Me desperté en mitad de la noche. No recuerdo exactamente por qué fue. Me giré en la cama y fui a tocarte, pero no estabas allí, tan sólo una sábana fría.
Mis ojos se abrieron completamente, asustado. ¿Por qué no estabas? Me incorporé y miré alrededor. Tu ropa seguía ahí, sobre la cómoda. Pero tampoco recordaba por qué, con lo ordenador que eras, siempre guardándolo todo justo después de usarlo o de lavarlo.
Tras un breve intento de hacer que mis piernas me hicieran caso, me levanté y fui al cuarto de baño, para ver si estabas ahí. Pero tampoco. Todo estaba oscuro. Al menos no me habías abandonado en mitad de la noche, porque tus cosas también seguían allí. El cepillo de dientes, el pequeño espejo en forma de mariposa que te regalé el año pasado por Navidad…
Es cierto, hoy era la noche de Navidad, me asomé a las escaleras y vi una tenue luz. Sonreía, así que allí estabas. Bajé con mucho cuidado las escaleras, sin hacer ruido. Me acerqué a la puerta del salón y miré a escondidas. La luz que venía era de las pequeñas luces del árbol, pero las habías encendido tú, pues yo siempre quería que todo estuviera a oscuras. Entré en el cuarto a paso lento. Allí había un pequeño regalo. Tuve unas ganas incontrolables de abrirlo, pero no podía ser. Tenía que abrirlo mañana, delante de ti. ¿Qué sería lo que me habías regalado?
Miré hacia la derecha y, en la cocina, había una pequeña luz encendida. Apuesto a que estabas ahí, terminando de adornar la casa. Sonreí.
Cuánto te quería. Y cómo era de feliz por tenerte a mi lado. Jamás sabría cómo explicártelo, cómo decirte todo lo que te amaba.
Fui hacia las escaleras de nuevo y regresé a nuestro dormitorio. Mañana sería el gran día de los regalos. Y yo te ofrecería todo mi ser. Te daría todo mi cuerpo, como había hecho cada noche. Y te ofrecería mi alma, como hice desde que te conocí hasta hoy.
La luz del sol me despertó. Me giré para mirarte, pero no estabas. Toqué las sábanas y estaban frías. ¿no habías dormido en toda la noche?
Mis ojos se nublaron. Las lágrimas caían a raudales. Mi corazón casi paró de latir. Ese ahogo que sentía, ese dolor en mi pecho, como un millón de puñales clavados…era algo muy familiar.
Me levanté rápidamente y abrí el armario. No había ropa, no había señales de tu presencia en mi casa. Miré hacia la cómoda y ahí estaba lo poco que había visto la noche anterior. Mi cuerpo se convulsionaba, dejando escapar más lágrimas de las que creía poder soltar. Todos los días llorando, y aún así las condenadas volvían a aparecer, día tras día.
Fui al cuarto de baño. Ahí seguía tu cepillo de dientes, tu espejo en forma de mariposa. Lo besé. Lo besé como si fueras tú, como si fuera el primer beso de cada mañana en que veía tu resplandeciente sonrisa, en la que te cepillaba suavemente tu hermoso cabello…y por un momento pude creérmelo.
Mas la realidad no engañaba a nadie. Ya no estabas. Me habías abandonado. Me habías dejado solo en este mundo, sin nada ni nadie que le diera sentido a mi vida. ¿Por qué te fuiste, Kami?, ¿por qué me dejaste aquí? No quiero vivir sin ti…no soy capaz de reavivar mi corazón, ni por nadie, ni por la música siquiera. Sólo compongo para recordarte, para que, de alguna manera, mis letras puedan llegar al cielo y saludarte cada mañana, como si fueran pequeños besos que ya habrás olvidado.
¿Sigues recordándome?, ¿sigues amándome? Cada partícula de mi piel añora tus caricias, tus besos, tu piel. Pero ya no me das nada, ya no me haces tuyo cada noche…siento frío, dolor. Y no estás aquí para protegerme, para ayudarme a comprender que no te voy a tener más.
¿Y por qué?, ¿por qué este sufrimiento de pensar cada día que aún sigues vivo? Se me hace más insoportable la pérdida así…creando falsas ilusiones de la nada. Cuando tenga la suficiente fuerza y coraje me mataré. Me mataré para poder ir contigo, para poder tocarte, verte, sentirte…para poder abrazarte y pensar que nunca nos separamos…
Pero aún no puedo. No soy capaz de hacerlo. No tengo fuerzas. Y lo he intentado muchas veces, pero ninguna lo he conseguido. Porque no sé si quieres, no sé si me querrás sabiendo que he sido tan cobarde como para abandonar toda mi vida, para matar mi cuerpo sólo por estar contigo. Pero es que tú eres todo!Todo para mí!...Sin ti…sin ti ya no soy nada. Nada…
Sollozo y sollozo, sin contenerme. Mi cuerpo está tirado en el frío piso del cuarto de baño, abrazando fuertemente la mariposa. No tuve valor para tirarla, no pude seguir adelante. Igual que aquellas prendas que conservo. Tienen tu perfume, y puedo olerlo a distancia. Tengo miedo de que, alguna vez, me olvide de tu olor y de tu cara. Pero no es posible, ¿verdad? Si eso ocurriera, entonces sí que moriría.
Me levanto lentamente, sin fuerzas. Pero tengo que darme ánimos. A fin de cuentas, la vida continúa. Tengo que seguir haciendo mis rutinas, seguir trabajando, seguir hablando, seguir sonriendo…aunque todo sea una farsa.
Bajo las escaleras, agarrándome a la barandilla.
Veo una pequeña luz, atenuada por el brillante sol. Termino de bajar los peldaños que faltan con grandes zancadas.
Está el árbol encendido. ¿cuándo lo puse?No podía ser…odiaba la Navidad desde que te fuiste…¿Quién puso aquel arbol? Me acerqué a verlo de cerca…y pise algo.
Levanté el pie y vi la cajita que, en mis sueños de anoche, vi. Me agaché a cogerla. La abrí, cuidadosamente.
Había un anillo enorme de ónix. Lo agarré con fuerza…¿qué era esto? Miré la caja y vi una nota en ella.
“Querido Camui, siempre te querré, protegiéndote siempre desde donde esté. Y cuando todo acabe, te seguiré queriendo, donde estemos los dos, durante toda la eternidad.
Te ama, para siempre,
Kami”
Mis lágrimas no paraban de salir. Miré el anillo con detenimiento. Por dentro, estaban los kanjis de tu nombre…
Sonreí. Sonreí por primera vez desde tu muerte. Allí estabas. Habías estado siempre. Aunque no te pudiera ver, aunque ya no te pudiera sentir…pero estabas. Estabas a mi lado y, por eso, sonreí.