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Nadie (Van Helshing) por lovesg

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Gabriel caminó hacia la salida entre paredes recargadas de cuadros y alfombras rojas que amortiguaban el sonido de sus pasos. Su bolsillo repleto y su espalda dolorida de estar en pie desde el alba preparándolo todo. No había sido tan duro después de todo, al menos no el trabajo. Los nobles eran gente extraña que cazaban por diversión y francamente, lo hacían de pena.

—¿Ya te vas? —La voz del conde lo hizo volverse. Ante él una sonrisa que entonces no entendió, pero que llegaría a amar tanto como a su poseedor, tal vez demasiado.

Comenzaron poco a poco, como dos desconocidos que se hacían compañía las cálidas noches de verano junto a una copa, pronto se convirtieron en amigos, mientras luchaban en guerras justas y veían a las marrones hojas del otoño caer y finalmente, apagaron su fuego frente a las llamas en el más crudo de los inviernos, como amantes. Ninguno dijo nunca ni un te quiero, ni un para siempre, pero tal vez fue porque ambas cosas las dieron por supuestas hasta que unos años después...



—Shhh. No te muevas, Gabriel.—Susurró el Conde en su oído al notar, que al tratar de levantarse de la cama lo había despertado.

—¿Dónde vas a estas horas? —Preguntó el cazador.

—Te dije hace semanas que mi padre vendría hoy.

—Pero aún faltan horas para que amanezca.— Protestó Gabriel alzándose un poco. —Creí que habías dicho que no te gustaba madrugar.

—Si lo conocieras como yo sabrías que es mucho mejor asegurarse de que todo está como es debido antes de que llegue. Hasta puede que te lo presente. —Bromeó el Conde.

—¿Tu crees que le gustaré?— Preguntó Van con sorna mientras se apoyaba en la almohada y veía como su amante buscaba la ropa.

—Espero que no.—Respondió el Conde antes de robarle un beso.

Drácula trató de alzarse de nuevo, pero los fuertes brazos de Gabriel lo sujetaron. Sin saber como, el Conde se encontró bajo él sintiendo el peso de su cuerpo. Los dedos del cazador le quitaron la camisa botón a botón besando la piel que poco a poco quedaba al descubierto.
—¿Sabes…?—Habló Drácula mientras acariciaba los cabellos de Van distraído.—Deberías afeitarte.

Su amante alzó la cabeza mirándolo con fijeza.—Ayer no te oí quejarte.
Drácula sólo sonrió, aquella enigmática sonrisa que lo desmontaba.

Las sabanas volvieron a enredarse entre sus cuerpos. Gabriel lo recorrió con sus dedos trazando un mapa, uno cuyas tierras nunca querría abandonar. Drácula, volvió a colocarse sobre él a horcajadas.

—Gabriel.—susurró su nombre con ardiente pasión. Van adoraba escuchar el sonido ronco de su voz con aquel acento.—Gabriel.— Repitió mientras sus labios lo colmaban de atención.

El cazador cerró los ojos sintiéndolo todo con más fuerza. Una mano se deslizó sujetándose a las barras del cabecero mientras la otra enganchaba sus uñas a la espalda de su amante. Los labios de Van se cerraron tratando de no dejar escapar un gemido cuando Drácula se introdujo en él. Las arremetidas comenzaron lentas casi como un castigo para su amante que demandaba más, mucho más.

—Gabriel.—Repitió el conde en su oído. La espalda del cazador se arqueó antes de terminar. Drácula cayó poco después sobre él respirando trabajosamente. Con suavidad Gabriel retiró el pelo de su rostro y posó una mano en su mejilla.

—Drácula…

—¿Sí?

—Hay algo que quiero darte. No hace falta que digas nada. Lo tenía hace tiempo pero… —Gabriel se movió hasta alcanzar la chaqueta del suelo, tras sacar una pequeña caja se la entregó.

—¡Es un anillo fantástico!

—No hace falta que exageres ya sé que no es el tipo de pieza a la que…

—No digas estupideces. Es hermoso Gabriel. Mírame. Lo llevare siempre. ¿Qué significa? —Preguntó mientras lo deslizaba por su dedo.

—¿Qué significa? Yo…

—¿Tú?—Le preguntó burlón.—Shhhhh. Cuando lo hayas pensado bien me lo dices. He de marchar ya. ¿Te veré después?

—Tengo que trabajar, pero volveré a la noche. —Le prometió el Cazador.

—Espléndido.—Respondió complacido. Antes de marchar el Conde contempló de nuevo el anillo que lucia en su mano y lo sonrió.

****

—Mi señor.—Lo interrumpió uno de sus sirvientes casi al atardecer. Drácula alzó la vista de sus documentos.—Vuestros padre os espera en la biblioteca.

—Padre.—Saludó Drácula al verlo entrar.

El aludido, un hombre de pelo y barbas canas lo miró como el que mira un libro que no necesita, pero al que no le queda más remedió que conservar.

—Traigo noticias. Sígueme.—Fue el corto saludo de su progenitor.

—Sí, padre.
Ambos subieron hasta el salón y salieron a la espaciosa terraza. Fuera, se podía contemplar sus bastas tierras desde las montañas del este hasta la inmensa ciudad donde se veían a los ciudadanos como pequeñas manchas de colores que iban y venía por las calles. Su progenitor apoyó las manos sobre la barandilla y respiró. Drácula de espaldas a él no se molestó en ofrecerle ni asiento ni bebida porque sabía que lo rechazaría como siempre.

—Drácula traigo buenas noticias. Cracian quiere terminar con la tirante relación que hemos mantenido durante todos estos años. Ambos tenemos algo por lo que sabemos que podemos aunar fuerzas. Juntos conquistaremos las tierras bajas y unificaremos nuestros reinos. En un mundo en el que a los Reyes y nobles no se les trata como se debiera volveremos a resurgir y a ser temidos. Nuestros reinos se extenderán desde aquí al fin de los siglos y para eso cuento contigo.

—Lo que deseéis, padre. —Habló Dracula en voz monótona.

—No me hables como si fuera idiota.

—No era mi intención, Padre. ¿Cuál es esa noticia?

— Cracian tiene una hija, Ashiría.

Drácula asintió con las manos a la espalda al fin de al cabo el nombre de la mujer al igual que la mujer le era indiferente. Dentro de poco comenzaría a llover. El cielo había empezado a oscurecerse y pequeños grupos de nubes grises comenzaban a amontonarse como ovejas azuzadas por un perro llamado viento. El primer rayo cayó hacia los montes.

—…te casaras con ella. —Esa fue la única frase dicha por su padre que lo sacó de sus pensamientos.

—¿Cómo? —Preguntó Dracula confundido.

—Te habló del momento más impórtate de tú vida y ni siquiera tienes a bien fingir que me prestar atención. De aquí a un mes te casaras con la hija de Cracian.

—No…

—¿No, qué? Tienes un titulo y una responsabilidad. La gente como nosotros no podemos casarnos con quien amamos, pero si con quien debemos. Ha llegado el momento de que continúes con nuestra estirpe y así lo harás.

—Padre…

—No me avergüences más de lo que lo has hecho durante estos años. ¿Crees de veras que en la corte no murmuran sobre ti y tu cazador?
Drácula apretó los puños con fuerza mientras veía como su padre abandonaba el balcón sin impórtale lo mas mínimo que es lo que pensara, pero la ultima palabra no había sido dicha y por encima de todas las cosas no sería la de su padre.

Aquella noche Van volvió, pero Dracula no le dijo nada sobre el asunto, ni la noche siguiente ni las que vinieron después porque no había nada de lo que hablar...  Hasta que un día…

Van estaba vendiendo las ultimas piezas.
—…cuatro y cinco. Ya están todas.—Habló el dueño de la tienda mientras recogía del mostrador las pieles que Gabriel le había traído.—Son unas piezas excelentes. Algún día tiene que decirme donde caza.
—Algún día.—Respondió este recogiendo su parte y saludando antes de marchar.

El hombre alto caló su sombrero tapando sus ojos y salió fuera. Gabriel miró a uno y otro lado extrañado de que hubiera tanta gente en las calles. Probablemente estarían preparando alguna gran fiesta, pero él no recordaba que por aquellas fechas hubiera ninguna. Las mozas más jóvenes engalanaban las calles ataviadas con sus mejores ropas, los hombres arreglaban fachadas y vayas mientras lo niños jugaban también vestidos para una gran ocasión.

De pronto Gabriel se sintió arrastrado hacia uno de los poco recomendables callejones. Un hombre de unos treinta años golpeó su espalda contra la pared dejándolo sin resuelle al principio no le reconoció.
—Gabriel, ¿qué crees que estas haciendo?— Le preguntó el hombre al cazador. Van trató de quitárselo de encima, pero tras un breve forcejeo se detuvo. —¿A que juegas, Gabriel?
Esta vez Van volvió a revolverse soltándose de un empujón. —¿Sebastián? No sé que hablas.

—Se te da muy mal hacerte el tonto.—El hombre de cabellos rubios lo miró atentamente.—Te mandamos para que lo investigaras no para que retozaras con él.

—Lo que yo haga no es de vuestra incumbencia.

—Ya lo creo que…

—No lo es.—Repitió Gabriel tajante. — Vine, lo investigue y no he descubierto nada de lo que le acusasteis. No voy a matarlo sin ninguna razón.

—Ya veo. Drácula consiguió un amante fiel que dentro de poco habrá de convertirse en su puta cuando se case.

—¿De que demonios estás hablando?

—¿Y esa cara? ¿No lo sabías, Gabriel?—El desconocido se carcajeó con ganas.—Que idiota. Ten. Este papel esta colgado por todo el pueblo.

****

Los puños de Van aporrearon las puertas del castillo casi al alba. Los nudillos de sus manos se volvían más y más rojos a medida que llamaban.

Los sirvientes lo abrieron y sin esperar, a que el gran portón se abriera del todo, se coló en el interior. Ascendió las escaleras con pasos ligeros, apunto de llegar a las habitaciones de Drácula este le salió al encuentro envuelto en la bata.
—¿Qué te sucede?

—Eso dímelo tú.—Respondió tirando a sus pies un papel. Drácula se agachó recogiéndolo del suelo.—Esta repartido por todo el pueblo. ¿Cuándo pensabas…? ¿Por qué…?
—Crees antes un papel que…

Van se lo arrebató de las manos poniéndoselo prácticamente en la cara.—Es un documento con el sello real ¿pretendes decirme que es falso?

—Clámate Gabriel. Esto no va a pasar, yo me encargare de ello.

—No quiero oír nada más. Si crees que tus excusas me interesan te equivocas conmigo.—dijo Van dándose la vuelta para marcharse.

—Gabriel espera. No pienso casarme con ella. Mi padre…

—Ese es el problema Drácula que no piensas. Tenías que habérmelo dicho.

—Gabriel estáte quieto. ¿Dónde vas? Te he dicho que lo solucionaría y lo haré. Vamos.—Le dijo tendiéndole una mano, en ella aún llevaba el anillo que le regaló.  El cazador le miraba ahora con más duda que rabia. —Ven.

Una vez más asió aquella mano creyendo en sus palabras o tal vez sólo necesitando creerlas.


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