto nervioso de que estuviera allí, normalmente salía a eso de las seis al trabajo ¿Habría oído algo?

 

- ¿Cómo vas en la Universidad?- la pregunta era casi una rutina, cada vez que se veían era la mismo. Stephen Dabler no era un hombre dado a las demostraciones de afecto.

 

- Bien, mis notas son las mejores- la misma respuesta de siempre, también.

 

- ¿Y qué tal te va con Carla?- el estudiante trago saliva, esa era una pregunta que hubiera preferido no escuchar. En ese momento entraba en la estancia la menor de la familia, quien le dirigió una sonrisa maldita antes de saludar a sus padres.

 

- Bueno...la verdad es que...terminamos ayer- por primera vez el señor Dabler apartó la vista del periódico y lo miró.

 

- ¿Ayer? ¿El día de su cumpleaños?- levantó las cejas en un gesto entre perplejo y enfadado.

 

- Sí...-respondió con vaguedad, estrujándose el cerebro en busca de una excusa convincente.

 

- ¿Y qué pasó? ¿Le diste el regalo que te dije?- presionó.

 

- Sí, señor, pero...

 

- ¿Entonces cuál fue el problema?

 

- Yo terminé con ella- pudo ver como su hermana casi se larga a reír ante esa afirmación.

 

- ¿Por qué? Era una chica decente y su padre es un médico respetable. Te hubiera ayudado a encontrar un buen trabajo en el futuro- como siempre sólo se preocupaba de lo que le convenía a la familia, eso lo relajó un poco en cierta medida, seguramente no lo molestaría más si le decía una verdad a medias.

 

- Me engañaba- eso era cierto, pero...él también la engañaba a ella ¿Y qué?- Y me estaba jugando mi orgullo ¿Qué dirían todos si lo supieran? Lo mejor era terminara con ella de una vez por todas- las cejas de su padre se volvieron a alzar, pero finalmente devolvió su atención hacía el periódico en sus manos.

 

- En ese caso está bien, supongo- y ahí terminó la conversación.

 

 

 El rubio se tomó de un trago todo el vaso de jugo de naranja y despidiéndose de todos salió de la casa a la carrera.

 

- ¡No te apures, cariño! ¡Aún es temprano!- le gritó su madre desde la puerta, lo que ella no sabía era que su hijo tenía intenciones de llegar antes que nadie a la universidad, así se evitaría molestias innecesarias por la mañana.

 

 

  Aparcó su flamante Volvo c70 azul en la esquina más apartada del estacionamiento y por una vez deseó que su querido auto no llamara tanto la atención. La escalera de piedra que daba a la entrada principal del campus estaba casi desierta, sin embargo los pocos que circulaban dejaron de hacer lo que sea que estuvieran haciendo en cuanto lo vieron. Los murmullos, bromas y risitas se escuchaban por donde pasara.

 

 Al menos...sus ex-amigos no habían llegado aun, pues sabía que era de ellos de quienes realmente se tenía que cuidar.

 

 Llegó casi corriendo al salón de Embriología y a penas si logró contener la carcajada sarcástica que estuvo a punto de brotar de sus labios cuando vio que la profesora de la materia lo miraba con la misma expresión que el resto del mundo. ¿Es que acaso hasta los profesores se habían enterado?

 

- Eh...buenos días, Dabler- cuando por fin dejó de mirarlo como una idiota la profesora medio logró saludarlo.

 

- Buenos días- gruñó el rubio. Con un suspiro cansado se dejó caer en uno de los bancos. Cuatro largos años más de soportar ese infierno...y aún no tocaba lo peor. Estaba seguro de que le esperaban múltiples palizas y bromas pesadas, tal como él mismo lo hacía hace tan sólo un día...- Puto Reeve- murmuro bajito.

 

En otras circunstancias buscaría venganza, pero estaba tan derrotado que se conformaba con que ese idiota se mantuviera lo más alejado de él posible.

 

 

 Desde el pasillo se empezaron a oír los pasos y conversaciones de los demás alumnos de medicina y justo en el instante en que sonó el timbre para anunciar el inicio de las clases el primer estudiante cruzó la puerta.

 

 Olvia Casel, una cerebrito a la que había humillado hasta el cansancio el año anterior. En cuanto la chica lo vio el dirigió una sonrisa de superioridad y acomodándose sus lentes pasó a su lado con un caminar digno. ¿Qué era de su vida si "Olivia cráter" se creía superior a él? Un escalofrío recorrió la espalda de Edward al recordar porque le había puesto ese apodo.

 

 

 

    El resto de la mañana pasó en relativa calma, aparte de los empujones, los "no me toques marica de mierda" y las miradas despectivas de cada puto ser viviente en el campus. Desde los profesores hasta la encargada de limpiar los baños, no ocurrió nada grave. Por lo menos hasta que llego la hora de almuerzo.

 

 Acababa de recibir su bandeja con comida y caminó hasta sentarse en algún rincón de la cafetería cuando cayó en la cuenta de que no había visto a Reeve en todo el día, no estudiaban lo mismo, pero...era extraño que ni siquiera lo hubiera atisbado en los pasillos.

 

 Genial, el muy hijo de puta lo abandonaba luego de lo que le hizo. Mínimo podría dar la cara.

 

 Estaba tan perdido en sus pensamientos que no se dio cuanta de que repentinamente toda la cafetería quedó en completo silencio y menos se percató de las sombras que se cernían sobre él. No al menos hasta que ya fue demasiado tarde para reaccionar.

 

 

- No pensábamos que tuvieras las agallas para mostrar tu asquerosa cara por aquí otra vez- una manó se aferró a su hombro impidiéndole voltearse, de todas maneras no lo necesitaba. Al instante reconoció la voz de su compañero de instituto: Gregory Walen. Que era, por cierto, el amante de Carla.

 

- ¿Hiciste tu trabajo consolando a Carla ayer, Greg?- sabía que no estaba en posición de burlarse de nadie, pero estaba en su naturaleza- Sólo espero que no haya vuelto a gemir mi nombre mientras lo hacían- Gregory guardó silencio. El muy idiota no tenía idea de lo enterado que estaba Ed sobre su relación con su novia, perdón, ex-novia.

 

- Vamos- fue todo lo que masculló luego de unos segundos de silencio, y sin que nadie dijera nada tres pares de manos obligaron al rubio a levantarse, empujándolo luego hasta la salida del comedor. 

 

 

  Edward supo desde el principio que lo llevarían a la bodega del gimnasio, él mismo había pensado que ese sería un buen lugar para darle una lección a los parásitos de la sociedad. Ni siquiera se resistió, la verdad era que se esperaba eso y no tenía ganas de de recibir golpes extra. Casi sintió alivio cuando cruzaron la puerta de metal y por fin lo liberaron. Lo primero que vio fue la sonrisa satisfecha que tenía Gregory, seguramente había estado esperando tener una oportunidad así desde hace años.

 

- Ustedes sujétenlo- indicó su supuesto mejor amigo.

 

- Pero, Greg...no es justo que te quedes toda la diversión- protestó Anthony, sin embargo hizo lo que le ordenaban y junto a Steve lo sostuvieron, con los brazos en la espalda.

 

- No se preocupen le dejare un par de dientes para que se entretengan luego- Oh, genial, ahora iba a tener que usar dentadura postiza por el resto de su miserable vida, sólo deseo que no lo dejaran sin descendencia.- Esto es por Carla- le escupió,  se vio tentado a echarse a reír, así como lo decía Gregory eso sonaba casi noble.

 

 

  El primer golpe dio contra su mandíbula, sin que se lo esperara. Quedó un tanto aturdido, pero no se quebró nada y creía tener todos sus dientes intactos.

 

- Y esto por ser un anormal de mierda- el segundo fue en las costillas y el rubio tuvo que apretar los dientes para no gemir por el dolor.- ¿Te duele?- acercó su rostro al de Ed y éste pudo sentir el apestoso aliento de su compañero contra la cara.- Pues no es nada comparado con como vas a quedar cuando termine contigo- y se rió, cual psicópata en medio de un asesinato- Tony, dame tu navaja- esas palabras hicieron temblar al rubio...¿Qué planeaba ese malnacido?

 

- Greg... ¿Qué pretendes? No lo podemos matar...- el rubio pudo sentir como los dos idiotas a sus espaldas se removían incómodos, sin saber muy bien que hacer. Aprovechó el momento para intentar soltarse de su agarre y huir, pero al instante aumentaron la fuerza con que lo sujetaban.

 

- Claro que no lo vamos a matar, imbécil- al parecer desde la "caída" de Edward al chico se le habían subido los humos a la cabeza, ya se comportaba como todo un líder tirano en el grupo.- Sólo pensaba...que su cara es demasiado normal para un puto maricón como él, deberíamos escribirle lo que es en todo ese cuidado rostro- al instante empezó a luchar con más fuerza ¿Con qué clase de psicópata se había estado juntando todos esos años? Bien que el había querido darles una lección a esos anormales, pero...jamás hubiera pensado en hacerles algo así.- ¿Qué esperas? No seas gallina y dámela de una vez- Gregory, con sus ojos celestes brillando por una emoción aterradora no quería esperar más, por fin Dabler le pagaría todas y cada una de las humillaciones que había sufrido por su culpa.

 

- Aquí la tienes...- sujetando al tembloroso estudiante de medicina con una mano, Anthony le entregó su navaja; tenía unos 8 centímetros de largo y la punta se curvaba, con todo el objetivo de desgarrar los tejidos al ser retirada del cuerpo.

 

 

 Edward tragó saliva ante la imagen y casi se echa llorar al sentir como Gregory lo agarraba por el pelo, evitando así que se apartara.

 

- A ver quien te va a querer mirar cuando termine...- sonrió con sadismo y lentamente empezó a acercar el filo a la mejilla derecha del chico rubio...lentamente, disfrutando cada instante de terror.

 

- ¡No!- alcanzó a gritar Edward y sin querer seguir viendo esa horrible imagen cerró sus ojos con fuerza, rezando por un milagro.

 

 

 Y el milagro llegó. Un grito ahogado lo llevó a abrir los ojos. Ahí, frente a él, se encontró con la imagen más increíble que nunca haya presenciado; Reeve, blandiendo un palo de hockey, era la viva representación del diablo. Con los ojos color arcilla, brillando con furia mientras pasaba por sobre la inerte figura de Gregory, caminando hacía el rubio.

 

 Por un momento Ed pensó que lo golpearía también y cerrando los ojos espero un golpe que nunca llegó. En cambio sintió como los brazos que lo sostenían se soltaban y cuando alcanzó a reaccionar se encontró con Alphonse y...el otro- cuyo nombre nunca lograba recordar- tirados en el piso, tan inconscientes como su amigo.

 

 

- ¿Q-qué...?- no se podía mover de lo asombrado que estaba ¿De dónde había salido? ¿Qué hacía ahí? ¿Por qué lo había salvado?

 

 

 El moreno vio las preguntas inscritas en su rostro, pero no dijo nada, se limito a arrastrar al paralizado rubio fuera de allí, éste no volvió a hablar hasta que sintió como una puerta se cerraba a sus espaldas y se encontró en una reducida habitación; con un catre, un escritorio y una mesita sobre la que reposaban una lámpara y un libro manoseado.

 

- ¿Dónde...?- que él supiera no había habitaciones en esa zona del campus.

 

- La habitación del conserje- le respondió el otro con gesto serio, sin embargo no pudo evitar sonreír un poco al ver la cara de asco que ponía el rubio, parándose al instante de la cama sobre la que se acababa de sentar.- Es un conserje, no un mendigo- No había diferencia para Ed, pero prefirió dejar el tema y centrarse en lo importante.

 

- No tenías porque salvarme, podía defenderme sólo- no era eso lo que quería decir, pero las palabras salían de sus labios sin poder detenerlas.

 

- Sí, claro. Eso fue lo que vi. Es evidente que podías con ellos tú solo- respondió con sarcasmo Reeve, él sí se dejó caer en el catre, conocía al conserje y no creía que fuera pillar ninguna enfermedad extraña.

 

- Bueno, jamás hubiera estado en esa situación de no ser por ti- casi gritó Edward, ya había olvidado por completo sus iníciales intensiones de disculparse. ¡Ese idiota siempre lograba sacarlo de quicio!

 

- Pues no lamento haberles mostrado lo que eres- el rostro del moreno se endureció y por unos instantes Ed le temió.- Un simple "gracias" bastaría.

 

- ¡Pues gracias por hacerme descubrir toda la puta verdad!- ahora gritaba en toda regla ¿Cómo podía ser que el moreno fuera tan cínico?- Gracias a ti mi vida se ha convertido en un cuento de hadas- para su sorpresa sus ojos empezaron humedecerse, volteó el rostro con rapidez, impidiendo así que viera las lagrimas que bajaban por sus mejillas ¿Por qué tenía que ser tan idiota? ¿Por qué? ¿Cómo era posible qué durante todo ese tiempo Reeve no se hubiera dado cuenta de sus sentimientos? ¡Se había sentido feliz, maldita sea! Había sido feliz cuando ese idiota lo besaba, cuando le susurraba palabras sucias al oído y cuando le acariciaba la nuca en ese gesto tan suyo. Por un puto mes llegó a pensar que podía significar algo para ese cabrón, pero no...Todo se había ido a la mierda el día anterior. Sólo había sido una puta venganza y lo peor era que se lo merecía, se merecía todo lo que le pasaba, pero... ¿Por qué dolía tanto?

 

  La esperanza había vuelto al ver que lo salvó, pero Reeve había seguido igual que siempre; serio, impasible, indiferente a su presencia. Jamás pensó que doliera tanto.

 

 Para entonces sus hombros ya se sacudían por los sollozos, se llevó las manos a la cara, intentando ocultar su sufrimiento de ese idiota que no lo merecía.

 

Pero unas cálidas manos se posaron sobre las suyas, apartándolas de su rostro con delicadeza.

 

-Shhh...no llores...- le alzó el mentón con suavidad, enfrentando así su hermoso rostro, empapado en lagrimas. Y sabía que era su culpa.

 

 Acercó su cara a la del chico y aunque éste pensó que lo iba besar...no fue así. En vez de eso besó sus mejillas, recogiendo con su lengua las lágrimas que seguían brotando de ese par de ojos negros.

 

- Perdón...- susurro bajito el moreno. Su voz era tan dulce...tan dulce que a Ed le dieron ganas de reír. Pero en vez de eso volvió a romper en sollozos, sólo que esta vez unos fuertes y reconfortantes brazos lo rodearon.

 

 

  Pasaron unos minutos así, hasta que el llanto cesó y Reeve pudo separarse del rubio. Una flamante sonrisa iluminaba su rostro.

 

- ¿Y qué, princesa, vais a entregarme una recompensa por haberos salvado?- sin pudor alguno deslizó su mano hacía la entrepierna del menor, éste se apartó de un salto, con un tierno sonrojo cubriendo sus mejillas ¿Quién diría que alguien lograría hacer llorar y sonrojarse a Edward Dabler en un sólo día?

 

- Idiota...- mascullo, desviando la mirada hacia cualquier otro punto que no fuera el rostro del moreno.- Ahora Gregory se va a enfurecer...- suspiro, intentando cambiar de tema.

 

- Pues te volveré a salvar- de un tirón en el brazo pegó al rubio a su cuerpo, lo sobrepasaba por casi una cabeza...y eso que Edward no era bajo en absoluto- En cuanto a mi recompensa...

 

- Eres un...- los labios del otro lo acallaron, fue un beso suave, corto y superficial, de esos que te dejan con ganas de más.

 

- Un simple "te quiero" me bastaría- la sonrisa picara no desaparecía de sus labios- Aunque si prefieres entregarme tu preciada virginidad...no me quejo... ¡Auch!- se frotó el hombro en el que Ed le acababa de pegar un puñetazo, no podía decir que el chico no tuviera fuerza, se imaginó como se vería su fibroso cuerpo desnudo...

 

- Te quiero...- las repentinas palabras lo cogieron desprevenido, no  pensaba que de verdad fuera a decirlo; con lo orgulloso que era...

 

- Pues que bien porque aún me debes mi recompensa- Oh, genial. El rubio mimado se le declaraba y él salía con un comentario inteligente.

 

- Hijo de la grandísima puta...- de un empujón Ed se separó de su cuerpo y dándole la espalda empezó a caminar hacía al puerta- No se te ocurra volver a acercarte o te juro que...- un brazo lo retuvo, rodeando su pecho en un incomodo, pero reconfortante abrazo. Guardó silencio, sintiendo el firme cuerpo del moreno contra su espalda.

 

- Yo también te quiero- su suave aliento chocó contra el cuello de su acompañante, quien tembló de alivio y alegría al escuchar esas simples palabras...había temido que...- Bueno, no creas que te presiono, pero...podríamos aprovechar este romántico momento para consumar esta maravillosa unión ¿No lo crees, princesa?- Reeve pegó más su cuerpo al del menor, dejándole sentir el creciente bulto entre sus piernas.

 

 

 Confirmado, Reeve era un idiota que sólo pensaba en sexo, pero...por algo la gente dice que no se elige a quien se ama. Y Edward amaba a ese cabrón.

 Una mano traviesa lo saco de sus pensamientos. Sin separar sus cuerpos el mayor había deslizado su mano derecha dentro del pantalón del rubio. Acariciando sus nalgas sin pudor alguno.

 

- Vamos...di que sí...- su actitud de niño pequeño no encajaba mucho con las acciones de su cuerpo- Estas tan ansioso como yo...- deslizó la otra mano hacía la erección de su compañero, desabrochando el botón de los vaqueros y dejando que éstos se deslizaran hasta el piso. Ed gimió audiblemente al sentir el contacto de su mano- Te ves...aún más sexy cuando gimes- con cuidado movió la derecha entre sus nalgas, rozando la tentadora entrada, aunque sin introducirse en ella todavía, por más impaciente que estuviera...le gustaba hacer las cosas con calma, al final el rubiecito terminaría rogándole porque lo hiciera.

 

- Reeve...-logró pronunciar el menor entre jadeos- Si intentas meter algo ahí...te castro- el moreno se rio con ganas al escuchar eso. Bueno, tal vez fuera un poco difícil hacerlo rogar.

 

- Pues inténtalo, cariño- arrastro su lengua por el cuello del chico. Por algún motivo su actitud lo encendía aún más- Pero...te advierto...que traigo unas esposas conmigo- esta vez logró contener el ataque de risa ante la expresión en la cara del rubio. Éste se había puesto lívido y empezaba a intentar soltarse.- Calma, calma, seré cuidadoso- esa voz, ese maldito tono de voz que usaba cuando se disponía a jugar. Edward la había escuchado muchas veces, pero nunca le había temido tano como ahora.

 

- ¡REEVE!- el gritó se escucho en todo el campus, pero mientras algunos lo confundían con los sonidos del trafico de la calle otros creyeron habérselo imaginado.

 

 

 

  Sí, Reeve Hawkes. Es un sádico, un homosexual declarado y un adicto al sexo. Pero es también mi novio y el idiota al que amo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Notas finales:

U////U Espero que les haya gustado...sé que es horrible TT.TT

  Ahh...en fin...me aprovecho de hacer propaganda xD, invitandolos a leer mi fic: Winter ^0^

 


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