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Nadie (Van Helshing) por lovesg

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El último balde de agua caliente fue echado en la bañera de mármol. Drácula mandó retirarse al sirviente y pidió a Van que se desnudara. No era la primera vez que Gabriel estaba allí, pero eso no hacia que aquella habitación, ilumina por decenas de velas, le pareciera menos impresionante. El calor que escapaba de la bañera empañaba los espejos y humedecía su piel.

En un momento el cuerpo del Conde se vio libre de ropas y comenzó a ayudar a su compañero. Las manos del Drácula se posaron sobre los anchos hombros del cazador. A pesar de que Van había aceptado su palabra aún lo notaba tenso.

Los dos hombres se introdujeron en la bañera, al hacerlo parte del agua cayó sobre las negras baldosas.  Drácula abrió las piernas dejando algo más de sitio a Gabriel mientras sus brazos rodeaban la cintura de este apretándolo aún más contra su pecho.
La lengua del Conde resbaló sobre cuello provocando un pequeño gemido de su amante.

—Para—Le advirtió Van—. Esta noche no. Creí que habías dicho que sólo íbamos a relajarnos y a hablar.

—Pero tú no hablabas.—Le acusó. Drácula sonrió, una sonrisa que Van sintió en su nuca.

Un largo silencio se produjo entre ambos, un silencio que hizo desear a Van detener el tiempo para toda la eternidad. Él junto a Drácula sintiéndolo cerca… Pero había cosas que tenían que discutir.

—Dices que no vas a casarte…— habló el cazador al fin.

—Sí.

—Pero… ¿Cómo vas a evitarlo?—Las manos de Van se deslizaron sobre su cuerpo hasta alcanzar las de Drácula que se enlazaban apoyadas contra su estomago.

—Ella vendrá mañana para hablar conmigo y conocerme, pero me asegurare de no ser de su agrado.
—¿Eso es todo? ¿Ese es tu gran plan? —Protestó Van.
—Créeme, Gabriel.—Susurró en su oído antes de mordisquear su oreja. — Sólo necesito impedir una boda no planear una gran invasión. Puedo ser muy desagradable si me lo propongo.

Las manos del conde siguieron descendiendo hasta llegar a los muslos de Van.
—¿Has pensado ya que significa el anillo?—Preguntó, pero su compañero no dijo nada.
Despacio, los dedos de Drácula comenzaron a acariciarlo haciendo que un pequeño cosquilleo lo recorriera. Un brazo de Van se alzó sujetándose a la tersa nuca de su amante. En su trasero, Van comenzó a notar el miembro erecto de su amante. Drácula ayudó a alzarse a Gabriel para introducirse en él.  Una unión perfecta que deseaban que durara para siempre.


****


Ya era más de media noche cuando comenzó a dibujarse a lo lejos la silueta de dos caballos tirando de un carruaje. Drácula esperaba en pie junto a las puertas del castillo. Ashiría, aquella princesita, se acordaría del día en el que puso un pie en aquellas tierras. El conde acarició el anillo con suavidad mientras susurraba el nombre de su verdadero compañero, con el que quería compartir el resto de su vida. Las ruedas levantaban polvo cada vez más alto a medida que se aproximaban.
 
La dama, de cabellos largos y rubios, descendió del carruaje, su rostro tras un tenue velo negro. La noche oscura resaltaba su pálida piel. Unas manos finas, que lucían unas escasas, pero exquisitas joyas, se veían bajo las largisimas mangas. Sus ropas; un vaporoso vestido negro y rojo resaltaba su esbelta silueta. No dijo nada al descender, tampoco lo hizo mientras caminaba por la alfombra roja a su encuentro, pero Drácula podía escucharla de algún modo. En su avance ella sonrió, más como un depredador que una dama, pero a él eso se le antojó extrañamente delicioso. Se acercó hasta él y sus dos ojos azules lo deslumbraron.  Segundos antes la hubiera hecho llorar, la hubiera dicho barbaridades que hubieran hecho postrarse incluso a un hombre, pero ahora su boca se movía pronunciando palabras que sabía que no debería decir, pero que eran las únicas que ella le evocaba.  Ella sonrió tapando sus labios con fingida timidez.

La acompañó hacia el interior del castillo ofreciéndole apoyarse en su  brazo y ella aceptó. Drácula condujó a la dama, a través de pasillos antiguos de fría piedra, enseñándola las estancias más importantes.

—Este es el salón principal. Aquí solían organizarse grandes celebraciones en los tiempos de mi abuelo. Últimamente no hemos dispuesto de tiempo suficien…— Drácula se volvió esperando encontrarla a sus espaldas, pero no estaba. Una suave mano lo hizo volverse sobresaltado. —La expresión en su rostro pareció divertir a la dama. Drácula sonrió torpemente. —¿Seguro que no deseáis cenar? Insisto en que no sería ninguna molestia.

La dama lo miró en silencio, en realidad desde que llegó no recordaba que hubiera dicho nada, pero era como si no necesitara mover los labios para que él supiera que era lo que quería. Pensó en la posibilidad de haber compartido una vida anterior, en un sentimiento de haber vivido aquello en otra ocasión o simplemente tal vez, no pensó.

Los labios de la joven robaron un beso de los suyos o quizás fue al revés. En aquel momento no lo entendió y tras cuatrocientos años podría ser que siguiera sin entenderlo del todo.

—Lo lamento.—Se disculpó el hombre apartándose.

—¿Por qué?—Le preguntó esta vez en voz alta. —¿Acaso no os gustó, Conde?—Su tono era suave, como si se recreara con cada palabra pronunciada. Tenía un suave acento que no llegó a identificar.

Drácula comenzó a jugar con el anillo de su dedo tratando de calmarse y encontrar la manera de llevar a cabo su plan, el gesto captó la atención de la dama.—Bonito anillo. Es sencillo, pero elegante. ¿Qué es ese dibujo? ¿Un dragón?— Preguntó asiendo su mano.— ¿Dónde la conseguiste?
—Es un regalo.—Fue su escueta respuesta mientras se soltaba de su agarre. Con aquel simple gesto la dama dejó de tener aquel extraño velo de deseo que se había enredado a su cuello. Esto no era lo que tenía que estar pasando…— El conde se llevó una mano a la cabeza sintiéndose desorientado.—Lo siento, pero no podemos casarnos.

—¿Qué? —Preguntó ella. La brusquedad con la que respondió sobresaltó al Conde.

—Princesa…

La dama recogió un poco su vestido y comenzó a andar como si no lo hubiera escuchado. Los ojos azules de la mujer se dirigieron hacia uno de los grandes ventanales de la estancia. La luna, blanca como los colmillos de un vampiro, comenzaba a perderse en el firmamento. Estaba a punto de amanecer.

—Estoy cansada y me gustaría dormir. Saskia, mi lacayo me acompañara a mis habitaciones.

Tras Drácula apareció un hombre. Vestía pantalón negro de cuero con hebillas, una chaqueta hecha del mismo material  y botas. Los ojos verdes del joven parecían gastados y sin brillo. Aún siendo de altura considerable, anchas espaldas y grandes brazos Drácula se extrañó de no haberle visto. Desde el principio había creído que estaban solos.


El Conde dejó a su aún prometida en la habitación de invitados y al lacayo en pie frente a su puerta antes de dirigirse hacia el balcón de la parte norte. Era el más grande de todos,  construido de recia piedra y al abrigo de miradas poco discretas. Antes de entrar respiró profundamente y apretó sus puños notando con más fuerza aquel anillo.

Gabriel esperaba de espaldas a la puerta. Se había sentado sobre la ancha barandilla de piedra, con las piernas cruzadas. Su vista tan perdía en la oscuridad como lo hacia la mente de Drácula. Parecía preocupado y triste. El conde no entendía que demonios habían sucedido. La dejaría al día siguiente, lo haría.

Al notar su presencia Van giró la cabeza mirándolo con una triste sonrisa que se desdibujó al notar que algo no iba bien. Drácula trató de compensarlo por aquella noche nefasta. No le dijo que había sucedido, pero Gabriel notó que no había ido bien. Lejos de empezar una discusión el cazador trató de agarrarse a su cuerpo, como así lo hacia el Conde, y no pensar, porque sus pensamientos sólo le devolvían respuestas que no le gustaban. En muchos de ellos se llamaba idiota por haberse agarrado a alguien con tanta fuerza, idiota por haber amado y creído que a pesar de ser dos hombres podría ser para siempre, idiota… simplemente idiota.


****



Poco después de que Drácula se retirará, la dama mandó entrar a su lacayo. Al pasar el hombre se postró ante Ashiría.

—¿Lo has visto? —Le preguntó la mujer a su sirviente.

—Sí, mi señora.

—Vete y averigua a quien pertenece el anillo. Esta claro que no era del Conde, no olía como uno de ellos.

El rostro del sirviente se contrajo en una mueca de odio. —No os harán daño mi señora de eso me encargare personalmente.

—Desaparece.


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