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Deseo por NeranDark

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Notas del fanfic:

Hola! Bueno, este es un pequeño drabble que me salió escuchando música y pensando y pensando en como escribir un Saga/Aioros decente después de todo lo bueno que he leido por ahí... no me siento digna.
Así que he vuelto a una de mis parejas fetiche.

Aviso, está realmente triste, recomiendo tener los kleenex a mano.
Gracias por leer!

Notas del capitulo:

 

 

 

 

 

Se acercó una vez más por aquellos parajes como cada amanecer, sabiendo que le encontraría allí, puntual a su cita no concertada a la salida del sol. Arrodillado ante la fría piedra, tan fría y yerma como los huesos que guarda, como lo fue en vida el alma que cobija.

Se encoge detrás de esa columna que le sirve de escondite, pero a la vez desearía ser descubierto por aquel que cae a tierra empapado en lágrimas. Quiere que note que está ahí, acechándole, mirándole... Compartiendo parte de su dolor sin siquiera imaginarlo. Puede ver sus cabellos azules embarrarse en el suelo, enredarse lentamente con las siemprevivas que rodean la tumba.

Y desea con todas sus fuerzas acariciar entre sus dedos esas sedosas hebras. Mas cierra los puños y aprieta los dientes, clavándose en su lugar, como un mudo espectador. Ve su temblor, siente en la distancia la sangre acelerada por sus venas como si de la propia se tratara. Puede palpar su dolor, saborear sus lágrimas.

Y lo odia.

Odia estar tan cerca y no ser capaz de abrazarle. De tocarle siquiera. Odia porque está tan cerca de él que si da un paso al frente le verá y fingirá no haber llorado, no temblar ante el recuerdo del que ya no está. Sus turquesas le atravesarán el alma una sola vez más y entonces no podrá contenerse más y tendrá que abrazarle. Y nunca más sería capaz de soltarle.

Y le rompe el corazón.

El verle allí tendido, roto por dentro, roto por fuera, y no poder hacer nada por él. Quiere sus lágrimas empapando su propio cuello y su camiseta. Sus puños cerrados con fuerza sobre su pecho. Sus golpes frustrados, de dolor. Sus labios llenos y sus mejillas altas contra su propio cuerpo, sollozando. Le quiere entero y jamás podría estar más lejos.

Su piel canela le reclama y sería capaz de reconocer su aroma por cualquiera que sea el lugar que pasa. Sabría reconocer su porte regio y elegante entre una multitud y sus ojos... Sus hipnotizantes ojos clavados en los suyos, únicamente para él. Dueño y señor de cada uno de sus lentos parpadeos. Custodio de todas sus miradas.

Un suspiro entrecortado se escapa de sus temblorosos labios mientras trata de mantener juntos los pedazos de su alma al verle allí, inmóvil, sollozando contra la fría piedra que jamás le abrazará. Preso de aquel camposanto donde reposan los Caballeros de Atenea desde la era del mito.

Sigue con ansiedad el movimiento de esa mano al posarse en la lápida, acariciándola como si tuviera piel, como si pudiera sentir, transmitirle calor. Desea estar allí, devolverle la caricia con los labios sobre esos dedos. Pero sabe que no será capaz. Que, como todas las veces anteriores, como cada amanecer, no se moverá ni dejará que él le vea allí inmóvil, mudo centinela de sus desvelos nocturnos. De la daga de su corazón.

Sabe que debe marcharse antes, pero no quiere. Aprieta los puños con fuerza, dedos ansiosos por acariciar una piel que jamás será suya.

Y ni siquiera sabe cómo ha llegado a ocurrir lo que ocurre. No sabe desde cuando le espía, le cela... Desde mucho antes de la muerte del otro, eso es seguro. Pero no está seguro desde cuando le pertenece un pedazo más bien grande de su propio corazón.

Y tampoco quiere averiguarlo.

Lentamente se da la vuelta, dejando que su capa ondeé con la brisa del amanecer y sus pies se deslicen, livianos y silenciosos, por los matojos de hierbas que amortiguan sus pasos. Gira la cabeza en el último momento, solo para atestiguar una vez más el motivo de su tormento, y sus ojos verdes brillan de anhelo.

Inconscientemente se lleva dos dedos a sus propios labios, como si fueran los de él, besándolos lentamente y arrojándolos después en su dirección en un mudo mensaje.

Lentamente avanza, su cuerpo entero acariciado por la brisa, imaginando por un loco y fugaz momento que son sus dedos largos los que se entrelazan entre su corto cabello castaño en vez de en las finas hebras de hierba. Suspira y anda, sin detenerse un instante, sin volver atrás la vista.

Sabe que mañana volverá a presentarse. Y, una vez más, él también estará allí para verle, para espiarle en silencio, para besarle sin ser correspondido y acariciarle sin ser jamás sentido.

Porque le ama más de lo que a sí mismo se da derecho a desear.

 

 


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