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Nadie (Van Helshing) por lovesg

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—Me voy a trabajar.—Habló secamente Van. El cazador a medio vestir metía sus cosas en una gran bolsa de cuero.
—No es eso lo que parece.—Drácula vio en su rostro tristeza casi resignación.—¿Vendrás a la noche, Gabriel?

—Si es lo que quieres.—Respondió sin mirarlo. Van ató la cuerda cerrando la bolsa.
—¡Vasta Gabriel! Te he dicho que no es a ella a quien necesito.

—Sólo intento acostumbrarme.

—¿A qué?

Van sonrió, la sonrisa más triste que el conde le había visto:—A que ya no me necesites.— La mano de Drácula se movió más rápido que su mente a punto de golpear el rostro de Van el cazador la detuvo.

La gran mano de Gabriel sujetó fuertemente la de su amante, tanto, que Drácula tuvo que apretar sus dientes para no quejarse. Se miraron largo tiempo en silencio hasta que Van aflojó. —¿Se lo dijiste?
—Sí. Comencé a decírselo...

—¿Comenzaste a decírselo?

—Le dije que no nos casaríamos y pareció no escuchar. Hoy iré a buscarla y le hablare.
—¿Hoy?—Van rió nervioso mientras bajaba la pesada bolsa al suelo.

—¿Qué querías? ¿Qué la cogiera y zarandeara por el hombro?

—¿No era ese el plan?

—Gabriel vuelve esta noche.

—¿Para que? Drácula lo vio darse la vuelta y marchar, pero antes de salir por la puerta le oyó decir: —Te esperare donde siempre.
****
Drácula pasó frente a la habitación de la dama, frente a la puerta donde otros dos sirvientes de la princesa esperaban como un par de perros de presa. Trató de llamar, pero uno de ellos lo contuvo de hacerlo.
—Mi señora no estará lista para recibirle hasta la noche.

****

Van, salió de la tienda del peletero y bajó la calle camino de la taberna. El cazador se sentó con la espalda pegada a la pared y su vista puesta en la entrada una vieja costumbre que le había salvado el cuello en más de una ocasión. Pidió la comida y esperó hambriento hasta que vio entrar a Sebastián. Sin ninguna ceremonia se sentó frente a él.
—Vamos a ver…—Comenzó Sebastián la frase, pero Gabriel no le dejó.

—¿Qué diablos quieres?

—Estoy en ello, impaciente. Bien. Corrígeme si ves que me equivoco. El conde es el hombre más poderoso de estas tierras. Oprime a sus campesinos hasta el borde de sus posibilidades, mata a sus enemigos en el campo de batalla y fuera de el y tú en estos años no encontraste nada malo…

—No. Tú mismo has dicho al límite de sus posibilidades.

—Al borde.—Le corrigió Sebastián.

—Lo mismo da.—Respondió Van golpeando la mesa. A los enemigos o se les mata o te matan y una extensa tierra llena de soldados no es lo único que puede ser llamado campo de batalla.

El rubio escuchó, pero con una sonrisa burlona, su barbilla se apoyaba en una de sus manos.

Van continuó hablando:—Acusar a un hombre por tener lo que tú no podrías alcanzar ni en tus sueños no me parece una prueba.

—Y yo que pensaba que el amor no puede cegarte.

—¡¿Qué amor?!—Respondió Van furioso.

—No hace falta que me lo expliques tus… cosas—habló con fingida cara de asco.—y lo que hagas con ellas no me conciernen, pero he sido enviado por la para asegurar que esta vez cumples con tu parte.—Sebastián guardó silencio.
 
Van no quería preguntar. Aquella jodida sonrisa triunfante lo molestaba casi tanto como su existencia. —¿Cuál es? —Preguntó finalmente.

Cuando Sebastián terminó de contar sus órdenes Van no vio necesidad de seguir allí ni un minuto más. Dejando un par de monedas sobre la mesa se retiró sin probar bocado.
—¿Dónde vas? — Preguntó Sebastián mientras lo seguía entre las callejuelas.
—¿Es que piensas seguirme para siempre?
—Más quisieras.—Sebastián lo sujetó por el brazo. —¿Vas a hacerlo o no?
—¿Estas seguro de lo que dices?
—Sí.

Van se soltó de su agarre de un tirón.—Entonces…

—Calla.—Le ordenó Sebastián.

Saskia, el fiel lacayo de la princesa, se acercó con el sigilo de un depredador. Desde un lateral de la calle, los observó mientras escuchaba parte de su conversación. Olían raro, diferente al resto de los aburridos mortales de aquel lugar. Los felinos ojos del hombre se agudizaron mirando sus ropas. El rubio de ojos verdes vestía unos pantalones marrones de cuero sujetos por un cinturón con pequeñas cadenas de metal de las que colgaban pequeñas cruces plateadas. Sus botas de caza eran también marrones y bajo su capa larga se podía ver una holgada camisa blanca con cuerdas. Su pelo lo llevaba corto, pero no en exceso. En la oreja derecha tenía un pendiente con una pequeña piedra verde.
Delante de él otro hombre de cabellos largos cuyas facciones quedaban ocultas bajo un sombrero de ala ancha.

—¿Vas ha hacerlo o no, Gabriel?

Van estuvo apunto de responder, pero Sebastián lo acercó hacia él con brusquedad, sus labios a escasos centímetros.—Antes de que hagas o digas alguna estupidez que sepas que hay alguien observándonos.

—¿Y piensas espantarlo así? —Gabriel notó el aliento de Sebastián en su rostro. Hubo un tiempo en el que aquello hubiera significado algo, pero ya no.

—¿Quieres?— Preguntó alzando una ceja.

—Ni muerto.

—Eso siempre puede solucionarse.—Dijo con una sonrisa mientras llevaba una de sus manos hacia su propio muslo y sacaba de un bolsillo una de sus dagas.—Parece tímido. ¿Crees que si lo invitamos se unirá a nosotros? —El brazo izquierdo del hombre rubio se enredó en su cuello mientras con el otro asía mejor el arma entre sus dedos.

Antes de que Saskia se diera cuenta una daga surcó el cielo clavándose a escasos centímetros de su cabeza. Como si el simple aire le hubiera hecho un corte una fina herida se abrió en su pómulo. Segundos después aquel oscuro callejón se convirtió en un campo de batalla. Sebastián se movió frente a los ojos de cazador con una agilidad que casi había olvidado que su excompañero poseyera.

—¿Qué quieres? ¿No tienes más cosas que hacer que seguirlo?—Inquirió Sebastián.

Saskia a punto de escaparse volvió a ser cercado.
Los ojos del lacayo se fijaron en sus manos, en su anillo.
—Sois de la orden.—los acusó, pero no tuvo tiempo de más. La afilada hoja de la espada de Sebastián atravesó su pecho de parte a parte. La sangre escapó de la herida y de su boca entre abierta. Un vendaval se levantó de la nada cegándolos al instante siguiente, el lacayo propinó un empujón sobrehumano que lanzó al hombre rubio contra Van y desapareció.

—Quita.—Protestó Van.

—Ha dolido, ¿sabes?—Habló el rubio llevándose una mano hacia la cabeza donde un corte comenzaba a sangrar.
—¡Qué te quites de encima!—Repitió, pero esta vez trató de apartarle aunque Sebastián tenía otros planes para él.

Las manos de Sebastián lo sujetaron por las muñecas inmovilizándolo. —¿Por qué lo dejamos?
—Por que siempre tenía la sensación de que te reías de mi.—Van consiguió alzarse apartándose de él.

Aún sobre en el suelo vio marchar al cazador.—Te equivocas.—Susurró.



Van, subió las escaleras hacia las habitaciones de Drácula maldiciéndose a si mismo como si no supiera de sobra que hacia siglos alguien ya lo había hecho por él.
—¿Dónde esta?—Preguntó al conde.
Su amante alzó la vista de la mesa de trabajo. —¿Quien?—Preguntó intrigado, pero al instante siguiente se lo figuró. —He ido a sus habitaciones, pero no he podido entrar. Hasta la noche no estará preparada para recibir a nadie o al menos eso dijeron sus lacayos.
—¿No te pone enfermo? —Habló Van molesto.
—La mayoría de las mujeres y hombres de la nobleza se comportan así. O te acostumbras y tratas de encajar o te trataran como si fueras una pieza de carne en una cacería.
—Supongo que ya sabíamos desde el principio que nunca encajaría.
Drácula se levantó de golpe tirando la silla. —¡Vasta ya! ¿Cuántas veces e de decirte que no pienso casarme con ella?—El conde lo sujetó por el hombro zarandeándole.—Ni con ella, ni con nadie Gabriel. No entiendo que te pasa.

—¿Interrumpo? Se escuchó una voz de mujer desde la puerta abierta.
Drácula soltó a Van al instante. Ni siquiera la habían oído entrar. Ahora, de espaldas al conde la mano de Gabriel fue instintivamente sobre la daga. La mujer tenía una mirada gélida, pero una sonrisa mística en sus labios. Van podría matarla ahora, degollar a aquel demonio y terminar con todo.

—Princesa, perdonarme no os oí entrar. Este es…

La mujer alzó una mano deteniéndolo.—No me interesa conocer al servicio.—A no ser que pueda decirme donde esta uno de mis leales lacayos.
Van mordió su lengua y sus impulsos por no degollar aquel cuello y verter toda aquella sangre noble en la cara moqueta de su amante. Aquel maldito engendro disfrazado de mujer moriría a sus manos tarde o temprano. Las manos de la joven se sujetaron al brazo de Drácula y habló con él como el que es amigo desde siempre. Acarició su mejilla como si apartara algo que solo ella había visto y Drácula seguía cada uno de sus movimiento como si fuera el péndulo de un hipnotizador. La mataría. La daga del cazador abandonó su funda, pero algo lo detuvo.  En algún lugar del piso de abajo algo había provocando un gran  estruendo. Gabriel bajó para terminar descubriendo que a alguno de los sirvientes se le había caído la vajilla. El hombre alegaba que alguien lo había empujado, pero de nada sirvió para aplacar la ira del ama de llaves. Gabriel volvió al cuarto donde minutos antes había visto a Drácula y a la princesa, pero ya no estaban en cambio, si que vio a alguien más entre las sombras del cuarto.
—¿Qué haces aquí Sebastián?
—Estoy por sentirme ofendido Gabriel. —Respondió el recién llegado.—Más teniendo en cuenta que he venido a ayudar. Lo cierto es que siento curiosidad.—El hombre rubio recorrió la escasa distancia que los separaba sentándose tras el escritorio de Drácula. —¿Cómo lo ibas a hacer? ¿Realmente pensabas matarla delante de él? He venido a ayudar.—repitió alzando las manos en señal de paz al ver su cara de pocos amigos.


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