Una joven andaba impaciente, de un lado a otro, esperando información sobre su hija, en la sala de espera del hospital.
Estaba intranquila, se veía en sus gestos, en su forma de andar, su postura, se notaba que necesitaba saber algo ya de su hija, la cual estaba en esos momentos en la sala de cirugías, ya que le estaban practicando una cesaría, era complicado ya que la mujer tenia hemofilia, y el bebé seria prematuro, la mujer sabia de antemano que todo podría ir mal pero no escucho ninguna advertencia medica. Quería tener a su bebe, algo suyo y de su marido fallecido, algo que fuera su legado, algo pequeñito en el mundo de ellos dos. En memoria de su marido.
De repente, de la sala, salió una enfermera, llevaba un pequeño bulto envuelto en mantas, al que entregó nada mas llegar junto la abuela del niño.
La señora, alegre y ansiosa cogió con delicadeza el pequeño bulto, al que abrazo con cuidado, observándolo fijamente, el niño era tan rubio como su padre, al igual de los ojos azules también de su padre. La señora, después de ver al precioso varón, se dispuso a preguntar por su hija.
-Disculpé, pero.. Si pudiera decirme que tal se encuentra mi hija, me quedaría mas tranquila.
La cara de la enfermera ensombreció. La abuela del niño pareció dejar de respirar.
-Se complico todo, su hija a fallecido. Lo siento Tsunade-san
En esos momentos el pequeño niño comenzó a llorar. A la mujer se le callo el mundo, las piernas, le fallaron igual que por unos momentos su corazón se paró y sus pulmones se negaron a admitir el oxigeno. No podía pasarle aquello, no a su hija no…
Miró al pequeño bebe y no pudo hacer más que acompañarlo con llantos desesperados de dolor.
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La mujer se despertó sobresaltada, y poco a poco fue asimilando que estaba en su casa y todo lo anterior había sido un mal sueño. Esos malos recuerdos no se borraban de su memoria. Mirando a su derecha enseguida reconoció a su marido, tumbado, dormido apaciblemente.
En la habitación del frente un niño de 14 años, no podía dormir. Estaba emocionado y asustado. Daba vueltas en la cama, pensando lo que haría al día siguiente, ya que lo habían trasladado de instituto, y aquel iba a ser su primer día de clases después de las largas y calurosas vacaciones. Dejó de dar vueltas, se levanto y busco su reproductor de música, una vez dio con el regreso a su mullida cama, lo encendió y al compás de la música, el niño se durmió.
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Se despertó por un molesto zarandeo. Se volvió y vio como su abuela Tsunade abría las persianas, deseoso de seguir en la cama intentó ignorar la luz, pero no lográndolo, y muy a su pesar se levanto frotándose los ojos. Cuando se acostumbro a los rayos del sol, salió de la cama y dio un abrazo de buenos días a su abuela. Fue al baño, donde espero la temperatura correcta del agua, cuando estuvo a su gusto, se despojo de su pijama y entro a la ducha.
Le gustaba el agua, le mojaba (weee que perspicaz e?) y delineaba su cuerpo. Era una sensación agradable y relajante. Viviría si pudiese llevaría una vida de cama, ducha, y dulces, pero… eso era imposible asíque cuando se vio limpio salio con cuidado y se puso la toalla a la cadera, se lavo los dientes y se peino, y asegurándose de llevar bien puesta la toalla salió del baño.
Se vistió y preparó para el primer día de clases.
Ya listó y con mochila al hombro se dirigió a la cocina, allí se encontraban sus abuelos, ya desayunando, y en su sitio un plato que le sorprendió.
¡Su abuela le había preparado tortitas!
Contento saludo a sus abuelos y comió sus tortitas con zumo de naranja.
Al terminar recogió de vuelta su mochila, y despidiéndose de sus abuelos salió por la puerta.
Comenzó su paseo hacia el instituto mientras escuchaba música.
Con un paso tranquilo en 10 minutos llegaría
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Un niño de tan solo 15 años salió corriendo por la puerta de su casa.
No quería estar mas allí, así... No lo soportaba... ¿Por qué todo tenia que ser así?
No llevaba equipaje pero estaba mas que decidido a no volver allí.
No necesita un portátil ni un móvil… los necesitaba a ellos... Pero ellos no se daban cuenta de que el prefería su cariño y para vivir con esa falsa ilusión de cariño y de vida prefería no tener nada.
Siguió caminando hasta llegar a un pequeño albergue, paso pidió una habitación y la pago.
Años después, exactamente dos, se podía apreciar al mismo joven pelinegro y de negra y triste mirada en contraste con su pálida y fina piel, vestido con su uniforme de mesero.
Si, después de ese tiempo ya había conseguido una nueva vida, su apartamento, su nuevo instituto y sobre todo nuevos amigos, nuevo ambiente.
Una vida realista que estuvo buscando por mucho tiempo.
Pensando en su buena suerte el muchacho se cambio de uniforme por la ropa de calle,
se despidió de sus compañeros y tranquilamente se dirigió a su instituto