Mentir
One-shoot
A Uruha le gustaba mentir. No es que fuera mitómano, si no que simplemente le gustaba “alterar la verdad”, sobretodo si esta “alteración” –o mínimo detalle, como él le llamaba- tenia relación con su vocalista favorito.
Ruki tenía consciencia sobre esta curiosa manía en su guitarrista, mas nunca le presto más atención de la que encontraba estrictamente necesaria. No es que fuera a mentir malvadamente, puesto que siempre que su castaño novio alteraba la verdad, no era más que para conseguir algo que quería fervientemente, no para hacer alguna crueldad de la que pudiera arrepentirse luego.
Como aquella “curiosa” vez en que el mayor le llamo por teléfono, cuando aún no eran novios, alegando que estaba tan, pero TAN extremadamente enfermo que ni siquiera era capaz de tomar un simple baño –porque los baños son más necesarios que los medicamentos, claro-. Y él, siendo el tan buen amigo que siempre fue, decidió socorrerlo e ir inmediatamente a su apartamento a darle un baño al pobre, pobre y enfermo Takashima.
Que luego éste haya saltado sobre sus brazos, arrancándole como poseso toda su ropa y luego lo haya arrojado a la bañera para poseerlo toda la noche, era otro cuento.
Que no tenía nada que ver con el gusto del guitarrista por alterar la verdad. No, en absoluto.
El problema llegaba cuando Ruki no sabía cuando se trataba de una alteración, o si realmente hablaba en serio. Porque Uruha no le iba a informar si estaba modificando una realidad, no señor. Menos si se trataba de él – y siempre se trataba de él, a excepción de una o dos veces en que usó su innata facilidad de distorsionar verdades para que Kai no lo masacrara por llegar tarde a un ensayo- y eso lo tenía angustiado. No sabía si creerle a su novio todas las cosas que hasta entonces le había dicho.
Como aquella vez, cuando le aseguró que había tenido una pesadilla tan, pero TAN terrible que llegó al extremo de no poder dormir solo. Ruki lo sintió tan necesitado que no dudó al armar su maleta e ir inmediatamente al departamento del castaño, conviviendo con él hasta que los fantasmas se hubiesen esfumado. El problema fue, que eso nunca sucedió.
En cuanto mencionó la posibilidad de que el espectro que atormentaba las noches de Uruha pudiese al fin haber abandonado su hogar, el castaño, alarmado, abrazó a un confundido Takanori, casi sollozando. Le dijo que solo se sentía a salvo cuando estaba en su compañía.
Y le creyó, después de todo. Nunca había dudado de él, no hasta que, por esos azares del destino, el fantasma casualmente comenzó a merodear justamente los alrededores de la cama del castaño. Ningún otro lugar.
Ruki intentó convencerlo de que debía dormir en el sofá, que quizás ahí se sentiría más a salvo. Pero Uruha, necio como nadie, insistió en que solo se sentiría mejor si dormían juntos. En la misma cama.
Fue entonces que el rubio pensó que Uruha quizás, y solo quizás, modificaba –y exageraba, por demás- las cosas.
Y todo eso antes de que fueran novios. Porque él ya estaba enamorado del guitarrista en ese entonces, si no, de ninguna manera hubiese aceptado ninguno de los extraños pedidos que su amado tan desesperadamente le pedía. Por lo mismo, no duró mucho reacio a la petición de compartir cama. Menos, cuando el castaño le abrazó y besó cada resquicio de piel a su alcance, sellando así el amor silencioso que tanto tiempo ocultaron.
Y seguía amándolo. Con locura y pasión, pero a veces el castaño era tan irritante que no aguantaba las ganas de correr hacia él y golpearlo con su “amada” guitarra.
Cosa que últimamente, se hacia más frecuente. Sobretodo porque las alteraciones –que cada vez le afectaban menos, comenzaba a reconocer las “modificaciones” y las verdades realmente verdaderas- eran tan esenciales para Uruha tal y como lo era el alcohol. Otro vicio que por demás, odiaba.
Pero su amor los amaba, y él no era capaz de quitarle algo que de seguro le haría sacar otra alteración de su boca, mas una mirada triste reflejada en sus bellos ojos pardos. Esos ojos que le podían convencer de cualquier cosa, sólo con una de las intensas miradas que siempre le otorgaba. De esas que le dejaban sin defensas y le hacían correr a sus brazos.
Aún así, no podía evitar detestarlo. El idiota de Takashima sabía tan bien como convencerlo de hacer cualquier cosa, que se sentía indefenso e inútil. Simplemente no podía luchar cuando se trataba de su Shima.
Pero no era porque le gustaran sus alteraciones, no señor. Le gustaba como salían de la boca de su novio, pero no las “verdades alteradas” que salían de ella. No, jamás. Prefería a un Uruha sincero, siempre con la verdad de frente aunque esta no ayudase a sus pervertidos planes… Porque de verdad que no le gustaban, no señor.
- ¡Taaaaaka! ¡Tengo frío! – oyó desde la entrada de su departamento, el que después de tanto terminaron compartiendo. Dio un suspiro silencioso, levantándose de la comodidad de la cama y saliendo a su encuentro- ¡Taka!
- Aquí estoy – murmuró, suavemente. Uruha sonrió ampliamente y corrió a abrazarlo-
- Hace un frío del demonio afuera. ¿Y sabes cuál es el mejor remedio para eso? –susurró, cerca de la oreja del menor- El calor corporal. Pero no de abrazos, eso aporta muy poco. ¿Sabes? Lo leí hace poco. Necesitamos estar desnudos y abrazados para que se me pase. ¡O mejor! Desnudos, abrazados y haciendo esas cosas que te gusta hacer conmigo. ¡Si no, no se me pasará!
Bueno, quizás si le gustaban… sólo un poco.
Fin.
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