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Crimen y castigo por starsdust

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Notas del fanfic:

Un fic viejo, pero lo agrego para dejarlo archivado aquí también. Después de este quedan sólo dos fics más del clásico y termino de subir los oneshots que he hecho :P

No soy fan de esta pareja. Hice este fic a pedido de una amiga que le gusta Aioros x Shura. La idea era hacer una parodia, pero terminó siendo angst puro.

Saint Seiya es propiedad de Masami Kurumada.

Shura despertó bañado en sudor. Una vez más había repetido en sueños el camino que lo había llevado a asesinar al santo de Sagitario. Había visto cada detalle y escuchado cada sonido de aquel escenario fantasmal; incluso el familiar cosmos de Aioros parecía tomar parte de su pesadilla, volviéndola aún más real. Desde aquel día parecía haber sido condenado a repetir por la noche ese momento una y otra vez, sin poder hacer nada para cambiar lo que había pasado. Un castigo justo pero insuficiente. Sabía que no había manera de reparar el daño que había hecho. Intentaba convencerse de que Aioros era un traidor, pero si era así ¿por qué sentía tanta culpa? Acosado por las dudas, se sentía indigno de ser un santo.


De repente, como si fuera un resabio del sueño del que acababa de despertar, el templo fue invadido por un cosmos diferente. Una energía tibia que hubiera sido capaz de reconocer en cualquier momento. Volviendo la mirada hacia la puerta de su templo, quedó estupefacto ante lo que vio: era el mismo Aioros, vestido con su esplendorosa armadura, acercándose lentamente a él. Shura se entregó a esta visión sin cuestionar si se trataba de su imaginación o de un ángel de la muerte que había al fin llegado para juzgarlo.


¿Has vuelto para vengarte? Aioros...


Aioros sonrió. El gesto, lleno de ternura y compasión, se sintió como una daga en el corazón. Shura se llevó una mano al pecho, en busca del lugar del que provenía su dolor. ¿Acaso no lo odiaba? ¿Por qué?


La voz de Aioros sonó firme y decidida cuando habló por fin, mientras rozaba con el dorso de su mano la mejilla del español.


―Shura.


Aún cuando las lágrimas llenaban sus ojos, Shura se negaba a cerrarlos, temiendo que cuando lo hiciera la visión que tenía delante se esfumara. Se arrodilló frente a Aioros, apoyando las manos sobre el suelo frío.


―¡Castígame! ―rogó.


―¿Para qué…? El castigo que te has impuesto a ti mismo es más fuerte que cualquiera que yo pudiera darte.


Shura sentía que la amabilidad con la que era tratado no hacía más que profundizar su angustia. Si aquel era un producto de su propia mente, estaba moldeado a la perfección para corresponderse con el Aioros que él había conocido. El perfecto ejemplo de santo de Atenea, aquel a quien él había querido emular, aquel a quien aún hoy admiraba.


Estaba dispuesto a pagar el precio que fuera necesario por el crimen cometido. Había soñado con poder entregar todo lo que tuviera para compensar el peso de su pecado, incluso a sí mismo.


―Entonces, tómame ―dijo Shura con voz temblorosa, sintiendo gusto salado de las lágrimas.


Aioros se arrodilló frente a él con expresión dolida y acercó su rostro al de Shura, quien sintió que se le ponía la piel de gallina cuando Aioros comenzó a recorrer con sus labios la huella de sus lágrimas, que terminaba en su boca.


―¿Por qué tendría que ser de esa manera? ¿Qué diferencia haría?


―Quiero pagar por lo que hice ―murmuró Shura, mientras desgarraba la tela de la camisa que llevaba.


―Si lo ves como un castigo no tendría valor para mí ―respondió el otro, apoyando una mano sobre el pecho de su compañero. Los dedos de Aioros se introdujeron en su piel, y Shura sintió que se cerraban sobre su corazón, arrancándolo ceremoniosamente de su nicho. Cuando Aioros retiró su mano el órgano aún latía, derramando sangre sobre el suelo de piedra y la armadura dorada de Sagitario―. ¿Es esto lo que quieres?


No.


Aquello que Shura deseaba venía a su mente en los momentos en que se encontraban el sueño y la vigilia, cuando no tenía control sobre las imágenes que llegaban a él, cuando sus anhelos más secretos salían a la luz, cuando Aioros y él se fundían en uno solo.


Ni siquiera se le ocurrió cuestionar cómo era posible seguir sintiendo tanto dolor aún cuando Aioros le había extirpado el corazón. Supuso que era porque de todas maneras era su alma la que estaba condenada, y la muerte no mitigaría su pena. Pero morir hubiera sido una salida demasiado fácil, y Shura tardó en comprender que estaba aún enredado en el laberinto de sus sueños.


Despertó con la luz de la mañana que se colaba perezosamente a través de su templo.


Y con la piel cubierta de sangre.


Fin

Notas finales:

Marzo de 2009


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