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Jugando con fuego por Aquarius No Kari

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Notas del capitulo:

Antes de leer:
Quiero especificar que cuando escribí esta historia no había mucha información en internet sobre Saga y su maldad. Actualmente se dice que fue la manipulación de un espíritu maligno según el manga y episodio G. En ese entonces (2006) las chicas del fandom le llamábamos esquizofrenia, así que, debido a que la parte en este capítulo es un roleo con mi amiga patito, decidí dejarlo tal y como está en honor a ella.

Advertencias: este capítulo contiene violencia física, verbal y psicológica.
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Capítulo 8
Del odio al amor.

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Sentado en un cómodo diván color vino, le hablaba de su más reciente trauma, a un hombre de complexión inflada, con el poco cabello en la cabeza que le quedaba a un tono gris pizarra.

Mi maestro… mi maestro…— Repetía, con la mirada perdida en la nada, y las manos puestas en el pecho—… Mi modelo a seguir… mi amigo… mi…— No logró continuar con sus palabras debido a la vergüenza que sentía. El calvo anotaba en su libreta acciones y palabras, sin perder de vista y oído, de cuanto era testigo—… Él… Él estaba… él hacía… ¡AGH!!— Exclamó cubriendo su rostro con las manos.

Hyoga así se visualizaba, mientras observaba como Milo y Camus rompían su ‘mágico’ momento, tratando de recuperar la respiración y la ropa que habían perdido en el transcurso de “la batalla”. El escorpión se bajó la playera mientras peinaba su complicada melena con los dedos que antes estuvieron a solo milímetros de tocar la intimidad gala; y Acuario, abochornado y nervioso, se cubría el torso desnudo con la prenda que recogió recientemente del piso, para luego cerrarse apresuradamente, el cierre del pantalón.

Como el maestro sabio y estoico que era, Camus debería ser quien rompiera primero el silencio, pero sentía atorado en la garganta algo parecido a una aceituna o el corazón de una manzana. En realidad ni siquiera podía describir esa asfixiante sensación que le impedía tragar, mientras ideaba una forma de salir de aquella situación, imaginando la impresión que había dejado en su pupilo después de presentar ante él semejante cuadro; porque sabía muy bien que las relaciones homosexuales no estaban permitidas en Rusia (1), y él mantenía una creencia bastante puntiaguda debido a eso, sobre ese tema.

Hyoga generalmente era un buen chico, pero la homofobia era su peor defecto.

El maestro de Acuario nunca consideró necesario mencionar a su pupilo sus propios intereses sexuales, sin embargo, en medio de aquel cruel silencio en el que parecían transcurrir las horas, podía admirar la decepción y el horror en esos zafiros rusos.

Escorpio, quién de alguna forma terminó (en el pasado) al medio de ellos, conocía apenas la punta entre la estrecha relación entre Acuario y Cignus; pero, por la reacción de ambos, deducía que un simple “Hola” no iba a mermar las cosas, así que no sabía si dejarlos solos o darle la bienvenida al cisne y esperar su respuesta.

Podría hacer una broma sobre eso, o reprender al ruso por no tocar la puerta, pero en realidad estaban en la biblioteca, un espacio que si bien era para aprender (¡Y vaya que Milo iba a enseñarle muchas cosas!), no era el lugar para hacerlo.

Fue el rubio quien dio el primer paso cuando cerró los ojos, apretó los puños, y huyó apresuradamente por el pasillo.

Camus maldijo por lo bajo. Milo sonrió, nervioso.

—Creo que debimos cerrar la puerta…— Comentó este último en modo de broma, acomodando su propio cabello dónde aún podía sentir palpitando las caricias del otro.

Acuario se restregó nerviosamente las manos por la cara, sintiendo su corazón aún latir acelerado, primero por los estímulos curiosos de aquel encuentro con Milo, y después por la ansiedad y la culpa que sentía después de mostrarse así ante Hyoga.

El griego no sabía qué hacer o qué decir. Podría irse, pero sentía que necesitaban hablar de lo que pasó momentos atrás, sin embargo, Camus lucía tan atormentado por Hyoga, que dudó tuviera cabeza para cualquier otro tema de conversación.

A pesar de sus conjeturas, fue el galo quien comenzó a hablar:

—Lo siento… no sé en qué estaba pensando…— Su voz sonaba frustrada en medio de aquella disculpa. Lo vio acomodarse la ropa, como si necesitara cubrirse un poco más, y apoyar los glúteos en el escritorio mientras sostenía su propia cabeza, atormentado—… Yo… no debería haberte provocado así…

Milo no daba crédito a sus palabras.

Por supuesto que Camus tenía la culpa por no dar el brazo a torcer en medio de aquella guerra, pero siendo más justos y sinceros, Milo era seductor por naturaleza, y quien tenía más experiencia en esas cosas; sabía que había provocado al galo para llegar a esa parte sacando provecho de su enorme desventaja, dándole en los puntos donde lo veía más vulnerable, al sentirlo reaccionar con sus besos y caricias de aquí para allá. Tal vez Camus nunca mencionó abiertamente donde y como requería atención, pero sentirlo estremecerse y reaccionar a sus atenciones, alimentó el hambre en el escorpión por explorar más de él…

—Deja de disculparte—. Lo reprendió severamente—. Estamos juntos en esto y es responsabilidad de ambos—. Camus levantó los ojos hacia él, pero desvió después la mirada con las mejillas sonrojadas.

—Ni siquiera puedo sostenerte la mirada…— murmuró abochornado.

—¡Camus, me vas a hacer enojar!— Exclamó el escorpión, tomando las mejillas tibias del galo entre sus dedos, para obligarlo a enfrentar sus ojos: él solía estar orgulloso de guardar sus propios sentimientos, pero Milo sabía que Hyoga y Saga le hacían expresar sus emociones, y ahora que había cometido ‘ese error’, podía notar que el galo estaba confundido, abatido y frustrado; dejándolo con un insano deseo por consolarlo.

El griego tomó aire profundamente, y soltó a Camus con suavidad mientras buscaba las palabras para expresarse:

—Fue un impulso, ¿sí? Así se siente estar con alguien…— explicó, entonces lo vio sorprenderse, e intentar evadir la mirada, de nuevo, pero él unió sus frentes para evitarle voltear hacia otra parte—… es algo que te quema y no puedes controlar…

Camus apretó ligeramente sus labios, mientras intentaba pensar en esas palabras, todavía sintiéndose como un tonto, pues él no era un adolescente impulsivo e inconsciente, solo que sí podía comprender esa sensación a la que él se refería como un fuego desplazándose por toda su piel…

—Aioria y yo tuvimos nuestro propio impulso…— Continuó Milo, ejemplificando una situación que ya le había sucedido antes. Tras escucharlo, el galo sintió una especie de pinchazo en el pecho, por lo que alejó al otro ofuscadamente.

—No entiendo por qué piensas que eso me hará sentir mejor…— Declaró con amargura.

Camus pensó estúpidamente que Kanon fue el único hombre en su vida, pero Milo confesaba haber estado con Aioria también…

—Éramos jóvenes y estúpidos… bueno, él sigue siendo estúpido…— trataba de decir el escorpión. Acuario puso los ojos en blanco.

—Milo, no quiero continuar con esto…— lo tajó, sintiendo un pequeño dolor de cabeza que amenazaba con crecer.

—Intento decir que no importa lo que haya ocurrido entre nosotros, al final seguimos siendo amigos.

—No lo sé…— Exhaló el galo, enfriando su cabeza con las yemas de sus dedos.

—Solo olvídalo…

—No es tan fácil, Milo—, dijo—, Hyoga es… es más que un buen alumno, él es mi debilidad—. Confesó entre abatido y preocupado. Sus dientes frontales apresaron el labio inferior, en tanto su cerebro trabajaba a una velocidad inaudita, buscando ‘algo’ que hacer, o decir respecto a todas las ideas que iban avasallando su cabeza.

Milo suspiró: si quería arreglar las cosas con Camus debían ir un paso a la vez, porque no iban a componer su relación si primero no sacaba de la cabeza la mayor preocupación del galo en ese momento.

—Lo sé—. Dijo con una sonrisa dulce y comprensiva, colocando la mano en su hombro, esta vez—. Entiendo como te sientes, porque después de todo, sé cuánto te has sacrificado por él.

Camus admiró aquel gesto en sus labios, tan diferente al bicho burlón y descarado de siempre, y sintió un pequeño calor reconfortante llenando su pecho; por lo que cerró los ojos y correspondió la sonrisa, posando la palma sobre el dorso de la del otro, agradecido; de nuevo sin saber qué decir.

Recordó entonces que aun cuando Milo y él no se llevaban bien, Camus le solicitó aquel favor en pro de la vida de Hyoga; primero para poder llegar a Libra, y después, para ser él quien ejecutara a su querido pupilo. Nunca le preguntó por qué había aceptado sus caprichosas intenciones, pero no podía ignorar que después de ese gran favor, Camus le debía uno igual.

No quería que su relación se volviera tensa después de todo lo que habían construido juntos al limar sus pequeñas asperezas, pero no sabía cómo superar un error así, porque sentía ahora todo incómodo y confuso con Milo y lleno de angustia por Hyoga, porque sus enseñanzas siempre habían estado basadas en los valores humanos, que no era lo mismo que los sentimientos humanos. La verdad, el respeto, y sobre todo la integridad moral, era una especie de código de honor. Ocho años después, el galo venía a romper con todo lo dicho en Siberia, con la imagen ‘íntegra’ que Hyoga tenía sobre su maestro ‘no gay…’

—Déjame hablar con él…— Le propuso Escorpio, pensando acertadamente, que el acuariano no podría mantener la compostura, si se enfrentaba a una situación en la que sus sentimientos iban a interferir.

Podía presumir de haberlos omitido durante la batalla de las doce casas… pero el tiempo transcurrido desde entonces no había impedido que Camus le tomara mucho mayor afecto a Hyoga, a tal grado de considerarlo como un hijo, aunque no le llevara gran ventaja de edad.

Él dudó un momento.

—No querrás ser su mamá, ¿verdad?— Le preguntó ligeramente juguetón para sacarse el sabor amargo que tenía en la boca, porque siendo su novio sólo podía ocupar ese lugar. Milo rio suavemente y tomó su mentón con delicadeza, acercando sus rostros otra vez.

—No. Ese puesto es tuyo…— Los labios griegos tomaron los galos con delicadeza, acallando cualquier tipo de réplica ante la respuesta que le acababa de dar.

Camus pensó que debería sentirse incómodo o tenso por esa cercanía, después de lo que Milo llamó un impulso; pero la sensación cálida y confortable que el escorpión inyectó con ese contacto, bastó para borrar la preocupación y las dudas que el aguador tenía sobre su relación, porque a pesar de los brotes de placer vehemente, ‘nada había cambiado entre los dos’…

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Cuando abandonó el templo de Acuario y llegó hacia las escaleras en su descenso por el Santuario, Hyoga se detuvo de golpe, pensando, que tal vez, lo había soñado todo…

Sin embargo, aunque viró para volver y ‘despertar’ de aquella terrible pesadilla, la imagen de Milo y su querido maestro volvió a repetirse; llevándolo a retomar su camino otra vez, lejos de aquel templo.

Bajo otras circunstancias, Hyoga debería caminar tranquilamente lejos del templo de acuario para darle espacio a su maestro mientras tenía un encuentro típico y normal entre dos personas que se gustaban tanto como esos dos, y concluir que tras las pequeñas cosas que conocía de ambos, su encuentro íntimo sería normal; sin embargo, la realidad es que no podía sacarse de la cabeza la escena protagonizada por ellos mientras los veía semidesnudos, besándose y tocándose fervorosamente, mientras recordaba la figura equivocada de su mentor diciendo un montón de palabras que ya no tenían sentido.

Hyoga veía en Camus un hombre admirable lleno de virtudes, cuyos defectos mínimos se opacaban con sus muchas metódicas y radicales enseñanzas; pero verlo con un caballero que en cierta forma se había convertido también en su mentor, el mismo que dio su sangre para reconstruir su armadura bronceada, y quien entregó su vida para que pudiera ir en pos de Atenea hacia el infierno… Fue un golpe terrible y devastador.

Tal vez cualquier persona pensaría que eran celos de un joven enamorado de su maestro o del propio Milo, sin embargo, eso estaba demasiado lejos de ser verdad, porque a Hyoga no le gustaban los hombres, y mucho menos los hombres que mantenían una relación con otros del mismo sexo.

No le hubiera importado encontrar al escorpión con alguien más, dando rienda suelta a la adoración del cuerpo humano como la marcaba su cultura griega… pero su maestro… ¡No podía aceptarlo!

Tan distraído y alterado estaba, que chocó contra lo que le pareció ser una pared de duro concreto. Por el impacto, fue a dar contra el suelo, con los codos apoyando el peso de su cuerpo, lastimándolos. Sus ojos mecánicamente buscaron al objeto que provocó su estado, mostrándose sorprendidos cuando descubrieron la brillante armadura de oro ante él, revistiendo el cuerpo de uno de los gemelos; aunque el ruso no tenía la facultad de distinguir entre uno y otro, tan bien como los caballeros dorados, Shion, o Saori.

—Cygnus…— Murmuró el ojiverde.

—Pe-perdón…— Se excusó el ruso levantándose, con la agilidad adquirida en sus años de entrenamiento al lado de Camus. Saga notó la turbación que se asomaba por cada rasgo en el rostro del menor.

—¿Por qué andas por ahí de esa forma? ¿Acaso tu maestro te ordenó correr por los doce templos?— Preguntó a manera de burla; más, se percató de la reacción ajena, al hacer la mención de Acuario.

Hyoga no respondió, e intentó serenarse y dejar de actuar como un animal indefenso, mirando al griego directamente a sus pupilas esmeraldas.

El mayor continuó reteniendo el contacto entre sus ojos, buscando una razón al porqué de esas reacciones tan impropias en él.

Por respeto a una jerarquía mayor, el cisne no respondía de mala gana, ni le ignoraba; aunque tampoco encontraba las palabras adecuadas para justificar su comportamiento, sin tener que delatar lo sucedido en el templo de Acuario.

—¿Y bien?— Inquirió el gemelo.

—Quería estirar las piernas…— Fue su mejor excusa. El peliazul arqueó una ceja, desconfiando de esas palabras porque sentía que algo no andaba bien… pero tampoco pensaba obligarlo a hablar.

—¿Tu maestro está solo en el templo de Acuario?— Preguntó, disimulando muy bien su propia emoción. Un sonrojo se marcó en las prominencias rusas, mientras bajaba la mirada y la movía de manera inquieta.

Al geminiano le dio su respuesta con esa vacilación, y no solo eso, sino la carta maestra que él y Kanon necesitaban.

—El caballero de Escorpio está con él…— Dijo el ruso, finalmente, en un tono apenas audible. Hyoga ahora no era el único incómodo, porque su acompañante experimentaba enojo mezclado con celos…

En aquel instante se dejaron oír pasos tras el ruso, atrayendo las miradas de ambos.

Por el manto de sombras del templo de Capricornio, el caballero de Escorpio hizo acto de presencia.

Al verlo, el rubio abrió los ojos: sorprendido, asustado, con mil preguntas y conjeturas revoloteando como mariposas en su cabeza. Inmediatamente, se giró hacia Saga, bajó la mirada y murmuró un débil ‘con permiso’, para enseguida caminar despacio hacia la salida del recinto, y luego apurar el paso.

—Hyoga, espera…— Trató de detenerlo el octavo guardián— ¡Hyoga…!— Exclamó moviéndose para ir a hablar con él, pero el griego mayor estiró el brazo para bloquearle el paso.

—Así que… Ya tenemos problemas con el pequeño retoño…— Se mofó el gemelo, sabiendo lo que ese muchacho significaba para Camus. El escorpión se mostró indiferente.

—No es asunto tuyo, pero ya que eres tan entrometido, te diré que es algo que sucede hasta en las mejores familias, Saga; pero a Camus y a mí no nos afecta. Estamos juntos y eso es lo importante—. Lo dijo para herirlo, olvidando que él era quien mejor conocía al aguador.

—¿De verdad?— inquirió el otro, mostrándose burlón, mientras cruzaba los brazos sobre el pecho— Yo juraría que Hyoga era lo más significativo para Camus—. Milo injurió mentalmente.

—Lo es. Para ambos lo es, pero juntos somos una unión que NA-DIE puede romper…— Lanzó una advertencia, como si peleara algo suyo.

—¿Nadie?— Inquirió el tercer guardián, con un tono de reto indirecto, y una sonrisa que lo acentuaba.

Entonces el escorpión se preguntó ¿por qué Camus estaba enamorado de él? ¡Qué rayos podría verle a un sujeto tan antipático y pedante como ese!

Milo nunca había tenido problemas con ninguno de sus compañeros, ni siquiera un mal pensamiento o deseo en su corazón hacia alguno de ellos; sin embargo, en aquel momento, la persona con la que hablaba le producía más antipatía que cualquiera de sus enemigos.

—¿Sabes, Saga? El hecho de que Camus lograra tranquilizarme no quiere decir que haya olvidado lo que sucedió entre él y tú allá en Géminis.

—Es mejor si no lo haces, porque es algo que volverá a repetirse—. Respondió con autosuficiencia. Milo sintió que la sangre que fluía por sus venas en ese momento comenzaba a hervir con la furia y el odio que solo el oscuro y cruel veneno de los celos podría inyectar. Sintió una rabia que no sabía de dónde venía o cómo lo controlaría mientras veía al otro sonreír desafiando su paciencia.

—Sobre mi cadáver—. Amenazó, apretando los puños y los dientes. Al gemelo le encantaba la idea de hacerlo enfadar, porque eso le aseguraba puntos a su favor.

—Creo que no hará falta. Debes saber que él está enamorado de mí ¿o no?— Una verdad irrefutable que fue un pinchazo para Milo en el instante en que la oyó, y que le obligó a recordar que por eso estaban juntos en primer lugar, porque lo convenció debido a su idilio con Saga que podrían intentar fingir una relación a los ojos del mundo; por eso Camus se empeñaba tanto en aprender consejos sobre besos y seducción, porque ese era el hombre de sus más profundos deseos…

Y si había convencido al aguador de esto o de aquello, era precisamente porque pulir sus habilidades amatorias serviría para estar con Saga.

No debería molestarle… Se supone que debería reírse en su cara y fingir que estaba demasiado molesto para seguir discutiendo, y continuar con su camino para hablar con Hyoga…

Pero, ver a Camus sufrir mientras pensaba en Saga y en la forma que él, no una, si no varías veces se negó a aceptar sus sentimientos, lo hacía rabiar; porque a pesar de todas las cosas que en el francés le molestaban, sentir su apoyo cálido y sincero cuando Kanon, siendo Kanon lo hirió, provocó que deseara un rayo de felicidad para él más que para nadie. Verlo seguir sus planes, o sonrojarse por cosas tontas que deberían ser normales para alguien de su edad, mientras esperaba estúpidamente a alguien como él, lo hacían querer matarlo al ver su sonrisa tóxica y burlona…

Escorpio trató de esconder aquella molestia con una sonrisa sarcástica.

—¡No me hagas reír!— exclamó— ¿En serio crees que mi amado Camus puede fijarse en un… demente como tú?— preguntó con desprecio—. Aunque, no me extraña que tengas la moral tan alta porque al igual que tu hermano tienden a sobrestimar lo poco que pueden ofrecer a los demás… Por lo menos Kanon podría pasar por una persona normal, tú, por el contrario… pues no quisiera tener que especificar más—. Dijo sarcásticamente, mientras que enarcando la ceja derecha, sonriendo cínico, acortaba la distancia entre ambos, para, sin dejar de sonreír, deslizar su dedo índice sobre la sien del gemelo mayor.

Saga apretó los puños, furioso. Su cosmo comenzaba a crecer a cada segundo ante la ‘afrenta’ del otro, porque las palabras de Escorpio le hicieron temblar, no de miedo, sino de ira. Sus pupilas irradiaron un brillo lleno de odio, y sus dientes se asemejaron a los de una bestia que espera clavarlos en su víctima.

Tomó bruscamente la mano del octavo guardián, enterrando sus dedos en el frío metal en la armadura del otro.

—Pues si hemos de calificar lo que ofrecemos a los demás, tú no obtienes una puntuación muy alta, de otra manera Kanon pasaría más de una hora en tu cama cada noche que le ofreces compartir tus sábanas…— Las palabras de Saga lo molestaron y le hirieron hasta el más recóndito sitio de su ser y de su amor propio; pero su orgullo como escorpión no le permitió mostrar esa debilidad ante el gemelo, por lo que sonrió con desgana mientras intentaba obtener la libertad de su brazo.

—No te proyectes, Saga… tú no podrías tener a alguien a tu lado, ni siquiera cinco minutos… ni aunque le pagaras con todo el oro del mundo—. Saga sonrió ante la reacción del más joven, una reacción que él mismo esperaba; ya que, a pesar de todo, al escorpión le dolía no haber podido exhibir ante el resto del santuario su relación con Kanon. La necesidad de mantener en secreto tanto los pequeños como los grandes detalles de su relación con el ex dragón marino había marcado parte del alma del espartano, justo como él lo imaginaba.

Entonces lo soltó, y escupió su veneno:

—Querido escorpión, ambos sabemos que no necesito recurrir a eso para tener a Camus a mi lado, porque ser mío es su más grande deseo…— Sonrió victorioso, con esas pupilas color esmeralda destellando con júbilo.

Milo, sin poder contenerse, y con algo que no sabía qué era, y que, por lo tanto, no lograba dominar, clavó las uñas en su propia carne con la ira que crecía en el fondo de su estómago. Y si Saga no hubiera llevado la armadura puesta, sus dedos habrían tomado el pecho de su ropa de forma amenazante.

—¡Esquizo maldito, eso es lo que tú ya quisieras!— Reaccionó un poco tarde al frenesí que acaba de proferir— ¿Teniéndome a mí, tú crees que buscaría tus miserias? ¡No seas egocéntrico, Saga! Él no tendría por qué caer tan bajo—. La reacción más dolorosa para Milo que el santo de Géminis pudo tener hacia sus anteriores palabras, no fue ni un golpe ni un insulto, sino la torcida sonrisa sarcástica en sus labios y el chasquear de su lengua entre sus labios, fingiendo sentirse decepcionado.

—Milo, Milo, Milo… ¿Por qué toda esa evidente molestia? ¿No estabas tan seguro hace un minuto de que tú eras lo único que Camus necesitaba? ¿Si él está TAN satisfecho a tu lado, por qué habría de considerar aunque solo fuera un poco lo que yo le propusiera?— El octavo custodio entornó los ojos como lo haría la más letal de todas las serpientes que se dispone a atacar al sentirse acorralado.

¿Cómo contrarrestar lo dicho por Saga, cuando él mismo, mejor que nadie, estaba consciente de su posición frente al galo?

De pronto, sin querer, comenzó a pensar en Camus, alejándose lentamente hacia Saga, sosteniendo su mano y besándose después sin dirigirle algún gesto de atención a Milo.

Un estremecimiento que no quería ni podía explicar recorrió su cuerpo, y un frío tan helado como que el galo solía producir atravesó su espina de punta a punta mientras iba siendo cada vez más consiente que Camus algún día se marcharía con ese hombre, el hombre de sus deseos, el hombre de sus sueños.

Trató de pensar en algo… cualquier cosa en ese momento le serviría de escudo contra las palabras de Saga, que lo estaban lastimando más de lo que había pensado; sin embargo, veía dentro de su cabeza la imagen de esos dos en la cocina de Géminis, aquella mañana, compartiendo un contacto tan íntimo y profundo donde él no tenía cabida…

Y aun así… Camus lo había elegido a él…

Te di mi palabra, y no pienso retractarme…”, pronunció con parsimonia. Y después de aquel encuentro en Cáncer, vino su reconciliación y “el poste”…

Saga definitivamente no merecía disfrutar de él.

—No temo por lo que él pudiera responderte—, habló con altivez—, porque sé que por su voluntad, por su amor, se quedaría a mi lado. Mi temor es por lo que tú pudieras hacer para obtener un 'sí' de sus labios… ¿O crees que me he olvidado de la forma en que le lavaste a Aioria el cerebro para obligarlo a pelear contra Seiya?— Saga se congeló en su lugar ante la mención de esos dos, porque sí bien trataba de olvidar las cosas terribles que había hecho, la amistad y amabilidad de Seiya a pesar de los horrores que sufrió por su propia mano, le dolía.

Milo levantó su dedo en forma acusatoria y continuó.

—Tú sabías cuán importante era Seiya para Aioria, pero aun así no te detuviste. Lo sé… ¡Un loco como tú puede hacer cualquier cosa!, incluso obligar y deshonrar a alguien para que esté a tu lado, y que no tengas que mendigar su cariño… ¡Que asco me das!— Y para enfatizar su desprecio hacia el geminiano, el escorpión lo barrió con la mirada, comenzando desde el suelo, tomándose su tiempo al deslizar sus cristalinas pupilas sobre cada centímetro de la anatomía helénica; para, en un gesto lleno de altivez, dar un par de pasos hacia su costado, recoger la capa de su armadura como si temiera que se impregnara de la peor de las porquerías y decir reafirmando sus anteriores palabras: —Que asco me da el pensar que no serías capaz de tratar a Camus como se merece, que no podrías por más que lo intentaras satisfacerlo, que tan solo llenarías de suciedad su persona con cada roce de tu piel, que tu saliva profanaría aquella intimidad que hace mucho tiempo ya yo tengo como mi altar…

Milo había cometido un error.

El gemelo dudaba que siquiera su técnica más letal, Antares, pudiera haberle hecho el daño de esas palabras, porque, aquel cruel espartano tocó con cada puntiagudo vocablo los puntos más sensibles de quien fuera el ex patriarca; y ahora no estaba dispuesto a dejarlo ir como si nada, en especial por haberle declarado que él y Camus ya habían llegado más allá de un beso (corroborando lo dicho por Kanon).

Saga de modo alguno no estaba dispuesto a que la discusión concluyese así, y mucho menos a dejarlo ir, a dejar pasar la oportunidad de proyectar su rabia y toda la frustración acumulada por haberse negado así mismo la oportunidad de estar con el aguador, sobre Milo; por lo que tomándolo con firmeza lo obligó a girarse, en el instante que disparó su puño diestro velozmente, tomando a un desconcertado escorpión con la guardia baja.

El menor retrocedió por el impacto, a la vez que, por su comisura labial, un hilo carmesí se dibujó hacia el mentón. Su mano de color canela limpió aquel líquido, para luego centrar su atención en aquella mancha rojiza y sonreír sádicamente. Entonces, Saga intentó asestar otro golpe, pero el escorpión detuvo su puño. El peliañil le tiró la patada, que nuevamente su oponente rechazó.

Los dos a la vez encendieron su cosmo, tanto uno como otro al contraataque, comenzaron a pelear a golpes, como los guerreros que aprendieron a ser. Milo con un puñetazo, Saga deteniendo con su mano; el segundo intentando golpearlo de nuevo en la cara, pero el menor rechazando con su palma; ambos ejerciendo fuerza, intentando triturar los huesos de la mano. Enseguida, los dos concentraron su poder en el puño, provocando una coalición de energías que los obligó a alejarse.

Tanto uno como otro cayeron al suelo, pero enseguida se incorporaron y volvieron al ataque…

De pronto un muro de hielo se interpuso entre los dos, volviéndose añicos con el toque de sus puños.

—¡Basta…!— Se interpuso una tercera figura, cuando la lluvia de pequeños cristales helados los distrajo.

Camus, que permaneció inquieto en su templo, bajó para hablar también con Hyoga, cuando sintió los cosmos agresivos de ambos griegos. Su primera reacción fue correr hacia ellos, sin preguntarse el porqué estaban peleando.

Tal vez era una parte del plan de Milo… pero, a juzgar por la intensidad del cosmo en cada uno, juraría que los tonos en la discusión eran encarnados.

—¿Qué está pasando?— preguntó, mirándolos a ambos, por turnos; al gemelo con gesto desaprobatorio, y al escorpión con mirada inquisitiva.

Ni Saga, ni Milo se atrevieron a atacar otra vez, o a responder el cuestionamiento del galo, quien era el único de los tres que no portaba al brillante Acuario sobre su cuerpo.

El escorpión celeste aún llevaba la adrenalina por sus venas, y deseaba lastimar como diera lugar a Saga; así que tomó uno de los brazos del galo y lo jaló hacia sí, pegando sus cuerpos, y besándolo sin previamente avisarle. El acuariano, pasmado, no rechazó el contacto, pero tardó un poco en corresponder, como si fuera algo natural, besarse en un campo de batalla, siguiendo el hilo en la contienda, sin saber que esa caricia estaba llena de ansiedad, celos y venganza.

Sí, tal vez Milo había aprendido a disfrutar los pequeños toques húmedos de Camus, pero aquel beso únicamente tenía por intención destruir a su enemigo.

Saga sentía que la sangre le hervía, porque esos labios habían sido suyos una vez, y su coterráneo ahora los disfrutaba a sus anchas, declarando una guerra a muerte que él se negaba a perder.

Hyoga, quien volvía sobre sus pasos, decidido a hablar con su maestro, se quedó de piedra al observar aquella escena, por lo que la imagen del diván apareció en su mente otra vez. Kanon apareció tras él, y aunque la escena le dolía, le preocupaba más el cosmo agresivo que su hermano manifestaba, y esa grisácea tonalidad que su cabello adoptaba.

De pronto Camus pareció distinguir algo distinto en el sabor de su contacto, así que se apartó ligeramente y notó el labio partido del escorpión.

Ma pomme, ¿estás bien?— Le preguntó admirando la carne hinchada y punzante. Milo sonrió de lado.

—Solo es un rasguño…— respondió tocándose el labio con la lengua.

—¿¡Cómo pudiste hacer eso?!— le reclamó Kanon a su gemelo, preocupado por el escorpión.

—¡Tú no te metas!— Le ordenó Milo al ex dragón marino— Y… no importa, Camie— Se dirigió al aguador, hablándole en un tono más dulce que a su antiguo amante—. Ahora que estás conmigo, ya nada me interesa—. Diciendo tal cosa, nuevamente lo abrazó por la cintura, besándolo, y deleitándose con la forma nerviosa y ligeramente ansiosa del aguador, quien estaba un poco incómodo al exponerse así ante otros; pero si el plan lo requería, no podía alejarse de Milo, ni siquiera por Hyoga, o entonces todo se arruinaría.

En las pupilas de Saga se agolpaba la impotencia, la ira y el odio, porque su Camus lo había rechazado, y había optado por elegir a Milo por encima de él, olvidando todo lo que compartieron juntos, todo lo que aprendió de él, y por sobre todo sus sacrificios.

Lleno de resentimiento, su cosmo se encendió, aún más agresivo que antes. Su deseo de matar al octavo guardián fluyó por sus manos en el momento que realizó la pose para invocar una de sus poderosas técnicas, y poder lanzarla de golpe contra él.

Sintiendo la energía de Saga tormentosa e inestable, el galo abrió los ojos y se apartó de Milo, empujándolo lejos del camino agresivo por donde el golpe cargado de odio se dirigía.

El ex patriarca vio su acción, pero no podía detener la rabia por su rechazo, y aunque Camus esperaba que Saga no lo atacara, cuando se dio cuenta de que sí lo haría e intentó protegerse, aquel galaxian explosion le había pegado de lleno.

El cuerpo del galo fue a estrellarse contra una de las paredes de Capricornio, y luego, resbaló lentamente hasta quedar en el piso, dejándolo completamente inconsciente.

—¡Maestro!— Hyoaga estaba completamente horrorizado por lo que había sucedido, y aunque intentó ir donde este para comprobar su estado físico, ver al escorpión angustiado acercarse a él, y sostenerlo entre sus brazos, lo detuvo en su lugar.

—¡Camus!— Le gritó Milo— Camus… háblame…— Le daba suaves palmadas al rostro, intentando hacerle reaccionar, más, el francés continuaba ajeno a todo lo que transcurría a su alrededor, con el cuerpo marcado por manchas negruzcas y rojizas, simbolizando moretones y quemaduras.

Saga se llevó las manos a la cabeza, enterrando sus dedos sobre el cuello cabelludo a la vez que cerraba los ojos y trataba de serenar los instintos que lo torturaban. Cuando se calmó trató de ir hasta el aguador…

—¡Aléjate!— Le advirtió Milo, fulminando con la mirada esa cercanía. El geminiano se quedó congelado, mientras su hermano miraba con desaprobación al que había sido su amante; ambos siendo testigos de cómo el escorpión tomaba el cuerpo del llamado maestro de los hielos entre sus brazos, cubriéndolo con su capa, para enseguida llevarlo cargando hasta Escorpio.

Cuando Milo caminó hacia la entrada del templo, donde estaba el cisne, Hyoga y él intercambiaron una mirada, pero el primero no pudo retener el contacto visual y agachó la cabeza, cubriendo sus ojos en la mata de cabello rubio. El octavo custodio entornó los ojos, y pasó de largo, sin importarle las posibles miradas de los otros dos.

Una vez solos, Kanon se dirigió hacia su hermano…

—Saga, ¿estás bien?— Pero él no respondió. Continuaba con la vista perdida en el lugar donde antes había estado la cabeza del galo.

¿Por qué? ¿Por qué Camus se sacrificó por él? No podía comprenderlo, y pensar en ello solamente alimentaba el temor a descubrir que realmente estaba enamorado de Milo…

No… imposible…”

Sabía que el poder que empleó no fue liberado con toda su fuerza, pues había al menos alcanzando a detener su magnitud; sin embargo, no era suficiente. La salud del aguador no estaría restablecida por lo menos hasta que transcurrieran un par de meses…

—¿Lo harás?— Le preguntó a Kanon, sin mirarlo. Este, desconcertado, movió la cabeza.

—¿Qué cosa…?— El mayor se volteó hacia él, mirándole directamente a los ojos.

—Ayúdame—. Si era una petitoria o una orden, el ex dragón no lo sabía; ni siquiera tuvo tiempo a preguntar qué necesitaba, porque él se giró hacia Hyoga—. Cygnus… Kanon y yo queremos hablar contigo…— Dijo Saga, clavando sus gélidas esmeraldas en el cisne.

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Transcurrió casi media hora desde que abandonaron el templo de Capricornio, hasta ese momento, en el que Milo colocaba un paño frío sobre la frente caliente del galo.

Para protegerlo de las visitas de Saga, decidió llevarlo a Escorpio, su propio templo. Al menos ahí podía velar por su salud noche y día, y restringir las visitas innecesarias si se le daba gana. Así que el cuerpo de Camus reposaba en una cama que no era la propia, pero donde ya había dormido con anterioridad. Su piel continuaba marcada por esas manchas rojizas y amoratadas, y su respiración, a causa de la fiebre, no era moderada.

—Eres un idiota…— Continuaba reprendiéndolo el griego, pasando un lienzo con sustancia medicinal por las heridas de sus piernas. A pesar de que el pelimarino estaba inconsciente, Milo discutía con él como si estuviera despierto—. Yo pude perfectamente detener su poder con mi mano… CON MI MANO—. Alzó la voz, quizá para despertarle.

Dudaba cuando podía recuperar el conocimiento, pero les pedía a los Dioses que fuera pronto, porque verlo en ese estado no le resultaba satisfactorio. Prefería molestarlo, o reír de lo santurrón que podía llegar a ser, a verlo así… sufriendo. Incluso ansiaba recibir un regaño por haberle quitado el pantalón para acomodarlo en la cama.

—No debiste hacerlo…— Dijo en voz baja, dejando el tono hostil para hablar con preocupación.

Exhaló con cansancio y tomó un paño húmedo para colocarlo en la frente ajena, deslizando los dedos con suavidad hasta dejarlos quietos sobre sus propias piernas, donde los apretó con frustración, pues no sabía qué hacer para ayudarlo.

Tras un momento, tomó la sábana que estaba suelta a un lado sobre el colchón y cubrió el cuerpo francés para no mirar sus heridas, o entonces Milo no podría controlar los deseos de ir a Géminis para terminar lo suyo con Saga hasta que uno de los dos sobreviviera a esa masacre.

En ese momento, Camus se movió, al mismo tiempo que soltaba un gemido de dolor acompañado por un nombre:

—Milo…— El escorpión abrió los ojos más de lo usual, experimentando una sensación de vacío en el fondo del estómago que lo sorprendió. Sintió un pequeño pellizco en el corazón, y una descarga eléctrica que azotó el final de su espalda, mientras la sangre se agolpaba en sus mejillas sin explicación.

Movió desesperadamente la cabeza para enfriar su rostro, y abrió la boca para decir algo, pero no sabía qué. Vio apretar al galo con aquellos dedos pálidos y fríos las sábanas entre ellos, emitiendo una réplica de dolor; así que Milo encontró ese momento para colocar su palma en el dorso del otro, y apretarla con delicadeza.

—Aquí estoy…— Inexplicablemente la voz se le quebró. Él no lo entendía, pero experimentaba una especie de dolor mezclado con emoción por esa simple palabra, que bien pudo haber sido un deseo hacia su rival y no a él.

Los párpados galos mostraron su tesoro al replegarse con un movimiento lento y volátil, hasta que los orbes lograron ver la luz y el semblante del griego.

Los labios de Milo querían sonreír al verlo despertar, pero estaba frustrado y molesto, y solo pudo quedarse mirándolo con el entrecejo fruncido.

—¿Estás bien?— preguntó el galo en tono muy débil. Escorpio no quería que la voz se le notara resquebrajada de nuevo, por lo que recordó que en realidad estaba enojado con Camus por esa estupidez.

—¿Qué si estoy bien? ¡Eres tú quien está herido! ¡A mí no me pasa nada!— Gritó, y para su sorpresa, el galo sonrió mientras volvía a cerrar los ojos.

—Estás… protestando…. Es una buena señal…

—¡Yo no protesto!— Exclamó indignado, pero notó que Camus volvía a dormir. Milo se mordió el labio con frustración— ¡Y me dejas hablando solo!— gruñó ofendido. Agachó ligeramente la cabeza y apoyó la frente sobre su propia mano, la que aún sostenía la de Camus, quedándose un momento así.

¡Qué rabia, y que frustración ver al estúpido de Camus tan indefenso y tan vulnerable, en una situación que podría haberse evitado si él no fuera tan malditamente necio, y tan jodidamente insoportable!

Porque esa es la opinión que siempre tuvo de él, de un sujeto estirado y petulante que con solo verlo le provocaba poner los ojos en blanco y sonreír forzadamente para no poner una cara de desagrado sincero, que solo se acentuaba al escuchar su estúpido acento francés, y ese caminar altivo y pretencioso, yendo de aquí allá.

No mates al cisne…”

Con sus peticiones poco profesionales y sin sentido.

Es mi pupilo, y es mi deber terminar con esto”.

Con su sentido del deber arraigado y su estima por el ruso, más allá de su lealtad y sus principios.

Él es el hombre que siempre deseé…”

Con su amor tóxico por el idiota de Saga.

Realmente me siento mal por ti…”

Con su maldita lástima.

No es lástima Milo, se llama empatía…”

Con sus estúpidas ganas de debatir todo lo que él decía.

Te di mi palabra y no pienso retractarme…”

Con su sentido del deber y la lealtad desperdiciado en un plan que no tenía ningún sentido y que lo había llevado a esto.

Enséñame a besar…”

Con su inocente falta de conocimiento básico en el arte amatoria.

¿Para qué necesitaba aprender, para que en la primera oportunidad vaya corriendo con el maldito geminiano? ¡Qué desperdicio!

Lo siento… Yo no debería haberte provocado así…”

Pero no lo hizo. Camus se dejó llevar por lo que el escorpión llamó “un impulso” al estar en esa situación por primera vez, explorando las sensaciones hasta entonces prohibidas para él; sin embargo, ¿cuál era la excusa del experimentado “cazador”? ¿Con qué evadiría Milo su responsabilidad en lo que fue un vehemente intercambio de besos y caricias?

El que en pan piensa, hambre tiene…”, dijo a modo de burla para molestar al francés, a pesar de su propio nerviosismo…

Y el qué no… es porque ya comió…” (2), pensó con desasosiego.

¿Cómo no hacerlo? ¿Cómo no pensar en eso? Estaba demasiado acostumbrado a Kanon y a hacer lo que sea que hacía con él, para rechazar un “buen pan” cuando se le ofrecía, así…

Pero no, su deseo no era por la regularidad con la que tenía sexo, ni el extrañar la sensación que un orgasmo dejaba después; porque si eso fuera suficiente, seguiría con el imbécil de Kanon. Esto era más profundo, más grave…

El que en pan piensa, hambre tiene… Y el qué no… es porque ya comió…”, reconoció con frustración, sabiendo y dándose cuenta finalmente que lo deseaba; que había querido escapar de él, y de las emociones que él despertaba en su cuerpo con sus besos torpes e inexpertos y esas caricias que iban tomando forma mientras aprendía donde y como, gracias a que el escorpión le enseñaba con sus propios impulsos y necesidades lo que realmente ansiaba de él.

No era la sed y el hambre por el sexo, era la necesidad del amor mismo.

Camus volvió a moverse, lo que llevó al escorpión a enderezarse para mirarlo, con una mezcla de molestia y preocupación, que lo llevaban a reñirle, a pesar del influjo que Eros trataba de ejercer sobre sus reacciones.

—Cometiste una gran estupidez—. Lo reprendió. El galo abrió los ojos.

—¿No sabes decir gracias…?— preguntó adolorido.

—¿¡Gracias!? ¿¡Necesita tu ego que te dé las gracias!?— Camus negó sutilmente con la cabeza.

—Salvar tu vida no es una estupidez…— Y volvió a cerrar los ojos, pero Milo no lo iba a dejar dormir.

—¡Traigo mi armadura!— Exclamó levantándose para presumir su vestimenta dorada—. ¡Podría soportar el impacto y detenerlo con mi mano!— pero él, aunque tenía los ojos abiertos, no lo miró, ni respondió. Su mirada se perdió en el techo y sus ojos a veces fríos y generalmente cálidos, se cristalizaron con un pensamiento.

—Creí… que se detendría…— Susurró. Milo se sorprendió—… Creí que si me interponía, él no atacaría…— El griego cerró los puños.

—¿Cómo pudiste poner tu vida en sus manos?— Masculló, intentando frenar la rabia que sentía—. Confiar así en él, ¿¡por qué!?— Milo sabía la respuesta, pero no quería prestarle atención.

—Tú sabes por qué…— Murmuró él, con melancolía.

—¡Cállate!— Tajó el escorpión al mismo tiempo que tomaba un frasco de plástico de la mesa y lo azotaba contra la pared, para luego cruzarse de brazos, y negarse a cualquier tipo de contacto visual con Acuario.

¡Qué rabia y qué agonía verlo suspirar y sufrir por él! ¡Él! Quien había causado la batalla de las doce casas, su primera muerte y la lucha feroz entre Aioria y Shaka en el templo Patriarcal, así como el asesinato de Aioros y casi la muerte de su Diosa. Él, quien solamente lo había lastimado desde que Camus descubrió que podía enamorarse, enviándolo lejos, enviándolo solo para no ser débil al amor que sentía por Camus y qué se negaba a aceptar en todas y cada una de las oportunidades que tuvo para hacerlo.

Los labios franceses se separaron con sorpresa al verlo reaccionar así, y moverse, de pronto, con frustración por la habitación, como si estuviera atrapado en un laberinto.

—No entiendo por qué te comportas así…— Le gruñó con la intención de molestarlo, y hacer a un lado el incómodo momento.

—¿¡Yo!?— gritó ofendido el otro.

—Tú… Yo únicamente hice lo que creí correcto, pero tú…

—¡No me hables de lo que es correcto, Camus!— Lo acusó con su dedo. El galo frunció ligeramente el entrecejo.

—¿Por qué estás tan enojado?— preguntó confundido.

—¡Porque eres un idiota!— se exasperó el griego. Camus exhaló, formando un sardónico gesto en sus labios.

—¿En serio? ¿Esa es la mejor opinión que tienes de mí?

—¡Sí!

—¡Pues tú eres un histérico, infantil, presumido y egoísta!— le gritó también, con las pocas fuerzas que había reunido. Milo abrió la boca, tragando aire con indignación y sorpresa. Se dio la vuelta, con una mano en el pecho y exagerando su actuación, protestó:

—¿¡Egoísta…!? ¿YO…? ¿¡La persona en cuya cama estás durmiendo!?— El francés no había notado que ese no era su templo, así que abrió los ojos más de lo normal, cuando observó las paredes y cada uno de los objetos que decoraban la habitación, reconociendo dónde estaba.

Tragó saliva con dificultad, y tan enojado como estaba por la actitud y los reclamos del otro, dijo:

—Puedo irme a mi templo…— Gruñó. Escorpio lo desafió con una mirada de ‘inténtalo’, por lo que el aguador impulsó su cuerpo hacia delante, con toda la intención del mundo en salir de ahí, cuando múltiples dolores y el debilitamiento se hicieron presentes en su sistema, obligándole a quedarse en estado de reposo, en la cama de Milo.

Saber que él no podía marcharse hizo que el escorpión riera histérica y victoriosamente, aunque por dentro pinchase como espina la maldita angustia y el desolador desconsuelo.

—Claro, te irás cuando logres caminar solo—. Se mofó, ayudándole a acomodarse otra vez en el lecho.

—Idiota…— Murmuró el malherido galo. Milo continuó riéndose de una forma más tranquila.

—¿Quién es infantil ahora?— Vio fruncir a Camus el entrecejo y sintió un manotazo en la mano que estaba acomodando las sábanas (por suerte, aún no se daba cuenta que estaba en ropa interior bajo estás).

—Déjame—. Refunfuñó. Milo se hizo a un lado, sonriendo, y se alejó hacia donde había puesto una silla para sentarse y cuidar de Camus cuando estuvo inconsciente. La silla quedó con el respaldo en su pecho, y sus brazos apoyados en esta, con la barbilla encima para mirar al aguador.

El francés exhaló con molestia, y se quedó observando el techo, repasando en su mente lo que había sucedido antes de perder el conocimiento.

Tal vez Milo tenía razón al reprochar su confianza desmedida en Saga, hasta el punto de arriesgarlo todo, como perder su propia vida. Dudaba que por todo el amor que hubiera en su corazón para darle, aquello fuera correcto… Y él lo había demostrado arrasando con todo lo que estuviera a su paso, aunque eso fuera Camus.

Mientras el galo pensaba en su idilio con Saga, Milo comenzó a darse cuenta que tener al acuariano ahí le obligaba a convertirse en su enfermero, por lo que tendría que encargarse de buscarle algunas cosas en el onceavo templo; algo de Dostoyevski o Kafka, por ejemplo. Los había visto sobre el escritorio que desordenó por el “impulso”, así que seguramente estarían en el piso…. Y también llevaría ropa, porque la que usaba de Milo le quedaba bien, pero creyó que se sentiría más cómodo, si usaba algo propio, así que solamente necesitaba libros y comida. Café en su mayoría y quizá fruta. A Camus parecían gustarle las manzanas y las uvas… y comida salada… ¿De dónde sacaría comida? Él no cocinaba…

Comenzó a pensar que tendría que molestar a Aioros otra vez.

Bueno, había pasado trece años sin un vecino, y como Dohko volvió a China por algunas cuestiones personales, Aioros era su único salvador, y le debía trece años de molestias y favores vecinales, así que…

—Milo—, la voz débil de Camus rompió sus pensamientos—, ¿Por qué estaban peleando?

Al escuchar aquella pregunta, el griego reprodujo dentro de su cabeza las palabras dichas por ambos, en una declaración jurada de guerra sin cuartel por el acuariano; y las emociones que fluyeron en medio de tanta tensión, entre el ir y venir del veneno, hasta que se drenó la tensión por los nudillos de ambos.

Pensó que debería ser honesto con Camus como siempre lo había sido, pero no podía declarar abiertamente que en realidad sentía enojo, y más que enojo, impotencia al saber que se marcharía con Saga después…

—Por… tonterías…— Respondió como si nada, huyendo, como nunca fue su costumbre, de cualquier posible contacto visual al observar la pared.

—Nadie hace tanto teatro por tonterías…— Dijo Acuario con suspicacia, porque con esa respuesta le quedaba claro que su acompañante no quería revelarle ‘algo’.

Milo rio con elocuencia.

—Pobre Camus, tan culto y con tan poco conocimiento sobre lo que pasa en el mundo…— Con sus dedos acarició la coronilla del otro mientras decía aquello, pero el galo no parecía enojado ni interesado en reclamar por la broma.

—Ambos estaban fuera de sí…— Dijo con melancolía—… y temí que se hicieran daño…

—Pues mira como quedaste tú—. Acotó el griego con molestia. Camus elevó una de sus cejas.

—¿Y no merezco saber por ello la razón de que pelearan?— Escorpio movió la cabeza hacia diestra y siniestra.

—No—. Declaró, levantándose de la silla.

—Milo…— Insistió Camus.

—No.

—Por favor—. Pidió el galo. El octavo guardián lo miró de soslayo.

¿Por qué le importaba tanto?

—¿De verdad quieres saberlo?

—Si—. Respondió firme el llamado maestro de los hielos. Milo caminó hacia la puerta, como si no quisiera decirle nada, para luego tomar el picaporte con la mano…

—Voy a traerte algo de cenar—. Dijo, abriendo la puerta, sin mirarlo.

—Espera…— Camus quiso estirar el brazo para levantarse, pero el dolor le obligó a volver. Entonces el griego se detuvo, antes de salir.

¿Por qué el maldito Camus se obsesionaba con esa respuesta? Era obvio saberlo, pero, a pesar de eso, el hombre siempre culto e inteligente no podía adivinar los motivos que ocasionaron todo eso.

Milo exhaló, derrotado.

—Peleábamos por ti…— Confesó el espartano, para luego irse.

—¿Por mí?— Se preguntó extrañado, sintiendo como la cabeza se llenaba de preguntas que el escorpión, al cerrar la puerta, ya no podía responder.

Mientras estaba solo (y ya que no podía moverse), comenzó a recordar lo sucedido, y tratar de entender las razones que podrían haber calentado la situación para que explotara así.

Quizá habían comenzado peleando como él lo hizo con Kanon, por Milo. Tal vez el beso que compartieron Camus y Saga (en géminis) salió a colación y una cosa llevó a la otra hasta que se enredaron en una discusión más candente…

Probablemente, Saga le reclamó a Milo sobre el beso que recibió de Kanon, y el escorpión, en su papel de novio celoso y posesivo, le dijo que esos eran asuntos suyos. Quizá Saga intentó defender a Camus y las palabras fueron leña seca en un fogón.

Entonces, consideró la terrible situación a la que había empujado a Saga al ponerlo celoso, comprobando así sus verdaderos sentimientos, pero ahora… ¿Cómo tomaría todo aquello?

Tenía miedo, no lo podía negar. Ver así al gemelo le hizo revivir su estado siendo Arles y las atrocidades que cometió en aquel entonces… pero ¿eso significaba que no sería normal nunca más? ¿Estaba destinado a ser Arles hasta el día de su muerte?

Pensó que Milo había llevado las cosas demasiado lejos con ese plan, y que en vez de castigar a Kanon como se merecía, estaban arrastrando a Saga, a Aioria y por supuesto a Hyoga…

Pero también era injusto acusar únicamente al escorpión, porque él mismo había aceptado ser parte de todo ese juego, y porque, aunque Milo le dio la oportunidad de irse con el hombre que amaba, él lo rechazó.

Camus suspiró. Se sentía exhausto y adolorido, pero sobre todo cansado de darle vueltas a la situación.

Su estado actual le hizo recordar el entrenamiento en Grecia bajo las inclemencias del sol, cuando aún era un joven aprendiz, agotando cada gota de su energía. Decidió concentrar su cosmo en la punta de los dedos y extenderlo hacia la palma de su mano para dejarlo quieto sobre la frente y enfriar no solamente sus pensamientos, sino la fiebre que se extendía por su cuerpo. Notó entonces el trapo húmedo sobre ella, y se dio cuenta que el bicho trató de bajar la fiebre con ese lienzo, procurando llenar de atenciones su cuerpo lastimado, mientras estaba inconsciente. Podía saberlo por el paño y el bálsamo curativo que impregnaba la silenciosa habitación con ese olor a hierbas y mentol.

En el pasado, aun cuando Saga le pidió a Milo incontables veces ayudar a Camus con su griego y con otras cosas en su entrenamiento, él nunca acudió, dejándolo solo en el onceavo templo, agotado y enfermo. Siempre enfermo…. No obstante, ahora parecía simpático y cortés, demostrando con esas pequeñas atenciones (incluso con sus burlas) que estaba sinceramente preocupado por él.

Nuestro Milo es dulce, te gustará…”, recordó las palabras de Saga la primera vez que hablaron sobre él, pero Camus jamás tuvo la oportunidad de comprobar que tanto podría agradarle...

Hasta ahora.

Soltó una honda exhalación, cerró los ojos, e hizo todo el esfuerzo por enfriar las ideas y emociones que despertaban en su cuerpo, envolviéndose en ella para mermar el calor en sus mejillas, y la fiebre que iba llenando por completo su cuerpo.

No supo cuánto tiempo transcurrió desde que Milo salió de la habitación, hasta que hizo nuevo acto de presencia, despertando al galo con el ruido de la puerta. Camus abrió los ojos, y enderezó ligeramente la cabeza para observar al escorpión asomar la cabeza con su cara ligeramente sonrosada, el ceño fruncido y un ligero nerviosismo que trataba de disimular apretando los labios contra sus dientes.

—Camus, Hyoga está aquí y quiere hablar contigo—. Anunció con voz opaca; sin embargo, el francés no le prestó atención a la manera en que pronunció eso, pues nunca se imaginó que su pupilo pudiera desear verle a la cara después de lo que ocurrió, y menos hablar con él, así que estaba feliz por tener la oportunidad de explicarle a Hyoga lo ocurrido.

Sin embargo, cuando el ruso avanzó, y penetró el umbral de la puerta, a juzgar por su cara, no parecía ir en son de paz…

.
.
Continuará

Notas finales:

(1) La homosexualidad en Rusia es un tema complicado, ya que siempre ha estado penada por muerte o cárcel, así que para ajustar las cosas a mi historia, Hyoga tiene un pensamiento radical con esto.
Generalmente Hyoga me gusta con varios personajes de SS, pero por motivos de la historia necesito que no sea gay… después verán porque! Denle una oportunidad. Podrían divertirse un poco.

(2) Esta frase le pertenece a KaryssOliver, quien amablemente me dio su permiso para tomarla.
Muchas gracias!.

Respecto a las situaciones en este capítulo, tengo que dejar algunos créditos específicos aquí:

El diván de Hyoga fue idea de mi querida amiga Sharm Baby.

La pelea entre Saga y Milo si bien era mi idea desde el principio, necesitaba escribir un conflicto y no sabía cómo desarrollarlo, así que mi amiga patipat (patindiablo) me ayudó roleando el encuentro entre esos dos, por lo que los diálogos y acciones de Saga son totalmente su autoría.
(Muchas gracias!! Te adoro!)

Y finalmente Derkez me ayudó en aquél 2006 beteando este capítulo.

Notas finales:
¿Qué les pareció el capítulo? Fue un poco de testosterona volando por el aire, al parecer, aunque podría haber hecho una discusión más intensa con la reedición, la verdad quería respetar estos recuerdos con mi querida amiga. Acerca del pasado entre estos dos, lo pondré más adelante ya que no creo que sea el momento para soltarlo considerando la tensión y la situación actual.

Con Camus, sé que él pudo haber evitado el ataque, pero considerando que ya he mencionado que es débil con Hyoga y Saga, me pareció natural él esperara algo más de Saga.
La situación actual de Camus traerá muchas cosas buenas para él futuro ... Es todo lo que diré! Hyoga traerá algunas sorpresas también.

Shura y Aioria volverán en el siguiente capítulo... Y también, habrá más tensión entre los gemelos, Milo y Camus más adelante.

Espero que la historia continue siendo de su agrado.
Muchas gracias por escribirme y por alimentar mi inspiración, ya que es muy importante para mí conocer su opinión, pues la historia se nutre de momentos especiales gracias a ustedes! Sin más que decir, nos vemos el viernes! Cuidense mucho por favor! Abrazos


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