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Oso de Felpa por Naru Nishihara

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Notas del fanfic:

Esta historia me da algo de penita, pero aun así es muy importante para mi. Ojala se diviertan con las ocurrencias de este nada serio Sasuke y el oso-hentai!

¡Muchas gracias por leer!

Oso de Felpa
Por Naru Nishihara

-.-.-.-.-
¡Él es mi nene de caramelo!
-.-.-.-.-

Era mi cumpleaños número veinte; según Sakura la primera parada para llegar a los temidos treinta. Yo nunca le di relevancia a ese tipo de cosas, pero ese día fue ella quien me arrastro a esa tienda de regalos para que eligiera mi presente.

Cuando se entero de que yo nunca había tenido una fiesta de cumpleaños -es más, que nunca en mi vida había festejado algo- me prometió que pasaría el mejor día de mi vida; uno que recordaría como inolvidable, compensando los aburridos años de mi juventud sin borracheras ni excesos (“Sasuke, hay algo más en la vida que estudiar y ser un Uchiha!).

En la noche había programado una gran fiesta que ella misma había organizado. La celebración prometía bebidas alcohólicas en cantidades peligrosas, y el ambiente uno perfecto para no parar de hacer lo que se tuviera que hacer durante toda la noche.

Sakura siempre me pareció una exagerada, pero no le dije nada porque la veía feliz. Yo era importante para ella, y quería que me divirtiera aunque fuese un momento en mi vida antes de que me volviese más viejo y amargado.

Fue así entonces como termine rodeado de osos de felpa. Miles de peluches -la mayoría otaku- sonrientes y esponjosos, de todas las formas, tamaños y colores imaginables. Era un local irritante -rosa por todos lados-, por lo visto un lugar exclusivo para chicas…  Era más que obvio, había de ellas por todos lados, chillando y gritando emocionadas.

Cuando le transmití mi opinión, Sakura no le dio importancia;

-“Es un bonito lugar, así que ve y escoge un lindo oso. Créeme, te hará mas sensible”-era un reverenda estupidez, pero como me había enseñado su peligroso puño no hubo nada más que replicar.

Mientras ella se encargaba de decidir algo importante (¿El Mokona blanco o el Mokona negro…?), yo me limite a ponerme a buscar un ejemplar peludo decente. Con sólo mirar alrededor perdia esperanzas. Todo el alcanze de la vista era de tonos pasteles mezclado con corazones y estrellas -sin mencionar los espeluznantes mensajes de amor-.

Durante mi adolescencia las controladas y beneficiosas experiencias amorosas que tuve fuerón las suficientes para adquirir experiencia en las artes del amor. La mayoria de las chicas eran pesadas e irritantes. Fui acosado durante todo el instituto por miles de fanáticas, muchas de ellas realmente peligrosas.

Ahora mi sex-appeal sigue siendo avasallante -no es que quiera presumir-. Lo bueno del asunto es que las mujeres cuando crecen se vuelven más discretas. Lo malo es que yo estaba atrapado en un peligrosa tienda atascada de jovencitas con hormonas altamente activas.

En mi busqueda del regalo menos gay intente evitar lo más posible a los grupos de colegialas.
La misión estaba resultando exitosa, y de no ser por el borrego rosa que me hizo resbalar lo hubiese seguido siendo. Para evitar una trágica caída me vi forzado a apoyarme en un Pikachu gigante, que con el sólo contacto de mis manos en su panza comenzó a repetir su nombre con una aguda y “encantadora“ vocecita que alerto a todas las chicas cerca de la zona.

Cuando me vierón el jaleo que se hizo fue enorme: las feminas realmente eran extrañas. Aceptaba que mi presencia ahí era algo inusual, pero no era para que se armara tal alboroto.
Simplemente era un chico guapo tocando a un chismoso Pikachu, ¿Qué podía tener eso de interesante?

El que sacaran sus celulares y enfocaran sus cámaras hacía mí no ayudo a aclarar mis dudas. Ya podría ponerme pensativo otro día; la misión era sobrevivir, correr y sobrevivir. Cruce la enorme tienda en velocidades record, con una multitud de agitadas muchachas detrás.

Sakura se había métido quien sabe demonios donde, y ya me estaba cansando. Tuve suerte de notar aquel pasillo de lugubre aspecto comparado con la imagen que tenía en general la tienda.

Era una zona descolorida, bastante sencilla. Cuando me oculte tras un pequeño estante perdierón mi pista y rapidamente se movilizarón a otro lugar, donde les parecía más seguro poder encontrarme.

Al salir de mi escondite despues de asegurarme que el peligro había pasado, fui atacado esta vez por una avalancha de polvo. Al parecer me encontraba en una sección discreta, llena de estantes de madera con peluches antiguos y muy sencillos.

Suponía que todo estaba tan sucio debido a la falta de visitantes. Seguramente a la mayoría de las chicas con sólo echar un vistazo se desanimaban, todo parecía muy lúgubre. Para mi más que eso me parecía acogedor.

Había muchos ositos (que simplemente eran ositos), de apariencia triste debido al polvo y a que no habían sido acomodados en mucho tiempo. Eran de colores agradables, y representaban las más variadas actitudes. Osos acádemicos, escolares, enfermeros…

Definitivamente si tenía que elegir un obsequío quería uno de esos.

Al final, despues de darle mucha vueltas al asunto, tomé al oso acádemico, de suave pelaje rizado color café. Su sabía carita de lentes había terminado por convencerme…

Bueno, eso hasta que lo vi a él.

Al oso más pequeño, el más sencillo, el más polvoriento.

Su pelaje era de un dudoso color amarillo. Sus ojos de cristal de un tono parecido al cielo. Su cara pensativa -y extrañamente feliz, aunque no era un oso de sonrisas- me hizo mirarlo con detenimiento. Era curioso, y la verdad nunca había visto algo parecido: tres símpaticas rayas surcaban las mejillas del oso, dando alusión a bigotes.

-Me pareces interesante…-le dije, aunque era una idiotez hablar con un oso. Yo ya no era un niño, y se suponía que era una persona seria.

Al final termine de autoregañarme y llame al móvil de Sakura. En cuanto supe su ubicación corrí hasta ella. Los intentos de acoso terminarón en cuanto nos vierón juntos.

En la caja miró de manera analítica mi elección. “Al menos pudiste traer uno más limpio”, fue la indirecta en su mirada, mientras le daba al cajero sus dos Mokonas y le pasaba con cuidado de no ensuciarse al oso rubio.

De regreso a casa, con la bolsa de regalo -donde se encontraba mi pequeño oso- bajo el brazo, pensaba en lo extraño que el día había resultado. Ya no quería ni imaginarme lo que me esperaba en la noche.

Esas eran algunas de mis vanales preocupaciones esa tarde, sin saber que todo iba a complicarse de manera extraña, a causa del indefenso oso rubio que iba a hacer de mi vida un gran embrollo.


Continuara…


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