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Jugando con fuego por Aquarius No Kari

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Notas del fanfic:

¡Tardé años en terminar este fic y en poder subirlo aquí. De hecho, creo que nunca lo subí completo xD

Está vez estoy reeditando la historia. Estoy haciendo lo mismo en Wattpad y en ff.net

Dejo el link de un art que me hizo momo-chansempai como parte de un intercambio. 
http://img04.deviantart.net/af25/i/2010/304/c/7/___jugando_con_fuego____by_momo_chansempai-d31viik.png

Notas del capitulo:

Hola!! 

Pues he estado publicando en Wattpad desde hace un tiempo, pero mi amiga Eli me recordó que hace un tiempo no le doy amor a esta página xD

Y lo que pasa es que no tengo computadora y desde el celular es difícil actualizar, pero iré subiendo los capítulos conforme vaya actualizando en ff.net y en Wattpad cada quince días. 

Cambié muchas cosas de la historia así que espero le des una oportunidad. Muchas gracias! 

 

 

Antecedentes:

 

Era muy pequeño cuando llegó a aquella región santa de Grecia, al lugar que estaba consagrado a la Diosa que su constelación guardiana le obligaba custodiar. 

 

De niño solía ser tímido, y aunque tenía una amistad importante con Aioria y Mu en su infancia, desarrolló cariño y apego con un chico mayor que él, que había luchado por ganarse su confianza desde el principio. Su nombre era Kanon, y lo rebasaba por algunos años de edad. Era el hermano gemelo de Saga, y aunque parecían físicamente iguales, Kanon tenía el cabello ligeramente verdoso. Ambos eran griegos, por lo que no fue muy difícil encontrar más de una cosa en común y convertirse en su compañía, su apoyo… su todo.

 

Ahora contaba con casi veintiún años, una edad que le daba la experiencia necesaria para entender las emociones que ese hombre de ojos verdes despertaba en él; tales como esos celos infundados cuando lo veía reír con otra persona que no fuera él, las veces que con solo mencionarlo no podía controlar su propia emoción mientras pensaba en él, o cuando sus ojos eran encantados con su silueta, y era imposible no idolatrar otra cosa con ellos que no fuera su cuerpo, o controlar las reacciones que cada atención de este daba cuando estaban juntos.

 

En el pasado, ambos se habían convertido en amantes, como en aquellas historias de espartanos, donde el alumno se convierte en ese algo más del maestro; y si bien su relación había atravesado la ambición y el deseo de venganza de Kanon, así como la muerte, la traición y todos los problemas en el Santuario, lo cierto es que superar todo eso fue difícil, para mantener en la actualidad una relación que solo el sexo podía definir.

 

Milo, por supuesto, esperaba algo más de Kanon, pues no quería que su relación se basara únicamente en demostraciones físicas sin control; pero tampoco quería parecer cursi o inmaduro mientras esperaba escuchar de él algo que parecía no llegar jamás.

 

Milo tuvo el valor de revelar sus sentimientos ante Kanon, y la voluntad para esperar una respuesta positiva; sin embargo, pasaron muchos años desde ese entonces y él había cambiado totalmente. La persona con quien compartió tantos momentos de soledad no era la misma. Y aun cuando el mayor correspondía sus sentimientos de forma física, no parecía hacerlo en la misma forma intensa como Milo, sin aquellas palabras que expresaran la necesidad ferviente de él.

 

Aquella vez no fue diferente a las otras. Kanon y él tuvieron uno de esos encuentros íntimos de cada noche, y, al desbordarse y culminar su rito, el gemelo se levantó en silencio de la cama, colocándose nuevamente su ropa, sin mirarlo o expresar algún tipo de palabra o adiós. 

 

El octavo guardián odiaba a muerte esas despedidas, y en aquel momento, mientras observaba con sus pupilas abatidas como el mayor terminaba de colocarse los pantalones, ideaba la mejor manera para que Kanon reaccionara y entendiera que aquella situación no podía ser eterna, que tarde o temprano él se cansaría de su trato por mucho que lo amara. 

 

Pero, ¿cómo resolver aquel problema? 

 

¿Qué método sería el más apropiado para hacerle despertar? 

 

Tal vez la respuesta se encontraba más cerca de lo que él imaginaba… 

 

(...)

 

La constelación de Acuario lo había escogido para defender aquel onceavo templo, aun cuando él no se sentía con la capacidad de hacer frente a su responsabilidad; no si apenas contaba con seis años, hablaba un idioma ajeno al de aquella región, y se sentía completamente solo. Para su fortuna, uno de los postulantes a santo dorado le hacía compañía. Se trataba de uno de los gemelos del santuario, cuya única diferencia era el cabello y la personalidad: Saga, próximamente santo de Géminis, se tomaba las cosas demasiado en serio, con una disciplina radical que para sus compañeros rayaba en lo absurdo. 

 

Camus creció instruido bajo sus consejos de lealtad, valor, confianza propia, y a hacer lo que esté en tus manos por defender aquello que te importa o lo que es correcto. 

 

Saga se convirtió en una parte fundamental en la existencia de Acuario, a tal grado que cuando él faltó, su corazón pareció hacerse de hielo. 

 

Con todas las cosas que sucedieron antes, durante y después de la guerra santa, fue como el galo comenzó a sentir otra serie de cosas por el geminiano, que iban más allá del respeto y amistad concebido. Sin embargo, el mayor tenía demasiadas culpas encima, y no se sentía digno de merecer la felicidad o el cariño de alguien, sin importar cuantas veces Camus repitiera que no había sido culpa suya, que se trataba de un mal imposible de controlar, y que él lo amaría sin importar nada más.

 

Lo peor de la situación es que no sabía si Saga lo estaba rechazando porque se sentía insignificante, o porque en realidad no le profesaba ese tipo de afecto, y era su forma sutil de rechazarlo. 

 

Era demasiado estresante no saber lo que el gemelo sentía, porque al menos podría vivir con un “no” por respuesta, y continuar como buenos amigos. Eso es lo más maduro que podría hacer. En su lugar, Saga respondía con un silencio, una amable sonrisa, o un “no lo digas más…”. 

 

Camus pronto comenzó a perder la paciencia, y a pensar que tal vez necesitaba idear algo para averiguar cuáles eran sus verdaderos sentimientos; sin embargo, aquellas no eran tácticas de guerra, y él no tenía conocimiento alguno sobre el amor. 

 

No podía ir a Géminis y preguntarle a Saga alguna sugerencia para resolver su problema porque él era la razón de todos sus pesares; y tampoco deseaba poner a Shura en un predicamento innecesario armando un plan que quizá no iba a funcionar.

 

Sinceramente, y por más que lo pensaba, estaba atrapado en un callejón sin salida, donde solo le quedaba esperar a que él despierte, o morir joven y virgen por tercera… o quizá cuarta vez (ya había perdido la cuenta).

 

 La verdad no quería desperdiciar la oportunidad de disfrutar esa nueva vida, pero no quería esa vida perdida en un limbo con Saga…

 

¿Qué hacer? 

 

Camus no quería apresurar las cosas, pero si quería hacerle entender que lo amaba, y que necesitaba saber si sus sentimientos eran correspondidos; y si lo eran, que anhelaba poder compartir todas y cada de las caricias que había guardado desde hace tanto. 

 

¿Podría haber un método de hacerle abrir los ojos? 

 

.

.

.



Capítulo 1

 

Comienza el juego.

.

.

.

¿Por qué no escuchó a su conciencia?

 

La verdad esa era una pregunta difícil de responder…

 

Camus no podía creer que él (justamente él) le hubiera convencido no solo de asistir a aquella reunión, sino también de ¡usar aquel atuendo…! Ajustado, incómodo… ¡Colorido!

 

Tal vez eran dos colores y no más en su apariencia actual, pero eran justo los dos que menos usaba. 

 

¡Athena y todos los Dioses del Olimpo! A pequeños ratos se sentía como la combinación de Afrodita y Milo con lo que traía puesto.

 

Mientras descendía uno a uno los peldaños de Virgo a Leo, sentía como la circulación de la sangre se le cortaba cada vez que movía las piernas para apoyar la planta del pie en un nuevo escalón.

 

Milo le había dicho que era lo mejor, que no podía negarse, que la primera señal de amor entre dos personas eran los cambios positivos tanto en uno como otro; y aunque Camus insistió con que el primer cambio debía ser en el griego al no asistir a aquella reunión, Milo discutió que Camus necesitaba mayores reformaciones (lo que sea que quisiera decirle), y que a todos les sorprendería verlo en ese lugar, cuando no ponía ni un solo pie para desearles que se diviertan. 

 

Bajo aquellos innegables argumentos, el galo tuvo que aceptar la invitación a la dichosa fiesta. El problema eventual se suscitó por el atuendo que este escogió para vestir, ya que el escorpión quería que ‘su pareja’ usara algo mucho más provocativo, algo que causara la envidia de Kanon; así que le escogió una ropa que pudiera causar tales efectos: Una camisa roja sangre con las mangas arremangadas de tal forma que sus músculos pudieran presumirse, abierta con ‘v’ por cuello para lograr que los pectorales hicieran lo mismo, más un pantalón ajustado en color blanco brillante que resaltaba un muy firme trasero, y los músculos de sus piernas. 

 

Para Milo había resultado sumamente difícil convencerlo de ponerse esa ropa (puesto que iba contra toda ideología reservada de Acuario), pero sí pensó que esa sería la tarea más complicada de la noche, nunca imaginó que sacarlo del templo implicaría un reto mayor. Tuvo que llevarlo casi a rastras de sus aposentos (bajo amenaza de ser convertido en un escorpión de hielo), y hacer que descendiera las escaleras hacia el templo de Leo. Fue hasta que le mencionó que Saga no podría quitarle la vista de encima que “aceptó la invitación”.

 

Para la hora de la cita, ambos dorados se encontraban en el quinto templo, tomados de la mano para acentuar su mentira, como si fueran un par de enamorados; aunque a ninguno le hacía gracia mantener ese contacto. Después de todo, siendo tan diferentes, no se llevaban bien.  Nunca habían podido hacerlo, en realidad…

 

—Ya no siento las piernas—. Se quejó Acuario en un murmullo malhumorado. Milo rodó los ojos, exhalando con hastío. 

 

—Prometí que volveríamos temprano, ¿no es así?— Respondió para tranquilizarlo. Camus asintió, mirándole primero de reojo, y luego a sus extremidades inferiores, como si sus ojos pudieran decirles que todo estaría bien, que solo tendrían que esperar unos momentos más, aunque estos fuesen una, dos o tal vez cuatro horas extra. Tragó en vano un poco de aire para intentar serenarse. 

 

—Bien…— Dijo—… entonces… vamos…— Estaba notablemente nervioso porque la idea de convivir con el resto de sus compañeros y ser sometido a cualquier tipo de críticas por su actitud o actual forma de vestir lo ponía en un estado contrario al que siempre demostraba en su mirar, o al que Saga le había enseñado manifestar. 

 

Sin decir otra palabra se internaron en el templo de Leo, esclavos al yugo de sus propias ideas y planes, por lo inseguros que se sentían respecto al buen funcionamiento de sus propósitos. 

 

Mientras ambos caminaban comenzaron a pensar en su situación actual, ya que, un par de días atrás, Milo le había hecho una propuesta a Camus, que este no podía rechazar; no porque el escorpión despertara un interés sentimental, sino porque se vería beneficiado con el corazón de Saga, algo que quería poseer desde hace tiempo atrás.

 

Decir sí, no fue una decisión fácil por cuestiones de ego y algunas cuentas pendientes en su pasado con Milo. 

 

Las ventajas eran muchas, pero también lo que podía perder si el plan no resultaba.

 

.

… Flash Back …

.

 

—Te veo luego—. Se despidió Saga, levantando la mano para hacer significativas sus palabras. Acuario le imitó con una media sonrisa.

 

—Sí. Adiós—. Fue lo único que dijo, aun cuando deseaba con todas sus fuerzas decirle que estaba ansioso por pasar al menos una noche con él, 

 

Suspiró mientras lo veía marchar hacia la entrada de Acuario para descender a Géminis, sin que Camus pudiera quitar aquellos ojos profundamente enamorados de él. Y fue al quedarse completamente solo que suspiró melancólico y susurró en un pequeño lamento: 

 

—Quisiera que también me amaras…

 

Pero, Camus no contaba con la visita de ‘alguien’ que venía de Piscis. Se trataba de una persona con quien solía tener un trato… en verdad extraño, ya que si bien hablaban por cortesía o compañerismo, jamás lo harían por amistad. Y sí, tal vez habían tenido cierta conversación amable alguna vez acerca de Hyoga, un pupilo de Acuario; pero nada más allá de ese pequeño favor. Milo y Camus eran tan diferentes que sus personalidades siempre solían chocar, y para evitar problemas, lo mejor era la indiferencia. Sin embargo, aquella vez, Milo supo que la respuesta a sus problemas se encontraba en el lugar donde menos hubiera decidido buscar una solución. 

 

Sus neuronas trabajaban más rápido de lo usual en tanto veía a Camus, maquinando un plan infalible que le daría la victoria sobre el corazón de Kanon, y que podría solventar las cosas con el galo; es decir, evitar ser de una forma hostil como tenía que actuar cuando él estaba cerca, puesto que si todo salía bien podrían volverse… no amigos… quizá simples conocidos con una relación afable… 

 

En un segundo, Acuario percibió la presencia de un ente tras de sí, por lo que giró la cabeza hacia el pasillo que conducía a la salida; el lado contrario por el que Saga se había ido, donde, sobre su propio hombro, pudo ver que Milo estaba parado mirando en silencio. Camus simplemente podía darse la vuelta y omitir el encuentro entre ellos, más, un extraño destello en aquellos ojos color turquesa le hizo saber que un encuentro de miradas no era todo lo que el griego deseaba. 

 

—¿Puedo hacer algo por ti?— Interrogó el galo, con su habitual tono indiferente. 

 

El griego abrió ligeramente los ojos.

 

—De hecho si—. Respondió con una sonrisa seductora, uno de esos gestos que eran su carta maestra cuando requería obtener algún beneficio propio—. ¿Podemos hablarlo en un lugar más privado?— Tras escucharlo, Camus no dudó en mostrarse extrañado por esa repentina petición. 

 

Una parte en su cabeza decía: “No, por supuesto, que no podemos hablar… ¿De qué quieres hablar? ¿Y en privado? Esto es sospechoso, muy sospechoso…”; sin embargo, la otra estaba segura de que no había nada que temer mientras pensaba: “Me hizo un favor con el asunto de Hyoga, y por supuesto nunca le agradecí porque me morí antes de llegar a esa parte. Con la batalla de Hades y lo demás tampoco pude decirle gracias por no tomar la vida de mi pupilo”. 

 

—Está bien—. Respondió parcamente, alejando los pensamientos duales de su conciencia; conciencia que muy pocas veces escuchaba.

 

Le hizo una seña pidiendo que siguiera sus pasos y lo condujo al interior del onceavo templo. 

 

Minutos más tarde se encontraban sentados, bebiendo algo sencillo: Camus un té frío, Milo una cerveza helada que Shura había dejado ahí alguna vez. 

 

El escorpión nunca había tenido la oportunidad de conocer ni al galo, ni al templo que debía custodiar por completo, por lo que estar en aquella habitación le causaba cierta incomodidad; sobre todo cuando observaba que cada cosa estaba perfectamente bien acomodada, como si hubiera sido medida y adecuada en su respectivo lugar con cautela. Ni siquiera en el tercer templo había contemplado tanto orden… ¡Y eso que se trataba del recinto de Saga! ¡De Saga el radical perfeccionista! 

 

—¿Y bien…?— Inquirió Acuario dando un delicado sorbo a su vaso, sin apartar sus ojos del semblante griego. Milo despertó de sus cavilaciones con un débil sobresalto. 

 

—eh…— Su mente había borrado todo plan.

 

—Dijiste que querías hablar—. Le recordó el galo. Las neuronas del octavo guardián volvieron a funcionar. 

 

—Sí. De hecho es un favor que nos conviene a los dos—. Dijo, esperando hallar los vocablos correctos para que no hubiera algún malentendido entre los dos.

 

—Dime—. Incitó Camus, aun percibiendo una batalla entre su cognición, sus modales, y la parte rebelde de sí que deseaba que Milo se fuese rápido.

 

—Quiero pedirte que seamos ‘pareja’…— Soltó el impetuoso escorpión.

 

No habían sido las palabras más apropiadas, pero una vez sacado el seguro de la granada era imposible que no detonara. Eso lo supo cuando la bomba explotó y el galo abrió desmesuradamente los ojos, y la temperatura ambiental fue en declive. 

 

—¿Qué…? ¿Qué estás…?— Milo abrió la boca para explicarle, pero el galo habló primero— Sé que tienes un sentido del humor muy… peculiar…

 

“¿Peculiar?”, se preguntó el griego.

 

—… Pero deberías elegir la persona y el tipo de broma antes de hablar—. Pensó que debería pedirle que se fuera si es que ya había terminado de tomarle el pelo, no obstante el escorpión no sonreía ni daba muestra de comenzar a hacerlo.

 

—Escucha: sé que nuestra situación nunca ha sido la mejor, pero hemos logrado llegar a pequeños acuerdos… ¿O no?

 

—Por supuesto…— Dijo Camus, moviendo suavemente la cabeza—… Después de todo, ambos pertenecemos a la misma orden…

 

—Entendido eso, comprenderás que no eres la persona con quien me gustaría hacer ese tipo de bromas—. El galo no respondió de inmediato, y Milo no agregó otra palabra mientras se miraban fijamente a los ojos durante lo que pareció ser un siglo.

 

—De acuerdo, digamos que no es una broma, y que tu propuesta es sincera porque te has enamorado de mí—. No había sonrisas o gestos tras decir aquello, y, sin embargo, el griego notó como cada sílaba estaba cargada de sarcasmo.

 

Milo estuvo a punto de reírse ante lo irónico que sonaba aquello. 

 

Creyó que debería marcar con anticipación que no era su tipo, y que difícilmente encontraría algo en él lo bastante atractivo para llegar a ese punto; sin embargo, si comenzaba riéndose, el galo definitivamente lo echaría del templo antes que pudiera explicar cualquier cosa. 

 

Decidió comenzar siendo honesto y explicar el resto sobre la marcha.

 

—Lamento enormemente, romperte el corazón—, sonrió de lado—, pero la verdad es que ya estoy enamorado de alguien más…— Camus bebió de su té. 

 

—Eso es un poco frustrante—. Dijo fingiendo desilusión—. Suena como si hubiera perdido mi oportunidad…— hizo una pequeña pausa—… aunque quien propuso la relación fuiste tú—. Milo asintió y decidió aclarar sus intenciones ahí.

 

—Todo lo que quiero es que me ayudes a provocar sus celos. Eso es todo—. Explicó con calma. Camus frunció el ceño. 

 

—¿Por qué haría algo así?— Cuestionó con desconfianza, cruzando los brazos a la altura del pecho. Milo sonrió.

 

Pensó que podría cobrarle el pequeño favor de aquella batalla de las doce casas cuando lo dejó pasar de Libra a Acuario sin reproches, o cuando decidió no matar a Hyoga por petición suya; no obstante, su pequeño lazo con el cisne y su propio código moral se lo impidieron.

 

—Porque yo sé que también me necesitas, solo que no lo sabes—. Respondió con una sonrisa confiada. Camus exhaló. 

 

—Y según tú, ¿por qué?— El caballero de Acuario solía guardar sus propias emociones, sin embargo, Milo notó que se iba fastidiando con la conversación. 

 

En otro momento no le importaría… 

 

—Porque sé que tú anhelas a cierta persona, que puede corresponder o no a tus sentimientos… En realidad, ni tú sabes la respuesta—. Agregó con un gesto triunfante, que mágicamente se amplió al ver el semblante de estupor de Acuario, quien no sabía ni entendía como él (justamente él) se enteró de algo que únicamente Saga y Shura sabían. 

 

Por su parte, Milo estaba seguro de que cualquiera hubiera comprado esa expresión confundida en el maestro de los hielos a un muy buen precio.

 

—Tal vez comencé de forma equivocada esta conversación…

 

“Quiero pedirte que seamos ‘pareja’…”, dijo anteriormente. 

 

—¿Tú crees?— preguntó el galo sarcásticamente. Milo mantuvo el gesto sobre sus labios.

 

—Lo que yo te estoy pidiendo no es muy difícil de cumplir, ya que tú y yo actuaremos, y nuestra relación tendrá de serio lo que yo tengo de actor—. Camus movió los dedos sobre la mesa mientras miraba la sonrisa del escorpión con desconfianza.  

 

—Y si no sabes actuar, ¿cómo vamos a fingir?— Reclamó, elevando una ceja. Milo bebió cerveza antes de responder. 

 

—Porque tú sí sabes hacerlo, y lo harás por los dos—. Fue la sencilla respuesta del griego, nada complaciente para Camus, quien comenzaba a enfadarse. 

 

—¿Intentas decirme mentiroso?

 

—No, claro que no—. Dijo el griego con calma.

 

—Por si lo estabas dudando, yo nunca digo mentiras.

 

—Lo sé—. Respondió Milo como si nada a pesar de la actitud ofendida del otro—. Pero sabes fingir, ¿o no? Lo hiciste cuando la guerra santa…. ¿Lo olvidaste?— Acuario jamás podría hacerlo, y él lo supo al verle agachar ligeramente la mirada… 

 

—Aun así… no creo que sea una buena idea…— Murmuró cerrando sus ojos. 

 

—Piénsalo—. Propuso el escorpión al levantarse de forma serena—. Las personas suelen darse cuenta de lo que tienen hasta que lo ven perdido. Y quién sabe—, se alzó de hombros—, tal vez Saga por fin te deje salir de ese laberinto …— Le cerró un ojo, y de un jalón terminó por completo la cerveza después, dejando la lata vacía sobre la mesa. 

 

Camus lo miró sin hablar, contemplando sus palabras mientras lo observaba como si esperase que dijera algo más, sin embargo, Milo no pronunció otra palabra, ni siquiera una despedida cuando decidió dejarlo solo y dirigirse hacia la salida del templo.

 

Entonces, antes que el escorpión celeste llegara a la entrada, y después de considerar los pros y los contras de aquella fugaz y fingida relación, decidió darle alcance…

 

—Acepto…— Concluyó, volviendo a callar la voz en su conciencia que decía “esto definitivamente no es una buena idea…”. 

 

.

… End of Flashback …

.

 

Aún faltaban unos cuantos metros para llegar al salón donde sería la reunión aquella noche; únicamente deberían dar la vuelta al pasillo, y prepararse para la mejor actuación de sus vidas, cuando, movimiento y voces, llamaron su atención…

 

—Tenemos algunos en nuestro templo, ¿verdad, Saga?— Era la voz de Kanon rebotando contra la pared, viajando rápidamente hasta filtrarse en los tímpanos de Milo, quien se detuvo y con él a Camus.

 

El francés intentó preguntar por qué razón se detenían, cuando, inspirado por todas y cada una de las ideas que revoloteaban en su cabeza, Milo ya lo había arrinconado contra la pared, mirándolo de forma penetrante.

 

Entonces todo sucedió tan rápido que no le dio tiempo a reaccionar…

 

Por la arista del muro aparecieron tres figuras, dos más altas que la que iba en medio, dos con una anatomía igual, pero de corazón diferente: Kanon, Saga y Aioria observaban una escena que los dejó completamente helados, una donde el jaloneo que Camus realizaba por obtener la libertad de su cuerpo y de sus labios, aparentaba, a los ojos de ellos, ser parte de un ritual de caricias extremas, entre un par de enamorados… 

 

¿Marcador?

 

Cero y va una. 

 

.

.

… Continuará…

Notas finales:

Si llegaste hasta aquí y leíste la historia antes, espero no odies los cambios. Aun así gracias por leer :3


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