Le preguntó qué quería de cumpleaños, exhalando el humo blanquecino de su tercer cigarrillo mientras descansaba con la cabeza apoyada en aquellos suaves y cálidos muslos. No podía recordar la respuesta exacta, es decir, su composición literal había quedado suspendida en algún rincón de su apagada memoria, pero el significado, lo que quería decir cuando se lo pidió, permanecía fresco.
Ahora que lo miro, es increíble la fragilidad que puede adivinarse en sus pupilas oscuras, no es que sea alguien que se haga problemas por nada si no que… es tan excesivamente sensible que se ve afectado por todo… y aunque suenen como cosas parecidas, no se parecen en nada, él es vulnerable y aunque intente no serlo, lo sigue siendo, a diferencia de alguien que busca las cosas para sentirse mal… arghh… ¿cómo se llama? No es masoquista, solo sensible…. ¿lo dije bien?
Leyó lo primero que había escrito bajo el nombre del más joven. Cuando lo conoció, supo que quería acabar despertando con sus ojos, durmiendo contra su cuerpo, riendo a causa de sus bromas… estaba enamorado. Era imposible negarlo o pensar que era de otra manera, en algún momento incluso pensó que se estaba obsesionando, porque alguien normal no compraba en la librería un cuaderno para anotar específicamente sus sentimientos por otro, en cada una de las 150 páginas.
Al año ya llevaba veinte cuadernos, Toshiya había leído la mitad secretamente, escondiéndose bajo el escritorio del rubio, robándolos durante algún momento del almuerzo, escondiéndolos bajo su almohada, y cada vez que los terminaba se sentía maravillado, emocionado, apretando las hojas contra su pecho, sonriendo, abriendo bien sus ojos, y luego los guardaba como si nada, como si jamás hubieran estado bajo su mirada o como si hubieran permanecido siempre donde mismo.
El más bajo olvidaba periódicamente algunos, otros los leía siempre, había citas que reflejaban mucho sus sentimientos o sus pensamientos y estaban subrayadas con un marcador amarillo que desordenaba a veces la tinta y formaba un color horrible, que aún así seguía destacando. Esos cuadernos especiales estaban siempre de los primeros en la estantería, pero a veces terminaban al final, porque luego otros eran los más importantes y, un día, descubrió, maravillosamente, que todas las hojas de todos los cuadernos estaban amarillas fluorescentes. Ese día, Toshiya y él empezaron a ser algo más que compañeros de cuarto o compañeros de banda.
Quería que se los regalara todos, no sé como supo que existían, pero me los pidió, y yo no pude hacer otra cosa que levantarme, caminar a la estantería y abrir todo los cajones, habían 3000 hojas escritas, algunas cosas se repetían, habían hojas que atesoraban párrafos similares a los del diario de vida de una colegiala y otros que reflejaban poemas, cuentos y ensayos inspirados en su figura, en su alma y en su constitución de ser humano…
“Feliz cumpleaños” susurró tímidamente, entregándole el primer cuaderno.
‘Toshiya’ decía al principio de la hoja, con una caligrafía horrible y remarcada varias veces. El alto azabache sonrió, alzó los ojos hacia el mayor, y empezó a destacar cada frase con el marcador.