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¿Por qué te quedas conmigo? por Otori

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- ¿Por qué te quedas conmigo? -

(Ivan/Yao)

 

Estaba agotado.

Sentado de cualquier manera en la silla frente a una ventana abierta, por la que entraba un viento frío. Un viento que hacía ondear la cortina de manera siniestra en el silencio de aquella habitación vacía, exenta casi de mobiliario, donde las sombras de la noche resaltaban el mal estado en el que se encontraba todo.

 

Esa desolador, deprimente...

 

El único cuerpo vivo de aquel lugar sostenía un viejo rifle en su mano izquierda, ladeado levemente a un lado, pero sin titubear al agarrarlo, como si aquel contacto con el arma fuera una escapatoria para sus pensamientos profundos.

Se le pasó por la cabeza todo lo que había pasado en tan poco tiempo. Como de ser una familia completa, no había quedado nadie en aquella mansión. Como vio alejarse a todo lo que una vez fue suyo. Como no dejaban de rebelarse contra la nación, pidiendo mejoras...

 

Estaba cansado. Siempre creyó que llevaba el país por buen camino. Luchó y se convirtió en una nación poderosa, pero no dejaban de llegarle represalias.

 

Todo es culpa tuya...”

 

No era culpa suya. No podía serlo. ¿Que había hecho? Al final el que pagaba por todo siempre era el, y hasta ahora había soportado en la medida de lo posible. Pero se le encogía el pecho al ver aquellas miradas de odio. Aquellas miradas que le culpaban de todo...

 

Su mente recreaba una y otra vez la escena, como si pasasen la misma película una y otra vez, desgastada por el uso. Tres personas le miraban de reojo, antes de darse la vuelta y desaparecer. Tres personas con las que había vivido y había compartido aquellos momentos duros, aquellas épocas nada agraciadas para el país.

 

Ya no estaban... Ya no había nadie.

Las lagrimas ya no le caían. El cuerpo ya no le temblaba por el aire gélido que le golpeaba desde fuera. El rifle de su mano vibró, antes de caer al suelo con un estrépito que hizo eco en toda la casa.

 

[…]

 

Caminó por aquel paisaje solitario, mas deteriorado desde la última vez que lo vio, pero no importándole lo mas mínimo. Después de todo ya no vivía nadie allí, y no creía que nadie excepto el volviera a ocupar aquella casa

 

Pisó los restos de un cuadro que en su día estaba colgado en la pared, expuesto para las miradas maravilladas de los que lo contemplaran. Ahora solo era un montón de cenizas en el suelo, recubierto de cristales y polvo.

Las ventanas estaban sucias y cubiertas por una capa de escarcha que tupía las vistas a la calle. Las paredes ya no eran blancas y la reluciente moqueta roja del suelo apenas se distinguía.

 

Apretó mas el rifle en su mano, sin fuerzas para fruncir el ceño, sintiéndose mas débil que nunca...

 

La gran puerta principal se abrió con un chirrido, para luego golpear contra la pared violentamente ante la ráfaga de viento y aguanieve que se coló dentro. El aire ya de por si frío del interior, se terminó de congelar, mientras unos ojos amatista atisbaban sin mucho interés la figura que se distinguía entre el manto blanco de fuera.

¿Era otra turba inconforme contra el? ¿O se trataba de una rebelión a gran escala? Ninguna de las dos cosas le sorprendería...

 

-Ivan...

 

La vocecilla que se escuchó entre los silbidos del viento no se asemejaba a un grito furioso. Y mucho menos lo era el hecho de que lo llamasen por su nombre.

Reconoció de inmediato a la persona que quedó en medio de su recibidor, antes reluciente y sublime para las visitas, al quitarse la gruesa capucha roja que le cubría la cabeza.

Un pelo largo y negro, atado en una coleta que descansaba sobre su hombro y unos ojos igualmente azabaches, que parecían perforarle con aquella expresión neutra.

 

El rifle tembló levemente en su mano antes de levantarlo para apuntarle.

 

-Vete...-dijo, con una voz que no parecía la suya. Llevaba mucho tiempo sin escucharse fuera de sus pensamientos.

 

-Ivan, escuchame...-dio unos pasos al frente, frunciendo el ceño.

 

-No te acerques...-volvió a decir, sin ganas de gritar, apuntando con mas intención a Yao, que se detuvo.

 

-¿A caso vas a dispararme?-alzó lo suficiente la voz como para que le oyese- Sabes a que he venido, ¿y vas a dispararme?

 

-No necesito tu caridad -sus ojos eran dos esferas frías que perdían su color radiante, como dos pozos de agua turbia.

 

-¿Piensas quedarte aquí para siempre? ¿Donde está tu espíritu de lucha? El Ivan en el que te has convertido no le hace ni sombra al que eras antes...

 

-¿No puedes ver que ya no queda nada del que era antes? -su voz ronca se acentuó cuando quiso gritar- ¡Todo ha desaparecido! Aquí ya no hay nada por lo que merezca la pena luchar...

 

-Eso es solo una excusa -interrumpió, frunciendo mas las cejas-. Aún queda mucho por hacer. Tienes una país que encaminar hacia la grandeza. ¿Que tus fuerzas aliadas se han independizado? Pues simplemente busca mas. Es algo que todos nosotros no hemos dejado de hacer...

 

-¡No es tan sencillo! -gritó, atrabiliario, y su voz desgastada resonó en aquel lugar vacío- No es tan sencillo...

 

Ivan lo sabía. Aliados, amigos, familia... Todos acabarían dejándole. Todos crearían algún medio para separarse de el, y volvería a estar solo.

 

-Ivan, salgamos de aquí... -Yao avanzó otro paso, esquivando los escombros del suelo, sin percatarse de la mirada fría e indescifrable que le dedicaba su interlocutor, como alguien que vigila cuidadosamente y con rencor a una presa que pretende eliminar.

 

El algún momento una bala cortó el aire...

Momento en que decidió intervenir el silencio, como queriendo dejar paso al hecho de que Ivan hubiera disparado...

Las puertas de la entrada golpeaban contra la pared, a causa del viento, y un montoncito de nieve cubría ya las inmediaciones del recibidor.

 

Una gota color carmesí impactó en el suelo, seguida de muchas mas, hasta formar un charco de sangre sobre la moqueta sucia y los restos de nieve. A un lado, un cuerpo se dejó caer de rodillas, agitado por las propias contracciones de su cuerpo, mientras se ahogaba con su propia respiración descompasada.

 

El cañón del rifle que sostenía Ivan echó humo antes de que este lo bajase, sin dejar que el temblor de sus manos volviera a invadirle.

 

-Vete...-repitió, dándose la vuelta para volver a su habitación, mientras Yao se desplomaba en silencio tras el.

 

[…]

 

Los días fríos se hacían eternos. El silencio le taladraba los oídos.

Estaba pálido, débil, alerta en todo momento desde su lugar en aquella silla, que había visto pasar las horas con el.

Y cuando el silencio se rompía, era para peor.

 

-¿Por qué sigues aquí? -preguntó, con el rostro encogido dentro de la bufanda.

 

Un jadeo entrecortado le respondió, desganado, adolorido, como si aquella respiración fuese a apagarse en cualquier momento.

Un cuerpo se encontraba tirado en el suelo, justo tras de el, junto a la puerta de la habitación. Llevaba la ropa cubierta de sangre que se filtraba ya entre la tela gruesa del abrigo que tenía por encima. La camisa roja estaba rasgada con el propósito de detener a sangre de la herida que emanaba de su hombro izquierdo, retrasando en cierta medida que se desmayara.

 

De nuevo, aquel silencio.

Habían pasado tres largas noches en las que habían faltado las palabras, mientras que la densa nieve golpeaba las ventanas que aún estaban intactas.

 

Desolador...

Deprimente...

Vacío...

 

El frufrú de la ropa de Yao pareció hacer eco, mientras un gruñido de dolor atravesaba sus labios y salía a relucir. Su cara mas que pálida, cubierta de un sudor frío que acentuaba su mal estado, se enterneció al observar la pertenencia que había sacado de su bolsillo.

Era un llavero pequeño de un Panda, con un reloj digital instalado en su redonda y mullida panza blanca. Sonreía inocentemente con unos ojos sin vida mirando al techo, mientras la pantalla del reloj se iluminaba para que pudiese verse el paso de los minutos.

 

Los ojos del asiático adquirieron un brillo que no había tenido desde que había llegado a aquella casa. Una melodía acababa de comenzar a sonar. Un acorde de caja de música se escuchó salir alto y claro tras la cabeza de aquel oso diminuto, y se convirtió en un eco que recorrió toda la casa.

 

Ivan alzó la vista y abrió los ojos, sin hacer ningún gesto mas mientras la música continuaba llegandole en modo de nostalgia.

 

-¿No es increíble?-se escuchó al fin a Yao, y a pesar de su estado parecía increíblemente sereno-. Es un regalo de mi hermano Kiku. Se ha convertido en alguien grande e independiente. Mis otros hermanos también se han independizado, han creado su propio hogar lejos de mi.

 

-Cállate...-masculló Ivan, sin despegar su vista de algún punto en la pared.

 

-Yo, que crecí durante años solo, por fin había conseguido una familia. Y ahora ya no están...

 

No pudo seguir hablando, puesto que el mango del fusil había impactado en su mejilla con tanta fuerza que le hizo perder el equilibrio, cayendo a un lado. El llavero que sostenía patinó a algún lugar de la habitación, entonando una vez mas la música melancólica.

 

-¡Cállate! ¿¡Por qué sigues aquí!? ¡Te dije que te fueras!-volvió a golpearle, sin fuerzas- No tienes por qué estar aquí...

 

Yao tosió, y un nuevo hilillo de sangre volvió a caer al suelo. Recargándose en su brazo sano, se alzó hasta que pudo volver a enderezarse, apoyando la espalda en la pared. Levantó su mirada oscura hacia el otro con una sonrisa comprensiva en el rostro, no haciendo falta decir nada.

 

Ivan apretó los dientes, y sus ojos apagados parecieron volver a la vida ante las lágrimas que se aglomeraban en su retina. Derrotado y confuso, se dejó caer de rodillas al suelo frente a un maltratado Yao, cuya sonrisa parecía no querer desaparecer.

 

-¿Por qué te quedas conmigo...? -preguntó con su voz congestionada, soltando el rifle para limpiarse las lágrimas mientras agachaba la cabeza.

 

La mano temblorosa de Yao se acercó a el, manchada de su propia sangre, y le acarició el pelo. Ivan levantó el rostro, sorprendido, mientras era empujado suavemente hasta chocar su frente con la de su interlocutor.

De cerca, pudo apreciar sus ojos negros, mas llenos de vida que los suyos.

 

-No me voy a ir -declaró, mientras el murmurar de la musiquilla parecía llegar a su fin, pero empezaba de nuevo-. Yo no me iré.

 

La sinceridad de aquellas palabras hizo que Ivan no dudara de ellas. La manera afable de decirlas terminó de romper sus últimas barreras. Era algo que no escuchó nunca de nadie.

Sin miedo, sin dudas... Lloró entre los brazos de Yao hasta que la pena de todos aquellos días se aplacó por completo.

 

¿Por qué te quedas conmigo...?”

Porque yo también sé lo que es sentirse solo...”

 

 

 

 

Notas finales: ¡Hyuu~! (¿? xDD)

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