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El Señor del viento por Shiochang

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El Señor del viento

 

 

Con cariño para todos, el último capítulo, un sufrido final pero de seguro les gustará.

 

 


Redención

 

 

Sasuke extendió la mano, haciendo sonar las cadenas, y ayudó a Yahiko en la ardua tarea de ascender los empinados escalones, cargado de grilletes en manos y pies. Al llegar arriba, salieron al patio rodeados de guardias.

 

Sasuke parpadeó al sentir la ya débil luz del día. Unas sombras azules se extendían por las altas murallas que rodeaban el castillo, y la maciza torre de piedra gris se recortaba contra el sol rojo en su camino de descenso hacia el poniente. Sasuke miró alrededor con recelo. Uno de los soldados que les habían escoltado al salir de la celda anunció concisamente que iban a ser llevados al patio, pero no les había explicado por qué.

 

Una multitud de soldados se amontonaba a un lado de la torre, frente a la capilla que sobresalía hacia el patio, y los guardias escoltaron a Sasuke y a Yahiko en dirección a ellos. El muro del pequeño edificio tenía tres ventanas ojivales que reflejaban el brillo del sol. Sasuke contempló el diseño de las mismas, recordando que su padre había construido aquella capilla para su madre, mucho tiempo atrás.

 

Sobre los escalones, debajo del profundo arco apuntado de la entrada, vio a Naruto, a Sai y a otro hombre, el sacerdote, al que reconoció del desventurado encuentro de Naruto en el bosque. Al acercarse un poco más, mientras estiraba el cuello para ver por encima de las cabezas de los soldados apiñados a la entrada de la capilla, comprendió por qué les habían llevado allí.

 

—Dios mío —dijo Yahiko—. Se va a casar aquí mismo, en los escalones de la iglesia. —Continuó andando, empujado por los guardias. Sasuke avanzó lentamente, arrastrando consigo las cadenas en pies y manos, pero el profundo peso que sentía en lo más hondo del corazón era mil veces más insoportable.

 

La ceremonia ya había comenzado. Al acercarse más, oyó la voz del cura desgranando el ritual en latín; oyó la respuesta de Sai, fuerte y segura; y después la de Naruto, titubeante.

 

Parecía un santo o una reina, enmarcado por la elegante curva del arco de la entrada. Ataviado de suntuoso azul, con brillantes cuentas plateadas que relucían en el borde de las mangas y del vestido como si fueran diamantes, Naruto se erguía esbelto y elegante al lado de la figura tosca y vigorosa de Sai. Los resplandecientes pliegues del velo prestaban a su rostro un aire frágil, etéreo. Era más hermoso de lo que jamás había imaginado.

 

Sasuke lo miraba extasiado, atónito, vivamente impresionado hasta lo más profundo de sí.

 

Naruto ofreció la mano y Sai le deslizó un anillo en el dedo. Se acercó a el, y el volvió el rostro ligeramente para que la besara en la mejilla. Sai levantó la cabeza, recorrió con la mirada la multitud de soldados y descubrió a Yahiko y a Sasuke de pie entre ellos. Sonrió triunfante y se volvió otra vez.

 

Naruto no le miró en absoluto. Sai lo cogió del brazo y le dijo unas palabras, mirándolo con expresión de adoración.

 

—Bastardo –masculló Yahiko—. Yo soy su tío, y se me ha negado un sitio en su boda. Tiene que haber una razón para que él no me haya invitado a presenciar la ceremonia más de cerca, sabía que yo plantearía alguna objeción.

 

Sasuke se giró bruscamente y cerró los ojos con fuerza, pues apenas se sentía capaz de pensar, invadido por una oleada de rabia y angustia. Se sentía igual que si le hubieran asestado un golpe mortal, como cuando Elizabeth murió quemada en Wildshaw años atrás, en aquel mismo patio, como cuando capturaron a Wallace. Había sobrevivido a aquellas graves heridas invisibles.

 

Pero no creía poder sobrevivir a esta.

 

Permaneció inmóvil como una piedra, de espaldas a la capilla, oyendo los vítores de felicitación de los soldados ingleses. A su lado, Yahiko Uzumaki contemplaba a su sobrino.

 

—Sasu —dijo Uzumaki en voz baja. Sasuke captó un tono extraño y se dio la vuelta, siempre alerta ante el peligro—. Míralo.

 

Él frunció el ceño.

 

—No puedo.

 

—Míralo —insistió Yahiko—. Debes hacerlo.

 

De mala gana, Sasuke levantó la mirada y la fijó en el rostro de Naruto, tan hermoso, tan conmovedor. Entonces se fijó en el extraño ángulo de la cabeza, el azul glacial de sus ojos.

 

—Jesu —jadeó—. Está ciego.

 

—Así es —rugió Yahiko—. Supongo que debe de haber profetizado hace poco. Cristo Jesús. Ese bastardo lo ha tomado en matrimonio cuando el se encuentra más indefenso y menos capaz de actuar por sí misma.

 

Sasuke notó cómo se inflamaba su cólera hasta alcanzar un nivel casi incontrolable. Cerró las manos en dos puños y sintió endurecerse los músculos del abdomen. Buscó instintivamente un arma, pero no tenía ninguna. Él también se encontraba indefenso e incapaz de actuar.

 

—Se ha terminado —dijo Yahiko Uzumaki—. Ya están entrando en la capilla. Se están cerrando las puertas. El padre Dounzu oficiará una misa para dar solemnidad a la ocasión, y nosotros seremos llevados de nuevo a nuestra celda ahora que ya hemos presenciado la boda.

 

Pero los guardias que les rodeaban les guiaron hacia las puertas del castillo en lugar de las mazmorras. Sasuke oyó pronunciar su nombre y miró alrededor, desconcertado. Vio a Karin que venía corriendo hacia él, con las faldas revoloteando alrededor de sus fuertes piernas. Cuando llegó le agarró del brazo por encima de los grilletes.

 

—Van a dejamos en libertad —dijo sin aliento—. ¡Nos van a sacar de aquí!

 

Sasuke la miró ceñudo.

 

—¿Qué quieres decir? ¿Qué ha ocurrido?

 

La escolta que les rodeaba les instó apresuradamente a salir por las puertas de madera reforzada con hierro que daban acceso al castillo y ahora acababan de abrirse. Pasaron bajo el túnel abovedado de la entrada principal, el cual descendía ligeramente siguiendo la inclinación de la colina. Sasuke dirigió una mirada de asombro a Karin cuando llegaron al otro extremo del túnel, donde el rastrillo comenzó a elevarse lentamente con un chirriar de poleas. Fuera, el puente levadizo ya había sido bajado.

 

—¿Qué está ocurriendo aquí? —preguntó a Karin. Cruzaron el puente escoltados por un grupo de guardias que caminaban sin paso regular. Sintió el aire fresco y penetrante, pero la fuerte impresión de la boda le había robado toda la alegría de la liberación. Sus pies pisaron la hierba que crecía al otro extremo del puente levadizo y su mirada suspicaz empezó ya a escrutar el valle, las colinas, el bosque a lo lejos.

 

Junto a él, Yahiko Uzumaki parpadeaba al contemplar los árboles, el cielo, el inmenso verdor del valle al pie del castillo, con una expresión maravillada en el rostro. Los guardias se detuvieron alrededor de ellos. Se adelantó un hombre que llevaba una enorme llave de hierro y se agachó para abrir los grilletes de las muñecas y los tobillos de Yahiko, mientras otros guardias retiraban las cadenas. Se volvieron y repitieron la misma operación con Sasuke, mientras este les tendía las manos pacientemente y observaba sus caras.

 

Se dio cuenta de que ninguno le miró a los ojos. Uno por uno, fueron volviéndose y cruzando el puente de vuelta al castillo. Yahiko Uzumaki, del brazo de Karin, dio unos pasos hacia delante. El viento le agitó el pelo gris dorado cuando giró la cabeza para mirar alrededor.

 

Quedó un solo guardia abriendo los grilletes de los tobillos de Sasuke y liberándole del peso de la cadena. Al terminar, dio un paso atrás y le miró. Sasuke vio que se trataba del mismo hombre que días antes se había negado a hacer daño a Naruto y a él en la mazmorra.

 

—Gracias —dijo Sasuke en voz baja.

 

El hombre asintió con un movimiento de cabeza y entregó a Sasuke un documento plegado y sellado.

 

—Esto es un salvoconducto de sir Sai que os permitirá abandonar las tierras de Wildshaw y regresar al bosque.

 

Sasuke miró dubitativo el pergamino que sostenía en su mano.

 

—¿Por qué?

 

—Es una promesa de bodas, según tengo entendido. La novia exigió vuestra libertad, la de los tres, como condición para acceder al matrimonio.

 

Sasuke cerró los ojos durante un instante, conmocionado por otro golpe, esta vez tierno y conmovedor, pero no menos doloroso, y asintió con un gesto.

 

—Comprendo —dijo, al tiempo que se volvía para seguir a Yahiko y a Karin.

 

—Tened cuidado, Uchiha —dijo el guardia. Sasuke se volvió con el ceño fruncido—. Hay soldados escondidos en los bosques, preparados para tender una emboscada y asesinaros a los tres. Un regalo de bodas del novio, supongo.

 

Sasuke le mi¡ó fijamente.

 

—¿Por qué me advierte de esto un inglés?

 

El soldado se encogió de hombros.

 

—Vuestra dama es encantadora. No me gustaría verla sufrir por la noticia de vuestra muerte.

 

—No es mi dama —replicó Sasuke con dureza.

 

—Ah, ya lo creo que lo es. Lo vi en sus ojos el día en que llegó aquí —murmuró el hombre—. Igual que lo veo ahora en los vuestros.

 

Sasuke desvió la mirada un momento, pero volvió a posarla en el soldado.

 

—Decidme la verdadera razón por la que os estáis arriesgando. Tenéis la mirada cautelosa y reservada de un caballero, un soldado, no de un hombre que se rinda ante una cara bonita y dulce, ni siquiera la de ella.

 

El hombre soltó una leve carcajada y movió las cadenas que sostenía en las manos.

 

—Llevo muchos años oyendo hablar de vuestra valentía y vuestra destreza.

 

Sasuke se encogió de hombros.

 

—Antiguos triunfos. Ahora son pocos los que confían en mí.

 

—Confían en vos muchos hombres, aunque vos ni siquiera lo sospecháis —dijo el soldado, mirándole fijamente—. Yo estaba presente la noche en que fue capturado Wallace, formaba parte de la guardia de sir Sai, por eso vi lo que hicieron Sai y los otros: Menteith y sus hombres. Y también vi lo que hicisteis vos. Aquello fue un acto de valor fuera de lo corriente. Aquella noche comprendí con toda claridad qué hombres eran honorables.

 

Sasuke le miró, con la súbita y extraña sensación de haber descubierto un amigo leal.

 

—Continuad —dijo con cautela.

 

El hombre desvió la mirada hacia las colinas.

 

—Aquella noche me sentí asqueado por lo que hicimos. Los hombres os respetan y confían en vos más de lo que imagináis, Halcón de la Frontera. Son soldados ingleses, que ahora forman parte de la guarnición de Wildshaw. Pero aquí todo el mundo conoce bien la historia de esa noche. Nosotros sabemos la verdad. —Se volvió para mirar a Sasuke con sus ojos de un castaño oscuro y profundo—. Muchos de nosotros lamentamos lo que sucedió esa noche y lo que más tarde le ocurrió a Wallace... y a vos. No todos los ingleses admiran la traición y la injusticia.

 

Sasuke le contempló estupefacto.

 

—¿Cómo os llamáis?

 

—Sir Gawain de Avenel, en Northumberland.

 

Sasuke sonrió levemente y asintió.

 

—Gawain —dijo, a medias para sí mismo—. Ciertamente, el sabía que ese nombre sería muy significativo algún día. Me alegro de conoceros, sir Gawain, y podéis contar con mi agradecimiento. Hoy nos habéis salvado la vida. Si alguna vez os sentís insatisfecho con vuestro rey y con su causa en Escocia, seréis bienvenido entre los hombres del bosque de Ettrick.

 

Sir Gawain asintió.

 

—Lo recordaré. Hay una última cosa que tal vez os guste saber —dijo—. Por la mañana, sir Sai tiene la intención de escoltar a su esposa a una audiencia con el rey Eduardo en Carlisle. Tendrán que pasar a través del bosque. He pensado que tal vez quisierais dar a vuestra dama el último adiós.

 

Sasuke asintió, ceñudo.

 

—Tal vez —respondió despacio.

 

Gawain extrajo la daga que llevaba en el cinturón y la lanzó a la hierba, donde se clavó a los pies de Sasuke.

 

—Necesitaréis un arma en ese bosque.

 

—Estoy sinceramente en deuda con vos —dijo Sasuke. Arrancó el cuchillo del suelo y se lo guardó en el cinturón. A continuación se despidió de Gawain con un gesto y, dándose la vuelta, echó a andar por la pendiente cubierta de hierba que nacía más allá del puente levadizo.

 

Su paso se había aligerado considerablemente al verse libre del peso de las cadenas, pero aún llevaba una pesada carga alrededor del corazón. Y no podía soportar el hecho de mirar atrás.

 

 

 

—Ese azor se está poniendo gordo —dijo Sasuke, tendido en el suelo junto al fuego de la casa de Alice, con la cabeza apoyada en una mano, mirando a Ragnell. El azor estaba posado en el respaldo de la silla de Alice, con su pata de plata reluciendo a la luz de las llamas, mirándole a él con un ojo rojizo y expresión regia.

 

—Está engordando porque le doy demasiado de comer —contestó Alice—. No quiero que huya volando. Y tú, mi querido muchacho, estás bebido.

 

—No —dijo Sasuke al tiempo que tomaba otro sorbo de vino del Rhin de una redoma de cuero—. Pero puede que pronto lo esté.

 

Alice suspiró audiblemente y le miró ceñuda. Sasuke enarcó una ceja y bebió otro buen trago. Su tía iba mirando a todos con el ceño fruncido, de uno en uno: sus propios hombres, Kakashi, Yahiko Uzumaki y Karin, que estaba acurrucada en el suelo junto a la silla de Alice. La pequeña habitación se veía abarrotada de gente, penumbrosa, caliente y sumida en un incómodo silencio.

 

—¿Qué vamos a hacer con él? —preguntó Alice.

 

—Dejarle en paz —musitó Patrick—. Tiene roto el corazón.

 

—Si quiere ahogar las penas con vino, que lo haga —terció Henry Wood—. Eso es lo que haría yo, aunque no es propio de él.

 

—Después de todo por lo que ha pasado hoy —comentó Yahiko Uzumaki—, no podemos censurarle. Luchó como un demonio en el bosque cuando nos atacaron esos soldados. Si vosotros, chicos, no hubierais llegado para ahuyentarles, estaríamos todos muertos a menos de un cuarto de milla de las puertas de Wildshaw. Y además de eso, también ha tenido que presenciar esa condenada boda. Déjale que se emborrache, yo beberé con él.

 

Kakashi y Geordie se mostraron de acuerdo, observando a Sasuke.

 

Este les ignoró a todos y bebió otra vez de la redoma. No le gustaba aquel vino y no tenía la intención de emborracharse, pero cuanto más hablaban de él, mejor le parecía la idea.

 

—Puede que tenga el corazón roto —dijo Karin—, pero puede hacer algo al respecto. —Le miró con el ceño fruncido.

 

—Todavía no he decidido —repuso Sasuke, arrastrando las palabras— lo que voy a hacer al respecto.

 

La dolorosa mezcla de rabia, confusión y dolor que le llevaba desgarrando las entrañas toda la tarde no se había atenuado con el vino. Deseaba creer que Naruto le amaba a él, sólo a él, pero no podía evitar maravillarse por la opción que había escogido.

 

—Naruto no quiere a un proscrito de los bosques, al parecer —dijo, y tomó otro sorbo de vino—. Nada lo deja más claro que una boda.

 

—A mí no me parece que esté tan claro —dijo Karin—. No seas necio. Ve a buscarla, y descúbrelo por ti mismo.

 

—Karin, pequeña —dijo Yahiko Uzumaki con amabilidad—. Ahora no es momento para que le ataques con tu afilada lengua. Ten cuidado.

 

—Pero Gawain de Avenelle habló por alguna razón de la ruta que iba a seguir sir Sai por el bosque —insistió Karin—. Dio a Sasu la oportunidad de recuperar a Naruto. Sasu, no puedes hacer caso omiso de eso.

 

—Ella ha elegido el lujo y la protección de una guarnición, en mi propio castillo, a vivir con un forajido. ¿Quién podría censurarla por ello?

 

—Ha sido en contra de su voluntad —replicó Karin—. Sai la obligó a desposarse con él amenazándola con tu vida y con la de Yahiko Uzumaki. Y creo que también con la mía.

 

—Tú dijiste que me deseó paz en mi vida y después se vistió el traje de novia. El cual yo jamás habría podido comprarle —musitó Sasuke—. Escogió lo más práctico.

 

—Yo la vi con él, Sasu. Le odia y le teme. Él piensa utilizar sus profecías para su propio provecho. ¡Rescátala!

 

—El rey inglés la tratará bien —dijo Sasuke—. Recibirá honores. No sufrirá ningún daño.

 

—Pero tampoco será feliz —replicó Karin—. ¿Tú la amas?

 

Sasuke contempló el fuego.

 

—Sí —dijo con voz ronca—. Pero no pienso tomar a la mujer de otro hombre. Hasta un bandido tiene moral.

 

—Hazla viuda —dijo Quentin en voz queda.

 

Sasuke miró largamente al montañés. Quentin, sentado en el banco, cruzó los brazos y estiró las piernas, y le contempló calmosamente.

 

—Hazla viuda —repitió—. Yo te ayudaré.

 

—Y yo —dijo Henry.

 

Kakashi se inclinó hacia delante.

 

—Conozco bien a Sai —dijo—, y mi lealtad siempre ha estado del lado de Yahiko Uzumaki y de su sobrina. Pero, Sasuke Uchiha, contáis con todo mi respeto. —Miró fijamente a Sasuke—. De modo que os ayudaré a rescatarla.

 

Sasuke frunció el ceño y recorrió la habitación con la mirada. Todos le miraron a su vez, asintiendo y afirmando.

 

—Yo te cubriré las espaldas —dijo Patrick—. Ya lo sabes.

 

—Y yo —terció Geordie, incorporándose sobre la cama de Alice— tengo buena mano con la espada.

 

—Ahora que tengo la panza llena de buena comida —dijo Yahiko Uzumaki—, creo que podría acompañar a estos muchachos.

 

Sasuke escuchó sin decir nada, mirando a cada uno de ellos con el ceño fruncido.

 

—Sabes que tengo la mano firme con el arco —dijo Karin. Su mirada era como el ámbar oscuro bajo el resplandor de las llamas, su semblante fuerte y orgulloso—. Y tengo un resentimiento personal hacia Sai.

 

—Igual que lo tenemos todos, en nombre de Karin —gruñó Patrick.

 

—Si todavía te queda alguna duda de por qué se ha casado con él —intervino Alice— deten su escolta y pregúntaselo tú mismo.

 

Sasuke escrutó uno a uno todos los rostros, sintiendo un nudo en la garganta. La firme lealtad de ellos le conmovió hasta lo más hondo. La confianza y el apoyo de aquellos pocos amigos, espontáneos y cariñosos, eran tesoros suficientes para toda una vida.

 

Pero había una persona cuya fe dulce y resplandeciente resultaba tan elemental para su alma como el agua lo era para su cuerpo, y mientras el faltara de su vida, mientras el misma estuviera amenazado o viviendo en alguna parte sin ser feliz, él lo percibiría, lo sabría, y jamás le sería posible hallar la paz que había ansiado durante tanto tiempo.

 

—Está bien —dijo en tono grave—. Tenemos una tarea por delante.

 

 

 

 

 

Naruto cruzó con cuidado la pequeña estancia, todavía ciego, contando los pasos para encontrar el camino en la oscuridad. Extendió una mano, buscando a tientas más allá de la percha del azor, y cogió el guante de cuero del gancho de la pared donde lo había dejado. Luego acarició al ave, encontró sus guarniciones y las desató, dejándola libre sobre la percha.

 

Durante la dura prueba que supuso la comida de bodas con Sai, el padre Dounzu y unos cuantos caballeros ingleses, había reflexionado sobre qué hacer con el azor. Aparte de las amables palabras de sir Gawain, había oído poco más procedente de los otros hombres. Sus pensamientos derivaban constantemente hacia Sasuke, que ya estaba libre, y hacia su azor, que no lo estaba.

 

Ahora que sabía lo que era estar atrapado, atado y encapuchado, no podía seguir reteniendo a Gawain en contra de su voluntad. Si el azor se quedaba con el, había de ser porque así lo eligiera él. No esperaba lealtad inteligente de un azor. Pero tenía que saberlo.

 

Se situó junto a la ventana, levantó la mano protegida por el guante y le dio a elegir. Alzó la barbilla y entonó la melodía del kyrie. Al cabo de unos momentos volvió a cantarla. Luego guardó silencio y dejó que el azor sintiera también la llamada del viento.

 

Oyó cómo el terzuelo agitaba las alas y piaba. Después sintió el murmullo de las alas al extenderse y la suave ráfaga de un rítmico aleteo que le indicó que el ave cruzaba la habitación en dirección a la ventana. Fue a posarse sobre el guante con seguridad, aquietando las alas y cerrando las garras con fuerza.

 

Naruto parpadeó para alejar las lágrimas y susurró cariñosamente al azor al tiempo que lo llevaba de vuelta hasta su percha. Deslizó las guarniciones en sus patas con dedos rápidos y seguros, incluso en medio de la oscuridad.

 

 

 

—Mi consejo, hijo mío —dijo el padre Dounzu— es esperar.

 

—¡Esperar! —protestó Sai.

 

Naruto escuchaba, sentada en el borde de la cama, con las manos entrelazadas sobre el regazo, silenciosa, y experimentó una inmensa gratitud hacia el sacerdote.

 

—Esperar —repitió el padre Dounzu—. La ceguera no le dura mucho. Un día o dos, quizá sólo unas cuantas horas, y volverá a ver de nuevo y se mostrará complaciente.

 

“Complaciente, jamás”, pensó Naruto para sí.

 

—Ni siquiera es virgen —gimoteó Sai. Naruto sabía que sin duda estaba bebido, a juzgar por la cantidad de vino y cerveza que había consumido en la comida.

 

—Eso no podemos cambiarlo —dijo el padre Dounzu—. Aunque, si yo estuviera en tu lugar, habría buscado venganza en lugar de dejar en libertad al canalla que se lo hizo. Pero recuerda esto, Sai: su don profético es frágil por naturaleza. Mientras esté ciega, creo que se encuentra todavía en estado de gracia, propiciado por la sagrada palabra de Dios que se nos muestra a través de ella.

 

—Maldición —masculló Sai.

 

Naruto permaneció sentado en actitud recatada, con los ojos muy abiertos, esperando parecer saturada de gracia. Se le ocurrió la idea de que podía mantener a Sai alejado de el mientras estuviera ciega... o mientras afirmara estarlo. Entonces lanzó un suspiro. Los dos hombres sabían que la ceguera desaparecería en un día o dos; aquel temporal respiro, aun cuando consiguiera alargarlo, llegaría a su fin.

 

Oyó a Sai cruzar la habitación y notó que se detenía frente a ella.

 

—Un beso —dijo—. Es mi esposa.

 

—Un casto beso para celebrar los esponsales —aceptó el padre Dounzu—. Pero no podemos ofender la integridad de su don profético. No deberás tocarla hasta que pase la ceguera.

 

—Para entonces estaremos ya en Carlisle, de visita ante el rey —repuso Sai.

 

—Un buen sitio para celebrar las nupcias.

 

Sai emitió un gruñido de entusiasmo. Naruto sintió sus dedos resbalando por la barbilla y notó que él le inclinaba la cabeza hacia arriba al tiempo que se agachaba. Los labios de él rozaron los suyos, presionaron, se abrieron ligeramente. El cerró los ojos de manera instintiva y mantuvo la boca cerrada e inexpresiva. Sai renovó el beso, ladeando su boca sobre la suya. Aunque el beso no la emocionó lo más mínimo, le resultó suave y con sabor a vino, además de lleno de ansia. A cambio no demostró protesta ni reacción alguna.

 

Sai apartó la boca.

 

—Buenas noches, esposa.

 

Naruto oyó sus pisadas saliendo de la habitación y la puerta cerrarse tras ambos hombres. En ese momento abrió de golpe los ojos.

 

Por una vez, se sintió profundamente agradecida de que la ceguera no hubiera desaparecido.

 

 

 

Una fina telaraña de niebla flotaba entre los árboles mientras el grupo se abría camino a través del bosque. Los arreos de cuero, las cotas de malla y los cascos y resoplidos de los caballos creaban diversas capas de sonidos al avanzar en la fría y silenciosa mañana. Naruto montaba en el centro de un grupo de quince hombres, flanqueada por Sai y sir Gawain. El padre Dounzu cabalgaba delante con varios soldados, y por detrás cerraba la comitiva otro grupo de seis hombres armados.

 

Dirigió una mirada al azor que llevaba posado en el puño, y después al neblinoso verdor del bosque con muda admiración y gratitud. Como siempre le sucedía en las horas que seguían al momento de recuperar la vista, saboreó intensamente todo lo que veía. Una noche de sueño había restablecido completamente su visión, pero había sido incapaz de ocultar el hecho a Sai y al padre Dounzu. Sólo pudo tratar de no hacer caso de la avidez de Sai ni de su propio miedo mientras hacían los preparativos para el viaje a Carlisle y partían.

 

Sabía que Sai sentía cierto recelo por el hecho de atravesar aquella parte del bosque, porque había ordenado que les acompañara una patrulla completa. Parecía cabalgar nervioso, sus ojos acechantes, su mano apoyada en la empuñadura de la espada.

 

—¿Han regresado ya los guardias que envié ayer fuera del castillo, antes de la boda? —preguntó Sai a sir Gawain mientras avanzaban.

 

—No, señor —contestó el caballero, y mantuvo la vista al frente. Naruto le miró fijamente y a continuación se volvió hacia Sai.

 

—¿Enviaste hombres para que tendieran una emboscada a Sasuke, a mi tío y a Karin? —le preguntó, horrorizada.

 

Sai le dirigió una mirada de soslayo.

 

—No tienes de qué preocuparte.

 

—Dado que los guardias no han regresado, mi señora —dijo sir Gawain—, deberíamos preocuparnos más por ellos que por los proscritos. —Su tono firme contribuyó a afianzarla en la tranquilizadora idea de que Sasuke se encontraba ileso.

 

Mientras cabalgaban, de pronto una figura cubierta por una capa salió al camino delante de ellos, sosteniendo un gran halcón sobre un puño enguantado. El ave tenía una pata de plata, y la figura era escultural y mostraba un generoso busto. Los soldados que encabezaban el grupo se detuvieron en seco.

 

“¡Alice!”, pensó Naruto, estirando el cuello para ver.

 

—Sir Sai —llamó Alice—. Quiero hablar con vos.

 

—No os detengáis aquí —dijo Sai—. Es... ¡Ah!

 

Agachó la cabeza, pues en ese instante Ragnell se lanzó volando hacia ellos, partiendo en dos la doble columna de hombres. Los soldados se inclinaron hacia los lados al tiempo que el enorme azor de cola roja pasaba entre ellos como una exhalación y después torcía hacia un lado para desaparecer ente los árboles. Alice también se esfumó.

 

Aterrorizado y enloquecido por el azor hembra, el terzuelo explotó en una furiosa rabieta y se dejó caer colgando boca abajo, chillando y agitando como loco las alas. Naruto extendió el brazo para devolverlo a su sitio mientras Sai gruñía y miraba alrededor con una mano sobre la espada.

 

Un ligero retumbar fue la única advertencia. De repente surgió de entre los árboles un gigantesco tronco suspendido de gruesas sogas en los extremos que se abalanzó sobre el grupo de guardias que abría la marcha, entre los que se contaba el sacerdote. Los hombres no tuvieron la oportunidad de saltar a un lado antes de que el tronco se estrellara contra ellos arrojándoles de sus monturas como si fueran piezas en un tablero de ajedrez. Entre los árboles velados por la niebla surgieron unos cuantos hombres dispersos que parecían ciervos.

 

—¡Tras ellos! —vociferó Sai mientras intentaba controlar a su asustado caballo en medio de aquel caos. Naruto luchó por sujetar tanto a su caballo como al frenético azor, que seguía colgado de sus guarniciones.

 

Los soldados de la parte de atrás salieron al galope en persecución de los agresores, dejando a Sai, sir Gawain, un guardia e Naruto todavía a lomos de sus caballos. El padre Dounzu y otros más yacían inconscientes o gimiendo en el suelo, mientras sus caballos pateaban y se movían en círculos un poco más adelante.

 

Naruto vio tres hombres y una mujer que emergían del bosque y venían hacia ellos. Lanzó una leve exclamación, y Sai soltó un juramento y asió la empuñadura de su espada. Naruto apenas recordó que tenía que devolver al azor al puño, mientras observaba absorta cómo se acercaban, con el corazón latiéndole con fuerza por la emoción de lo que se avecinaba y por una súbita y maravillosa alegría.

 

De entre los árboles salió Sasuke, arco en mano y con una espada a la espalda. Le acompañaban Quentin y Patrick portando sendos arcos, y detrás de ellos Karin, vestida con túnica y calzas y llevando un arco cargado en las manos. La joven se detuvo a corta distancia y levantó el arco. Patrick y Quentin apuntaron con sus flechas a los hombres que aún yacían en el suelo, mientras que Sasuke avanzaba en dirección a Naruto y Sai.

 

—¿A qué estás esperando? —chilló Sai al soldado a caballo que estaba detrás de sir Gawain—. ¡Usa tu ballesta!

 

El guardia miró a Gawain y a continuación sacudió la cabeza en un gesto negativo.

 

—No pienso disparar contra una mujer.

 

—¡Por los clavos de Cristo! —exclamó Sai—. ¡Gawain! ¡Encárgate de ellos!

 

Sir Gawain se echó atrás la capucha de su cota de malla y dejó que el viento azotara su cabello oscuro.

 

—Me parece que no puedo hacer tal cosa, señor —dijo, y espoleó a su caballo en dirección a los proscritos. El guardia le siguió. Sai les miró boquiabierto y acto seguido estalló en insultos.

 

Sasuke se acercó más, con pasos largos y seguros. Quentin, Patrick y Karin fueron detrás de él, con sus flechas apuntando a Sai. Entonces Naruto vio a su tío de pie al borde del camino y observó que sir Gawain y el otro soldado detenían sus caballos cerca de él.

 

Sai agarró la empuñadura de la espada. Al instante tres flechas apuntaron directamente a él, y bajó la mano sin pronunciar palabra.

 

—¿Qué queréis? —quiso saber—. ¿Pretendéis robarnos?

 

—Tal vez —contestó Sasuke—. Llevas contigo un tesoro, la famosa profetisa de Aberlady.

 

Se detuvo en el camino, asiendo su arco en posición vertical. Naruto percibió cautela en cada uno de los rasgos de su cuerpo y vio un brillo gélido y feroz en sus oscuros ojos negros. Experimentó una desesperada necesidad de apearse del caballo de un salto y echar a correr hacia él, pero la fuerza contenida que vio en Sasuke lo desconcertó. Se preguntó si estaría furioso con el por haberse casado con Sai.

 

—Si intentas llevártelo, cometerás un delito contra el rey Eduardo —rugió Sai—Y contra mí. Es mi esposa... como ya sabes.

 

—Deseo hablar con lady Naruto —dijo Sasuke en un impulso. Naruto le miró fijamente, con los ojos muy abiertos y el corazón acelerado.

 

—No habla con ladrones. —Sai paseó la vista alrededor, como si estuviera esperando que regresaran sus guardias o que se recobraran los hombres que todavía estaban tendidos en el suelo—. Hazte a un lado. —Espoleó a su caballo hacia delante—. Vamos, Naruto.

 

En ese momento Patrick disparó su arco. La flecha se clavó en el suelo, y Sai tiró de las riendas de su caballo hacia atrás.

 

—Ha dicho que desea hablar con lady Naruto —advirtió Patrick. Colocó otra flecha. A su espalda, los otros vigilaban a los soldados que estaban en el suelo, algunos de los cuales habían empezado a moverse.

 

Sasuke se acercó a Naruto y la miró con ojos agudos y penetrantes. Su postura era natural, pero sus manos cerradas alrededor del arco mostraban los nudillos blancos. El, con el azor posado en el puño, bajó la vista para mirarle a él, manteniendo sólo una calma aparente.

 

—Lady Naruto, decidme una cosa —le dijo Sasuke en tono formal—: ¿Escogéis atravesar el bosque de manera segura —su voz tranquila y melosa parecía resonar en lo más profundo de su ser—, o preferís seguir un camino distinto... en compañía de un proscrito?

 

El contuvo la respiración, sintiendo que el corazón le retumbaba enloquecido en el pecho.

 

—Sasu...

 

—Déjanos pasar —interrumpió Sai—. El rey la espera como invitada de honor. Si estás pensando en hacer daño a la profetisa, serás perseguido por los propios hombres del rey. Naruto, si me dejas, morirán todos —agregó con un rugido—. Yo me encargaré de ello.

 

Naruto titubeó, se mordió el labio inferior, miró a Sai. La mirada siniestra y malévola de este recalcaba su promesa.

 

—Ya he sido perseguido por los hombres del rey, y también he sido amenazado por ti —dijo Sasuke a modo de rechazo—. Naruto, déjame oír de tus propios labios qué camino escoges.

 

El sintió brotar un intenso anhelo en su interior.

 

—Sasu —dijo con un hilo de voz—. Yo... Ayer tomé una decisión, y si ahora estás libre es gracias a ella. — “Y por lo mismo yo estoy atrapado”, pensó. Cerró los ojos, angustiado.

 

—Ya te ha contestado —dijo Sai. Tomó las riendas del caballo de Naruto y tiró de ellas—. Despeja el camino. Has prometido dejarla continuar segura si tomaba una decisión. Hasta un bandido de los bosques debe cumplir una promesa así.

 

Sasuke sujetó la brida.

 

—No necesariamente —rugió—. Naruto, ¿te diriges a ver al rey inglés por voluntad propia?

 

—No —respondió ella—. Esto va totalmente en contra de mi voluntad.

 

—Ah —exclamó Sasuke—, en ese caso está claro que necesitas ser rescatada.

 

—¡Sí! —dijo el sin aliento, aferrándose a la esperanza que él le ofrecía.

 

Sasuke extrajo su daga y cortó de un tajo la rienda que sujetaba Sai. Después empujó el caballo de Naruto a un lado y se plantó en medio del camino al tiempo que Sai se acercaba a él.

 

Naruto hizo dar la vuelta a su caballo, murmurando distraídamente al agitado azor, y se detuvo al borde del sendero. Yahiko Uzumaki a pie, y sir Gawain a caballo, lo flanquearon protectoramente.

 

Sai agarró la empuñadura de su espada y trató de desenvainarla. Pero en un solo y potente movimiento, Sasuke ladeó el arco como si fuera un bastón y golpeó con él a Sai en el pecho, desmontándole. El hombre cayó y chocó contra el suelo con un sonoro gruñido.

 

Naruto nunca había visto tanta furia en el rostro de Sasuke. Este se lanzó hacia Sai, que yacía tendido de espaldas e intentaba torpemente sacar su larga espada de su funda. Cuando por fin desenvainó la hoja, Sasuke la apartó con un movimiento rápido del arco y la hizo rodar por el suelo. Sai logró escabullirse, y Sasuke se agachó y le izó hasta ponerle en pie asiéndole de la sobreveste de color vino.

 

—No te vayas todavía a ninguna parte —le dijo—. Tengo unas cuantas preguntas que hacerte. —Le fue empujando hacia atrás hasta que Sai chocó contra un árbol. Sasuke le apoyó bajo la barbilla la larga hoja de su arco, atenazándole contra el tronco, casi obligándole a levantar los pies del suelo. Sai agarró el arco con ambas manos—. ¿La has tocado? —le preguntó, irguiéndose sobre él.

 

—Es mi esposa —articuló Sai—. No es asunto tuyo.

 

—¿La—has—tocado? —repitió Sasuke en un rugido, separando las palabras.

 

Sai parpadeó rápidamente y no contestó. Sasuke apretó el arco contra su garganta.

 

Naruto murmuró algo a su padre, y este se volvió para ayudarlo a desmontar. Llevando el azor en la mano, se levantó el borde del vestido de seda azul y cruzó el sendero seguida de Quentin y Patrick, que apuntaban a medias con sus arcos a Sai.

 

—Sasuke —dijo Naruto—. Deténte. No me ha tocado.

 

—¿Es eso cierto? —preguntó Sasuke a Sai, el cual asintió con la cara enrojecida.

 

—Naruto, apártate —le ordenó Sasuke sin mirarla—. Ahora dime una cosa —le dijo a Sai—: ¿Por qué traicionaste a William Wallace? ¿Formabas parte de una conspiración?

 

—Menteith metió a los otros en un plan que concibió él —boqueó Sai—. Yo no sabía sus nombres. Wallace se salió de su sitio, su rebelión interfería con los nobles escoceses que buscaban la paz con Inglaterra. Se... se decidió que había que... impedirle que fuera más allá. Nosotros queríamos la paz con Inglaterra.

 

Sasuke emitió un ruido de asco.

 

—Pero tú todavía querías más, conseguir tierras y riquezas, ¡así que ayudaste a destruir la voz más importante que ha reclamado libertad en este país! Y después fuiste por mí, esparciendo el rumor de que yo era un traidor y ayudando a que me capturasen. Y todo eso, supongo —rugió, apretando un poco más con el arco—, para asegurarte tu pretensión a la propiedad de Wildshaw.

 

Naruto contuvo una exclamación y se llevó una mano a la boca, atónito. Sobre su otra mano, el azor agitó las alas y chilló.

 

—En efecto. —Sai entrecerró los ojos—. Y ahora, la mujer que tú quieres es mía, y señora de Wildshaw. Eso me satisface mucho —articuló, casi asfixiado aunque con los ojos brillantes.

 

Sasuke le miró fijamente, con la respiración agitada. Naruto percibió cómo crecía la tensión en él hasta niveles alarmantes. De repente Sasuke retrocedió, apartó el arco a un lado y descargó un violento golpe a Sai en el vientre que hizo a este caer de rodillas con un gemido acompañado de una náusea.

 

Sasuke se volvió con el rostro oscurecido por la furia.

 

—Quentin —rugió—, hazla viuda tú, si te apetece. Yo no quiero ensuciarme más las manos con este asqueroso bastardo.

 

En ese momento Sai lanzó un rugido y saltó sobre Sasuke, abalanzándose sobre sus piernas y haciendo que ambos cayeran al suelo. Naruto vio el relampaguear de una daga abatiéndose sobre la espalda de Sasuke.

 

Lanzó un chillido, y el azor se enfureció de pronto y tiró hacia arriba con tal fuerza que hizo perder el equilibrio a Naruto. Cayó en medio de un revoltijo de seda azul, y en el momento de chocar contra el suelo abrió la mano protegida por el guante. El azor salió volando del puño con un fuerte aleteo, viró y se elevó en el aire, chillando. Naruto logró incorporarse y se quedó mirando cómo el terzuelo se perdía de vista. Luego bajó la mirada y lanzó una exclamación de pánico al ver a Sasuke y Sai forcejeando con la daga. Los demás observaban la escena, mientras que Quentin, Patrick y Karin permanecían de pie con los arcos preparados. Pero Naruto sabía que ninguno de ellos dispararía, por miedo a herir accidentalmente a Sasuke.

 

Sai acercó el puñal a la garganta de Sasuke, pero este le tenía agarrado con fuerza por la muñeca. Ambos se retorcieron y se revolcaron una y otra vez, hasta que Sasuke retrocedió un momento y acto seguido asestó un fuerte golpe con la cabeza contra la frente de Sai. Este se desplomó hacia atrás, y el cuchillo se desprendió de su mano.

 

Sasuke quedó tendido en el suelo, jadeante, y un momento después se incorporó de rodillas, se puso en pie del todo y se giró lentamente, limpiándose la cara. Naruto fue hacia él, y entonces lanzó un chillido al ver que en ese instante Sai rodaba sobre sí mismo, agarraba el puñal y lo lanzaba de punta hacia la espalda de Sasuke. Sasuke se giró bruscamente para esquivar la hoja, en el preciso momento en que Sai se desplomaba con un horrible alarido, con una flecha clavada en el pecho. Sasuke se puso de rodillas y se inclinó sobre él.

 

Al cabo de unos instantes levantó la vista.

 

—Está muerto —dijo en un tono sin inflexiones. Naruto se cubrió la cara durante un momento, abrumado y asaltada por un súbito malestar tras aquellos momentos de pánico. Dejó escapar un tembloroso suspiro y luego contempló cómo los demás acudían poco a poco rodeando el cadáver. Su tío caminaba entre ellos seguido del, padre Dounzu, con el semblante gris y desencajado. Unos cuantos guardias se acercaron inseguros, y sir Gawain se volvió para hablar con ellos.

 

Sasuke se incorporó y fue hacia Naruto. El se precipitó hacia él y le rodeó con los brazos, dejándose envolver por la cálida felicidad de su abrazo y por la caricia de los labios de él en su pelo.

 

—Oh, Dios, ¿estás herido? —le preguntó sin aliento.

 

—No —respondió él. Naruto se dejó caer sobre él, sollozando, sintiéndose inundado a la vez por la angustia y por una profunda sensación de alivio—. Tranquilo, pequeño —murmuró Sasuke, estrechándolo—. Ya ha pasado todo.

 

—El azor... —dijo el.

 

—Ya lo sé —susurró él, acariciándole la cabeza—. Ya lo sé.

 

—Sasuke —dijo Naruto al cabo de unos instantes—. ¿Quién ha disparado a Sai?

 

Sasuke no contestó. El notó que levantaba la cabeza y observaba el círculo de gente, e hizo lo mismo.

 

Karin estaba de rodillas junto al cuerpo de Sai, aún sujetando el arco en la mano, pero sin flecha. Se tapó la cara con una mano y se dobló por la cintura como si estuviera llorando. Patrick se arrodilló a su lado y la alzó para estrecharla contra sí. La abrazó con ternura, acariciándole dulcemente el pelo con sus dedos grandes y rudos.

 

—Dios santo —dijo Naruto.

 

—Kari me ha salvado la vida —dijo Sasuke—. Le debo mucho.

 

—Los dos le debemos mucho —dijo Naruto, tocándole la mejilla sudorosa y de barba incipiente con una mano temblorosa.

 

En ese momento, oyó un grito en lo alto. Levantó la vista y vio una ráfaga de color crema y gris.

 

—¡Gawain! —exclamó—. ¡Mira!

 

El azor planeaba por encima de sus cabezas, semejante a un ángel, la cara inferior de sus alas pálida, las patas de color dorado. Se inclinó de lado y se deslizó entre un grupo de abedules, sin dejar de gritar.

 

—Tendremos que hacerlo volver —dijo Sasuke—. Lleva las guarniciones y podría enredarse en un árbol.

 

Naruto asintió y se separó de sus brazos. Todavía llevaba puesto el guante, y se lo ajustó con más firmeza al tiempo que echaba a andar en pos del azor. El terzuelo pasó como una flecha entre los árboles y desapareció en el interior del bosque. Naruto se precipitó tras él, levantándose las faldas para poder correr mejor, seguida de Sasuke, que tomó el camino de la izquierda para entrar por un ángulo diferente.

 

El azor voló entre las copas de los árboles, entrando y saliendo, pareciendo un flamante príncipe cada vez que el sol, disipando la niebla, acertaba a tocar las puntas de sus alas. Naruto le observó bogar en el aire, planear, bogar de nuevo y planear una vez más, ascendiendo muy alto y bajando en un vuelo rasante, magistral y sin esfuerzo. Lo llamó, con el brazo extendido. La rapaz se lanzó en picado y giró trazando un círculo, y ella la siguió.

 

Oyó a Sasuke entre los árboles; llamando y silbando igual que el. Entonces le vio, avanzando rápidamente entre los árboles a grandes zancadas, con el cabello flameando tras de sí. Para ese momento ya había perdido al azor, de modo que se quedó inmóvil, jadeante, observando y esperando. Entonces levantó la cabeza y empezó a cantar el kyrie. Su voz se elevó y descendió siguiendo el ritmo natural del cántico. Momentos más tarde oyó un kee—kee—kee—keer y echó a correr hacia la dirección de donde venía el sonido.

 

—K y—rie e—lei—son.

 

La melodía se oyó otra vez a la izquierda en boca de Sasuke. Cantada con su melosa voz, la sencilla canción subía y bajaba, fluyendo como una corriente de aguas tranquilas, como el fácil vuelo de un halcón. Su voz creaba un velo de serenidad que atraía a Naruto hacia él. Mientras corría, alzó la vista y divisó al azor deslizándose en el aire para ir a posarse sobre la alta copa de un árbol. Corrió rozando el suelo alfombrado del bosque, con las faldas ondeando y el pelo al viento, y experimentó una exquisita sensación de libertad que casi igualaba al glorioso vuelo del azor.

 

Sasuke aguardó. Naruto aflojó el paso, aminorando poco a poco la carrera al acercarse a él. Él señaló con el dedo, y levantó la vista. El azor estaba posado en la cúspide de un gran árbol, con el sol de la mañana arrancando destellos plateados a su cabeza y sus alas.

 

Sasuke tomó aire y comenzó a cantar de nuevo. La hermosa melodía fue elevándose en suaves volutas, ondulando y flotando hacia arriba. Naruto se sintió extasiado. El azor agitó las alas, bajó la cabeza y empezó a piar también.

 

—Quizá no quiera bajar esta vez —dijo Naruto—. A lo mejor ha decidido que quiere ser libre.

 

Sasuke miró hacia arriba.

 

—No puedo censurarle por eso —dijo—, pero todavía lleva las guarniciones. Si quiere volar libre, tendremos que hacerlo regresar el tiempo suficiente para quitarle las correas. Levanta el puño, Naruto.

 

El levantó el brazo y esperó. El azor les miró fijamente y levantó la cabeza hacia el sol. Naruto comenzó de nuevo el kyrie, pero la rapaz la ignoró con toda intención y se giró en lo alto de la rama. Entonces Sasuke cogió la mano de Naruto en la suya y empezó a cantar con el. Las voces de ambos, profundas y delicadamente conjuntadas, se entrelazaron y enroscaron la una en la otra formando una armonía perfecta. El cántico creció y se intensificó, y llenó el bosque de calma.

 

Entonces el azor alzó las alas y se lanzó hacia abajo en picado, en dirección a ellos, chillando al mismo tiempo, como si quisiera unirse al canto, y se posó sobre el guante con un suave aleteo. Naruto rió y levantó la vista hacia Sasuke con lágrimas en los ojos.

 

—Ha vuelto —dijo, sonriendo a través de las lágrimas, semejantes a perlas brillantes—. Nos ha visto a los dos como un solo amo.

 

Sasuke enrolló las correas alrededor de los dedos de Naruto y después buscó en el zurrón de cuero que llevaba el en la cintura y extrajo de él un trozo de carne. Mientras el azor picoteaba su recompensa, Sasuke bajó la vista para mirar a Naruto.

 

—Yo diría que ha visto dos amos —le dijo, acercándose a ella —, con un solo corazón. Bajó la cabeza y la besó profundamente. Luego la rodeó con sus brazos y la estrechó contra su cuerpo, mientras el azor parpadeaba mirándoles y piando suavemente. Sasuke ladeó la boca sobre la de Naruto. Después de unos instantes, se separó ligeramente para mirarlo y le apartó un mechón de pelo suelto.

 

—De momento, sujeta bien a este azor —le dijo.

 

—Oh, lo haré —respondió el, sonriente. Él soltó una leve risa.

 

—Quiero decir que hoy hace un viento suave. Nunca dejes a un azor volar a favor del viento. Es el modo más seguro de perder un ave valiosa.

 

—Nunca me habías dicho eso —dijo Naruto.

 

—Ah, bueno —repuso Sasuke, estrechándola con un brazo para caminar con ella—. Aún me queda mucho que enseñarte, mi pequeñ.

 

El sonrió.

 

—Me parece que ya he aprendido mucho acerca de los halcones.

 

—Sí, en efecto —murmuró él—. Los dos hemos aprendido mucho. Pero hay más, amor mío. Mucho más.

 

— Y lo aprenderemos juntos — le sonrió — los tres.

 

— ¿Con nuestro azor? — sonrió Sasuke a su vez.

 

— Y con nuestro hijo también.

 

Sasuke se quedó con la boca abierta, pero admitió que Naruto le tomase de la mano y lo llevara de regreso con los demás.  Había recobrado algo más que su doncel profeta, ahora tendría una familia.

 

 


Fin

 

 

Sí, todo se solucionó al fin, aunque hay un epilogo luego, pero si quieren pueden dejarlo hasta aquí.

 

A mi me ha gustado mucho escribirlo, así que lo dejo hasta aquí.

 

Gracias por sus comentarios.

 

Shio Zhang

 

 

 

 


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