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La 125 de Albus Potter por Tim William

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Scorpius tenía diecisiete años y cursaba segundo de bachiller en el colegio en el que trabajaba su padre. Draco Malfoy era profesor de inglés, y a pesar de que era respetado entre el profesorado, nadie había logrado olvidar todavía que había estado implicado en la transfiguración de fondos del colegio. A Scorpius todo aquello no podía importarle menos, él se limitaba a ir a clase, aprobar las asignaturas, y vivir la loca y desenfrenada vida de adolescente que se suponía debía vivir.

-Vamos va –dijo Sarah-, ya es la hora.

Scorpius se levantó a regañadientes, nunca le había gustado la gimnasia, y le parecía casi un insulto que les obligasen a hacer educación física a esa edad.

Sarah se levantó a su lado y se colgó la maleta del hombro, luego le miró y una sonrisa de medio lado se dibujó en su cara.

-¿Por qué vamos a ir, verdad?

-Oh Sarah, por Merlín, ¡hace como un mes que no nos pasamos por gimnasia!

-Vale, vale. Pues vamos va, que no quiero llegar tarde –cruzaron la calle, y luego Sarah se detuvo para buscar su paquete de tabaco entre todos los bolsillos del chaquetón-. Oye Scorp, ¿fuego?

Scorpius asintió, y cogió el cigarro que Sarah le ofrecía. Ambos llegaron diez minutos tarde a gimnasia y el profesor les hizo sentarse en un rincón, castigados sin hacer clase. Luego ya hablaría él con su padre.

-Oye Scorp –dijo Sarah, mirando hacia la portería que tenían más cerca-, ¿no te parece que Potter tiene un buen culo?

Scorpius la miró divertido, y luego observó a Potter, el culo de Potter, y asintió algo desganado.

-El chico no está mal, y des de luego es una preciosidad comparado con el resto de la clase… Pero a ver, que tampoco es para tanto. Lo que pasa es que tú vas quemadísima.

Sarah lo miró con reproche y le dio un puñetazo amistoso en el brazo.

 

Scorpius había quedado con sus amigos en un colegio de primaria. Era domingo, así que allí no habría nadie más que ellos. El inconveniente era que debería saltar la valla para entrar, y él odiaba saltar vallas.

-¿Qué pasa rubio? –le saludó John, quien se estaba liando un porro.

Scorpius se limitó a dirigirle un pequeño gesto con la cabeza, y se sentó cerca de Lyana y Chals, que estaban jugando a cartas. La tarde no tardó en ir convirtiéndose en noche, y algunos chicos decidieron hacer un partido antes de marcharse a casa, a cenar.

-¡Me cago en la puta, Rose! De todos los Weasley que juegan al futbol la peor tenía que estar en mi equipo…

Scorpius levantó la cabeza al oír aquella voz. Sonaba grave y ronca y le pareció infinitamente masculina y sensual. Sabía que Potter vivía en su pueblo, y que iba al instituto –que estaba al pueblo de al lado- en moto, pero no tenía el menor conocimiento de que compartiesen amigos. Cuando su vista se clavó en él, Scorpius sonrió: Rose Weasley estaba persiguiendo a Potter por todo el campo de juego, advirtiéndole de que retirase sus palabras.

-¡Ostia, Scorpius! –dijo Albus, al darse cuenta de su presencia-, no sabía que te movías con esta gente.

Rose le atrapó al fin y Scropius no tuvo tiempo de contestarle, pero, de golpe, le vio absolutamente hermoso.

 

Scorpius, Lyana y Chals estaban sentados en una plaza, y a unos veinte metros de ellos estaban todos los demás componentes de su grupito de amigos. Incluyendo a Albus Severus Potter. Scorpius le observó atontado durante un par de minutos, y entonces volteó hacia sus amigos.

-Oye, ¿os habéis fijado nunca en el culo de Potter? –en cuanto vio como tanto Lyana como Chals negaban Scorpius se sintió confundido, y aquella le pareció una respuesta completamente absurda-. ¿No? Pues hacedlo.

 

La vida de Scorpius parecía estar completa, y hasta ese momento, había pasado un par de meses en los que creía que todo le iba bien. Tenía novio, Arthur Budekley, y ya no iba en tren al colegio, ahora iba en moto. En una moto muy concreta, la de Albus Potter.

Cuando Scorpius descubrió que Albus, no sólo vivía en su pueblo, si no que eran vecinos, se atrevió a pedirle que le llevara con él en moto, porque ir en tren era una auténtica putada. Albus, para sorpresa de Scorpius, no solo aceptó con una sonrisa, sino que se negó a cobrarle nada. A partir de aquello se llevaban bien y se trataban más de lo que estaban acostumbrados, pero nunca habían llegado a ser amigos del todo. A Scorpius le encantaba ir en moto con Albus, y se decía que era porque le gustaba ir en moto, sólo por eso, pero era difícil obviar lo bien que olía Albus, porque era exactamente eso lo que le hacía ponerse nervioso cada vez que subía a la moto: su olor. Era un olor atrayente, masculino, insinuador y infinitamente sensual. Era un olor perfecto, y Scorpius estaba seguro de que era así como debían oler los ángeles.

Era feliz con Arthur, des de luego, el chico era muy guapo y le agradaba mucho su compañía, pero nunca pensó que le molestara tanto la presencia de Albus en su vida.

-Bueno, lo que tu digas –dijo Arthur, visiblemente molesto-, pero no me gusta que vayas con él en moto. Siempre hablas de él, Scorpius, ¿qué quieres que piense?

Scorpius lo miró, atónito.

-¿Te crees que me lo follo de camino al instituto, o algo? No digas gilipolleces, anda.

 

Scorpius llegó a clase junto con Albus, y se fue a sentar a su sitio habitual, detrás del todo, entre el radiador y la ventana y Sarah. En cuanto se sentó, tiró el casco y la maleta en el suelo y se cruzó de brazos.

Sarah rodó los ojos.

-¿Y ahora, se puede saber qué diablos te pasa?

-Mi vida es una mierda –contestó, mientras pegaba la cara en la mesa, pensando que tenía mucho sueño y que historia era una materia tan aburrida que en cualquier momento empezaría a roncar.

-¿Y eso por qué?

-Me he enamorado.

En cuanto Scorpius pronunció esas palabras en voz alta se dio cuenta de que iba en serio. Nunca había sentido nada así en toda su vida, y le daba un poco de miedo empezar a sentirlo ahora, y más viendo como veía de qué manera iba a acabar todo aquello.

Sarah volvió a rodar los ojos.

-Por favor Scorp, dime algo que no sepa –el chico la miró molesto, pensando que se estaba mofando de él y su agonizante desgracia-. De Albus, ¿verdad? No me mires así, y no, no te espío, pero es obvio que te gusta, Scorp. Cortase con Arthur por él.

-¡No corté por él! Arthur no confiaba en mí.

-Arthur tenía razones para pensar que Albus te gustaba, y des de luego no se equivocaba.

-Bueno… Joder, menudo percal –dijo Scropius, incorporándose bien en la silla-, ¿y ahora qué hago?

 

Scorpius y Albus volvían un martes cualquiera en moto a su casa. La única diferencia considerable con otro martes eran los patentes nervios de Scorpius. Se lo tengo que decir, se lo tengo que decir, se lo tengo que decir… Se había enamorado de Albus, y aquello era un peso que ni quería ni podía llevar solo. Tampoco es que tuviese demasiadas esperanzas con el moreno –Albus era heterosexual, por lo menos hasta donde él sabía-, pero no perdía nada por intentarlo. Y así, como mínimo Albus lo sabría.

Esperó pacientemente a que Albus se levantase la visera del casco para decírselo. Confesarse en la moto le parecía la mejor opción, lo juntaba todo: se lo decía él, en viva voz, y además Albus no podía verle la cara, que seguro estaba de un rojo intenso.

-Oye Alb—

-¡Mira, es McGonagall! –le interrumpió Albus, señalando el coche que pasaba por su lado y saludando a la profesora de matemáticas.

Scorpius también la saludó, y se dijo que no pasaba nada por aquel primer fallo, así que volvió a intentarlo.

-Albus, oye, te quiero decir una cosa, pero no te enfades ¿vale? Me gustas –en cuanto lo dijo, Scorpius soltó un sonoro suspiro.

-¿Qué?

Scorpius abrió los ojos con terror. Dos veces, lo había intentado dos veces y las dos habían salido mal. Durante unos segundos estuvo callado, planteándose si decírselo o no, ahora le daba más vergüenza incluso que antes, pero cogió aire y valor, y se dijo que aquél era el momento perfecto, que no podía echarse atrás.

-Que me gustas.

Albus soltó una risita aguda, y una ráfaga de aire le envió a Scorpius ese olor que tanto amaba.

-¿De verdad? –dijo Albus, soltando otra risita-. Vaya, me alegro. Bueno, no es algo que te dicen todos los días.

Scropius sonrió, satisfecho, lo había hecho.

-Y ahora, por decirme esto –continuó Albus- en vez de dejarte en la esquina, te dejaré en la puerta de tu casa.

Albus giró la cabeza para ver a Scropius a los ojos, y aunque no podía verle la boca, estaba seguro de que el moreno le sonreía.

 

Scorpius entró en el bar con una sonrisa que ocupaba toda su cara.

-Lo hice Sarah, lo hice.

Sarah le sonrió y le invitó a desayunar mientras Scorpius se lo contaba todo con lujo de detalles.

 

Tres meses más tarde acabaron el instituto y Scorpius se fue a Estados Unidos a hacer un máster. Seguía estando enamorado de Albus, e incluso se hubiese quedado allí por él, pero Albus era heterosexual y también estaba enamorado. Así que Scorpius hizo corazón fuerte, cogió un avión y se dispuso a empezarse un libro mientras cruzaban el gran charco. Algún día iba a olvidar a Albus, se repetía sin cesar mientras intentaba con todas sus fuerzas centrar toda su atención en el libro y no echarse a llorar; algún día encontraría a otro hombre tan maravilloso como Albus Severus Potter y éste le correspondría.

Nunca más volvieron a verse.

 


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