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Nadie (Van Helshing) por lovesg

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Un cuchillo, una estrella pintada con sangre en el suelo, un gemido, un charco de sangre que se expandía.

Van Hellsing sintió unos fuertes brazos rodeándole por la espalda, sus manos rojas por la sangre se entrelazaban en su cintura. Le extrañaba que aún sin saber quien era la persona que lo sujetaba de aquella manera no quisiera que lo soltara. Le susurraba al oído, no comprendía el que, pero disfrutaba del travieso aire que salía del desconocido y rozaba su piel así como lo hacían los labios de este contra su oído, jugando, provocándole.  No podía moverse.


 
—Despierta. Despierta Van Helshing. —Le pidió el fraile mientras lo zarandeaba con fuerza.

Van se despertó de golpe sacando su daga de debajo de la almohada y poniéndosela al joven bajo la garganta. Una diminuta gota de sangre se abrió paso de la fina herida que le provocó.

—¿Qué demonios haces aquí? —gruñó Van Helshing

—¿Yo?— Habló el fraile con la voz tomada. El fraile aun tenía el cuello erguido tratando de que aquel descomunal puñal no lo atravesara de parte a parte. — Van lo soltó dejando caer el cuchillo a un lado.—Sólo trataba de que no despertaras a todo el castillo.

—¿De qué hablas? —Preguntó Van.

—Estabas gritando como un poseso. Nunca había oído a un hombre gritar así…

—¿Qué es lo que decía?

El fraile se sonrojo por completo y  se volvió dándole la espalda. —Nada en realidad… no entendí… gran cosa…

Van lo agarró por el cuello del camisón.—¿Qué? —insistió Van.—Sé que me estas mintiendo.

—Suéltame. Estoy diciendo la ver…dad.

—Me estas mintiendo—Repitió el gran hombre con el pecho al descubierto. Sus manos sujetaron la prenda del fraile con más fuerza medio asfixiándolo

—Juro por dios que no entendí nada de lo que dijiste.

Van se sujetó las sienes tratando de apaciguar un terrible dolor de cabeza: —Vuelve a tu habitación.

—¿Estas seguro de que estarás bien, Van Helshing?

—Sí.—Respondió entre dientes. —Ahora vete.

 

Van volvió a quedarse solo. Sopló sobre la vela de su mesilla y apoyó su espalda contra la cabecera de la cama. No era la primera pesadilla que tenía, pero la mayor parte de las veces ni siquiera las recordaba bien al despertar… Esta vez había algo distinto; una sensación más fuerte que la que le producían sus visiones sobre guerras pasadas. Necesitaba recordar, lo necesitaba. Las manos del cazador resbalaron sobre su vientre hasta llegar al final donde su miembro se sentía duro. Algo no había sido como siempre en aquel sueño.

 

 

****
Dos semanas después…

 
Van se alzó de la mesa del comedor y salió a los jardines. En el proceso se sintió observado por el fraile. Desde aquella noche en el que lo despertó no había vuelto a acercarse a él. Si no fuera por que le juró que no había entendido nada pensaría que fue por aquello, pero tal vez fue que a pesar de que la herida de su cuello había sanado ya, la confianza en él no había hecho lo mismo.

 

Los jardines del palacio eran enormes. A la luz del sol, uno no sabía si lo que más cegaba eran sus rayos o los vivos colores de todas aquellas flores. Paseó durante horas con sus manos a la espalda, escuchando el sonido de los pájaros y el tintineo de sus armas. El día acompañó al atardecer y este a la noche, pero aun así Van no regresó al castillo. Sentado sobre uno de los muchos bancos de piedra donde se podía ver el camino principal se quedó pensando en los últimos días. Desde la noche del sueño sabía que había recordado algo que necesitaba, pero cada vez que creía verlo se escapaba de su cabeza. Con sus manos entrelazadas se apoyó sobre sus rodillas y dejó que la noche lo envolviera en su manto de fría oscuridad. En su mente alguien le arropaba entre su capa larga y negra de terciopelo y le decía algo al oído algo que tampoco recordó. Gabriel volvió a caer dormido.

 


El cochero, conducía por el empedrado camino como si escapara del demonio cuando, sabía perfectamente que, por mucho que corriera, su amo seguiría en aquella carroza.

 

La acompañante del conde se sujetaba a su brazo mientras apoyaba la cabeza sobre su hombro. El conde, no había pronunciado palabra en lo que llevaban de trayecto su mente en los asuntos de la corte. La dama se alzó de pronto levantando la cabeza como un lobo en busca de una presa.

—¿Que ha rastreado mi dulce señora? — Preguntó olisqueando el aire también. —Ya veo, una presa joven.—Dijo con una sonrisa.

—¿Podemos ir? —dijo la mujer poniendo ojos de cachorrillo.

—Estamos apunto de cenar. Sabéis que nos esperan en el gran banquete de Neswood.

—Sólo será un momento. No es lo mismo servido en bandeja que…

—Que recién cogido en la caza. En eso os doy toda la razón. —Cochero.— La voz del hombre sonó por encima del estruendo del camino empedrado y los latigazos del lacayo. Al escuchar el grito de su amo el sirviente rogó por poder obedecer aprisa.

 La dama bajó ayudada por Drácula. Sujeta a su brazo fue acompañada por el laberinto de flores y arbustos que a sus ojos de vampiro se les antojaban efímeros.

 La mujer se soltó de su agarre acercándose a escasa distancia de un hombre que dormía sobre un banco de mármol. Ella se volvió para mirar a Drácula con una hermosa sonrisa a la que respondió hasta darse cuenta de quien era aquel hombre que yacía allí.

 Sus cabellos eran largos y rizados y una vez más, a pesar de todo y de los siglos pasados quiso enterrar sus manos en ellos y oler su aroma.

—No…—dijo Van. —Sabes que ellos vendrán… Si tu padre nos descubriera…— Ambos vampiros se volvieron al escuchar aquellas palabras del hombre aún dormido en aquel banco.

Drácula se aproximó con pasos lentos. Gabriel se encontraba tumbado boca arriba con una mano en sus armas, la otra en su corazón. En la derecha llevaba un anillo que reconoció al instante.

 —¿Quién es?—Preguntó la dama.

Drácula quedó en silencio mientras la pregunta resonaba en su cabeza como la voz de un preso en los calabozos de un castillo. ¿Quién es? Eso se había preguntado él la primera vez que lo vio haría ahora unos cuatro siglos y tiempo después aun se maldecía por haberlo averiguado. Siguió sin pronunciar palabra mientras sus ojos se clavaban en aquel hombre como si el simple gesto fuera a traspasar su corazón. Su cuerpo estaba allí sintiendo el frió en la piel, pero su mente no estaba en aquel lugar y mucho menos en aquel tiempo. Cuatrocientos años son más que mil vidas y aun así parecían no haber bastado para borrar aquellos recuerdos.


****
No era la primera vez que el Conde veía a aquel hombre apuesto por la plaza del pueblo, pero si la primera que se acercó para hablar con él. Si no hubiera sido por organizar la cacería probablemente no lo hubiera hecho nunca.

—¿Quién eres? — Preguntó el noble rodeando al cazador como si fuera una res que pensara comprar.

—¿Quién pregunta? —Le respondió el cazador con descaro.

—¿No me conocéis?—Preguntó aun más intrigado el conde.

—No.

Parecía un hombre sin miedos.

—Soy el conde Drácula y estas son mis tierras. El castillo que veis a lo lejos es una de mis posesiones más valiosas. Data del siglo X. Mi familia lo trajo piedra a piedra desde mi país natal. ¿Y vos?

—Soy un cazador.

El conde frunció el ceño enojado con aquel hombre cubierto de ropas viejas y actitud rebelde, pero eso no fue obstáculo para apreciar aquella actitud insolente y añadirla a la lista de motivos por los que deseaba conocerle.

—Este fin de semana tendremos una cacería y necesitare a alguien que se ocupe de todo…

—¿Cuanto?

—“Terco, terco y necio.”—Pensó. —¿Qué pides?

—Tres monedas de oro. La mitad por adelantado.

—Bien.—Drácula apartó la negra capa de sus hombros y sacó una pequeña bolsita de terciopelo. A punto de colocar en su mano las monedas se detuvo preguntando su nombre de nuevo.

—Gabriel, mi señor. Simplemente Gabriel.


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