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Jugando con fuego por Aquarius No Kari

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Notas del capitulo:

"él lograba despertar emociones que ocultaba a los demás, y que ahora lo empujaba a no vacilar, y ansiar cada caricia, cada beso y cada suspiro entrecortado de sus labios para avivar el fuego que crecía entre los dos...".

 

Capítulo 7
Jugando con Fuego.


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El día anterior, después de trazar el pequeño plan en favor de Camus y las intenciones por cumplir su “rutina” matutina con Saga, tanto Milo como el galo pasaron todo el día encerrados en el octavo templo para aparentar una romántica luna de miel en caso de que Kanon, Aioria o algún otro fuese a buscarlos…

Sin embargo, en el interior de dicho recinto, en realidad, solo pasaron el tiempo alejados el uno del otro, discutiendo por ahí sobre absurdas trivialidades, y comiendo… Sí, a Milo le gustaba comer, y para su desgracia, Camus, aunque cocinaba maravillosamente bien, en su mayoría tenía una dieta compuesta por verduras y cosas sanas que estaban muy alejadas del menú que el griego habría esperado.

La idea de pasar el tiempo juntos, a primera vista, sonaba bien; sin embargo, continuaban teniendo sus diferencias, porque ‘el orden’ que mantenía Milo respecto a sus cosas en el templo era muy diferente al que tenía Canus con las suyas. El griego podría dejar un plato sucio sin sentirse ansioso por olvidarlo durante horas, no obstante, el galo requería verlo escurrido y acomodado en la gaveta antes de pasar media de hora.

Siendo un invitado no podía opinar acerca del templo, pero se alegró de encontrar algo en que pasar el tiempo mientras Milo entrenaba en su propio gimnasio o pasaba el rato por ahí, lejos de él.

Lo más divertido en el galo, por supuesto, era su vergüenza ante el cuerpo del escorpión o sus pequeños acosos por aquí y por allá, que llegaron a lo largo del día, con sugerencias ligeramente indecentes o toques que pasaban los límites del otro, y que solo terminaban una vez que el aguador amenazaba con congelarlo, o cuando bajaba la temperatura de la habitación por su nerviosismo.

Camus era gracioso con su muy singular forma de ser, y quizá a Milo hasta le agradaba un poco…

De acuerdo, le agradaba un poco más de eso. Y después de su tercer día juntos, lo confirmó.

Como parte del plan de Milo, la brillante y ostentosa armadura de escorpio cubrió su cuerpo, con el propósito de revestirlo para bajar al pueblo, el día en curso, media hora más tarde que el galo se fuera. Solo tenía que portarla y pasar a Géminis para visitar a Camus, quien en ese momento estaba en la compañía de su “buen amigo” Saga; hacer algunas cosas de novio delante de él, y luego despedirse para ir al pueblo a pasar el rato.

Así que, aquel día, ataviado con su armadura dorada, como un novio cualquiera, con la confianza que Acuario debía inspirarle, Milo penetró en el tercer templo del zodiaco con la intención de buscarlo mientras desayunaba con uno de sus amigos…

Si sus cálculos eran correctos, y el plan había sido no solo bien trazado, sino bien ejecutado, Saga le habría dado un buen consejo a Camus para que conquistara a su ‘novio’, o estaría tan molesto que querría matar a Milo por serle infiel; confirmando, o negando cualquier sentimiento que tuviera por él.

De ese modo, si el galo recibía la primera opción, tendría que estar listo para la despedida, más que para un segundo intento. Habían hablado de eso, y por supuesto discutido ligeramente de ello. Camus parecía seguro de lo que haría, pero Milo pensaba que aunque en teoría fuera fácil decirlo, desprenderse de ese sentimiento iba a ser más que doloroso.

Podían suceder muchas cosas, y él se sentía listo para enfrentarlas todas.

Todas menos una…

—Veo que me extrañas…— Se burló Kanon, avanzando hasta él.

Milo suspiró mientras se reprendía mentalmente, porque se concentró tanto en lo planificado con el aguador, que se olvidó de la efímera posibilidad de encontrarse de frente con el ex dragón marino.

De acuerdo, si lo había contemplado.

De hecho, eso también formaba parte de lo acordado.

Ignorando sus palabras, y pasándole de largo, se internó en el recinto, en dirección a donde sabía que estaba la cocina, porque ahí se suponía que Camus debería llevar a Saga para conversar. El gemelo menor siguió sus movimientos, sabiendo que algo bueno podría salir de ese pequeño encuentro entre esos tres: o Kanon recuperaba lo suyo, o podría reclutar a Saga para sus propósitos.

—¿No te molesta?— Indagó el mayor. Por la mente del octavo custodio pasó la pregunta ¿el qué?

—Sí. No soporto tu presencia—. Fue su respuesta hiriente, aunque eso no pareció ofender al antiguo general marino.

—El que estén juntos—. Completó el gemelo su pregunta, con un tinte de burla en la voz. Milo estaba por llegar a la cocina…

—Confío en Camus, y sé que él…— Las palabras murieron en su boca, cuando, delante de sus ojos, se proyectó el cuadro entre Géminis y Acuario: Saga aprisionando al aguador entre su cuerpo y la pared mientras metía una de sus manos bajo la playera de este para tocar cada fibra sensible de su piel, mientras lo besaba de forma tan intensa, que aquel no podía corresponder.

Milo se congeló.

—Nunca te engañaría, creo que es el resto de tu frase…— Murmuró Kanon, echando toda la leña que necesitaba aquel incendio para consumir todo a su paso.

Cualquier conquistador debería regocijarse de júbilo al saber que su plan, perfectamente ejecutado, daba los frutos necesarios para ganar la batalla; sin embargo, no experimentó la emoción y la dicha por la victoria, fue como recibir el latigazo de un rayo partiéndolo por la mitad, y calentando la sangre hasta llevarla a un punto de ebullición que no podía controlar.

Por supuesto que conocía el dolor de Camus ante el rechazo de Saga, y debería sentirse feliz por los frutos prohibidos que cosechaba; no obstante, tenía a Kanon burlándose de la situación sobre su propio hombro, y al maestro de hielo mentiroso ante él, pronunciando esas estúpidas palabras de consuelo que no eran sinceras.

"Se llama empatía…"

De verdad le creyó cuando mencionó que estaba enojado con Kanon por lo que había ocurrido entre él y Milo, y creyó que tenía toda la intención de ayudarlo a vengarse de él, pero mientras lo veía disfrutar del objeto de su deseo, una parte en sí mismo se sentía traicionada.

Entonces… ¿Ese era su destino, ser tratado como un peldaño para esos tres?

Liberó uno de sus puños y Kanon lo vio levantar la mano, concentrar su cosmo en la punta de Antares y disparar…

El francés recordó muy tarde que debía actuar como el Milo de la otra noche y resistir la tentación del hombre que amaba sin importar lo que ocurría, no únicamente dejando a Saga sin un beso correspondido, sino apartándose de él sí eso ocurriera en cualquier situación, pues, aunque tuviera un noviazgo fingido con el escorpión, le debía fidelidad.

Ayudándose con las manos, y haciendo acopio de toda su resistencia y autocontrol, renunció a las plácidas sensaciones que él dejaba donde tocaba y en la forma que lo hacía con la punta de la lengua dentro de su boca; interponiendo un necesario enfriamiento entre los dos, y tomando por sorpresa a Saga, para notar por sí mismo el choque venenoso de una pequeña aguja contra la pared, que llevó su propia atención hacia la puerta, donde el escorpión lo miraba ferozmente, con sus ojos de azul profundo y transparente, vuelto rojo encarnado.

—Milo…— Pronunció, en medio de la confusión del momento, entre el ir y venir de emociones y sensaciones inexploradas que trataba de frenar, al recordar aquel pacto que tenía con él.

Su primer impulso fue ir hacia él para explicarle y pedirle perdón por no seguir sus instrucciones al pie de la letra; sin embargo, Saga no era el mismo de siempre, y tras besar a Camus y tomar una resolución en medio de aquél encuentro labial, lo jaló del brazo para que volviera con él.

—Camus va a quedarse conmigo…— Declaró, enfrentando al escorpión con desafío. Kanon sonrió al verlo despertar, pero el acuariano se sorprendió.

Debería estar feliz por oírlo decir aquello, aunque no fuese una declaración abierta sobre sus sentimientos por él, al menos significaba que sí tenía interés en llegar a algo más; pero ver a Milo furioso y dolido, realmente picaba un sentimiento de culpa y preocupación, que le hizo recordar la conversación que tuvieron aquella noche cuando lo vio desmoronarse, haciendo que notara que necesitaba oír de Saga palabras directas y sinceras para no cometer los mismos errores del escorpión esperando algo que no podría llegar.

Por su parte, el octavo guardián, cuando escuchó aquello pensó que solo tenía dos opciones: alegrarse muy en el fondo por lo que había obtenido Camus, e irse por dónde llegó con las manos vacías y el estómago lleno de hiel, o liberar la frustración que sentía con los puños rotos en la cara de ambos guardianes; sin embargo, no fue necesario tomar alguna decisión cuando vio al aguador soltarse de Saga y dirigirse hacia él:

—Si me permites explicarte…— comenzó a decir. Milo apretó los dientes.

—¿Para qué?— arrastró las palabras— Dijiste que…

—Solo era una conversación con mi mejor amigo, lo sé…

—¡Pues vaya conversación!— Exclamó Kanon burlándose de la situación. Milo le dirigió una mirada llena de odio.

Ma pomme(1), lo lamento…— El escorpión no sabía lo que eso significaba, pero estaba seguro de que él usaba un mote romántico o cariñoso en su propio francés, así como él usaba “Camie” como apodo de pareja, para referirse a él ante los ojos de los otros dos.

Entonces pensó que daba igual que lo hiciera ahora, o que lo hiciera después, estaba demasiado enojado para hablar con él, y si se quedaba ahí, no solamente hablaría de su estúpida relación fingida, sino de otras que no deseaba mencionar.

—No quiero escucharte—. Dijo con frialdad y salió de la habitación, golpeando a Kanon con su hombro al pasar.

Camus exhaló nerviosamente, y dio un paso para seguirlo con la esperanza de poder alcanzarlo y remediar lo que había hecho, pero Saga lo cazó por la espalda en un abrazo profundo, frenando sus pasos y cualquier intención por salir de ahí, volviendo a llenarlo de electricidad.

—Déjalo ir…— Susurró sobre su cuello con voz aterciopelada—… Tu lugar es conmigo, porque hay partes de mí que solo existen cuando estoy contigo(2)—. La electricidad por su piel se convirtió en un estallido, y el estallido dio paso a la necesidad de aferrarse y disfrutar las sensaciones que él podía despertar en su piel, y en su cuerpo por completo; ya que él era el hombre de sus sueños, a quien había esperado y ansiando desde la edad donde los niños se convierten en hombres…

Tal vez no eran las palabras por las cuales hubiera muerto, o por las que se hubiera convertido en un asesino para lograr escucharlas; sin embargo, entendía los sentimientos que Saga trataba de expresar en ellas…

Y aun así, no podía aceptarlas, porque si necesitaba sufrir para obtener de él esa confesión, o poner a prueba sus sentimientos, entonces no podía confiar en que fueran de verdad…

Siendo así, ¿debería continuar fingiendo esto…?

Una parte dentro de él comenzó a replantear aquel juego…

—¿Por qué ahora?— le preguntó cuál reclamo, conservando la calma en su voz, sin el valor para voltear. El mayor afianzó el agarre sobre el cuerpo que añoraba y que deseaba explorar.

—Porque eres mío…— Susurró lascivo sobre su piel inmaculada, y aunque esa pequeña acción debería bastar para derretirlo y erizar cada fibra sensible de su piel, casi pudo escuchar la voz de Kanon (quien aún estaba de pie en la puerta) repitiendo una frase similar…

Milo es mi amante…

El galo cerró los ojos, y trató de deshacer el abrazo que lo aprisionaba con sus manos heladas.

—Estás equivocado…— dijo. El mayor se sorprendió ligeramente, porque esperaba una afirmación a sus demandas y no que contradijera estas—… porque Milo…— trató de decir que era su dueño o algo así, sin embargo, la pronunciación de ese nombre trajo destrucción a las emociones del geminiano.

—¡Calla!— se exaltó dándole la vuelta con brusquedad para mirarlo a los ojos. Camus pasó de la sorpresa a mirarlo con frialdad, mientras le empujaba por el pecho.

—No importa lo que digas…

—¡Camus!

—¡No!— elevó el volumen de su propia voz para hacerle saber que hablaba en serio, y eso bastó para hacerle “despertar” y que lo dejara en paz, porque él, si bien expresó nerviosismo y ciertas señales de enamoramiento, generalmente era estoico con todo lo demás—. Ya es demasiado tarde…— sentenció, mirándolo severamente. Le dio otra vez la espalda y se encontró con Kanon, quien no perdía detalle de la escena entre esos dos—. Lo mismo para ti. Aléjate de Milo—. Le advirtió al otro gemelo cuando pasó por su lado, antes de apretar el paso para ir tras el escorpión.

Una vez a solas, Saga intentó comprender lo que había pasado, pero por más que lo intentaba, en su cabeza aquél rechazo no tenía ningún sentido.

—Sabes perfectamente que yo puedo ayudarte—. Escuchó la voz maliciosa de su gemelo, quien se dio cuenta de que no tenía que emplear ninguna estrategia para tenerlo de su lado, ya que, juzgando su expresión, podría decirse que no iba a darse por vencido.
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Milo golpeaba cada escalón con la punta de sus pies como si tratara de destruir los peldaños en su ascenso, manteniendo el camino fijo, porque si daba la vuelta, haría algo de lo que podría arrepentirse después. Estaba enojado, sí, pero pagaría la amabilidad (falsa o no) de Camus, con su silencio sobre la situación fingida entre ellos…

Además, resultaría humillante aceptar frente al estúpido de Kanon que requería el auxilio de alguien tan desagradable como el reflejo de Saga para aleccionarlo.

¡Cuán frustrado se sentía! Y fue peor todavía, en el momento que sintió la presencia del aguador a punto de darle alcance; así que apresuró la marcha para que el otro no pudiera acercarse.

—¡Milo!— Exclamó Camus tratando de llegar hasta él, sin embargo, el griego se hacía el sordo— ¡Espera!— exclamó pensando que si no lograba hacerle entrar en razón, tendría que comenzar congelarle los pies.

—¡Agh! ¡No quiero oírte!— gritó con frustración, planeando lanzarle otro pinchazo si él no iba a desistir; sin embargo, detuvo la marcha por fin para girar hacia él y poner el punto final que la situación requería —¡¡Terminamos!!— alzó la voz como sí intentara que todo el Santuario lo supiera—. Puedes irte a revolcar tranquilamente con él… ¡Anda!— Intentó dar la vuelta para irse, pero el galo, manteniendo la calma, lo detuvo al sostener con sus dedos el brazo cubierto por la armadura.

—Me equivoqué, discúlpame…— Milo le miró con una especie de frialdad mezclada con ira.

—Fue mi error confiar en ti…— Aunque no eran amigos ni tenían un vínculo especial, oír eso a Camus le dolió. A pesar de ello, reconoció que sí, que era su culpa por ser débil, pero Milo tampoco era perfecto.

—Eres injusto—. Respondió mientras lo soltaba— ¿No fuiste tú quien estaba felizmente con Kanon la otra noche?

—¡Yo no estaba feliz!— exclamó el griego, indignado. Después sonrió con burla— ¿Qué es esto, un reclamo?— Camus, a pesar de su arrepentimiento, mantuvo el tono impasible en su voz.

—Estábamos en una relación, y tú…

—¡Ajá! Entonces, ¿te estás vengando?— El galo movió la cabeza con suavidad.

—No, por supuesto que no—. Tomó un poco de aire y suspiró—. Seguí al pie de la letra tus instrucciones, recordando cada palabra y detalle del plan que fraguamos ayer, pero, cuando él me besó… todo a mi alrededor desapareció…— hizo una pequeña pausa, y aunque no quería volver a repetir las palabras de su primera conversación, supo que él necesitaba de toda su honestidad para entender (sí es que quería hacerlo) la situación a la que fue arrastrado por sus propias pasiones—… Él es el hombre que deseé desde que supe que podía enamorarme de alguien, ¿Comprendes eso? Es un deseo que he debido retener durante muchos años, y que me tomó por sorpresa recibir—. La sinceridad en las palabras de Camus y en sus ojos de azul verdoso hicieron trizas el enojo de Milo, porque él también había soñado con alguien en la línea más vulnerable de su juventud, se había ilusionado hasta el punto de casi perderlo todo, y terminó por sentirse decepcionado y miserable hasta el grado de odiarlo y querer matarlo.

Y tal vez Milo lo perdonó después, pero, hacerlo, únicamente provocó que Kanon volviera a lastimarlo y que le recordara lo que se siente ser miserable.

—De verdad, lo lamento…— Añadió el francés tras un breve silencio. El griego exhaló apoyando el cuenco de la mano sobre su propia frente con cansancio.

—¿Y qué haces aquí?— lo regañó— Deberías estar celebrando junto al hombre de tus sueños…— Su tono era burlón, aunque no quería hacerlo sonar así. Camus meneó la cabeza.

No iba a celebrar una victoria incompleta, porque Saga, si bien reconoció abiertamente que lo necesitaba, nunca pronunció las palabras correctas; y le hizo experimentar en carne propia el dilema al que Milo estaba expuesto entre el deseo y el amor. Camus esperó por Saga durante años y no quería conformarse solo con palabras dulces y deseos fugaces. Además, odiaba esa expresión sardónica en Kanon, y si “festejaba” con Saga, el escorpión nunca le daría una lección a la lagartija burlona.

Si Saga realmente lo amaba tendría paciencia, o intentaría ser digno de lo que Camus podría brindarle, mientras le daba a Kanon una lección.

—Te he dado mi palabra, y no pienso retractarme—. Respondió con decisión.

La solemnidad en su postura perfecta y en su voz calmada, sorprendió al escorpión, quien deseó disculparse también por actuar y por tratarlo así aun cuando él había decidido sacrificar su felicidad por ayudarle; pero todavía estaba ligeramente enojado y no quería dar el brazo a torcer tan fácilmente sin torturarlo después…

—¡Ja! Y yo que pensaba que venías a terminar…— Se rio al hablar, y eso hizo sentir más tranquilo al acuariano.

—No quiero inflar tu ego, pero gracias a ti logré mi primer beso… ¡Con él!— agregó rápidamente— Necesito aclarar antes que reclames cualquier cosa…— Milo notó una ligera vergüenza asomándose en las mejillas ajenas que trataba de disimular con su voz serena y su semblante estoico.

—Pues de nada, Camie…— lo felicitó con suavidad.

—agh…— Se quejó el galo preguntándose si él continuaría llamándole así, o sí algún día se acostumbraría a escucharlo—. Entonces, ¿estamos bien…?— preguntó por si acaso. El griego dudó un poco.

—Si… ¡Pero no vuelvas a cambiar mis planes!— Gruñó, actuando ofendido. El galo movió la cabeza con la intención de decir algo después, pero antes de responder cualquier cosa, Milo estaba tomando aquellas mejillas frías con sus dedos tibios, para luego besarlo en los labios con suavidad… Y tal fue la sorpresa del acuariano por esa acción imprevista, que no respondió o se movió.

De esa forma a los ojos de cualquiera podría verse como una reconciliación entre dos enamorados, aunque en realidad solamente estaban reafirmando el mismo contrato de complicidad.

Camus debería pensar que aceptar ese beso y cualquier otro quitaría el sabor que Saga dejó ahí, pero nunca se le ocurrió, aun cuando parecía que Milo necesitaba una respuesta de su parte, en aquel fino y dulce movimiento de labios.

—Regresemos al templo…— Le dijo el escorpión al separarse. Camus se preguntó sí sería realmente necesario volver a estar encerrados un día más en el octavo recinto, porque de ser así necesitaba llevar algunos libros, ropa y comida desde el suyo.

—¿Haremos otra pijamada?— preguntó en forma de broma.

—Acabamos de reconciliarnos… y solo hay una cosa que me gustaría hacer contigo…— al responder, el griego levantó las cejas de forma sugerente. Camus enrojeció, y para disimular, comenzó a subir las escaleras para intentar ignorarlo.

—No sé qué estás pensando… pero olvídalo…— Intentó huir de cualquiera de sus propuestas (o lascivas intenciones), pero Milo lo jaló del brazo y lo atrajo hasta él, haciéndolo tropezar en el escalón a propósito para poder llevarlo en brazos cuesta arriba.

—Por eso me alegra ser el jefe de la operación—. Se rio a rienda suelta.

—¿¡Qué haces?!— Camus intentó bajarse, pero el otro lo sostuvo con más fuerza mientras seguía subiendo las escaleras—. ¡Bájame!— Pataleó, lo empujó, y protestó cuanto pudo para obtener su libertad, pero el otro parecía demasiado feliz llevando a su pequeña presa.

A lo lejos, de Cáncer hacia Géminis, un par de ojos curiosos observaban la escena, y notaban como el escorpión disfrutaba su cacería.

¿Debería dudar de sus propios ojos o debería hacerle caso a sus conjeturas?

Avanzó un par de pasos y pudo notar que Camus se veía extraño, quizá incómodo, mientras el griego lo cargaba. Tal vez porque Acuario era reservado, en tanto que Milo no tenía trabas en expresarse delante de quién sea o como sea.

Finalmente, y tras vacilar un poco, decidió que necesitaba llamar su atención.

—¡Te lo advierto!— Amenazaba el francés. Milo comenzó a reírse tan fuerte, que el sonido vibró entre las piedras como las campanas de una catedral. Él, por su parte, sintió que iba a interrumpir algo importante, pero igualmente tenía que mencionarlo.

—¿No íbamos a almorzar?— preguntó Aioria un poco confundido cuando estuvo lo bastante cerca para dejarse oír. Tanto Camus como Milo lo voltearon a ver con sorpresa, el primero se reprendió mentalmente al darse cuenta que, efectivamente, había acordado bajar al pueblo con él después de “despedirse” de su novio en géminis.

Y sí, sí Camus hubiera cumplido su parte del plan, Milo no se habría olvidado de que Aioria y él acordaron bajar al pueblo con sus armaduras puestas para pavonearse por ahí.

El león no había comido nada desde esa extraña conversación con Shura, así que estaba hambriento, e incómodo… otra vez incómodo…

Camus aprovechó el momento para bajarse finalmente, y aunque podría darle un puñetazo helado a Milo por su atrevimiento, el encuentro con el gato lo salvó.

—Lo olvidé…— Dijo el escorpión palmeando su frente. El castaño suspiró.

¿Debería acostumbrarse a esos estados de amnesia?

—Veo que siguen de luna de miel—. Bromeó un poco para deshacerse del sentimiento de contrariedad que tenía en el fondo del estómago.

Por su parte, el aguador no sabía cómo responder a eso… ¿Debería sonreír y decirle que sí? Después de todo, ayer por la tarde, él fue a Escorpio buscando a su guardián, pero Camus y Milo estaban “haciendo cosas de pareja”, en palabras del bicho.

—¿Cómo lo supiste?— Contestó Milo, adelantándose a cualquier otra respuesta, pegándose al aguador al pasarle el brazo por la cintura. El galo mantuvo la postura, aunque quería alejarse, pero ya no necesitó concentrar sus pensamientos en las páginas de un buen libro para destensarse.

—No pueden disimular…— Se rio el castaño, pero en realidad no quería hacerlo, solo intentaba ser amable. Se preguntó si tendría que irse y dejar a Milo con sus asuntos, cuando Camus habló.

—Deberías ir…— Le dijo al escorpión, quien arqueó una ceja y lo vio alejarse de sus brazos.

—Pero…

—Debes tener hambre…— Insistió el acuariano, y el octavo guardián se rio como respuesta.

—Ya tenía preparado mi menú…— Sonrió de forma sugerente, haciendo sentir incómodo a Aioria y avergonzado a Camus, aunque en realidad no iban a hacer nada de lo que estaba insinuando.

El galo volvió a preguntarse qué debería responder. El guardián de Leo no era parte del plan, pero sí era amigo de Milo indiscutiblemente terminaría al medio de una u otra forma, y el escorpión no parecía tener intenciones de decirle la verdad.

—Te guardaré el postre…— Murmuró Camus intentando sonar sensual o romántico, pero la verdad se sentía demasiado avergonzado diciendo algo así para mantener el tono o la actitud seductora; así que rojo hasta las orejas comenzó a despedirse—. Nos vemos…— Se alejó de ambos y comenzó a subir.

—Hasta luego—. Le dijo el león viéndolo partir.

Milo se cruzó de brazos, admirando el andar suave y perfecto de Camus en dirección a Cáncer, con un aire ligeramente ofendido en los labios, como si hubiera esperado una despedida que nunca llegó en ellos.

El escorpión pensó que debería disculparse con su amigo por casi dejarlo plantado, pero tenía que continuar actuando como un novio enamorado sin importar lo que pasara, o Aioria podría sospechar de sus vacilaciones, incluso las del galo.

—Gracias gato por interrumpir mi desayuno…— Refunfuñó hacía su amigo mientras le pegaba con el dorso de la mano sobre el peto de la armadura.

—Lo sien…— Comenzó Leo a disculparse, pero él otro no lo dejó terminar la frase.

—¡Bah! ¡No te preocupes! Más tarde no podrá escapar—. Se rio de sus palabras y Aioria con él (aunque en un volumen más bajo), contagiado por su buen ánimo—. Te alcanzo en un momento, espera—. El castaño asintió, y lo observó subir rápidamente para llegar donde Camus.

El galo iba subiendo a su propio ritmo cuando sintió al escorpión seguirle, y aunque pensó que podría ir más rápido para escapar de él, supuso que continuaba bajo la mirada del felino.

Una vez que Milo lo alcanzó, se detuvo.

—Se supone que deberías estar molesto por separarte de mí, no lucir aliviado…— Lo reprendió el otro. Camus rodó los ojos.

—Disculpa, creí que éramos novios, no siameses…— se defendió. Milo le picó en el pecho, las costillas y el estómago con su Antares.

—¿No sé supone que París es la ciudad del amor? ¡¿Cómo puedes ser tan poco romántico?! ¡Qué vergüenza!— lo molestó fingiendo estar ofendido. Camus trató de esquivar los pinchazos sin suerte, y terminó riéndose sin querer—. En fin, nos vemos más tarde—. Se despidió finalmente y se dio la vuelta para volver a bajar las escaleras. El galo volteó también y notó que Aioria los miraba.

—Espera…— Lo detuvo, y cuando Milo viró hacia él, Camus lo besó, manteniendo sus bocas unidas durante un rato, como si se tratase de un beso largo y apasionado. El griego, sorprendido por el contacto, no se movió, pero cuando el momento hubo terminado no perdió la oportunidad para reclamar.

—Besas terriblemente mal—. Se quejó. Camus notó que Aioria comenzaba a marcharse.

—Eres demasiado protestón—. Exhaló con cansancio.

—¡Ja! ¡Mira quién lo dice!

—¿Vamos a discutir todo el día o te vas a ir alguna vez?— Milo entrecerró los ojos y volvió a despedirse.

—Iré a tu templo más tarde…— Dijo ondeando la capa ostentosamente al darse la vuelta. Camus arqueó una ceja.

—¿Es una amenaza?— preguntó. Milo sonrió por arriba del hombro mientras se alejaba.

—Sabes que sí.

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Existen cosas que se aprenden a base de una teoría inicial, y otras con prueba y error, pero lo cierto es que una persona que ha vivido esas mismas experiencias, tiene más capacidades, que una que ni siquiera las conoce.

Desde que era joven (y como lo había expresado abiertamente a Milo), la única persona de la que Camus siempre estuvo enamorado era de Saga; por lo que, durante todo ese tiempo, nunca consideró salir con otra persona para experimentar o pulir los deseos que añoraba cumplir con él.

Así que, para sus casi veintiún años de vida, Camus nunca probó lo que era demostrar afecto físico o emocional hacía otra persona; tampoco degustó los momentos o facetas al compartir con ella un baile, beber un buen vino en su compañía y tomar el sabor de sus labios, caminar bajo la lluvia, o tomar su mano por un impulso cálido del corazón.

Tal vez debería haber tomado el ímpetu de salir con alguien y probar esas emociones, de ese modo Milo nunca se hubiera llevado sus muchas primeras veces en algo… Y aunque había asegurado no esperar o idealizar con el tiempo, ahora que habían sucedido cada una de ellas, una pequeña parte de él deseaba experimentar esas emociones con él, con Saga, y descubrir qué tan diferente serían a las que Milo le provocaba…

Porque, aunque Camus no tenía un sentimiento romántico desarrollado por él, no podía negar el nerviosismo que al otro divertía mientras lo torturaba con sus juegos, con sus sonrisas, con su risa estruendosa y sobre todo con su muy peligrosa cercanía.

En aquella hora de la tarde, después de lo acontecido en Géminis, y tras el almuerzo de Aioria y Milo, en su nueva fase del pacto, el octavo custodio trataba de mostrarle algo tan básico como responder un beso; sin embargo…

—¡Estás demasiado cerca!—. Acuario no cooperaba con su actitud esquiva mientras trataba de entender por qué tenían que practicar un buen beso.

Él nunca elevaba el tono de su voz, pero con el escorpión celeste esa regla nunca se cumplía, porque el griego encontraba el modo de hacerle perder los estribos.

Milo rodó los ojos exasperadamente y colocó la mano sobre su propia frente para poder pensar e intentar planear la mejor forma de ejecutar su plan.

Mentalmente se dijo: ‘Tranquilo, es natural que YO lo ponga nervioso’.

Desafortunadamente, después de varios intentos por lograr un contacto real, terminó explotando contra el francés:

—¡Solamente es un beso!— Gritó. Camus frunció el ceño con molestia, tratando de evadir lo incómodo que se sentía. Retrocedió un paso para recuperar su espacio vital y trató de explicarle por qué era tan difícil hacer eso ahora, si se habían besado unas cuantas veces hoy, quizá ayer y el día de la fiesta.

—Para ti es fácil decirlo, pero yo no estoy acostumbrado a esto…— Se defendió.

—No te estoy pidiendo que te saques la ropa… aunque podrías hacerlo…— Sugirió como chiste. Camus se puso totalmente rojo y arremetió para golpearlo, pero Milo se quitó y se rio de su propia broma. El aguador pensó que podría seguirle el juego, y ver hasta donde llegaba su infranqueable pudor; no obstante, en cuanto esa idea cruzó por su cabeza, se reprendió mentalmente al recordar que él no podría tener tal valor.

¿O lo tendría?

Quizá sí Milo le provocaba lo suficiente sacaría la tenacidad debajo de las piedras.

—¡No voy a seguir con esto!— Se quejó. Milo alzó los hombros.

—Correcto. No seré yo quien quede en ridículo la próxima vez que Saga intente besarme—. Declaró, mientras se alejaba para tomar uno de los libros de Camus sobre la mesa y mirarlo como sí fuera lo más interesante de la habitación.

Ese había sido un golpe bajo, y Camus demostró su derrota cuando suspiró resignadamente.

Hace más de una hora el escorpión cumplió su amenaza de llegar al templo de Acuario mientras Camus organizaba algunas cosas en la biblioteca, y cuando llegó (dejando la armadura en el pasillo) lo primero que hizo fue mencionar el terrible trabajo que hacía al besar. Por supuesto que él se extrañó ante la mención, pero no podía ofenderse por algo que no necesitaba para cumplir una misión o llevar una vida diaria; sin embargo, Milo le propuso practicar para que no quedase en ridículo mientras cumplían su plan.

Tras dudarlo y debatir, finalmente aceptó, pero cuando se dio cuenta que besar a alguien implicaba algo más que unir los labios, el pánico se apropió de cada gota de su sangre.

Sí bien la primera noche en declarar su noviazgo a los ojos de los demás tanto Milo como él se enredaron en un beso implacable y feroz en apariencia, fue más una lucha de control porque Camus se quedara quieto, y del otro por quitárselo de encima.

Quizá en ese momento no pensó en estar nervioso por besarlo o por aceptar un contacto así de su parte, pero cuando él ponía las manos sobre su cintura o lo atraía contra su cuerpo, ahí si su sistema nervioso entraba en un corto circuito que no podía frenar. Sentir su aliento cálido sobre la punta de la nariz o los labios lo ponían ansioso, y solamente pensaba en empujarlo o en que termine eso de una vez.

Pero, ¿por qué lo ponía nervioso? ¿Tendría esa misma reacción con Saga de estar en una situación parecida? Lo que sucedió en la cocina fue imprevisto, y él estaba intentando seguir las instrucciones de Milo, así que tenía la cabeza en todo menos en el momento espontáneo que tenía enfrente.

Generalmente, podía mantener el control sobre sí mismo, pero en una situación tan personal e invasiva, su propio poder fluía sin control a través de sus dedos, así que tendría que concentrarse en estar en calma y aprender todo lo que pudiera de esa incómoda situación…

Tomó un poco de aire para calmarse, y exhaló cuando sus pulmones estuvieron lo suficiente llenos para que el sistema nervioso no colapsara en cualquier momento. Caminó hasta Milo, le quitó el libro y lanzó su petición:

—Enséñame a besar…— Creyó que su tono era lo suficientemente audible para que él lo escuchara, sin embargo, el griego se inclinó de lado hacia él.

—¿Qué?

—Enséñame a besar…— Repitió, apretando ligeramente los dientes. Milo pensó que podría reírse y continuar molestando con su falsa sordera, pero también consideró lo difícil que resultaba hacer eso para él, aunque actuase como si nada.

Sonrió en forma conciliadora, pensando que la psicología inversa a veces puede ser un excelente recurso.

—Lo haremos más fácil esta vez—. Propuso.

—Pudimos hacer eso desde el principio…— Refunfuñó el galo.

—¿Para qué? No habría sido divertido…

—Te voy a…— Milo frenó su ataque, tomando sus dedos para entrelazarlos.

—Puedes apretar mis manos sí lo necesitas—, explicó—, y dejar los ojos cerrados, o abiertos… En realidad no importa, pero será más cómodo para ti sí los cierras…— el aguador lo consideró un momento.

—No sé si puedo confiar en ti…— Dudó. Milo no se ofendió.

—Por eso puedes apretar mis manos, así estarás seguro que no te haré nada más…— Tal vez lo había dicho en un tono normal y tranquilo, pero el galo escuchó un tono sensual.

El acuariano tragó saliva con dificultad. Tomó una bocanada de aire, y suspiró.

—Bien…— Dijo por fin—. Estoy listo…— Cerró los ojos, y con el corazón ligeramente acelerado esperó el primer movimiento del escorpión.

Milo enfocó sus ojos azul turquesa en el semblante galo de un tono avainillado, con esas cejas partidas, tan raras y llamativas, y el ceño fruncido mientras intentaba no apretar los labios.

—Relájate…— Susurró el griego al acercarse. Camus sintió un repentino escalofrío al oírlo, y aunque de buena gana Milo le habría puesto el dedo sobre la frente para planchar la tensión que crecía en el entrecejo, mantuvo sus manos unidas para darle confianza.

Ambos siguieron las instrucciones dadas por el octavo guardián. Milo, con sus ojos abiertos, observando como su acompañante apretaba los párpados con fuerza, esperando el momento en que su boca fuera tocada con la del escorpión; quien lentamente se acercó a su presa, sonriendo suavemente, sin notarlo.

Fue un beso dulce y delicado que en nada se parecía al arrebato del primero entre ambos en el templo de Leo, o a los ocasionales que siguieron después.

Milo cerró los ojos y entreabrió suavemente la boca, capturando con lentitud los labios del otro, apretando contra los suyos una y dos veces más, hasta que notó que debía decirle cómo.

—Debes seguir el movimiento de mis labios…— Susurró buscando su respuesta con un movimiento preciso sobre aquella boca inexperta. Camus se sintió ansioso, pero no alterado, por el contrario, estaba disfrutando sin querer de aquel contacto delicado, que lentamente iba calentando su cuerpo.

Sintió un hormigueo en el estómago, y se preguntó si eso era normal, sí debería seguirlo o quizá sería prudente detenerse; sin embargo, decidió copiar los movimientos del otro pausadamente, liberando y apretando los labios ajenos al ritmo que “su maestro’ iba marcando, y que detonaba la curiosidad por explorar dentro de la calidez que lo envolvía lentamente. Él, por supuesto, amaba el frío, pero nunca renunció al abrigo de una chimenea después de un arduo entrenamiento, o el calor que una buena taza de chocolate caliente prodigaba por su cuerpo; y mientras besaba a Milo y experimentaba esas sensaciones, se vencía al sutil ardor que crecía y fluía por su cuerpo; subiendo el ritmo y la intensidad, cuando liberó las manos ajenas y las apostó a cada lado de las mejillas griegas, lo que provocó a Escorpio romper el contacto, al sentirse incómodo y cohibido…

¿Cohibido? ¿Él?

No, él no, y sinceramente podía explicarlo al decir que no esperaba que Camus tuviera ese impulso tan curioso, así que solamente estaba sorprendido.

—No estuvo mal…— lo felicitó al quitarse las manos de encima y alejarse un poco para despabilarse.

Camus quedó medianamente sorprendido, como si esperase algo más, o una lección más, sin embargo, también se alejó mientras buscaba enfriarse las mejillas con sus propios dedos.

Ambos quedaron sumidos en un largo silencio, hasta que el aguador decidió romperlo.

—Te agradezco… la lección…— Habló intentando aplacar su nerviosismo.

Milo por primera vez no tenía palabras, así que eso lo hizo sentir inquieto, por lo que decidió reír suavemente y distraer sus pensamientos con otra cosa.

—No tienes que ser tan formal, Camie—. Dijo, fingiendo sentirse divertido. El galo puso los ojos en blanco.

—Otra vez con el mote—. Murmuró con frustración, después añadió— Entonces, ¿es todo? ¿Solo debo besarlo así? Ya sabes… siguiendo sus movimientos…

—ehm… Sí—, respondió el otro sabiendo a quién se refería—, aunque, es probable que él espere algo más, porque aún hay otras cosas que debes aprender—. Respondió con una sonrisa, tratando de no pensar tanto en eso, e intentando recuperar la tranquilidad que el otro le había robado.

Camus arqueó una de sus cejas, mirándole con desconfianza.

—¿Y según tú, cuáles son?— Milo se rio ante aquella pregunta, porque realmente no esperaba picar la curiosidad de Camus, pero ya que tenía la oportunidad de hacerlo, las ideas del escorpión se procesaron a una velocidad descomunal para responder después:

—Pues… otras formas de besar, por ejemplo. Lo que hicimos antes es un juego de niños—. Con un gesto de manos le restó importancia a lo que había dicho recién. El galo lo miró con sorpresa, después frunció el ceño.

—Te estás burlando de mí…

—¡No!— Se rio el otro—. Te lo digo en serio. Incluso hay un beso con el nombre de tu país.

—¿Qué?

—Se le llama beso francés(3)—. Explicó. El otro lanzó un pequeño bufido.

—Sigo pensando que me estás mintiendo.

—Vayamos con Shura si quieres y que te lo diga él. Él es experto en muchos tipos de besos, créeme.

“¿Shura?”, se extrañó el galo.

—¿Cómo lo sabes?— preguntó en voz alta. El griego volvió a reír.

—¡Obviamente, no te enteras de nada!— Camus abrió los ojos con sorpresa y miró al escorpión como sí hubiera descubierto algo de él, imposible de creer.

—Espera… ¿Shura y tú…?— pero no se atrevió a decirlo en voz alta, sin embargo, Milo movió las manos exageradamente para responder.

—¿Qué? ¡No! ¡Nunca!— se rio estruendosamente— Y no es nada personal con él, pero Aioria me mataría si intento tocarlo. ¡Es más! Me mataría si por casualidad se me ocurriera mirarle el trasero—. Camus creía que Shura tenía una relación con Aioros, así que le sorprendió saber que en realidad era con el hermano de este; pero también sintió alivio al saber que sus sospechas eran incorrectas, porque entonces habría sido raro tener “un amorío” con Milo, el ex de un amigo. Lo había leído en algunos libros y sabía que eso no terminaba muy bien en la mayoría de los casos; así que sonrió mientras movía la cabeza, imaginando a un león gigantesco, celoso y posesivo intentando atrapar en sus enormes zarpas a un pequeño escorpión.

Entonces lo entendió: como ambos eran amigos, compartían detalles íntimos y personales sobre sus relaciones sentimentales, así Milo sabía que tan bueno era Shura con sus besos y los nombres que tenía cada tipo de ellos.

Esa conjetura le hizo pensar sobre las cosas que hablaría Milo con Aioria, aunque realmente no hacían ni pasaba nada de que sentirse orgulloso, se preguntó si en el desayuno de esa tarde le compartió alguna información sobre sus asuntos en común…

—¿Vamos?— preguntó el griego interrumpiendo sus pensamientos, en una invitación para ir juntos al décimo recinto.

—No tengo ese tipo de relación con Shura…— Confesó Camus tras un momento—… Prefiero dar por hecho que “te creo”—. Levantó sus dedos para enfatizar las comillas en sus palabras.

—¿Me crees o no?

—Supongo…— Se alzó de hombros, no muy convencido.

—¿Debería sentirme ofendido?— Inquirió acercándose a él. Camus volvió a levantar los hombros, así que Milo lo abrazó por la cintura —¿Quieres que te muestre cómo es un beso francés?— preguntó con voz seductora, poniendo inquieto al aguador.

—No es necesario…— Respondió el galo manteniendo la compostura—… Yo soy francés, así que un beso mío ya es suficientemente francés…

—¡No veo fallas en tu lógica!— Se rio el escorpión, sin saber si él lo había dicho para zafarse del momento o si hablaba en serio, porque su voz y sus gestos se mantuvieron tan impasibles como siempre.

Camus lo admiró un momento, y también sonrió, porque en realidad el bicho era fácil de tratar, a pesar de todas esas cosas opuestas, no podía negar que la pasaban bien, y él, aunque burlón la mayoría del tiempo, siempre terminaba contagiando al galo con su buen humor.

Milo, por otra parte, cuando dejó de reír, admiró al guardián de Acuario, manteniendo el gesto solaz en sus labios, sintiendo en ese momento el impulso irresistible de darle un beso; tal vez como recompensa por hacerle un chiste así.

Se preguntó entonces si así se sentiría tener una relación formal… ¡Claro! Camus y él solamente estaban fingiendo conocerse y compenetrarse románticamente, pero si estuvieran en algún tipo de noviazgo, ¿pasarían momentos así, conociéndose, bromeando y coqueteando para llegar a algo más?

—Tal vez podría enseñarte cómo jugar con tu pareja para llevarla a “eso”…— sugirió Milo, sonriendo mientras mordía ligeramente su propio labio. Camus tardó un poco en asimilar su tono seductor, y esa mirada penetrante que ahora lucía; así que, como respuesta, la habitación comenzó a ponerse fría debido al nerviosismo que sentía.

—No hablas en serio…— Aseguró colocando los dedos en los hombros del griego para alejarlo un poco de su cuerpo, pero Milo reafirmó el contacto.

—¿Por qué no?— Sonrió a unos milímetros de sus labios—. Sé que estás nervioso porque tengo frío…

—Cállate…— Gruñó, volteando el rostro.

—… Pero yo puedo calentarnos a los dos…— pronunció, envolviéndolo con su brazo izquierdo y tomando el mentón ajeno con la mano derecha. El labio inferior del aguador tembló bajo el tacto travieso y sutil de la lengua griega cuando sus dedos le obligaron a voltear hacía él otra vez, y eso provocó una descarga eléctrica que lo llevó a cerrar los ojos inconscientemente y que sus mejillas se pintasen a carmín. Aprovechando las acciones del otro, Milo tomó la oportunidad para dirigirse al cuello ajeno y catar su piel suave e inexplorada con la punta de su lengua. Camus intentó alejarse, pero el otro encontró la manera de acercarse al meter sus dedos entre las hebras de su larga cabellera para sostenerlo por la nuca. Lo siguiente que el galo percibió, fue como un par de dientes se apropiaban de su cuello, ejerciendo una fricción húmeda y electrizante en esa parte sensible de su piel que no demoró en reaccionar al erizarse. La sensación de sorpresa y placer mezclados, lo dejó quieto por un instante, como presa absoluta del escorpión, quien siente su letal aguijón.

El pago por la acción de Milo fue recibir un suave gemido del aguador, un sonido ajeno a los oídos mortales que solo era guardado para los exploradores valientes y sagaces de aguas turbias e inexploradas.

Camus intentó no cerrar los ojos, pero una fuerza desconocida empujó sus párpados hacia las retinas y eclipsó por completo su campo visual. Su mano derecha por impulso se sostuvo sobre la nunca de su opresor, en tanto la otra se situaba en la cintura ajena.

Milo, por su parte, tentado por lo que acababa de descubrir, decidió deleitar las papilas gustativas con un poco más de él, erizado allá donde tocaba, y deteniendo su boca tan cerca de la manzana de Adán que no temió succionar y marcarla como su propiedad a sabiendas de que cuando el galo viera la marca amoratada que posteriormente la adornaría, quizá terminaría congelándolo en uno de sus famosos ataúdes.

Y por Athena, Zeus y todos los Dioses del Olimpo que habría seguido por más. Por el mismo Eros que no se atrevería a detener su lengua, y que habría llevado sus manos y sus propios impulsos nacientes más allá, sin embargo, una sensación helada inundó la parte zurda de su cabellera, congelando efímeramente sus pensamientos y cada una sus acciones…

—¡Detente!— Exclamó el escorpión, apartándose de su víctima, y tocando la parte en la cabeza, que estaba cubierta de una delgada capa de hielo. Camus abrió los ojos de golpe, y con las mejillas completamente enrojecidas, mostró una mueca de enfado.

—Fue tu error intentar aprovecharte—. Dijo, librándose de toda culpa.

—¡Deberías aprender a controlar tus poderes! ¡Qué clase de caballero dorado eres!— Reprendió el griego indignado, aunque era difícil saber si estaba molesto por la interrupción en su banquete o lamentaba lo ocurrido por su orgullosa melena.

El aguador que estaba avergonzado, se mostró aún más enojado, pero aunque pensaba en muchas cosas que podría decir, ninguno de los argumentos que pasaban por su mente le servía para excusarse. En todos ellos el resultado era el mismo: Milo lo ponía en un estado de cataclismo que ni el mismo Zeus podría frenar. Ni siquiera Saga había terminado con un miembro congelado a pesar de todos los recuerdos que tenían juntos.

—Dijiste que solo me enseñarías a besar… Nunca mencionaste nada más—. Lo acusó el galo con enfado. Milo sabía “que no era cierto”, que solo estaba tratando de tomarlo por sorpresa para molestar al francés.

—¡No te salgas por la tangente!— Se defendió— Además, ¡no pensaba hacerte el favor!— comenzó a caminar por la biblioteca para despabilarse sin el ánimo de irse del templo, aun cuando podría hacerlo. Camus decidió perseguirlo, a pesar de que eso implique dar vueltas absurdamente por el escritorio.

—¡Yo no me salgo por ningún lado!— exclamó, elevando el tono de su propia voz— Y no entiendo a qué te refieres con…

—¡Qué no iba a tener sexo contigo!— gritó el griego sin mirarlo— ¡No lo haría aunque me rogaras!— Camus pestañeó, y recordó con vergüenza lo que él hacía con su cuello momentos atrás.

—¡No necesito rogarte cuando es obvio que lo querías…!

—Ya te dije que no iba a hacerlo…

—Admite que eso querías—. Continuaba el acuariano.

—No es cierto…— Respondía el bicho con tono cansino.

—¡Lo es!

—No…

—¡Sí!

—Que no—. Repetía con menos paciencia que al inicio.

—¡Querías hacerlo, lo querías!— En ese momento el griego se paró en seco, dando media vuelta y quedando de frente hacia el onceavo custodio, quien chocó contra su pecho debido al cierre.

Los brazos de Milo quedaron en su cintura, mientras que los de Camus recogidos a la altura de su propio tórax. Ambos se sorprendieron por quedar tan cerca; pero Escorpio no perdió el hilo de la discusión.

—¿Has oído la frase ‘el que en pan piensa, hambre tiene’?— Inquirió torciendo una sonrisa, acortando la distancia entre sus cuerpos al tomarlo con firmeza de la cintura. Acuario tragó saliva con dificultad, por segunda vez.

—¿Qué quieres decir?— Preguntó intentando mostrarse sereno. Intento que falló.

—Que tal vez, solo tal vez, tú esperabas que yo realmente lo hiciera…— Milo amplió el gesto en sus labios, sabiendo que con eso bastaría para que Camus terminase con ese asunto de una vez, sin embargo…

El galo, aunque pensó que podría retroceder para huir de ese peligroso cazador, recordó que tenía que armarse de todo su autocontrol, si quería ganar la batalla contra “su maestro”. Era como la prueba que le hizo a Hyoga donde el discípulo se enfrenta a muerte y lo vence, o pierde la vida en el intento.

Y si fue valiente para enfrentarse a Kanon, incluso para rechazar a Saga, debía serlo para aguantar la galantería de Escorpio… y, ¿quién sabe? Tal vez algún día podría lograr intimidarlo también.

Para sorpresa del griego, Acuario extendió las palmas sobre el torso que tenía ante él y sus yemas en la superficie ondulada y varonil al alcance de ellas.

—Pues es una lástima…— Susurró—… porque según recuerdo dijiste que no me harías el favor…— el griego mantuvo el gesto en sus labios aun cuando sintió un ligero nerviosismo revolotear en su estómago.

—No, no lo haría…— declaró con una firmeza que en cualquier momento podría flaquear.

Camus fingió sentirse decepcionado mientras suspiraba y deslizaba los dedos con suavidad por el pecho del otro, tratando con todas sus fuerzas de no congelar ahí donde palpaba.

—Y yo que pensaba dejarte intentarlo…— ladeó una sonrisa también, imitando esas muecas labiales de Milo que tanto le molestaban e incomodaban.

Por un segundo el escorpión dejó de sonreír, pues enseguida supo que el otro no daría tan fácilmente el brazo a torcer.

Y si le encantaba intimidar a Camus, ¿cómo iba a divertirse después sí perdía ese pequeño poder en él?

Aquella sutil turbación no pasó desapercibida a los ojos del galo, quien acercó su nariz a la del otro, al mismo tiempo que su aliento golpeaba los bordes de la boca ajena…

—Es una… verdadera lástima…— Susurró sobre ellos, y tras decirlo, separó su cuerpo de Milo para ir a hacer cualquier otra cosa lejos de él, esperando que eso bastara para que lo deje en paz.

El escorpión fue golpeado por una emoción mixta, porque sí bien se sentía halagado por provocar ansiedad en el francés, también se sentía nervioso al saber que podría perder la habilidad para seducirlo… Y vaya que era una proeza romper al hombre de hielo, desafiarlo para ir al límite, y luego fallar en el intento, si no podía hacerle perder el control después, si realmente se tomaba en serio la tarea de tomar aquella primera vez.

—Una propuesta realmente interesante…— Murmuró lamiéndose los labios mientras lo observaba recoger algunos libros y moverlos de lugar.

Milo finalmente tomó una decisión, y cuando lo hizo, asió la muñeca gala con fuerza para darle la vuelta, atacando sus labios sin piedad mientras lo hacía retroceder contra el escritorio. Camus, al principio, se sorprendió por la avasalladora respuesta de su acompañante, sin embargo, no realizó el menor intento por sacárselo de encima, pues inmediatamente respondió a las demandas del griego; tomando su cuello con las manos, moviendo los labios tanto al ritmo como a la velocidad que marcaban los del otro, aprendiendo lo que un beso salvaje es.

Siguiendo el juego que los había llevado a aquella situación, Escorpio comenzó a deslizar los dedos por la espalda de su novio postizo, hasta llegar a la nuca y seguir el camino de regreso hasta la parte baja de la espalda, sin ir más allá, pero tentado a apretar entre ellos el trasero firme de aquel. El galo no sabía cómo responder al cosquilleo que iba azotando su piel, más, se había propuesto no perder en esa batalla de voluntades, y aprender de él para evitar que le tomara con la guardia baja en un futuro; así que también comenzó a acariciar su espalda y pecho con la ansiedad que sentía desplazarse por la punta de los dedos, manteniendo su propio poder bajo control.

Milo aumentó el nivel del beso, permitiéndole a su lengua participar en aquel contacto sin ser demasiado brusco para no inquietar al aguador, pero él ya antes había sentido a esa invasora dentro de su cavidad, así que la dejó moverse a su antojo dentro de ella.

Conforme sus labios se movían, el escorpión sintió que su propia excitación iba creciendo, y el deseo por explorar ese cuerpo virgen lo abrazaba candorosamente con un hambre que después no podría frenar, preguntándose sí debían continuar, o si Camus lo alejaría en algún momento con el descontrol de su cosmo; sin embargo, el galo no conocía esa nueva experiencia ni el revoloteo que se producía en el fondo de su estómago y que bajaba por su entrepierna pidiendo continuar. Experimentaba ansiedad e incertidumbre, era cierto, pero también curiosidad por saber qué se sentiría llegar más allá.

Sus movimientos llevaron a Milo a hacerle lugar sobre el escritorio, tirando lo que había sobre este; y aunque Camus era ansioso con el desorden, no se movió para replicar o regañar al otro, aun cuando su propia espalda dio contra la madera, o aun cuando el otro se apartó para besarle el cuello mientras exploraba la piel de su estómago con la punta tibia de los dedos y subía la playera para quitársela después, arremetiendo contra sus labios inmediatamente para que el pudor por estar expuesto no lo hiciera desistir.

Camus sintió la presión electrizante de Milo sobre su cuerpo cuando se abrió paso entre sus piernas, y él, sin saber qué hacer con ellas, ideó apresar la cadera ajena, usándolas como una cárcel. Al escorpión pareció gustarle el contacto, porque jadeó entre el beso, y ese sonido fue como un premio para el galo.

¿De verdad pasaría? Mientras sentía sus caricias y el golpeteo dentro de su pantalón, se preguntó si debería continuar o debería quitarse y decirle que no podían continuar porque eso sería peligroso para su pequeño juego, porque Milo ya se había llevado muchas primeras veces de Camus, y él, aunque de verdad quería castigar a Kanon, sí tenía sexo con otra persona daría por terminado todo entre ellos para siempre, pues aunque solo tenía el título de amante, sentía que le sería total y completamente infiel…

El aguador, por su parte, recordó que cada uno de sus pensamientos siempre fueron para Saga, aun en esas noches solitarias de invierno, era su amor y lealtad a él, lo que le mantenían esperando un beso o una caricia; y aunque en el pasado tenía un cierto desagrado por Milo, descubrió que estaba equivocado acerca de él, y que podía hacerlo reír, aunque siempre se mantuviera hermético, él lograba despertar emociones que ocultaba a los demás, y que ahora lo empujaba a no vacilar, y ansiar cada caricia, cada beso y cada suspiro entrecortado de sus labios para avivar el fuego que crecía entre los dos.

Debería detenerse para ser leal a sus propias esperanzas, pero sí Acuario declinaba en aquella peligrosa empresa, y perdía el valor con el que había actuado con anterioridad, dejaría que el otro dómine por siempre sobre sus emociones; en cambio, si Escorpio decidía no seguir, le daría la victoria a su ‘pupilo’ y ese sería un terrible golpe para su orgullo.

Entrando en mayor tono, siguiendo sus impulsos, Milo deslizó la otra mano hacia abajo, en dirección a los glúteos galos; sin embargo, siendo descarado e inescrupuloso, no tuvo el valor necesario para tocarlos, por lo que se fue hacia la pierna para poner sus dedos sobre la rodilla y deslizar sus uñas con suave ansiedad por la mezclilla en ese estorboso pantalón.

El onceavo guardián no se inmutó por los toques de Milo, sino, por el contrario, decidió meter su propia lengua en la cavidad del otro, a quien Camus no dejó alejarse cuando lo tomó por las mejillas e imitó los movimientos que Milo realizó momentos atrás en su boca.

El griego se sorprendió ligeramente, pero comenzó a dejarse llevar por la curiosidad del otro, mientras chupaba su lengua, mostrándole cómo debería hacerlo cuando Milo metió la suya anteriormente. Entonces se apoyó con totalidad en él, y unió sus cuerpos en una fricción suave y apasionada que comenzó a tomar ritmo eliminando todo rastro de cordura y pudor entre los dos.

Acuario sintió deseos de enterrar los dedos en aquél cuero cabelludo, de revolverlos en las hebras azulinas, mientras era consumido por el fuego que iba creciendo con lentitud desde el fondo de su estómago, borrando cualquier pensamiento emergente que pudiera nublar la vehemente necesidad de aquél.

El cabello de Milo quedó revuelto por las manos galas, quienes esta vez decidieron portarse como intrusas sobre la piel canela del griego cuando subieron la playera, provocando que este dejara sus labios para morderle el cuello y torturar su cognición al acercar la mano peligrosamente entre sus piernas y desatar el botón de su pantalón para llegar a una parte privada de aquel cuerpo inmaculado que pedía atención.

Pero tan pronto como sus dedos intentaron llegar más allá, un grito jubiloso frenó sus movimientos…

—¡Maes…!— El llamado quedó ahogado en la tráquea rusa, pero el sonido bastó para que Milo y Camus rompieran todo contacto.

Hyoga se quedó congelado en la entrada sin saber qué decir, mientras su maestro, en ese momento, deseó morir…

Y por la mirada de Hyoga, él sería su ejecutor otra vez…
.
.
Continuará

 

Notas finales:

(1)El mote cariñoso que Camus usa para llamar a Milo por ahora no diré que significa, ya que su definición es muy importante para la historia.
Tal vez en francés no se usa así, pero prefiero que se quede como está porque eso le dará más sentido a mi historia. (2)Esta frase la encontré de casualidad en internet, y me pareció que iba bien ahí. El autor, decía, es Ron Israel. (3) Beso francés: según Google, se refiere a un beso en el que las lenguas de la pareja se tocan, con el fin de estimular al otro.
Lo que uno aprende escribiendo fics lol Notas finales:
Respecto a la historia, es gracioso como Aioria termina “al medio”, y como irá involucrándose conforme avanza el fic.
Hyoga es una parte muy importante entre Camus y Milo así que por favor, denle una oportunidad xD… tal vez ahora y en los próximos capítulos no tendrá sentido, e incluso van a odiarlo, pero prometo que al final lo amarán… o bueno, entenderán porqué está ahí. Espero que el capítulo fuera de su agrado, y nos vemos el siguiente viernes!


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