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PERVERSA IMPERFECCIÓN por Kitana

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Notas del fanfic:

Tooodos los personajes de SS pertenecen a su creador, sólo los tome prestados para divertirme un rato XDDD

 

Quiero dedicarle este fic al sol de mi vida, mi esposo Alerob!!

Retiró el rostro de la ventana con gesto contrariado. No podía ser peor la sensación de inquieto malestar que le acometía. No se sentía bien desde la noche anterior, su persistente gastritis estaba haciendo de las suyas y no podía ni quería comer. Llevaba un par de horas encerrado en su habitación, esperando a que algo sucediera, que una señal venida del cielo le hiciera saber que las cosas estarían bien, que a pesar de todo, nada iba a cambiar.

 

La noticia del matrimonio de su madre le había caído como balde de agua fría. No le gustaba nada la idea de abandonarlo todo para ir a vivir a otra ciudad, con gente nueva, con la nueva familia exprés que su madre había conseguido en lo que a él se le antojaba un parpadeo. Todo se le antojaba como salido de un paquete que rezaba "sólo agregue agua".

 

Emitió un suspiro de disgusto mientras contemplaba sus maletas junto a la cama, ni siquiera le habían preguntado, simplemente alguien había hecho las maletas por él, en cinco minutos su vida había cambiado por completo y aún no conseguía aterrizar del todo.

 

Escuchó a alguien subir las escaleras, frunció el ceño de inmediato al imaginarse que sería su madre o su tía, no podía definir cual de las dos estaba más feliz con la próxima partida.

 

- Pase. - dijo con dureza al escuchar que llamaban a la puerta. Sabía que su anuencia no era más que una simple fórmula inválida, de cualquier modo entrarían.

- Hijo, el taxi esta esperando.

- Ya sé.

- Dante...

- Sí mamá, sí, ya voy. - dijo, con dos amplias zancadas se acercó a sus maletas. Su madre le miró con cierta reticencia. Desde que su padre muriera, el chico se había vuelto prácticamente ingobernable. No le discutía, pero, había momentos en que le parecía que la cuerda se rompería desde su punto más frágil.

 

Cuando salió, Dante ya estaba instalado en el asiento trasero del taxi.

 

- Cuídate Giulianna. - le dijo su ex cuñada a modo de despedida.

- Gracias, por todo. - dijo ella tomando una de las manos de su cuñada.

- No lo hice por ti. Después de todo, es el hijo de mi hermano, y aunque sea lo que es, es parte de la familia. -  Giulianna no supo como interpretar esas palabras, no supo como definir la mirada que le dirigía la mujer que se había hecho cargo de su hijo los últimos siete años. Le dio la espalda y abordó el taxi. Dante la miró con una expresión de furia contenida. Los negrísimos ojos de su hijo brillaron de una manera casi tétrica, haciéndole pensar en su difunto ex esposo. El padre de Dante había sido un hombre terrible, y su hijo  había crecido al lado de ese hombre que tenía fascinación por las armas y la cacería. ¿Cómo saber que tanto había de su padre en él?

 

Para cuando llegaron al aeropuerto, Dante vio morir todas sus esperanzas de que algo o alguien impidieran su partida. De mala gana bajo del vehículo y se apresuró a tomar sus maletas. Empezaba a sentir que la impotencia se convertía en verdadera furia.  Se obligó a si mismo a controlarse, aún cuando uno de los policías en el aeropuerto insistió en registrarle de nuevo al ver su aspecto.

 

- Tranquilízate, Grecia no queda tan lejos. -le dijo su madre cuando se encontraban en el avión. Dante se quedó callado, a sabiendas de que todo lo que dijera le produciría una crisis nerviosa a su madre.

 

Horas más tarde, el avión aterrizó en Atenas. Giulianna sonrió emocionada, las cosas estaban a punto de cambiar, y creyó que aquello sería benéfico para Dante. Por su parte, el muchacho iba predispuesto a lo peor. Cierto, tal vez su padre no había sido el mejor del mundo, pero jamás le había impuesto la presencia de otra persona a la que ni siquiera conocía.

 

-Vamos, Dante. - dijo Giulianna, Dante la siguió con apatía hacia la aduana, afuera de la cual estarían esperándoles su prometido y el hijo de éste. Ambos habían acordado que esa era una buena forma de que sus hijos se acercaran.

 

En esos momentos, se encontraban apostados fuera de la aduana, un hombre de poco más de cuarenta años, a su lado un chico de unos diecisiete años con cara seria le miraba de mala manera.

 

- Deberías comportarte, al menos por atención a Giulianna. - dijo el mayor con dureza.

- Lo intentaré mejor la próxima vez... - susurró el chico en voz apenas audible. No le hacia nada de gracia estar ahí, como tampoco le había gracia  un nuevo matrimonio de su padre.

 

Su padre llevaba ya  cuatro matrimonios en su haber, él había sido fruto del segundo, y no le gustaba nada esa idea de estrenar nuevamente madrastra y hermanastro.

 

El último había sido un plomo, un hipócrita de lo peor, por lo que se sentía predispuesto a la peor de las situaciones.

 

Pronto Giulianna y su hijo aparecieron frente a ellos. Se quedó estático mientras su padre se acercaba a saludarles. De mala gana se aproximó al ver que su padre le llamaba con insistencia.

 

Mientras su madre se encargaba de las presentaciones, Dante observo a ese muchacho delgaducho que se acercaba con la cabeza gacha y las manos en los bolsillos. No era nada del otro mundo... o al menos eso pensó hasta que el chico alzó el rostro y le dejo ver un par de hermosos ojos azules.

 

-  Hijo, él es Emmanuel Scouros, mi prometido; Emmanuel, él es Dante, mi hijo. - dijo Giulianna con una suave sonrisa. Dante estrechó la mano de aquel hombre sin ánimo. Prefería mirar los ojos de ese muchacho.

- Dante, él es mi hijo, Milo.

- Hola. - le dijo el muchacho con una sonrisa a todas luces falsa. De todas formas, estrechó su mano.

- Estarán cansados, vamos a casa, allá descansan un poco y luego saldremos a cenar. - dijo Emmanuel asiendo las maletas que cargaba Giulianna  - Milo encárgate de las maletas de Dante.

- Bien. - susurró el chico rubio. Dante lo miró, era un poco más bajo que él y un tanto delgado. Cuando se agachó a recoger sus maletas, aquellos cabellos de un rubio dorado, cayeron sobre su rostro, con un elegante movimiento, el chico los apartó dejando ver nuevamente sus impresionantes ojos.

- No tienes que hacerlo. - le dijo Dante al ver que a penas podía cargar las dos enormes maletas.

- Si no lo hago, mi viejo va a ponerse loco, déjalo así, el auto no esta lejos. - le dijo con una pequeña sonrisa.

 

No volvieron a hablar durante el trayecto. Pero Dante no podía dejar de mirar al muchacho. De alguna forma extraña, le parecía verdaderamente interesante.

 

Cuando se vieron a solas en la habitación que compartirían, Dante sintió deseos de interrogarlo.

 

- La cama junto a  la ventana es la mía, pero si no te gusta la tuya podemos cambiar, a mi me da igual, tengo el sueño muy pesado y duermo en cualquier parte. - declaró el rubio encogiéndose de hombros.

- Honestamente, creo que no estás feliz con esto, ¿verdad? - Milo sonrió.

- Casi tanto como tú. Y no te culpo. Lo de los hermanastros no es nuevo para mí, pero sí para ti. - le dijo mirándolo fijamente - Es obvio que esto es nuevo para ti. Mi padre debe estar feliz, tú eres todo lo que quisiera que yo fuera. - dijo con una sonrisa amarga. - Me voy, tengo una cita. - dijo y salió por la ventana. Dante lo miró sorprendido. Definitivamente ese chico no era como nadie que él conociera.

 

Se tendió en la cama al lado de la ventana, sintiendo que sus fosas nasales se llenaban con el suave aroma a manzanas que ese chico parecía emanar. No supo en que momento fue que se quedó dormido, pero para cuando despertó, Milo había vuelto y vestía un  traje oscuro.

 

- Despiertas justo a tiempo. Tenemos que estar listos en veinte minutos, mi ogresco padre ha decretado que iremos a cenar al mejor restaurante de la ciudad. - dijo mientras le miraba a través del espejo.

- ¿Qué hora es?

- Van a dar las siete. Dormiste un buen rato. - comentó el rubio con una sonrisa mientras se ajustaba la corbata. Dante se sorprendió a sí mismo encontrándolo atractivo.  La forma en que se movía., su andar, todo en ese muchacho le parecía en extremo seductor.

- ¿A dónde vamos?

- A uno de esos restaurantes elegantes, ya te lo imaginaras, supongo, mí padre quiere quedar bien contigo, convencerte de que me ayudes a cambiar. - dijo y dejó escapar una risilla. Dante no entendía absolutamente nada.

 

Dante se levantó de la cama y fue al baño, se lavó el rostro para ahuyentar el sueño. No entendía lo que Milo decía, no lograba comprender con precisión lo que sucedía ahí, ni a que se refería el rubio con que su padre quería que él le ayudara a cambiar.

 

Se visitó a prisa, estaba molesto, no quería tener contacto alguno con el futuro esposo de su madre, a decir verdad, tampoco con ella. Estaba demasiado molesto.

 

Todos subieron al auto de Emmanuel, Dante sintió que se hallaba en medio de una mascarada que parecía no tener trazas de terminar.  A su lado, Milo sonreía de manera extraña. No supo como interpretar aquello. Milo no parecía ser el típico adolescente, como él tampoco lo era., sin embargo, había un toque de oscuridad en esa personalidad que a simple vista parecía destellar luz.

 

Llegaron al restaurante, Dante y Milo se mantenían al margen de la conversación de los mayores, Milo respondía con monosílabos y encogimientos de hombros a las preguntas de Guilianna, Dante se mantenía en silencio, observando el rostro de Emmanuel distorsionarse levemente, estaba disgustado, podía notarse a kilómetros.

 

- Siéntate junto a Milo. - dijo Giulianna cuando entraron en el restaurante. Dante no supo como interpretar aquello. Su madre no le dio oportunidad de discutir, ya estaba muy lejos de él cuando logró reaccionar.

- Bien... creo que nos han condenado a permanecer juntos. - dijo Milo al ver que su padre y su nueva madrastra se alejaban.

- ¿No te agrado?

- No, no es eso... más bien creo que soy yo quien no va a agradarte muy pronto.

 

Dante se quedó callado, tanto misterio no le gustaba, empezaba a sentir deseos de volver con su tía, a lo conocido, a lo habitual, sentía que se internaba en un mundo plagado de mentiras, de falsedad, y que el indiscutible campeón de todas ellas era el chico que le sonreía señalándole un asiento a su lado. No sabía como definirlo, pero había algo en él que lo hacía aborrecerlo de una manera visceral, al tiempo que despertaba la más profunda de las curiosidades en él. Era una extraña combinación, una extraña atracción que jamás había llegado a sentir hacía nada ni nadie.

 

Se sentó al lado de su futuro hermanastro. Dante se mantuvo aislado de la conversación hasta que escuchó algo que no se esperaba, o al menos, no tan pronto.

 

- La boda se celebrará el próximo fin de semana. - dijo Giulianna con una sonrisa. Dante la miró fijamente, mostrándole de esa manera su disgusto. Para el joven italiano no paso desapercibida la fugaz mueca de  desdén que el rubio a su lado esbozó por breves instantes. No le gustó aquello, no solo la noticia, tampoco la reacción de su casi hermanastro.

- Supongo que será una semana agitada. - dijo Milo con una espléndida sonrisa. Dante se sorprendió por el súbito cambio.

- Tendrás que acompañar a Dante a comprar el traje, mi hijo no conoce la ciudad. - dijo Giulianna.

- Será todo un placer. - dijo Milo con una enigmática sonrisa.

- Le pediré a tu primo que los lleve, será más rápido. -acotó Emmanuel con dureza.

- No hace falta papá, Saga estará muy ocupado con la universidad, iremos en autobús. - la mirada que Milo le dirigió a su padre puso en alerta a Dante. No podía creer que ese jovencito tuviera tantas facetas como las que había vislumbrado ya. ¿Qué tanto más escondería?

 

Estaba molesto, no le gustaba nada lo que estaba sucediendo, no le gustaba que su madre quisiera controlarlo todo, no le gustaba Emmanuel, pero sobre todo, no le gustaba Milo.

 

De regreso a su nueva casa no pudo dormir. Había demasiado en su mente. Había demasiadas cosas que no encajaban con esa familia, demasiados misterios, y eso le ponía de mal humor.

 

Por la mañana se despertó muy tarde, el cambio de horario no le sentaba bien.

 

Se sorprendió al encontrarse con que estaba solo en casa con ese chico tan extraño.

 

- Buenos días. - dijo él con una suave sonrisa que Dante no supo como interpretar.

- ¿Dónde está mi madre?

- Ellos salieron, tenemos la casa para nosotros solos. - comentó Milo mirándole fijamente.

- ¿A dónde fueron?

- Dijeron algo acerca de unos muebles, la verdad es que no puse atención. - le respondió el rubio encogiéndose de hombros.  - Más tarde iremos a arreglar ese asunto del traje.

- Yo tengo un traje. - masculló Dante con autosuficiencia.

- Yo también, pero si ellos quieren derrochar el dinero, ¿a nosotros que nos importa? - dijo con soltura.

-  ¿Por qué te comportas así? Tú no me quieres aquí, ¿cierto?

- Te equivocas, a la que no quiero aquí es a tu madre. - dijo el rubio abandonándolo en mitad del recibidor.

 

No volvió a verlo sino horas más tarde, no tenía idea de a donde había ido, pero había vuelto más silencioso, más taciturno que antes.

 

Lo vio encerrarse en el cuarto de baño durante un buen rato, no entendió los motivos, pero se preocupó por él, no hacía ruido, simplemente estaba ahí, porque ni siquiera se escuchaba agua correr.

 

Minutos después le vio salir, con el torso desnudo y el cabello cubriéndole el rostro.

 

- ¿Vamos a buscar el traje? - le preguntó sin mirarlo.

- Si no queda más remedio...

- Admiro tu espíritu. - comentó el rubio con ironía. - Vamos, no quiero que nos encuentren aquí. Hoy no estoy de ánimo para discutir con mi padre. - dijo mientras abría el enorme clóset que ahora compartía con Dante.

- De acuerdo, vamos. - dijo Dante abandonando el libro que había estado hojeando. Milo le sonrió de esa extraña manera y caminó hacia la puerta mientras se abotonaba la camisa. Dante no había podido evitar fijarse en la enorme cicatriz que Milo tenía cerca del omoplato izquierdo. Era enorme, y vieja.

 

Salieron a la calle, Milo miró a ambos lados y sonrió cuando un joven alto y de largos cabellos negros vino a su encuentro.

 

- Hola. - dijo Milo con una suave sonrisa.

- Hola, niño. -  respondió el recién llegado con una voz profunda y sensual.

- Ven Dante, quiero que conozcas a mi primo, Saga, él es mi casi hermanastro Dante, Dante, él es mi primo Saga.

- Entonces tú eres el hijo de Giulianna. - dijo Saga al estrechar la mano del italiano.

- Sí.

- No te pareces en nada a ella. - acotó el mayor. Dante miró esos ojos tan verdes y le pareció hallar en ellos un tinte hostil. - Será mejor que nos vayamos ya mismo, tengo que atender algunas cosas más tarde.

- De acuerdo, ¿trajiste el auto?- dijo Milo.

- Por supuesto. - Dante se quedó pasmado, le pareció que esos dos estaban coqueteándose, no quiso pensar más en ello, era obvio que estaba imaginándose cosas.

 

Subieron al auto de Saga, el joven universitario conducía un deportivo de modelo reciente, Milo parecía feliz a bordo del vehículo.

- ¿Cuándo van a devolverte tu auto? - preguntó Saga

- Dijo que cuando aprendiera a comportarme, traducido quiere decir que cuando a él se le de la gana.

- Deberías dejar de pelear con él, dale por su lado y lo tendrás comiendo de tu mano.

- Tal vez tengas razón. - dijo Milo sonriendo, Dante se sintió incomodo por la manera en la que el rubio le miraba a través del retrovisor.

 

Para Dante, la elección del traje era cosa sencilla, o al menos eso creyó en un principio. Sus acompañantes parecían fascinados con cada nueva pieza que les ofrecían. Les contemplaba sentado desde una butaca con nulos deseos de participar en aquello.

 

Saga... como en un flash vino a su mente la última vez que había escuchado ese nombre, ¡el padre de Milo lo había mencionado! Así que además de todo, Milo era muy bueno fingiendo...

 

Milo entró en el vestidor y Saga le siguió, tardaron varios minutos. Empezaba a perder la paciencia. Se acercó a la puerta, no soportaba más aquel lugar. Poco después los vio aparecer, riendo animadamente y sin preocuparse siquiera por él.

 

- Ya podemos irnos, todo esta pagado y nos enviarán lo que compramos a casa pasado mañana, a tiempo para esa boda. - dijo Milo apresuradamente, tenía las mejillas sonrojadas.

 

Subieron al auto de Saga, de regreso a la casa, Milo insistió en que pararan por un café. Mientras Saga se excusaba para ir al baño, Milo se entretenía contemplando a la calle.

 

- Seguro estás pensando que soy alguna clase de demente o algo así, ¿no es cierto? - dijo Milo.

- La verdad es que no tengo ni idea de que eres. - respondió Dante, el rubio se rió bajito y lo miró a los ojos mientras buscaba algo en sus bolsillos. Dante lo vio sacar un par de pastillas que se apresuró a engullir. - Ni se te ocurra mencionárselo a Saga, se pondría verde de furia. No le gusta que tome esto, mi padre me las dio, ¿ya sabes que es loquero? - Dante negó con la cabeza. - Él cree firmemente que estas cosas me ayudarán con mi "problema", Saga dice que no debería tomarlas, pero me hacen sentir relajado y dispuesto a soportar a mi padre, por eso es que las tomo, pero Saga no debe saberlo, ¿entiendes?

- No, pero descuida, no pienso decirle a nadie, es uno de los millones de asuntos que no me importan.

- Me caes bien., muy bien. - dijo el rubio sin dejar de sonreír.

 

Saga había vuelto. Comenzaron a hablar de fútbol, un tema que a Dante no le era nada desconocido, y por lo que pudo ver, a ninguno de sus acompañantes.

 

Llegó el momento de volver. Saga los dejó a unas calles de la casa de los Scouros, aquello no terminó de gustarle a Dante, ¿por qué todo ese misterio?

 

Por la noche, cenaron en el comedor, todos juntos, Dante se sentía incómodo, no estaba acostumbrado a esas cosas. Milo por su parte, no dejaba de mirarlo con complicidad.

 

- Milo, ve a tu habitación. - el rubio no chistó nada, simplemente se limpió los labios con la servilleta y subió sin decir nada. - Dante, ¿me acompañas?, quisiera charlar contigo a solas.

 

Dante se puso de pie en silencio, su madre parecía suplicarle con los ojos que se comportara y no permitiera que sus impulsos le gobernaran. Siguió a Emmanuel al pequeño despacho en que el mayor solía encerrarse a leer o a estudiar. Dante se sintió un tanto incómodo, había algo que no le agradaba en ese hombre y en su hijo, como si tuvieran un enorme secreto que los unía al tiempo que los separaba.

 

- Siéntate, por favor. - dijo Emmanuel con amabilidad.- Te estarás preguntando muchas cosas acerca de mí, de tu madre y de mi hijo... - dijo Emmanuel con aire preocupado y cansado. Dante lo miró sin expresión alguna.

- Usted no me debe ninguna explicación.

- No sobre mí, pero sí sobre Milo... él es... diferente... - dijo el mayor como si le tomara un gran esfuerzo hallar las palabras precisas para describir a su hijo. - Verás él... él tiene un problema... ya lo descubrirás por ti mismo... lo único que te pido es que... que comprendas su situación.

- A mi me parece completamente normal. - dijo Dante con desconfianza.

- En apariencia, lo es... pero en el fondo, hay algo con él que esta mal, verdaderamente mal.

- Ese no es mi problema, no me importa. - dijo Dante mecánicamente, Emmanuel lo miró fijamente.

- Lo es ahora, estás viviendo bajo el mismo techo que él, irás al mismo colegio que él, creo que deberías al menos saberlo. - dijo el mayor a punto de estallar.

- Si se comporta como hasta ahora, no me interesa, en tanto no se entrometan en mis asuntos, todo ira bien. - dijo el más joven poniéndose de pie. - Debo ir a dormir.

 

Salió de ahí sintiendo que, antes que aclararse, todos los misterios se volvían más y más densos. Entró en la habitación que compartía con el rubio, él no estaba, cosa que no le sorprendió ni un poco.

 


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