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Concert por Aome1565

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Concert

Andy se había puesto lo mejor que tenía esa noche: unos pantalones ajustados rojos de gabardina, una camiseta negra con cuello alto y mangas largas, sus zapatillas negras y un tapado largo escocés en rojo y gris. Se había planchado el cabello rojo fantasía y había sacudido la cabeza para que no quedara muy peinado, pero sin llegar a la desprolijidad. Había empolvado su pálido rostro, delineado sus ojos con una difuminada línea marrón y enmascarado sus pestañas en negro. El espejo de cuerpo entero que tenía en su cuarto le devolvía a un él mismo que no conocía, pero que le encantaba.

«Overdressed and underage,
Did you really need to see an ID?» [I]

Pretendía parecer mayor con todo aquello, pero sólo lograba ser como todas esas chicas que llegaban a su casa, se metían en el cuarto de su hermana y luego de horas salían completamente emperifolladas, envueltas en camisas de seda, collares brillantes, pulseras anchas y rostros maquillados a más no poder, dispuestas a llevarse algo (o alguien) del boliche esa noche. A él no le gustaba ver aquello, era como una manada de zorras hambrientas que lo hacían por instinto, y menos se le hubiese pasado por la cabeza intentar imitarlas, pero de verdad estaba dispuesto a hacerlo con tal de entrar y pasar inadvertido en aquel pub.

Picasso, se llamaba el lugar. Un bar donde todos los fines de semana había bandas nuevas, esas de garaje, haciendo covers. El lugar, pequeño y abarrotado de gente, con el aire viciado de cigarros y humo de utilería, explotaba en sonidos estridentes de guitarras eléctricas y bailaba al compás de saxos, y se ocultaba tras una fachada color vino, que a la vez tenía pintada una réplica del Guernica, de Pablo Picasso. Adentro había colgadas fotografías en blanco y negro de personajes que de alguna manera hicieron historia (Lennon, el mismo Picasso, Charles Chaplin, entre otros). Era un antro disfrazado con elegancia.

Faltaban quince para las doce, los boliches y los salones de fiestas estaban llenos de gente y de aire sobrecalentado, mientras que las calles estaban desiertas y frías. Andy iba caminando solo por el medio del pavimento, con las manos heladas dentro de los bolsillos de su tapado, exhalando humo blanco por la boca. Le ardía la nariz y le escocían los ojos, pero trataba de no rascárselos, consciente de la cantidad de maquillaje que llevaba encima por primera vez.

Cuando estuvo frente a la puerta del pub, la empujó y entró sin preguntarse si le permitirían el paso o no, si le preguntarían su edad, si dudarían de su apariencia. Puso la mirada indiferente y viendo hacia ningún lado, con el mentón empinado y los rasgos relajados que había practicado frente al espejo; aflojó los hombros y ralentizó el paso. Fingió ser mayor, pero aún así lo detuvieron y le preguntaron si tenía entrada.

—Todavía no son las doce... —dijo, hablando con la voz un poco más gruesa de lo normal y sin que se notase.

—Pero los menores pagan entrada igual... y no consumen bebida, y obligadamente salen a las dos de la madrugada, ¿entendiste?

La cara sonrojada y sorprendida de Andy estaba como para una foto: las mejillas rojas bajo las capas de base y polvo compacto, sus dientes, una fila de perlitas blancas, mordiendo su labio inferior rojo por el frío, sus ojos claros, envueltos en pestañas negras arqueadísimas, abiertos como platos. Tenía los puños apretados dentro de los bolsillos y se le habían erizado los vellos de la nuca.

—Voy a hacer de cuenta que no entraste, pero a las dos te quiero afuera. Pasá, rápido —le susurró el hombre que estaba sentado junto a la puerta, adentro del bar, y que cobraba las entradas.

—Gracias —murmuró Andy y apretó el paso hacia las mesas de atrás. Se sentó y se puso a contemplar los cables negros y gruesos que serpenteaban por el suelo y entre los parlantes y los instrumentos, las guitarras y el bajo fuera de sus fundas y de pie en el suelo, brillando bajo los farolitos que colgaban inclinados del techo y que apenas daban iluminación; la batería se alzaba imponente sobre los demás instrumentos en el fondo de ese pequeño escenario improvisado, y los micrófonos, en sus esqueletos, miraban hacia abajo, deseosos de querer caer.

Su estómago se quejó, le dio un retortijón. Tenía hambre, pero no creía poder comer nada de los nervios que sentía (y que quizá eran más fuertes que los de los chicos que irían a tocar esa noche). Se pidió un licuado de frutilla al agua que llegó al instante, pasando por sobre las cabezas de todos esos que estaban parados, fumando y charlando, esperando como él que la banda empezara.

En esa banda estaba Alex, su mejor amigo. Tocaba el bajo y lo hacía tan bien... Le encantaba que esos acordes gruesos retumbaran en su pecho y lo hiciesen temblar, le fascinaba el movimiento distraído de sus dedos pulsando las cuerdas, las caras de satisfacción que hacía mientras tocaba, cómo su cuerpo se movía al ritmo que él mismo imponía, y cómo se acordaba de que él estaba viéndolo, sonriéndole en medio de los coros y guiñándole un ojo de vez en cuando.

Pero Alex no era todo lo que le gustaba de esa banda. Lo que más le atraía, a quien más admiraba, al que amaba -secretamente- de entre todos los integrantes, era a Chris, el cantante. Tenía el cabello rubio y completamente lacio, que le caía desmechado sobre los ojos y apenas lograba rozarle los hombros, el piercing de argolla que rodeaba por el medio su labio inferior lo ponía loco, alucinaba mientras lo veía bailar en torno al micrófono, con sus ojos celestes brillando bajo las luces de colores y su boca moviéndose sensual, pronunciando palabras en inglés con un perfecto acento británico fingido.

Iba a probar su licuado de frutilla cuando Alex lo sorprendió, dejando caer las manos sobre sus hombros y luego abrazándolo por detrás.

—¡Que lindo que hayas venido! —exclamó, más que emocionado. En su voz no se notaban los nervios que horas antes le había dicho a Andy que sentía.

—No iba a perdérmelo por nada, ¡están en Picasso! —Aplaudió apenas, con una enorme sonrisa en los labios. Se sentía realmente feliz de que su amigo y su banda pudieran tocar en un lugar tan conocido como aquel; les agregaba algo de fama a su currículum de tocar en cumpleaños y fiestas escolares.

Alex rodeó la pequeña mesa y, viendo que la gente de las mesas de alrededor se había llevado las sillas desocupadas, se quedó de pie, con los brazos cruzados, observando el aspecto “quiero parecer mayor” de su amigo.

—¿Te dejaron entrar vestido así?

—No... pero entré igual —contestó, guiñando un ojo. Cuando la cara de Alex se desfiguró en una mueca de sorpresa, el pelirrojo estalló en risas—. ¡Mentira, mentira! El señor de la entrada me dejó entrar si salía estrictamente a las dos. —Y sonrió satisfecho, ahora sí bebiendo de su licuado.

—Mirá, ahí llegaron los chicos. —Levantó una mano por sobre las cabezas de toda la gente que había en el lugar y la sacudió en el aire, llamando la atención de cuatro chicos que se abrían paso entre la gente. Cuando la banda entera estuvo reunida, a Andy se le fue el color de los labios y el corazón empezó a latirle rapidísimo. Se olvidó del frío que le había dado el sorbo de bebida y sintió ganas de esconderse. Chris no se había dado vuelta a verlo aún, pero ya tenía deseos de salir corriendo, tanto como quería abrazarlo.

«I know you see me lookin’ at you
and you already know» [II]

Cuando esos ojos celestes, tan fríos como el hielo triturado dentro de su vaso, pero con el calor suficiente como para abrigar más que su tapado escocés, se clavaron en su figura temblorosa, se sintió helado, incapaz de moverse, mientras que en su interior todo se derretía. Abrió la boca, pero cualquier cosa que haya querido decir se le olvidó, por lo que la cerró. Pareció un pescado boqueando fuera del agua, cosa que al rubio le causó gracia y le dibujó una sonrisa muy poco disimulada en sus labios finos y aterciopeladamente rosados.

—¿Cómo estás, Andy? —le preguntó, y su voz gruesa y ronca retumbó en la cabeza pelirroja.

Pero Andy no tuvo tiempo para responder. Una mano se levantó por sobre las cabezas de la multitud y un silbido llegó desde el escenario. Llamaban a la banda, iban a empezar a tocar en cualquier momento.

Las luces se apagaron, la gente empezó a callarse y, curiosa, a mirar hacia el escenario. Empezó a flotar humo blanco y las luces de colores se encendieron y empezaron a girar por todo el lugar. Daniel y Sebastien se abrazaron a sus guitarras eléctricas, Martin se sentó tras la batería, Alex se amoldó a su bajo, y Chris se colgó del micrófono.

—Probando, uno, dos, tres —decía por el micrófono, mientras las guitarras y la batería probaban acordes estridentes que retumbaban por todo el pub. Los sonidos disimulados del bajo se perdían en los murmullos y resonaban entre las costillas de Andy, que miraba embobado la figura esbelta del vocalista, vestido con unos jeans negros, un suéter con rombos en tonos grises y una camisa blanca que se asomaba por debajo y por fuera de las mangas. El piercing de su labio inferior parecía brillar más que nunca y su cabello se teñía del color de la luz de turno.

Una guitarra empezó a sonar con estridencia, calando en los oídos de todos. Cuando bajó el tono, sin dejar de tocar, Chris habló:

—Somos Van Russell... —Y conquistó los oídos de todos los presentes. La batería estalló y al instante la melodía empezó a hacer vibrar los vidrios del local al ritmo de «Pour Some Sugar On Me», de Def Leppard. La voz de Chris, ronca y haciéndose notar por sobre la música que invadía los parlantes y los amplificadores, era un orgasmo en vivo y en directo; invitaba a todos a quedarse viéndolo mover la boca, saboreando las palabras y relamiendo su piercing.

«Licks his lips like there's something on them» [III]

Mientras cantaba, bailaba aferrado al micrófono. Se enroscaba en el cable y en el parante, con una mano se levantaba el cabello de la cara como si fuese lo más excitante de todo lo que su cuerpo hacía.

Cuando cantaba «sometime, anytime, sugar me sweet; little miss innocent sugar me», a Andy le daba la sensación de que los ojos celestes de Chris se clavaban en él mientras sus labios rozaban el micrófono y una de sus piernas se enredaba alrededor del caño del parante. No tenía pudor para ondular todo su cuerpo, arrastrar una de sus manos por sobre la ropa, aferrarse al micrófono suelto enredándose en el cable, echando hacia atrás la cabeza, mientras cantaba la estrofa que precedía al estribillo.

Al instante, Alex empezó a cantar la repetición de «Pour some sugar on me» mientras Chris cantaba el coro, derritiéndose y ensalzándose en su propia sensualidad, encantando los ojos del pelirrojo que lo veía embobado, poseído.

La canción siquiera rozaba sus últimos acordes cuando la batería dio la entrada a otra canción donde la voz de Chris no se hizo esperar. Las mujeres dentro del bar estallaron en gritos cuando por los parlantes se oyó «Make love like a man; I’m a man, that’s what I am». Y apenas terminaba una guitarra de apagar sus acordes, la otra hacía resonar con más fuerza el inicio de «Day After Day», que no acababa de morir en los oídos de la gente cuando empezaba la melodía lenta de «Let Me Be The one», la canción que Andy amaba oír de los labios del rubio cantante. Le encantaba cómo las palabras, aferradas a los sonidos del bajo, parecían derramarse de esa tentadora boca e iban a parar a sus oídos, resonando dentro de su cabeza y sacudiéndole el pecho. Le gustaba imaginar que las líneas de aquella canción eran para él, que las miradas que Chris llevaba hasta donde él estaba sentado le decían que creyera aquello que estaba cantando; amaba hundirse en su imaginación, donde él era el parante del micrófono con el que Chris bailaba y las frases melodiosas que llegaban desde todos lados eran el oxígeno que él necesitaba para seguir creyendo que tenía una oportunidad de gustarle a la ninfa que cantaba.

El pelirrojo despertó con el último sonar de la voz de Chris diciendo «Let me be the one» mientras la canción se iba apagando, al mismo tiempo que se levantaba, como resurgiendo de las cenizas, la melodía de la última canción de la noche.

—Andy... —dijo la voz de Alex por el micrófono, pero los ojos del susodicho se aferraron a la figura esbelta del vocalista, que le guiñó un ojo, y empezó a cantar:

«You could have a change of heart,
if you would only change your mind...»

Era la primera vez que los chicos tocaban esa canción en público, y la primera vez que Andy la escuchaba sonando entre los labios del rubio. Apenas había empezado a sonar y el pelirrojo ya la amaba, ya la sentía suya; era como si le hablara a él.

Tenía el teléfono, pero no iba a llamar. Podía dar el paso, podía atreverse a decir «me gustás», pero no iba a hacerlo. Tenía la oportunidad, quizás una de pocas, pero...

Siempre ese pero irrumpía en su cabeza. Sabía que si quería algo, si pretendía lograrlo, tenía que liberarse un poco más, dejar de pensar tanto, mas no le salía... y se frustraba.

Alunas veces le parecía bien intentar olvidarse de lo que sentía, creía que era todo pasajero y que no valía la pena arriesgarse o siquiera intentar acercarse a Chris. Pero otras veces se sentía capaz de no pensar más y mandarse al frente... y era ahí donde se preguntaba si Chris llegaría a siquiera tomarlo en cuenta.

Cuando reaccionó y quiso acordarse de prestarle atención a la canción, ésta estaba terminando y Chris daba las gracias con una mano en alto, sonriendo satisfecho a los aplausos que llenaban el lugar. Andy, sin remedio a su distracción y apenado por no haber escuchado, también empezó a aplaudir, levantando los brazos y golpeando sus manos por sobre su cabeza pelirroja.

A las 02.04 de la madrugada, cuando el ambiente dentro del pub se hubo sosegado un poco, en el aire chocaban cinco vasos rebosantes de cerveza y un daiquiri de melón.

—Son increíbles, es innegable —elogiaba Andy, sonriendo, sentado entre Alex y Sebastien, el más chico del grupo con sus diecisiete años y su acento franco-canadiense. Chris estaba sentado exactamente frente a él y lo miraba divertido, penetrándole hasta el alma con sus ojos celestes. El pelirrojo temblaba de nervios, se moría de ganas por que le dirigiera la palabra, que le preguntase algo que él pudiera responder con espontaneidad y que terminara causándole gracia, para que desde el fondo de su garganta aflorara esa risa gruesa, gutural.

En ese momento, sin que ninguno lo notara, el mismo hombre que había estado junto a la puerta del local cobrando las entradas, pasó junto a la mesa en que la banda estaba sentada, vestido con un delantal de camarero.

—Te dije hasta las dos —dijo con voz desafiante, al paso, mientras se dirigía a la barra. Andy quedó atónito, y, cuando reaccionó, se giró hacia Alex, preguntándole con la vista qué hacer. Los chicos se estaban divirtiendo y él no quería ser la razón para que tuvieran que dejar de hacerlo, aunque tampoco quería volver solo a casa a esas horas de la noche.

Y mientras Alex pensaba en qué hacer, Andy se dedicó a ver las caras expectantes de los demás sentados a la mesa. Sin dudarlo, la mirada de Chris era la más tensa, brillando raro bajo uno de los faroles que colgaban del techo. No era satisfacción porque el nene tuviera que regresar a casa, tampoco era desesperación porque se quedara, ni mucho menos paciencia hasta que a Alex se le ocurriera algo qué hacer. Cuando se recostó en la silla, cruzando los brazos sobre su pecho, dispuesto a hablar con esa resignación casi característica, Alex se puso de pie y palmeó uno de los hombros de su amigo.

—Vamos afuera un ratito, tengo que hablar con vos de algo. —Sin esperar mucho, se levantó y, empezando a empujar a la gente que estaba parada, se abrió paso hasta la puerta. Andy se calzó su tapado escocés y siguió al mayor, que se había sentado en el cordón de la vereda y lo esperaba prendiendo un cigarrillo.

—¿Qué pasó? —Se sentó a su lado y esperó a que, después de dos caladas, Alex respondiera.

—Si te digo que el durazno, íntimo amigo de la manzana y la naranja, sabe que sus dos mejores amigos sienten algo el uno por el otro sin percatarse de cuán recíproco es, ¿vos qué me decís?, ¿creés que el durazno deba intervenir?, ¿te parece que se tiene que quedar callado?... Digamos que esto es como un gusanito de las frutas que ya le traspasó al durazno la cáscara y la mitad de la pulpa.

—Ehm... Se me ocurre que el durazno tiene que ayudar al cosmos en su conspiración para juntar a la manzana y a la naranja, y apresurar un poco las cosas, si le parece que la situación alcanza para eso. Sino, el durazno podría sólo sentarse a ver cómo sus dos mejores amigos se vuelven jugo antes de llegar a algo, pero no creo que sea buena idea que tenga que decirles y arruinar la magia de su enamoramiento.

Un momento después de que Andy terminara de hablar, Alex, en silencio, aplastó su cigarrillo contra el pavimento, se levantó y entró en el pub, dejando al pelirrojo meditando sobre lo que había dicho, porque, hablando en serio, a aquello no le encontraba sentido alguno.

Y es que Andy era tan inocente para las metáforas...

En su mente empezaron a dar vueltas las frutas enamoradas, los ojos de Chris y las preguntas de Alex, que lo llevaron a pensar en si realmente debía atreverse alguna vez a encarar al rubio cantante, dueño de sus constantes ensimismamientos, o si debiera esperar a que las cosas pasen como tendrían que pasar, a su favor o no.

—Quizás puedo darle un empujoncito a las cosas que tienen que pasar... ¿pero y si lo fuerzo y no funciona? —se preguntaba en silencio, agarrándose la cabeza suavemente.

¿Y si llegaba a funcionar y se daba el gran golpe de su vida, encontrándose con un Chris que le desagradaba por completo?

—El desencanto sería enorme... —susurró al aire sin percatarse que, detrás de él, su mago, su sirena, su barco pinchado, estaba observándolo con atención.

—¿Desencanto por qué? —le preguntó mientras se sentaba a su lado.

—Un pensamiento que se me escapó... ¿no sabés por qué Alex entró?

Intentaba no mirarlo, pero se le hacía difícil, era como si lo hipnotizara. Y cómo le gustaba...

—Sostiene que nos turnemos acá afuera hasta que Picasso cierre y nos podamos llevar los instrumentos. No podemos sacarlos con tanta gente. —Esbozó una sonrisa ladina y giró la cabeza completamente hacia su acompañante, que lo miraba afligido. —Que mal que nuestro único fan todavía no pueda entrar en pub’s como este. ¿Todavía no cumplís los dieciocho, no?

—El mes que viene recién cumplo diecisiete... y no soy su único fan —aclaró con vehemencia, olvidándose de la pena que le causaba que los chicos de la banda tuvieran que turnarse para cuidarlo ahí afuera—, ocurre que, en vacaciones de invierno, no hay manera de hacer correr la noticia de que Van Russell toca en un lugar como este. Si hubiera tenido tiempo de diseñar alguna clase de anuncio, Picasso hubiese explotado, te lo aseguro.

—¿Así que te gusta el diseño? —preguntó, intentando ahondar la conversación.

—Algo así... pero más me gustó lo que hicieron con la última canción de hoy, ese cover estuvo sensacional. Aparte, la letra es genial.

—A mí, en particular, y que quede entre nosotros, ¿eh?, me gusta muchísimo esa canción. No soy de esos que adoran los lentos y menos las cosas románticas, pero esa tiene algo que me encanta.

Después de tal confesión de debilidad que no hizo más que profundizar el amor secreto del pelirrojo, éste se quedó sin algo para decir o preguntar, por lo que soltó lo primero que se le vino a la mente:

—Me quedé pensando en eso de turnarse, y me hace sentir mal. Es como si tuvieran que cuidar de mí... y no quiero que se pierdan el festejo, se lo merecen.

—No nos perdemos de nada. Es más, podríamos ir a festejar a cualquier lugar. Ya sé, ¿y si vamos a bailar?
Sin esperar el «¡me fascina bailar!» que Andy tuvo ganas de exclamar, Chris marcó un número en su teléfono celular y, medio a los gritos, le pidió a ese que atendió que saliera del lugar con los demás chicos, para ir a buscar una discoteca a donde ir a pasar el resto de la noche.

Caminando todos juntos por la calle, a las 2.30 de la madrugada, llegaron a Psicodelia, una disco envuelta en luces de neón de colores y paredes pintarrajeadas con los retazos de color de la paleta de un artista aburrido, que intentaba pintar abstractamente un campo de flores y una multitud hippie bailando a la luz de la luna a la vez.

No había guardias, no cobraban entradas, no había límite de edad ni discriminación de sexos. Adentro bailaban todos apretujados sobre un suelo de baldosas brillantes, las luces de colores iluminaban las cabezas que se agitaban con la música, y la barra estaba siendo atacada por una oleada de gente sedienta.

Andy, que hasta que entraron estuvo cobijado bajo un distraído abrazo de Alex, se soltó del agarre y, bajo un «por fin» apenas audible, se perdió entre la multitud, meneando las caderas, con los brazos en alto y mordiéndose el labio inferior.

Le encantaba bailar. Algunas veces, inclusive, llegaba a pensar que eso era lo único bueno que sabía hacer.
Y, en parte, tenía razón. Bailaba casi tan bien como Chris cantaba. Se desarmaba en movimientos que seguían una melodía electrónica, remixes de canciones ochentosas. Se acariciaba el cuerpo por sobre la ropa, se pegaba inconscientemente a siluetas ajenas.

Entre toda esa gente desconocida, metido entre varios extraños que lo veían bailar, hipnotizados por su sensualidad, Andy se sentía como un pez en el agua. Ya no necesitaba las canciones de una sirena para salir a la superficie, no dependía de Alex para sentirse seguro, y lo único que quería era bailar, sudar, jadear.

«And I’m lovin’ the way you shake your ass,
In those jeans» [IV]

Estaba en el éxtasis de su danza, en el medio de su ritual donde los sacrificados eran los ojos de sus espectadores. Sus caderas se balanceaban, sus cabellos flotaban, sus manos dibujaban arabescos sobre su cabeza roja, azul, amarilla, verde. Se sentía de maravilla, hundido en sudor y goce, cuando la música se detuvo y, sin esperar las quejas que se amontonaban en las gargantas de los bailarines, cambió de ritmo: se volvió una salsa hirviente, dispuesta a ser probada y a quemar los labios atrevidos que lo intentaran.

Andy se quedó helado, con el cabello pegado a su frente húmeda, el tapado escocés que todavía llevaba puesto resbalándose por sus brazos y los ojos girando en torno a la gente que lo rodeaba, ofreciéndole manos a las que engancharse, un cuerpo al que adherirse y pies a los que seguir, pero no contaba con que un par de manos morenas le quitaran por detrás el tapado y, antes de que pudiera voltearse a ver, por el frente apareció la silueta de la ninfa que lo hipnotizaba con su canto, pero que él no sabía que pudiera bailar.

Chris obligó a las manos del pelirrojo a aferrarse a su espalda, sus pies empezaron a guiar una danza que invitaba a querer morir en ella, y sus manos, acariciando el cuerpo de su acompañante, lo derretían todo a su paso, mientras éste, con un solo jadeo, subía al cielo y bajaba al infierno para seguir bailando.

La música y los movimientos de Chris y Andy por toda la pista parecían quemar el suelo, hipnotizando a los presentes, y daba para no terminar más.
Chris tenía sus ojos celestes clavados en el más chico, que se reía para alivianar la tensión que sentía, y que jadeaba y sudaba, incrédulo de cómo las cosas habían dado tal giro: de ser el espectador, ese que se moría de ganas observando a cierta distancia, ahora tenía a la persona de su deseo arrastrándolo en una coreografía que friccionaba sus cuerpos, que los obligaba a toquetearse. Se reían de la situación mientras, sudorosos, no paraban de moverse. Se soltaban, giraban, y volvían a agarrarse de las manos en una coreografía improvisadamente perfecta.

Con la música deteniéndose y una vuelta, Andy quedó de espaldas al rubio, moviendo las caderas sugestivamente contra el cuerpo que lo respaldaba. Se mordió el labio, las manos en su cintura se apretaron más, la boca aterciopelada de Chris se acercó a suspirar en su oído y él, sin poder contenerla, soltó una risotada que sacudió todo su cuerpo. Cuando los bongoes y los timbales redoblaron y la melodía empezó nuevamente, el pelirrojo se deshizo del agarre.

Pero, sin que pudieran terminar de bailar lo que para ellos fue una sola canción interminable, la música volvió a cambiar. La salsa se enfrió, la magia en el ambiente se congeló con la rigidez de la misma música electrónica de antes. A Andy le dieron ganas de seguir moviéndose, de seguir bailando aferrado al cuerpo del rubio, pero éste se zafó de sus brazos y se hundió en la multitud. El pelirrojo quedó desconcertado, no sabía ahora hacia qué lado de la discoteca estaba la barra y, cuando dio una vuelta, consciente de que ya nadie le prestaba atención, se olvidó de en qué dirección había ido Chris.

—Acá, bobo —le dijo Alex, divertido, mientras le rodeaba el cuello con un brazo y lo arrastraba con él entre las personas.

Cuando llegaron a la barra, los esperaban Chris y Daniel, que tenía su tapado en manos y lo miraba más que divertido.

—¿Dónde aprendieron a bailar así?, ¿en algún club clandestino? —preguntó el moreno, terminando su enorme vaso de cerveza.

Recién en ese momento Andy se dio cuenta de que Martin y Sebastien ya no estaban.

—¿Y los demás?

—Fueron a empezar a desarmar los instrumentos. Nosotros tendríamos que haber ido hace un rato, pero verlos bailar era imperdible... y valió la pena —comentó Alex con gracia, sacudiendo los cabellos rojos de Andy, que ocultaba su rostro casi tan colorado como su cabellera—. Ahora sí, vamos.

Chris fue el primero en salir disparado hacia la puerta. Andy le siguió, con Alex colgado de su cuello, y Daniel caminaba lento, por detrás de todos. Los pasos de ellos cuatro se escuchaban en el silencio gélido de la noche, su vaho era visible contra el oscuro firmamento, los faroles de la calle iluminaban apenas y por aquel lugar parecía no transitar un alma.

—Sos un queso para captar indirectas, nene... y yo soy muy bueno descifrando miradas —susurró Alex, temeroso de que, con tanto silencio, alguno de los chicos aparte de Andy lo oyera—. Sé cuánto te gusta Chris. —Esperó a la reacción, al grito ahogado, al sonrojo extremo, a que el cuerpo de su amigo se quedase congelado en el pavimento, bajo una luz azulada parpadeante. —Y por eso voy a dejar que te acompañe a casa. —Le guiñó un ojo y corrió hasta donde el rubio, donde lo retuvo y lo obligó a retroceder hasta donde Andy con el pretexto de que, para cuidar su garganta, dejara de tomar frío y acompañase al pobre menor a su casa y esperara con él, que después pasarían a recogerlo.

Alex se alejó junto a Daniel, riendo por lo bajo, mientras Chris y Andy iban en la dirección contraria, caminando algo distanciados y en silencio, mas en la cabeza pelirroja se mezclaban un montón de pensamientos ruidosos y confusos que lo invitaban a romper el hielo, a empezar una conversación que por lo menos le regalara algo de atención por parte del rubio.

—¿Dónde aprendiste a bailar así?

—Esas clases que las mamás siempre obligan a sus hijos a tomar... habrán sido dos o tres años desde que tenía diez. En el mismo instituto también había clases de pintura y vocalización. Una tarde, esperando a que mamá me buscara, me topé con un par de puertas abiertas y un montón de gente cantando escalas; fue amor a primera vista. En ese momento supe que quería y podía cantar... —se detuvo por un escalofrío y luego siguió—: ...y ahora así me ves. —Se señaló con ambas manos y abrió la boca con la intención de entonar alguna nota grave y poderosa, pero sólo le salió un bostezo que tembló con otra sacudida de su delgado cuerpo.

—Puedo... puedo prestarte mi tapado —ofreció Andy, haciendo el amago de ir a quitarse la prenda, pero el mayor lo detuvo y, lentamente y sin aviso, se abrazó de su cuello mientras lo obligaba a rodearle la cintura con un brazo.

—Supongo que Alex no va a enojarse si tomo su lugar un rato. —Y sonrió. Sonrió como Andy siempre había querido que le sonriera, como nunca le había visto sonreír más que en sus fantasías... y era toda para él.

«In the cold you look so fierce,
but I’m warming up» [V]

Rondaban las cuatro de la madrugada cuando ellos llegaban a la casa de Andy, aún abrazados y sin intención de soltarse.

—No encuentro las llaves... —susurró el pelirrojo, revolviendo en los bolsillos de su tapado y de sus pantalones—. Voy a tener que tocar el timbre.
Se soltó del abrazo y se giró hacia la puerta con el dedo índice en alto, buscando el botón del timbre. Antes de que llegara a presionarlo, sintió una de las manos de Chris tocarle el hombro, y ante su tacto quedó helado.

—¿Puedo decir que...? ¿Puedo...? ¿Puedo estar seguro de que te gusto? —le preguntó, indeciso. De espaldas, Andy no había visto la mueca de sufrimiento que el rubio había hecho, y tampoco lo veía ahora morderse el labio inferior, jugueteando con el arito, esperando una respuesta.

Entonces tomó aire, y se volteó.

—¿Cómo es posible que todos lo hayan descubierto y yo siga sin darme cuenta?, ¿tan transparente soy? ¿Tan estúpido parezco que nadie me dice que se me nota? —Bajó la cabeza, desilusionado. —Yo soñaba con, alguna vez, decirte cuánto me gustabas, o que por algún mágico suceso termináramos enamorados sin tener que pedir explicaciones... inclusive llegué a tener en cuenta la esperanza de olvidarme de lo que sentía y convertirme en un espectador más en los conciertos... pero supongo que...

—Que no esperabas que en una noche tan fría, después de haber bailado y caminado tantas cuadras abrazados, estando parados en la puerta de tu casa, a oscuras, yo te dijera que cierres los ojos y... —Y, susurrando cosas ininteligibles, Chris se acercó a los labios tibios y colorados de menor y los besó apenas, mientras apoyaba una mano en su estrecha cintura y le provocaba un pequeño escalofrío con el frío del metal de su piercing. Andy apretó los ojos y se relajó, mientras un leve «no lo puedo creer» se extendía y hacía coro dentro de su cabeza. Sus manos empezaban a subir, como guiadas por una titiritero, hacia la nuca de Chris, cuando éste cortó el beso y lo observó a los ojos desde muy cerca.

Respiraron profundo, el humo blanco que exhalaron se perdió en la oscuridad, sus ojos se fundieron en una sola mirada líquida, y sus bocas temblaron de ansiedad.

—Acabás de robarte mi primer beso —susurró Andy, sonriendo. Las mejillas, sonrojadas, le ardían, sentía que las orejas iban a explotarle, los ojos le escocían y, aún sin sentir frío, seguía temblando.

—Y no va a ser el único con el que me quede... —le respondió Chris y volvió a besarlo, ahora rodeándole con un brazo la cintura y con la otra mano la nuca. Andy se aferró al cuello del rubio con ambos brazos y se hundió en su boca caliente, mientras el piercing frío le hacía cosquillas con cada roce de sus labios. Respiraban con fuerza por la nariz, jadeaban cada vez que entre sus bocas se abría una brecha.

Pero antes de que tuvieran siquiera pensado interrumpir ese beso, las llaves que Andy no encontró en un principio cayeron al suelo, sobresaltándolos.

—Entremos, que hace frío. —Andy sonrió y abrió la puerta. Cuando apenas estaban tratando de cerrarla sin separar sus labios del beso que habían reanudado, frente a la casa unas ruedas se arrastraron por el pavimento y las luces de una camioneta iluminaron toda la calle. Eran los chicos, que tocaron la bocina al ver la puerta cerrada.

En el desespero de Chris por salir rápido y no tener tiempo de siquiera anotar el número del móvil de Andy, sin saber que él ya tenía el suyo, deslizó su teléfono en el bolsillo del tapado del pelirrojo y le susurró «mañana lo quiero de vuelta», en una clara indirecta de que, al día siguiente, tenían una cita.

Disimulando su saludo, haciéndolo general, desde la puerta de su casa Andy levantó una mano y la agitó en el aire mientras la camioneta de Van Russell se alejaba y se perdía en la noche.

Ya no era un simple espectador de los conciertos, ahora era el dueño de las canciones.

Notas finales: I Six Feet Under The Stars - All Time Low
II I Wanna Love You - The Maine
III Love Today - Mika
IIV Wanna Love You - The Maine
V Six Feet Under The Stars - All Time Low
___________________________________



Probando, uno, dos, tres... la página anda para la mi*rd* D:


Una única aclaración :3
Chris canta con acento británico como particularidad suya y para agregarle originalidad a sus covers, pero Def Leppard es una banda americana (;


Antes de irme: no reclamen, no hay continuación.


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