Ángel Guardián a la Fuerza
-PRÓLOGO-
Era un lugar totalmente blanco, no se veía a nadie por ningún lado, parecía como si estuviera en la nada misma. Caminó por mucho tiempo hasta que logró divisar dos puertas de madera, cada una era protegida por una estatua; las dos eran iguales, de un color gris y con una sonrisa en la cara. Cuando dio un paso adelante las estatuas se movieron impidiéndole el paso. Él, extrañado por eso, retrocedió un poco sólo para notar que ellas lo miraban.
—Forastero de la tierra, no puedes cruzar la puerta de la vida sin antes haber pasado una prueba —dijo una de las estatuas que cambó su color a un negro fuerte.
—¿Una prueba? —preguntó el joven, de cabellos rubios y ojos verdes. Sabía que no estaba vivo, pero por alguna razón tampoco estaba muerto, o eso suponía.
—Exacto, los pecados que cometiste no fueron tan graves como para ir al infierno pero sí lo suficientemente malos como para prohibirte ir al cielo —contestó la otra estatua que, al igual que la otra, cambió de color, sólo que ésta se volvió blanca.
—¿Entonces a donde iré? —interrogó, confundido. Si no podía ir ni al cielo ni al infierno, ¿se quedaría en ese lugar para siempre?
—Los altos dioses decidieron que te darían una segunda oportunidad para redimir lo que hiciste pero, para logarlo, primero debes cruzar una puerta y hablar con ellos, y como te dijimos, para eso debes pasar la prueba —explicó la estatua negra.
—Somos los guardianes de las puertas, sólo tienes la oportunidad de preguntarnos algo a uno de nosotros. Debes pensar con sabiduría porque dependiendo de la pregunta sabrás la respuesta. Es simple, debes descubrir cuál puerta es la que te llevará a la libertad —manifestó el otro.
—Te daremos una pista. Uno de nosotros siempre dice la verdad, mientras que el otro siempre miente —comentó el primero.
Al rubio se le hacía conocido todo aquello, recordaba haber leído de un caso en donde pasó eso. Estuvo analizando por un buen tiempo lo que diría, sabía que no podía hacer preguntas concretas ya que si preguntaba, por ejemplo: ¿Quién dice la verdad? El mentiroso diría que era él, mientras que el otro diría que era él y no el otro. Por eso debía pensarlo seriamente, de repente, se le ocurrió una buena opción.
—Muy bien, tú —dijo apuntando al guardián de blanco—, ¿cuál es la puerta que tu compañero, el otro guardián, me indicaría como la puerta que me llevará a la libertad?
El guardián sonrió aún más y contestó inmediatamente:
—Mi compañero te indicará mi puerta.
El joven sonrió con prepotencia como solía hacer cuando estaba “vivo” y entonces exclamó, seguro de que había ganado:
—Entonces yo digo que la puerta verdadera es la que protege el guardián de negro —las dos estatuas cambiaron su cara a una de enojo, pero respondieron al unísono:
—Es correcto, puedes entrar —y se apartaron mientras que la puerta se abría de par en par. El rubio, sin vacilar, entró para luego sentir como todo se oscurecía tras ver que la puerta se volvía a cerrar. Tomando un poco de aire comenzó a caminar, hasta que apareció en una especie de oficina. Se veía a una señora tras un escritorio, muerta de aburrimiento y, con voz monótona, dijo:
—Felicidades por cruzar, ahora el jefe de los ángeles te está esperando. Por favor sigue la puerta azul.
Él hizo caso y se dirigió a la puerta para abrirla. Cuando entró se encontró con una habitación idéntica a la que tenía el señor Roger en el orfanato y en frente de él había un anciano con barba blanca y ojos grises, lo miraba como diciéndole que lo que le diría no sería nada lindo para él y que disfrutaba eso. No haciéndole caso, se sentó en la silla esperando a que el otro comenzara a hablar.
—Bienvenido a la ADAG. Es un gusto conocerte al fin, Mihael —dijo con voz potente mientras seguía con la sonrisa que claramente decía “puedo parecer viejo pero haré que me supliques” que sinceramente lo estaba desesperando.
—Claro… ¿Y qué se supone que es eso? —preguntó, refiriéndose al nombre que le dio al lugar.
—Significa: “Asociación de Ángeles Guardianes” —contestó, ampliando su sonrisa.
—¿Y qué hago en este lugar? Se supone que no podría ir a ningún lugar ya que morí por la Death Note —proclamó, irritado. Quería respuestas y las quería AHORA.
—Y lo hiciste… bueno, en realidad no estás totalmente muerto, lo que pasa es que tu muerte no debió ser, aún no era tu tiempo, por lo cual tienes la oportunidad de volver a la vida —comentó, juntando sus manos.
—Ya. Y entonces ¿qué hago aquí? —interrogó. Ese viejo chocho no le estaba diciendo nada útil.
—Simple, cometiste cosas malas. Eso hace que no puedas ir al mundo humano así como así, debes cumplir una misión antes, si la haces bien volverás, si no, irás directo al infierno —manifestó, como si eso fuera lo más normal del mundo.
—Ajá y ¿qué es ese maldito trabajo que debo hacer?
—Tienes que hacer feliz a alguien —respondió llanamente.
—Eso es fácil —comentó el rubio.
—No te creas. Yo soy el que te asignará a esa persona, pero debes saber que no tendrás tu cuerpo hasta que cumplas la misión.
—¡¡¡¿Y cómo quieres que lo haga feliz si sigo siendo lo que sea que soy?!!! — explotó, gritándole en la cara.
—Serás un ángel guardián, tu deber es protegerlo y hacerlo feliz cumpliendo su más grande sueño —contestó sin inmutarse en lo mas mínimo.
—¡Tsk! Creo que ir al infierno no suena tan malo —pensó en voz alta el menor. Rebajarse a ser la niñera de algún desconocido no le gustaba para nada.
—No te gustará estar ahí, además, si vas a la tierra te encontrarás con algunas otras personas que te estoy seguro te alegrará volver a ver, como ese chico al cual admirabas mucho… ¿Cómo le decían?
—¿L? —preguntó el joven, asombrado.
—Sí, justamente ése, a él también se le asignó ser el ángel guardián de un humano aunque él podía ir al cielo si quería, pero decidió volver a la tierra. Dijo que aún tenía algo que hacer allí.
—Entiendo… De acuerdo, ¿quién es la persona a la que debo cuidar? —demandó, aburrido de tanta palabrería.
—Pues tú lo conociste, si mal no recuerdo todos lo llaman… Near —contestó el anciano, esperando la segura reacción del otro.
—¡¿Near?! ¡Me niego! ¡Sobre mi cadáver voy a ayudar a ese tarado! —gritó levantándose de su asiento y caminando hacia la puerta.
—Si no lo haces te irás al infierno donde sufrirás todo el tiempo y estarás solo —expresó tranquilamente el mayor.
Mihael se quedó parado sopesando los pros y los contras, indudablemente ganaron los pros así que, con un suspiro, se dio media vuelta para decir:
—De acuerdo, usted gana. Seré la niñera de la bola de algodón.
—Muy bien, acompáñame, te daré las indicaciones que deberás seguir de ahora en adelante —terminó la conversación y así ambos se dirigieron a planear todo para que el nuevo ángel guardián empezara su misión, una que no sería nada pero nada fácil.
Continuará…