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Ojos de papel por Aphrodita

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Notas del fanfic:

Disclaimer: Saint Seiya no me pertenece, todo de mi queridísimo Kurumada sama.

Notas del capitulo: ¡Sí! Ya sé que tengo que continuar con “Lo que el viento nunca se llevó” pero tenía ganas de este one song xD Muchas ganas, hace mucho que no hago uno. Prometo continuar el otro pollony, prefiero sentarme a escribirlo cuando realmente tengo inspiración, si no sale cualquier cosa.

En fin, respecto a este fic, he de decir que la canción le pertenece por entero a L. A. Spinetta (Almendra) y se llama “Muchacha ojos de papel”. Habla de una mujer, pero como no me gusta alterar las letras (solía hacerlo) la respeto, la dejo tal cual está. Les paso un link donde podrán escucharla los que no la conocen.

http://www.musica4all.com/88501/luis-alberto-spinetta-los-socios-del-desierto-muchacha-ojos-de-papel.html

Canción viejísima, pero que queda en el tiempo, como muchas otras, por su fuerza, su letra, o un todo extraño que hace que muchos temas perduren por siempre en la memoria de la gente. Es más, esta canción fue escrita mucho antes de que yo naciese (Año 1980), y Spinetta es un cantautor muy respetado en mi país. Puede gustar o no gustar, pero prestigio tiene.
Muchacha ojos de papel,
¿adónde vas? quédate hasta el alba.


El proceso era lento, cuidado, pensado. Bocetar la idea en una hoja cualquiera, transcribirla al papel principal, no era algo sencillo de hacer. Había siempre un momento y un lugar específico para forjarlo. Amaba sentarse a trabajar de noche, en la quietud de la misma, con su soliloquio obsesivo, sus reproches y preguntas retóricas.

Cuando comenzó a trazar los rasgos del muchacho, una emoción se arraigó en su pecho, siempre la sentía cuando iniciaba una nueva pintura, pero esta vez había algo distinto. No pudo darle nombre pero comprendía que nunca antes había sentido “eso” pese a dibujar siempre sobre lo mismo.

Le delineó el cuerpo, el rostro en proporciones perfectas, y las manos, que siempre le habían supuesto un desafío, no le supusieron un mayor trabajo como esos pequeñitos pies que ansiaba retratar con notable esmero.

¿Por qué el modelo inexistente de sus pinturas tenía el mismo rostro? Una y otra vez… una y otra vez. Cientos, doscientos, trescientos bosquejos que mostraban al mismo sujeto, que al igual que él, no tenía nombre.


Muchacha pequeños pies,
No corras más, quédate hasta el alba.



Ese individuo con rostro, sin nombre, se colaba en las noches de infinita soledad, acunándole en sus brazos, susurrándole palabras de consuelo, custodiándolo. No existía; más para su creador era real, tan real como sus manos.

Sus propias manos, creadora de aquellas pinturas. Si eran buenas o no, no le afectaba, él vivía simplemente para dibujar, para crear con sus dedos, para trazar y narrar historias a través de una simple imagen.

Imagen que siempre era la misma. Podía cambiar el escenario, la expresión en su rostro, la ropa, el tiempo, pero nunca la persona.

“…l”, quien le hacía compañía, quien aguardaba por su presencia, todas las madrugadas, para seguir trabajando afanosamente y darle vida. Al menos en su mente y en el papel.


Sueña un sueño despacito entre mis manos
Hasta que por la ventana suba el sol.



Nunca estaba conforme con los resultados finales de sus trabajos. Acababa con uno, y esa sensación agobiante se anidaba en su pecho amenazando con no abandonarlo, arrastrándolo a intentar hacer otro cuadro, mucho más excelso que el anterior. Sin alcanzar a apreciar la superación.

¿Por qué no podía plasmar las ideas como él las podía ver en su prodigiosa imaginación? ¿Por qué le significaba un esfuerzo magnánimo expresar eso que guardaba en su corazón, que nítidamente cobraba forma en él, tanto, que hasta podía tocarlo con las yemas de sus dedos?

Las pocas personas que juzgaban sus pinturas decían que eran buenas, muy humanas, o sublimes, pero para ese hombre, autor de las obras, dejaban mucho que desear.

¡Es que la gente no comprendía, no alcanzaba a ver la idea original que él guardaba receloso en su interior! No había punto de comparación.

Le faltaba el color de la piel, de un moreno vívido, tangible, puro. Imperecedero y perenne en la lámina. Nunca envejecería; las arrugas no cubrirían esa piel, tan castaña como su menuda cabellera ondulada.


Muchacha piel de rayón,
No corras más, tu tiempo es hoy.



Una vez hallado el color ideal que cubriría el cuerpo desnudo de aquel sujeto, sintió que lo había logrado. Por fin el trabajo estaba completo, acabado frente a sus ojos... Uno más; pero este lo juzgó disímil al resto.

El pintor se enamoró de aquel muchacho con luceros de avellana. De cada trazo, de cada línea que componía su faz, su anatomía masculina; con tanta claridad como lo había contemplado en sus quimeras y en su cabeza, cuando lo soñaba despierto.

Sintió unas arrolladoras ansias por soltar esas lágrimas que llevaba atoradas en su ánima desde que no recordaba. Posar sus dedos sobre la fría y áspera hoja, sin alcanzar, sin poder palparlo, sin conseguir acariciarlo. Se contentaba al menos con confesarle sus miedos, sus caprichos, con llorarle en silencio aun sabiendo que en la vida escucharía su verdadera voz, porque para él no la tenía.

Era perfecto, no porque su trabajo en sí lo fuese, sino debido a ese individuo retratado, que sencillamente, lo era.


Y no hables más, muchacha
Corazón de tiza.
Cuando todo duerma
Te robare un color.



Su voz... un débil susurro que se coló en el viento, que sirvió para despertarlo de aquel letargo; que trepó por su cama hasta hacer nido en su colchón. Allí estaba “él” quien no tenía identidad, pero a su vez, lo era todo para el pintor.

Le sonrió, extendió su mano y tocó su morena piel, deleitándose con el efímero contacto. Y esa sonrisa, la expresión mas compasiva y hermosa que jamás había tenido en fortuna presenciar.

Su nombre, prendido de sus labios...

“Ikki”

Nunca lo había escuchado, más no le interesaba lo que dijese... simplemente que hablase ¡Que hablase toda la noche de ser posible! Ahora que podía, ahora que lo tenía con él, que había saltado de la hoja, cobrando forma, lo quiso para él... por siempre.


Muchacha voz de gorrión,
¿adonde vas? quédate hasta el día.



Le hizo el amor, como en sus sueños había fantaseado. Se lo volvió a hacer, reiteradas veces, hasta creer desfallecer.

Dicen —algunos— que no se puede hacer el amor, como no se puede hacer el odio. Pero para el joven pintor aquello era innegable, una materialización de sus fantasías frustradas, de sus ideas, de sus sentimientos que guardaba con tesón en lo más profundo de su espíritu y que sólo su obra, ese muchacho de color marrón, conocía.

…l sí sabía porque lloraba, cuando lo hacía. Y su sonrisa, le daba sosiego a su agitado corazón. Le daba la paz que ninguna otra cosa, que se empecinaban en darle para “curarlo”, lograba.

Loco. Eso era lo que decían de él. No le interesaba.

Lo tenía a “él”, consigo.
Tenía que buscar un nombre, debía darle uno, pero por alguna extraña razón jamás pudo bautizarlo, como si ninguno de los que existían previamente en la Tierra era adecuado o inigualable para el muchacho; como si ya existiese uno para él y tan sólo no lograba hallarlo.
Era desesperante, quería pronunciarlo, quería escucharlo de sus propios labios, pero sencillamente no tenía, no encontraba el adecuado.


Muchacha pechos de miel,
No corras más, quédate hasta el día.



Siempre era igual, gritos, llantos, suplicios. Pese a que la noche era tranquila en comparación al día, aquel sitio nunca dormía. Eso el joven paciente lo sabía muy bien. La mirada interrogante del hombre que portaba una bata, garabateando en una hoja, jugando con su lapicera.

El grupo de estudiantes detrás de él.

Silencio.

La puerta cerrándose en un estruendoso sonido aturdidor, la traba siendo puesta y otra vez solo en esas heladas paredes blancas; solo con sus cuadros, con las hojas alfombrando el suelo.

---

El doctor se ajustó sus lentes y buscó en la carpeta del pabellón masculino, clase B, el folio correspondiente. Imposible disimular su impaciencia; ese caso lo había tenido en vela durante muchas noches y pese a que había pasado la euforia de los primeros tiempos, sintió una ola de renovado ímpetu.

—Bueno, tenemos este caso, que es un N.N muy curioso.
—¿N.N? —cuestionó uno de los más jóvenes doctores, recién incorporado al grupo—¿No tiene familiares, no encontraron a nadie que reclamase por él…?
—Suele suceder muy seguido—El hombre de barba tupida y blanca le sonrió al novato en un gesto de comprensión.
—Lo encontraron hace ya más de cinco años, inconsciente, en la costa australiana, por sus rasgos y complexión se deduce que es asiático—siguió explicando el mismo medico que hurgó instantes previos como un desaforado en busca del folio que los atañía—Lo único que llevaba puesto era una extraña… armadura.
—Armadura que ha sido investigada al hartazgo pero no arrojó resultados que nos compete a nosotros. Es de una aleación desconocida, es decir: posee mezcla de dos materiales conocidos y uno que se supone es materia sin resolver del espacio—se animó a comentar la única mujer del grupo, admirada por este detalle.

Más allá del tiempo y de los años que habían pasado, ese N.N representaba un gran misterio para toda la institución psiquiátrica de San George.

—¿Viene del… espacio? —el novato se sintió estúpido, sobre todo al escuchar la risa estentórea del único facultativo que hasta el momento no había hablado, el último que conformaba ese equipo, uno tan joven como él pero que por haber entrado unos meses antes se creía Dios.
—Sí Louis, es un Transformers.
—No sabemos y no es lo que interesa—censuró el decano profesor—el asunto es que, apenas llegó… hey, Ray…—llamó la atención del otro muchacho que, distraído, ahora observaba por la ventana a un reducido conjunto de internos armando revuelo en el jardín—Presta atención que esto se lo estamos explicando a ustedes dos porque estarán a cargo del pabellón.

Novatos. Los odiaba, pero les tenía la suficiente paciencia por la irrefutable razón de que ellos ocuparían un lugar que quedaba por entero a su responsabilidad.

—Permaneció durante meses en coma, hasta que despertó, efectivamente sin saber ni quién era, si humano, pez, animal. Ni hablar de su nombre o su origen—sintetizó el hombre de gafas adelantándose a su jefe de servicio—Mucho menos de la extraña armadura que portaba—miró al anciano, como cediéndole la palabra que enseguida este tomó.
—Claro… No representa una amenaza; no es violento ni ha tenido auto atentados, es bastante sereno, no habla mucho, de hecho sólo habla con David—comentó refiriéndose al sujeto que aun seguía sosteniendo los folios que le entregó con premura y torpeza cuando estiró su mano para tomarlos—Lo único que hizo, en este tiempo, desde que despertó hasta la fecha, es pintar.
—¿Pintar? —cuestionó Ray cruzado de brazos en un gesto sobrador—¿Qué, las paredes de blanco?
—Cuadros —espetó la mujer, seria y hastiada—. Lo curioso es que siempre pinta sobre la misma persona, ni él sabe de quién se trata… Dice que lo ama —sonrió apenas, algo sorprendida de escuchar surgir de sus propios labios esas palabras.

Un chiflado; no por nada estaba allí, encerrado.

—No pudimos encontrar a nadie —continuó el viejo las palabras de la dama—que pudiese reconocerlo a él así que optamos al revés, por buscar a ese sujeto que aparece en todas y cada una de sus pinturas… alrededor de doscientas veinticinco en lo que va del año.
—¿Y dibuja bien? —Preguntó estúpidamente, a modo de burla; era evidente que a Ray todo eso le daba una curiosidad rayana lo infantil.
—Te digo, es muy bueno en lo que hace, pero otra vez: eso no es lo que importa.
—¿Encontraron a ese sujeto? —investigó el más novato, explicándose luego sin necesidad—: Al de los cuadros.

Un asentimiento del anciano, acompañado por su sonrisa.

—Dian se encargó de ello—la señaló y esta le regaló una escueta mueca de agradecimiento.
—No hubiera sido posible sin su ayuda económica, doctor Wesler—le devolvió el gesto.

“Seiya Kido” un japonés que actualmente residía en Grecia.
Difícil de ubicar, pero se logró gracias a un orfanato pequeño en un ciudad en medio del Japón. Se tardaron años en dar con él, pero lo habían hallado y sin dudas era el mismo individuo de aquellos retratos.


Duerme un poco y yo entretanto construiré
Un castillo con tu vientre hasta que el sol,
Muchacha, te haga reír
Hasta llorar, hasta llorar.



El castaño sintió su corazón latir desbocado a medida que sus pies lo conducían por ese largo y silencioso pasillo; de vez en cuando un grito ahogado lo alertaba, no causándole miedo, pero si aprensión.

¿Podría ser posible? No lo creyó, cuando supo de aquella gente buscándolo, no logró creerlo: Que todavía, a pesar del tiempo y de todas las esperanzas perdidas, Ikki aun siguiese con vida.

Perdido, internado en un hospital psiquiátrico, pero vivo. No tuvo tiempo de avisarles a sus demás hermanos, sobre todo a Shun quien sin dudas era el más interesado, de este giro de tuerca en sus historias.

Primero sería bueno constatar que efectivamente se trataba del Phoenix. Una pequeña luz de esperanza se arraigaba en su pecho a cada paso dado. Su adorado Ikki, al que consideraba como un hermano mayor, que había combatido a su lado, luchando contra Dioses que harían temblar la tierra de terror, sosteniéndolo en cada batalla ¡Vivo!

Sintió ganas de llorar, recién en la puerta de la supuesta habitación sus ojos se anegaron de lágrimas, la traba fue retirada y la abertura le permitió percibir, más allá de la penumbra del cuarto, una delgada silueta descansando sobre el piso, acurrucado como un niño pequeño, en posición fetal.

Y en el piso, las paredes, por donde mirase, a medida que sus pies lo acercaban al extraño sujeto, dibujos.

Tomó uno entre sus temblorosos dedos ahogando de inmediato un grito de pavor: “¡Soy yo!” Se repitió una y otra vez en su interior:

“Soy yo, soy yo, soy yo”

“El muchacho del cuadro soy yo”.

El Pegasus se sostuvo como pudo, sus piernas flaquearon, amenazando con dejarlo caer al suelo. En cambio, con suma turbación, se colocó de cuclillas, intentando posar su mano sobre la melena que, pudo reconocer sin dificultad, le pertenecía por entero al Phoenix.

—¿Ikki? —susurraron sus labios, trémulos.

El aludido elevó su cabeza, apenas… esa voz, lograba reconocerla, pues acariciaba su alma, besaba su corazón.

—Ikki, soy yo—le sonrió, vio sus ojos parpadear y una gota descender por su mejilla—Soy yo, ¿me recuerdas?: Seiya.

El Phoenix lo tomó de improviso entre sus brazos y lo sostuvo con fuerza, como queriendo evitar una posible partida. Los guardias se alertaron por este abrupto gesto, pero cautelosos se quedaron en sus sitios sin bajar las defensas.
El paciente no cesó de murmurar, alterado, mientras depositaba cálidos besos en su frente:

—Eres tu… eres real.
—Claro que lo soy, Ikki—no lo pudo contener más, su rostro se bañó en lágrimas de emoción mal contenida.
—Seiya… —repitió, algo ido.

¡Ese era el nombre ideal que con tanto ahínco buscó durante todos esos años para su hombre perfecto!, para su dibujo, su pintura, su trabajo primoroso. Y por fin lo tenía allí con él, podía tocarlo, besarlo y hacerle el amor.

…l, tan solo un loco enamorado de su pintura, de su muchacho ojos de papel.


Y no hables más, muchacha
Corazón de tiza.
Cuando todo duerma
Te robare un color.



FIN
Notas finales: Gracias por leer =)

23 de septiembre de 2009
Merlo, Buenos Aires, Argentina.

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