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El Señor del viento por Shiochang

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El Señor del viento

 


Quizás no he sido clara, ser doncel significa que es varón pero con el extraño don de poder concebir un hijo (lo único de mujer que tienen)  Tanto en el fic anterior como en este, Naruto será doncel con otros dones especiales de adivinación.


Persecución

 


La lluvia repiqueteaba sobre el musgo y la piedra mientras el peregrino subía los escalones de entrada a la iglesia de la abadía. Empujó la pesada puerta de roble y penetró bajo el arco que formaba el umbral. Varios haces de luz, plateados por la lluvia, taladraban la penumbra que reinaba en la alta nave con techo de bóveda. Un cántico monótono llegó hasta él, procedente de los monjes que ocupaban el coro, más allá del altar.


El peligro se cernía sobre él como un demonio, incluso en aquel lugar. Aunque sabía que no debía quedarse mucho tiempo, se detuvo y cerró los ojos durante unos instantes. La paz le envolvió, tangible y maravillosa, como la neblina del atardecer que velaba las colinas cercanas. Pero para él, aquella serenidad era tan efímera como la niebla.


Se alegró por el sencillo placer de poder refugiarse de la lluvia. Durante años el bosque había sido su hogar. No estaba acostumbrado a la densa inmovilidad del aire en un recinto cerrado ni a la sensación que le producían las losas del suelo, lisas bajo los pies. Se ciñó un poco más la capa sobre sus anchos hombros, mojó las yemas de los dedos en una pequeña pila que había en la pared y se persignó con el movimiento rápido y rutinario de un monje entrenado. Tras lanzar una mirada de cautela, avanzó por el pasillo de la derecha, sumido en sombras, que había detrás de los enormes pilares de la nave.


Los ingleses y los escoceses le perseguían a diario para darle caza.


La llamada de un amigo le había traído hasta aquí, la abadía de Dunfermline, pero pronto regresaría al sagrado refugio del bosque. Si le descubrían aquí, su captura —o su huida— perturbaría la paz duramente ganada de la abadía.


Un año antes, el rey inglés se había alojado en la abadía de Dunfermline y había convocado a los nobles escoceses para que le jurasen sumisión y para administrar lo que él denominaba justicia. Cuando se fue, el rey Eduardo ordenó que se prendiera fuego a aquel lugar sagrado, aunque su propia hermana estaba enterrada bajo las losas de la abadía. Las ruinas ennegrecidas del refectorio y del dormitorio se encontraban a menos de un tiro de piedra de la capilla, la cual había sobrevivido.


El peregrino hizo una genuflexión a un lado del altar y lo dejó atrás. En los años que llevaba viviendo como fugitivo, jamás se había sometido al rey Eduardo como habían hecho la mayoría de los nobles escoceses; él había hecho voto de libertad, para sí mismo y para Escocia. Meses atrás, había sido herido en batalla, capturado junto con dos primos suyos y encerrado en una mazmorra inglesa. Incluso entonces, aunque uno de sus primos había muerto a su lado y el otro —una mujer— había sido llevado a otra parte, no firmó ningún documento de lealtad al rey Eduardo.


Lo que firmó al final resultó ser mucho peor. Apretó los labios con amargura y siguió recorriendo el pasillo.


Su figura de guerrero alto y fuerte atraía de forma natural las miradas dondequiera que iba, pero hizo un esfuerzo por inclinar la cabeza y pasar desapercibido. La concha marina que llevaba sujeta al hombro de la capa y la medalla del santo que lucía junto a ella le identificaban como un penitente. La abadía de Dunfermline era una parada frecuente en la ruta de peregrinaje que iba desde Saint Andrews hasta el noreste y llegaba hasta Compostela. Pocas miradas de curiosos se volverían hacia él mientras llevase la capa y las enseñas.


Miró alrededor, buscando al hombre que había prometido reunirse con él después del servicio de vísperas. Vio a varios individuos arrodillados o sentados en los largos y estrechos bancos, absortos en la oración. En el aire flotaba el olor a incienso, y los cánticos llenaban la iglesia. Recordaba bien la melodía: se trataba de un kyrie que él mismo había entonado incontables veces, hacía mucho tiempo, en lo que ahora le parecía otra vida. Ni siquiera aquel sonido tranquilizante lograba suavizar los endurecidos recovecos de su alma. Había cambiado de manera irrevocable.


Sus botas de piel de ciervo avanzaron sin hacer ruido sobre las losas del suelo al entrar en la capilla de santa Margarita, situada en el extremo este del templo. Bajo la luz dorada y parpadeante de las velas, se dirigió hacia la enorme tumba de mármol de la santa reina escocesa. El golpeteo de la lluvia y los cánticos se mezclaban entre sí cuando se arrodilló junto al cuadrado pedestal. Cogió un cirio y encendió una vela como homenaje a santa Margarita, que había sido amiga de los peregrinos y los necesitados. Después juntó las manos en actitud de oración y aguardó.


Al cabo de un rato oyó el suave ruido de unas pisadas. Un monje que vestía el hábito negro de la orden de los benedictinos entró en la capilla y se arrodilló junto a él murmurando una plegaria en latín. Al inclinar la cabeza, dejó ver una limpia tonsura en su cabello castaño y de su rostro alargado.


—Peregrino, has viajado un largo camino en un día tan malo como este —susurró el monje cuando hubo terminado su plegaria.


—Bastante largo, de modo que espero recibir buenas noticias.


—Ojalá pudiera dártelas, Sasuke Uchiha.


Sasuke miró fijamente a su amigo. El corazón pareció hundírsele en el hueco del pecho. Aguardó a que hablara el monje, y supo exactamente lo que este iba a decir.


—Está muerto, Sasuke —musitó el monje—. Wallace está muerto.


Sasuke asintió despacio, aunque se sintió violentamente arrasado por la pena y la furia. Apretó con fuerza la mandíbula, los puños, y hasta lo más hondo de su voluntad para combatir sus efectos.


—William Wallace, capturado por medio de una sucia traición. Dios tenga piedad de su alma —dijo el benedictino, sacudiendo la cabeza en un gesto negativo—. Le apresaron hace apenas un mes, Sasuke.


—Lo sé —contestó Sasuke en un tono sin inflexiones. Demasiado bien sabía cuándo habían capturado a Wallace. No podía borrar el recuerdo.


—No tuvimos noticia de su muerte hasta hace unos días. Le llevaron a juicio en Londres, le declararon culpable de traición y le ejecutaron el veintitrés de agosto.


—¿Qué traición? El jamás juró obediencia al rey Eduardo —murmuró Sasuke—Le condenaron basándose en pruebas falsas, John.


John Blair asintió.


—Le acusaron de acciones que él nunca llevó a cabo. Hizo algunas cosas, es cierto, pero nada para merecer lo que le hicieron a él. Le arrastraron hasta la horca y le colgaron hasta que estuvo medio muerto. Cuando le bajaron, él pidió que le leyeran los salmos mientras le... cortaban... —Blair se interrumpió—. No puedo contarte el resto aquí, en este lugar sagrado.


—Cuéntamelo —rugió Sasuke—. Quiero saberlo.


Blair bajó la cabeza y procedió a describir en voz baja y rota un relato de crueldad, sufrimiento insoportable y valor supremo. Sasuke escuchó sin mostrar expresión alguna, pero sintiendo cómo la sangre le hervía y golpeaba en las venas empujada por una oleada de rabia y dolor. Notó un extraño picor en los ojos y respiró hondo para combatirlo.


Una flecha certera podría haber evitado aquella agonía. Pero si hubiera tenido éxito en aquel intento semanas atrás, ello no habría hecho otra cosa que incrementar su deuda con Wallace, y ahora ya nada podría pagarla.


El monje separó las manos de la posición orante y cerró los puños mientras hablaba. Sasuke se miraba sus propias manos, cerradas con tal fuerza que los nudillos se le veían blancos. Su espíritu pareció endurecerse en su interior, como si la última fibra blanda de su corazón se hubiera convertido en piedra, invadida por una tristeza imposible de superar.


—Le han martirizado —dijo cuando consiguió hablar.


—Así es. Su muerte será la llama que avive el fuego de la causa escocesa, justo cuando el rey Eduardo lo creía extinguido para siempre.


—Sí. John, únete a nosotros de nuevo, en el bosque de Ettrick.


—Ya no me conviene llevar la vida de un proscrito —dijo John—. La abandoné para regresar a Dunfermline a escribir el relato de la vida de Wallace. Es necesario dar a conocer la verdad de sus acciones.


—Escribe esa crónica en el bosque. Nunca te ha gustado demasiado la vida contemplativa.


—La vida contemplativa no nos gusta a ninguno de los dos, hermano Sasuke —le recordó John con una mirada fugaz—. Tú dejaste la orden hace años para unirte a la causa de Escocia. Fuiste armado caballero en un campo de batalla escocés, mientras yo tomaba los votos sacerdotales.


—Y, sin embargo, los dos hemos terminado siendo dos bandidos de los bosques. John, podríamos valernos de tu mano firme con un arma y de tu buen juicio.


—Tienes a otros contigo, en los bosques.


—Ahora son pocos. Ya te habrán llegado rumores.


—Sé que te buscan de nuevo, esta vez con ánimo de venganza. —John frunció el entrecejo—. Por todas partes se dice que Wallace fue traicionado por escoceses. El señor de Orochimaru envió a sus sirvientes le pusieran a Will bajo custodia, pero el resto son desconocidos.


—No todos son desconocidos —repuso Sasuke con cuidado.


—¿Te refieres al conde de Carrick? Dudo que él tuviera algo que con esa traición. Aunque rinde vasallaje a Eduardo de Inglaterra, creo que Robert Bruce en su corazón está de parte de los escoceses.


—No me refiero a Robert Bruce —dijo Sasuke—. Recientemente, he visto pruebas de que se inclina fuertemente del lado escocés.


—Gracias sean dadas a Dios —comentó Blair en voz baja—. He rogado por que Escocia encuentre a un dirigente fuerte. Bruce es el único que puede desempeñar ese papel, Sasu.


Sasuke asintió, y dejó que el silencio se extendiera durante unos momentos.


—John —murmuró por fin—, existe el rumor de que William Wallace fue traicionado... por sir Sasuke Uchiha de Wildshaw.


—Por todos los santos —musitó John—. No lo había oído. ¿Te culpan a ti?


Sasuke afirmó gravemente con la cabeza.


—Escoceses que en otro tiempo apoyaban al Halcón de la Frontera ahora me vuelven la espalda, o me persiguen junto con los ingleses.


—Pero tú no traicionaste a Will. Jamás podrías hacer algo así.


Sasuke contempló con expresión vacía la tumba de mármol. Quería  decir a John —y por lo tanto confesar ante un sacerdote —lo que había hecho mientras estuvo cautivo de los ingleses, y la tragedia que sobrevino a consecuencia de ello. Pero no se sentía capaz de decirlo en voz alta. Todavía no. Se lo explicaría más tarde, cuando él y John ya se hubieran recuperado de la impresión que les había causado la muerte Will. Pero antes tenía una cosa que cumplir. Y si sobrevivía, regresaría a Dunfermline a aliviar su alma.


—Ha de haber alguna forma de quitarte la carga de esa culpa de hombros —dijo el monje.


—Eso es asunto mío. Yo me encargaré de ello.


—¿Qué vas a hacer?


—Buscar al hombre que organizó la captura de Wallace –respondió Sasuke—. El mismo hombre que hizo recaer la culpa sobre mí y que ahora intenta atraparme por medio de mi familia.


—¿Orochimaru?


—Él es uno de los traidores. Pero yo busco a otro hombre, que estaba con los que me capturaron hace meses. El que causó la muerte de uno de mis primos y aún retiene a otra prima mía en su poder. Sir Sai.


—Entonces sabes dónde está.


—Al mando de la guarnición de un sólido castillo. No puedo llegar hasta él ni liberar a su prisionera llevando sólo cuatro hombres conmigo.


—¿Cuatro?


—Los que me siguen actualmente, cuando hubo un tiempo en que eran cincuenta o más. Sólo cuatro hombres creen que todavía me queda algo de honor.


—Yo también lo creo —dijo John en voz baja.


“Pero es que no lo creo yo mismo”, se dijo Sasuke para sí. Dirigió a John una triste sonrisa de agradecimiento y no dijo nada.


John lanzó un suspiro.


—Aunque me uniera a ti, Sasu, un puñado de proscritos de los bosques no puede vencer a toda una guarnición. ¿Dónde está él?


—El rey Eduardo acaba de hacerle guardián de un castillo que fue tomado hace años a los escoceses y que todavía está en poder de Inglaterra —dijo Sasuke—. El castillo de Wildshaw.


—Jesu —exclamó John—. Realmente tienes asuntos que resolver con ese hombre.


—Así es —masculló Sasuke.


—Te sugiero que esperes a su comitiva en el bosque y que le atrapes cuando abandone su guarida. Ponle un cuchillo en la garganta y verás si está dispuesto a ofrecerte disculpas y a devolverte lo que es tuyo.


—Calma, sacerdote —dijo Sasuke con una sonrisa asomando a sus labios. John sonrió traviesamente a su vez—. Podría hacer eso, pero él tiene más cosas que son mías por derecho, además de ese castillo. Karin Uchiha se encuentra bajo su custodia.


—¡Karin! ¿Tu prima?


—Exacto. Estaba con nosotros cuando caímos en la emboscada que nos tendieron los ingleses.


—Sé que en ocasiones insistía en acompañarte. Siempre tuvo mano firme con el arco. Pero esto...


—Sí. Nos venía muy bien contar con su ayuda, y yo nunca le impedía que hiciera lo que quisiera. Pero ahora Sai la tiene prisionera en Wildshaw, y espera atraerme utilizándola a ella.


—Pero si intentas rescatarla por la fuerza, pondrás en peligro su vida y también la de otras personas.


—Así es. Por eso he decidido ofrecer un trato. Una vez que Karin esté libre gracias al trueque, me cobraré mi venganza.


John le miró fijamente a la luz de las velas votivas que enmarcaban la tumba de la santa.


—¿Qué puedes tener tú que sea lo bastante importante para que ese hombre haga lo que tú quieres?


—La profetisa de Aberlady —respondió Sasuke.


—¿La tienes? —susurró John.


—La tendré —repuso Sasuke.


—¿Pretendes tomar como rehén a Naruto de Aberlady la dorada? —preguntó John, bajando el tono de voz hasta convertirlo en un cuchicheo de ansiedad.


—Si él puede utilizar a Karin para atraerme, yo puedo utilizar a la profetisa —gruñó Sasuke.


—¡Pero Naruto la dorada! Tengo entendido que el rey inglés aprecia mucho sus profecías. Se pondrá furioso si le sucede algo.


—Ya está furioso conmigo, por ser un fiel camarada de Wallace. Últimamente ha llegado a mis oídos que el rey Eduardo desea que la profetisa sea llevada a su presencia para que haga adivinaciones de forma exclusiva para el trono de Inglaterra.


—Ah, ya comprendo. El precio de esa mujer es bastante alto.


—Exactamente. Se trata de un rehén muy valioso... por muchas razones.


—Cierto —señaló John amargamente—. Predijo la caída de Stirling, el apresamiento de Wallace, la traición del Halcón de la Frontera. El rey Eduardo quiere que continúe la buena racha.


—Ese pequeño gorrión podrá cantar para el rey más tarde —dijo Sasuke en tono calmo—. A mí no me resulta muy divertida que digamos, puesto que me echó un lazo al cuello con su bonita palabrería. Si Sai paga el precio que yo le pida, Karin, podrá tener a su profetisa y llevársela al rey inglés como muestra de su lealtad, si le apetece.


—¿Pero por qué iba a querer Sai a esa profetisa?


—Porque es su prometida. —La frase caló suave pero nítida en medio del silencio.


John le miró con una expresión de asombro, y a continuación sacudió la cabeza negativamente.


—Ese es un plan muy arriesgado, y temerario también. Estás dejando que el corazón y las tripas gobiernen tu cabeza. Sé prudente.


—Ya sea temerario o sensato, con el corazón o con las tripas, así es como se hará. ¿Prefieres que me limite a presentarme ante las puertas de Wildshaw y solicitar que devuelvan a mi prima a su familia?


John negó con la cabeza.


—Estarías muerto antes de que pudieras siquiera abrir la boca.


—Hoy mismo iré al castillo de Aberlady a solicitar una audiencia con la profetisa. Supongo que un peregrino puede requerir su sabiduría. —Sasuke sonrió apenas—. Aunque dudo que la verdadera sabiduría sea la de ella.


—Tal vez te sea posible verla si les pides permiso a su tio y a su sacerdote —dijo John, frunciendo el ceño—. Pero recuerdo haber oído decir que su tío, sir Yahiko, que es un caballero rebelde, fue hecho prisionero por los ingleses después de una escaramuza.


—Su hija está hecha de otra madera —replicó Sasuke— Sai, aunque es escocés, se ha pasado al Iado de los ingleses.


—Ten cuidado, Sasu —advirtió John—. Puede que haya guardias a su alrededor. Su sacerdote es el padre Yamato, de la parroquia de Stobo. Si acudes a él, quizá conceda permiso a un humilde peregrino que suplica ver a la profetisa.


—Necesito desesperadamente el consejo de esa mujer —dijo Sasuke burlón, arrastrando las palabras.


John dejó escapar un suspiro.


—Si no fuera porque se trata de ti, me opondría a este plan. Es deshonroso tomar como rehén a una mujer.


—Dile eso a Sai, que tiene prisionera a Karin. Naruto la dorada no sufrirá ningún mal trato estando a mi cuidado. Sólo pasará un tiempo custodiada.


—Si la custodias sólo la mitad de bien que los halcones que adiestraste hace tiempo, la muchacha estará a salvo.


—He aprendido mucho con la cetrería —repuso Sasuke—. Con la paciencia se llega a muchas partes. Karin será liberada sin sufrir daño alguno, y yo entregaré la vidente a Sai y a los ingleses para que la disfruten.


—¿Entonces qué pasa con Sai? Antes has hablado de venganza.


—La profetisa pronto necesitará un nuevo esposo —dijo Sasuke con vehemencia—. El rey Eduardo le buscará un buen partido.


—La mantienen aislada —dijo John—. Puede que esto no resulte tan sencillo como crees. —Suspiró— Todo esto es deshonroso.


—En ese caso, Sai y yo tenemos un pacto —masculló John—. Es la ironía de la vida. Debo cometer un acto deshonroso para llevar a cabo algo honorable.


—¿Qué quieres decir?


—No pude hacer nada cuando capturaron a Wallace —dijo Sasuke en voz baja, inclinando la cabeza como si se estuviera confesando—. Yo estuve allí esa noche. Demasiado tarde, pero estuve. Vi cómo se lo llevaban.


—Ya. Corre el rumor de que mataste a la mitad de los guardias que le acompañaban.


—Pero no le salvé a él. —Apretó los puños y volvió a abrirlos—. Y tampoco pude hacer nada por mis hombres, algunos de ellos primos míos, cuando murieron a manos de los ingleses. Ya no puedo limpiar mi nombre manchado, pero hay una cosa que sí puedo hacer —Alzó la vista—. Puedo salvar a Karin de la bestia que contribuyó a la captura de Wallace. Y si me voy al diablo por lo demás, pues que así sea.


—El honor y la venganza, amigo mío —dijo John—, con frecuencia no se entienden entre sí. Sé cauto.


—Como siempre —dijo Sasuke poniéndose de pie.


—¿Y qué es eso de las profecías de Naruto la dorada? —John también se incorporó.


—Me condenó mucho tiempo antes de la muerte de Will con esa bobada de los halcones y las águilas. Ella contribuyó a manchar el nombre del Halcón de la Frontera. Me gustaría saber si forma parte de algún juego perverso para envenenar Escocia con rumores de fracaso. De ahí sus profecías, que favorecen a los ingleses.


—Sí, no tienes más que fijarte en el matrimonio que va a contraer. —John frunció el ceño—. ¿Pero y si es una verdadera vidente?


—Entonces posee un gran don, y podrá adivinar todo lo que yo quiera saber —dijo Sasuke amargamente—. De cualquiera de las dos maneras tiene valor como rehén para mí. Será una pieza muy útil en el juego que quiero jugar. —Dio un paso atrás—. Tengo que irme.


John asintió con un gesto y trazó el signo de la cruz en el aire como bendición. Sasuke estrechó con fuerza la mano de su amigo y a continuación salió de la capilla por una pequeña puerta lateral. Se subió la capucha para protegerse de la lluvia y pasó por delante de las ruinas del refectorio, donde la niebla se arremolinaba entre las piedras cubiertas de moho y renegridas por el humo. Levantó la vista y vio una ventana de tracería rota, recortada contra el cielo, que enmarcaba las distantes colinas azuladas. Recordó que Wallace había amado aquellas bellas colinas. Estuvo dispuesto a dar su vida para protegerlas.


Dejó escapar un profundo suspiro. Era mucho lo que debía a Wallace, y ni siquiera podría pagar su deuda ahora que su camarada estaba muerto y que su propio nombre había caído en desgracia. Nadie seguiría ya al Halcón de la Frontera en su empeño de luchar por la marchita causa de Escocia. La profecía de Naruto la dorada y la enmarañada red que se había tejido a partir de ella —y de sus propias acciones— ayudaron a hacer de él un traidor.


Inclinó la cabeza y dejó atrás la abadía, pensando en aquella profetisa que había causado tanta destrucción con sus malditas y reiteradas predicciones sobre los halcones. Cuando la tuviera en su poder, mientras aguardaba la respuesta de Sai a su petición de rescate, aprovecharía la oportunidad para enterarse de cuánto de verdad había en aquellas predicciones. No le cabía ninguna duda de que la profetisa actuaba como cómplice de alguna clase, o tal vez como una marioneta, de Sai y de otros. Averiguaría la verdad, aunque no le reportara ningún bien saberla. El daño ya estaba hecho.


Caminó en medio de la llovizna en dirección al pequeño cementerio que había junto a la abadía. En el centro había un arbusto de espino solitario. Se detuvo a mirarlo.


Bajo aquel arbusto yacía la madre de Wallace. Recordaba la mañana en que él, John Blair y Wallace la enterraron allí, en una tumba privada y sin marcar, para que nadie supiera dónde descansaba lady Wallace. Will lo había querido así, temiendo la destrucción o la veneración de los restos de su madre, dependiendo del destino de él. Sasuke tenía la intención de guardar aquel secreto para siempre. Después de todo, aquello era lo mínimo que podía hacer por un amigo.


Dejó a un lado el espino y se encaminó hacia el sendero que conducía al bosque que se extendía más allá del convento.


Por un instante tuvo el impulso de dar la vuelta y regresar a la serenidad que reinaba en el interior de la capilla, absorber aquella paz y hacerla penetrar en su corazón, en su alma. Pero siguió caminando a través de la lluvia sin detenerse. Por mucho que él la ansiara, la verdadera paz le eludía siempre. Le resultaba mucho más fácil buscar el peligro que el consuelo.


En pocos minutos alargó la zancada y echó a correr hacia la linde exterior del bosque.


 


Los muros de piedra arenisca del castillo de Aberlady resplandecían con un color rosado a la luz del crepúsculo mientras Naruto Uzumaki ascendía los escalones que llevaban a las almenas. Caminó de frente con paso firme y resuelto y la cabeza alta y orgullosa, mirando fijamente el muro recortado que se extendía frente a él.


Se quitó con una mano el velo de seda blanca y se lo guardó en la manga. Acto seguido, sin dejar de andar, se deshizo la gruesa trenza rubia con dedos firmes. Pero bajo los pliegues de su vestido gris y de su sobreveste le temblaban las rodillas. El hambre y la fatiga lo habían debilitado, se dijo a sí misma. No el miedo. En ningún momento fue el miedo. No podía permitir que nadie viera eso en él, y menos que se supera que en verdad era varón. Cada día, al ponerse el sol, a lo largo de las diez semanas que duraba el asedio, paseaba por el mismo sitio para demostrar a los ingleses que aún seguía allí y que estaba ileso. Y todavía desafiante.


La brisa le levantó la mata de pelo suelto mientras avanzaba por el paseo de ronda del muro en dirección a las almenas construidas sobre la entrada principal. Se asomó por una tronera y miró hacia abajo. La vívida luz del atardecer se derramaba sobre el único acceso a Aberlady: una ladera rocosa llena de zanjas. A lo largo de la traicionera pendiente, un centenar de soldados ingleses se apiñaban alrededor de las fogatas y las tiendas, o permanecían agachados detrás de toscas empalizadas de madera que habían construido a modo de protección. Seguramente tenían a mano las armas, aunque la batalla de ese día ya se había calmado.


Los hombres de su tío—que ahora eran los suyos, ya que sir Yahiko había sido capturado meses atrás y estaba en manos de los ingleses— vigilaban desde posiciones protegidas a lo largo del muro. Sólo quedaban once escoceses de la guarnición de Aberlady, aunque diez semanas antes había sesenta apostados en las almenas.


Miró a su espalda por un instante. El patio, con su impresionante torre de piedra en el centro, se veía desierto. Las construcciones exteriores, bajas y con techos de paja, estaban vacías de hombres, materiales o animales. Habían dejado que los caballos salieran junto con el sacerdote en el único día de tregua que se les había concedido, y también se habían liberado unos cuantos halcones. El resto de las aves habían ido a parar a las cocinas.


Y un rincón del patio se había convertido en cementerio para los soldados y sirvientes que habían muerto en las pasadas semanas a causa de heridas, enfermedades o inanición. Era muy probable que pronto todos acabaran enterrados en aquel sombrío rincón.


Los hombres de la guarnición le hicieron un gesto con la cabeza al verlo pasar, con los arcos listos y los rostros graves y demacrados. Pero Naruto sabía que no pondrían ninguna objeción a que su supuesta señora paseara por las almenas; sabían, igual que el mismo Naruto, que el estaría seguro en cualquier parte, mientras permaneciera a la vista de los ingleses que acampaban enfrente. El enemigo no dispararía flechas ni proyectiles a Naruto la dorada, la profetisa de Aberlady.


Era su valor, más que su misterio, lo que lo protegía. Más de una vez, el comandante del asedio le había dicho a voces que el rey Eduardo quería llevarla a su presencia, ileso y de una pieza. El rey inglés, dijo el hombre, apreciaba mucho las predicciones que ella había hecho respecto de la derrota de los escoceses en Falkirk, la reciente caída del castillo de Stirling a manos de los ingleses y la captura y ejecución del rebelde William Wallace. El rey Eduardo estaba ansioso por oírla profetizar más triunfos para Inglaterra.


La noticia de la muerte de Wallace, la cual ella había intentado evitar enviándole una nota de advertencia, le había causado un hondo malestar. Pero siguió de pie en las almenas y escuchó sin revelar reacción alguna. El comandante del asedio dijo que sería bien recompensada por sus esfuerzos por parte del rey inglés. El envolvió una cortés nota de rechazo alrededor del fuste de una flecha, que fue entregada por uno de sus hombres disparándola con gran precisión y haciendo blanco en el muslo del caballero cuando este se encontraba a lomos de su caballo.


Después de aquello se intensificó el asedio. Los ingleses trajeron máquinas de asalto para derribar la puerta y los muros, y sus arqueros lanzaron flechas ardiendo por encima de las murallas de Aberlady.


Soplaba una brisa fresca mientras Naruto permanecía de pie en lo alto de las almenas que le revolvió la larga cabellera suelta, esparciéndola como si fuera un estandarte dorado y brillante. Se había quitado el velo precisamente para esto, para causar este efecto. Alzó la barbilla, adoptó una postura orgullosa y dejó que el viento le levantara y exhibiera el cabello. Pero su corazón latía aterrorizado.


En el campamento, muchos de los soldados ingleses levantaron la vista hacia el, mientras que otros practicaban con las armas o rellenaban las zanjas que llevaban hasta las puertas del castillo con ramas y escombros. Había unos cuantos que reparaban la estructura de madera de una de las dos máquinas de asalto empleadas para golpear las gruesas murallas.


El delicioso aroma a carne asada que provenía de las hogueras de los ingleses hizo que el estómago de Naruto se retorciera penosamente. Las cotas de malla lanzaban destellos al sol mientras los ingleses comían y charlaban, preparándose para la noche. Por la mañana comenzarían otra batalla, tal vez la última, pensó Naruto. Los escasos defensores que quedaban en Aberlady estaban debilitados por el hambre y no podrían resistir otro ataque de la guarnición inglesa.


Naruto se giró para escudriñar las murallas de protección. El castillo se asentaba sobre un alto peñasco que se elevaba desde una llanura. Rodeado por escarpados precipicios por tres de sus caras y por una empinada pendiente por la cuarta, donde habían acampado los ingleses, la fortaleza tenía fama de ser impenetrable. Ningún enemigo había logrado nunca traspasar sus muros.


Naruto exhaló un suspiro y rozó la áspera piedra con los dedos. El castillo de Aberlady era resistente a todo excepto al hambre. Allí era donde había nacido, y allí pensaba que moriría finalmente.


“Pero no tan pronto, por favor, Dios mío, no tan pronto”.


—Apártate del muro, Naruto.


Al levantar la vista vio a Kakashi Hakate, el senescal del castillo, que salía de las sombras. Cuando extendió la mano hacia ella, la manga de la cota de malla lanzó un destello rojo bajo el sol.


—No te acerques, Kakashi —le advirtió—. Te dispararán.


Una triste sonrisa cruzó por el endurecido rostro del hombre.


—Llevan semanas lanzándome guijarros y espinos, y aquí sigo. Vamos, deberías estar dentro de la torre.


Lo acompañó hasta los escalones que bajaban al patio. Al hacerlo, Naruto percibió el familiar silbido y después el choque de una flecha contra el muro exterior, cerca de donde momentos antes se encontraba Kakashi.


—Por la santa cruz —musitó el hombre—, no te han dado mucho tiempo para abandonar las almenas antes de dispararme a mí.


Naruto se volvió con los labios apretados por la furia y ascendió de nuevo los escalones hasta el paseo de ronda, a pesar de las protestas de Kakashi. Sacó el velo blanco que se había guardado en la manga y se asomó por la abertura de la almena. Con un movimiento exagerado, limpió la reciente cicatriz que había quedado en el muro y después sacudió el polvillo de piedra del velo y volvió a meterse dentro. La brisa le levantó la densa masa de su cabellera.


Entre las tropas inglesas estalló un griterío de vítores mezclados con varios sonoros abucheos. Naruto inclinó la cabeza con un gesto regio y se dio la vuelta para descender los escalones. Kakashi la observó meneando la cabeza negativamente.


—Has cambiado mucho en estas últimas semanas, Naruto —le dijo—. En otro tiempo habría dicho que eras una muchacha demasiado gentil para demostrar semejantes agallas. Minato Namikaze estaría orgulloso de ver que su hija defiende el castillo con tanta inteligencia.


—Mi padre, si estuviera aquí, no se rendiría jamás. Ni yo tampoco.


Bajó los peldaños con toda calma, pero el corazón le latía con fuerza y las manos le temblaban tras aquella exhibición de actitud desafiante. Tal vez tuviera inteligencia, pero las agallas eran falsas. Había aprendido a ocultar sus miedos y a mostrar un valor que no existía.


Una nueva flecha se estrelló contra las almenas, por encima de ellos, seguida de un estallido de risas que se elevó desde el campamento enemigo. Kakashi alzó una mano para disuadir a los escoceses que montaban guardia en las almenas de contestar al ataque, y después levantó una ceja hacia Naruto a modo de advertencia, para impedirle que hiciera otra aparición en lo alto del muro. El se limitó a suspirar con cansancio y a sacudir negativamente la cabeza.


—Ojalá hubiera terminado ya todo esto —dijo—. Anoche soñé que recibíamos ayuda y que salíamos de aquí, libres.


— ¿Es una profecía? —preguntó Kakashi.


—Sólo una esperanza —respondió Naruto con voz queda—. Sólo una esperanza.


Alzó los ojos al cielo. El resplandor rojo del sol poniente iba virando al añil. Aquel sueño no había sido profético; al fin y al cabo, aún podía contemplar aquel hermoso cielo. No había sentido el pesado tributo de la ceguera que acompañaba a toda profecía, y llevaba mucho tiempo sin sentirlo. Mientras miraba hacia arriba, un leve escalofrío le recorrió todo el cuerpo y sintió calor en el hombro, como si la hubiera tocado una mano grande y suave. Miró a Kakashi, pero este se había dado la vuelta y estaba examinando las almenas.


Naruto frunció el entrecejo, pues tenía la sensación de una mirada penetrante posada en ella, y también percibía una fuerte presencia. Miró nerviosamente a su alrededor, a las sombras cada vez más pronunciadas del patio vacío. Era sólo el cansancio y el miedo, se dijo a sí mismo severamente.


—Hay sopa en la cocina —dijo Kakashi—. Ven a cenar.


—Enseguida voy. —Tomaría una pequeña porción, tal como había hecho en los últimos tres días. La ligera sopa, que ella misma había preparado con agua del pozo y cebada, tenía que alcanzar para todos.


Cuando se terminase el último grano —cosa que sucedería pronto—, se enfrentarían a un enemigo más fuerte que ningún ejército. Ya notaba los efectos de la inanición en el temblor que tenía en pies y manos y en el hambre, el mareo y el sordo dolor de cabeza que sufría desde hacía días.


—Apenas queda cebada suficiente para hacer sopa mañana —dijo Kakashi.


—Lo sé —contestó ella en voz baja.


—Naruto. —Su voz llevaba una nota de gravedad—. Tú eres la “dama de Aberlady”, y la heredera de sir Yahiko. Eres tú quien debe dar la orden definitiva de rendición. Yo no puedo hacerlo.


—Mi tío no querría que nos rindiésemos.


—Pequeña —dijo Kakashi con cariño—. Él no querría que muriésemos.


Naruto le miró. Kakashi Hakate formaba parte de la guarnición de Aberlady desde que el no era más que un niño. Su destreza, su experiencia y su sensatez habían resultado esenciales a lo largo de aquellas horribles semanas de asedio. El se había apoyado en su recio carácter y había aprendido mucho de él.


Lanzó un suspiro, debatiéndose entre su preocupación por la guarnición y su lealtad hacia Aberlady y su tío ausente.


—Creí que podríamos derrotarles por medio de la resistencia. Creí que nuestros víveres durarían más.


—Naruto, hemos de rendirnos.


—Pronto vendrá sir Sai a ayudamos. Recuerda que, antes de que comenzara el asedio, dijo que sabía dónde tenían los ingleses prisionero a mi tío. Fue a buscarle. Cuando regrese nos ayudará, y traerá a mi tío con él. —Percibió la nota quebradiza en su propia voz, pero no quería admitir que ella misma había empezado a perder las esperanzas.


—Dudo que veamos a sir Sai —gruñó Kakashi—. Tenemos que rendimos. Tu seguridad es de importancia primordial para mí. Los ingleses no te harán daño, porque su rey quiere verte.


—Pero sí te harán daño a ti —replicó Naruto—. Nos harán prisioneros o nos matarán en cuanto pongamos un pie fuera de las puertas. Aberlady se convertirá en un baluarte de Inglaterra. Pero este castillo es uno de los puntos fuertes de Escocia. Mi tío esperaría que lo mantuviéramos a salvo hasta su regreso.


Kakashi lanzó un suspiro.


—Prenderemos fuego a Aberlady al marchamos. Por lo menos, así los ingleses no podrán tomarlo.


—¡Quemar Aberlady! —Naruto se quedó mirándole.


—¿Prefieres que lo capturen?


—¡No podemos destruirlo! —La idea de quemar Aberlady, su hogar, su refugio, su protección, lo aterraba—. ¿Y si siguiéramos resistiendo?


—En ese caso moriremos de hambre.


—Sir Sai vendrá por nosotros. Se enterará de lo que está ocurriendo aquí.


Kakashi la miró durante largos instantes.


—No podemos seguir así, Naruto.


El apartó la mirada en silencio y contempló la decreciente luminosidad del cielo. A su lado, Kakashi guardó silencio durante largo rato. Pero entonces le oyó exclamar:


—Tal vez tengamos otra alternativa, después de todo. —Naruto notó una súbita tensión en su voz. Le miró y vio que torcía el gesto y que aferraba la empuñadura de su espada.


—¿Cuál es, Kakashi?


—Mira allí —murmuró él—, en el rincón más alejado del patio, detrás de los establos.


Naruto hizo como él le decía, y lanzó una leve exclamación. Un grupo de hombres —cuatro, cinco, contó a toda prisa— emergió de las sombras por detrás de la pared trasera del recinto. Avanzaron audazmente hacia el centro del patio y se dirigieron a los escalones donde se encontraban Kakashi y ella. En las almenas, los hombres de la guarnición levantaron sus arcos y los sostuvieron en posición.


Naruto miró a Kakashi. Este levantó una mano para ordenar en silencio a la guarnición que no atacara. Naruto volvió a fijar su atención en los cinco hombres con el corazón retumbándole en el pecho y ligeramente mareado, como si toda la tensión de las pasadas semanas hiciera presa en el de repente.


—Dios santo —susurró con voz ronca—. ¿Quiénes son?


De aspecto salvaje y desaliñado, vestían túnicas sencillas, chalecos de cuero y capas gastadas, aunque portaban buenas espadas y arcos y bastones bien hechos, como si fueran caballeros. Uno de ellos se adelantó y empujó hacia atrás la capucha de su larga capa de color marrón, sujeta con una concha de peregrino. Era más alto que sus compañeros, de hombros anchos y piernas largas y esbeltas. Sus ropas y sus calzas estaban gastadas y descoloridas, y su enmarañado cabello negro como ala de cuervo y su oscura barba necesitaban un recorte. Naruto se fijó en que sus facciones estaban bellamente cinceladas.


Se acercó hasta el con paso ágil y fuerte. Su presencia pareció llenar el aire igual que la descarga de un rayo, dejando paralizados a quienes le observaban. Conteniendo una exclamación, Naruto se dio cuenta de que había percibido su llegada momentos antes, como si su mirada e incluso su mano lo hubieran tocado en aquel momento.


El hombre cogió el arco sin tensar como si fuera un bastón y se detuvo muy cerca del primer peldaño. Cruzada sobre su espalda centelleó la empuñadura de una espléndida espada. Tras saludar a Kakashi con un gesto de la cabeza, posó su mirada directa en Naruto.


—¿Lady Naruto Uzumaki? —preguntó. Su voz era tranquila, con un timbre grave que se hacía oír—. ¿La profetisa de Aberlady?


El asintió.


—¿Quién sois vos? —le preguntó a su vez, juntando las manos temblorosas frente a sí. Él inclinó la cabeza.


—Venimos a rescataros.


Naruto lo observó, fascinado y atónito. Aquel desconocido poseía una belleza salvaje y una sorprendente aura de poder, realzada por su misteriosa llegada. Sus ojos refulgían en un negro profundo, como el color del cielo en la noche sin luna, y sus manos, que sostenían el arco, eran fuertes y elegantes. Parecía estar más allá del mundo ordinario, un hombre salido de la niebla, como si proviniera de las leyendas de la antigua raza y del reino de las hadas.


Al principio, Naruto no logró encontrar una respuesta. Se sentía casi hechizado. La mirada firme y brillante de aquel hombre parecía evaluarlo desde la cabeza hasta las raíces de su alma. A cambio, el vio la chispa de aguda inteligencia y firme propósito que destellaba en sus intensos ojos negros, y notó la fuerte corriente de peligro que le rodeaba.


Respiró hondo y alzó la barbilla.


—Vos conocéis mi nombre, pero yo no conozco el vuestro —dijo calmosamente, a pesar del miedo que sentía. Lo recorrió una extraña y primitiva emoción—. ¿Cómo habéis penetrado nuestras murallas?


—A través de la poterna que hay en el muro norte —contestó él. Naruto le miró fijamente.


—Pero esa pequeña puerta está escondida detrás de rocas y matorrales, y da a un barranco de más de treinta metros de alto. ¿Cómo habéis llegado hasta allí?


Él se encogió de hombros.


—Me ha llevado algún tiempo.


—¿Quién sois? —le preguntó de nuevo.


—Soy Sasuke Uchiha —respondió él con su voz grave y autoritaria. Naruto oyó la exclamación de Kakashi, pero a ella el nombre no le decía nada—. En ocasiones —prosiguió el hombre— me llaman el Halcón de la Frontera.


Jesu —jadeó Kakashi—. Me lo temía.


Naruto dejó escapar una ligera exclamación. Aquel nombre sí lo conocía. El Halcón de la Frontera era un renegado escocés que se escondía tanto de los ingleses como de los escoceses en las vastas extensiones del bosque de Ettrick. Su llegada a Aberlady podía significar la salvación... o la completa derrota para todos ellos. Todo el mundo sabía que últimamente sólo se guardaba lealtad a sí mismo.


Naruto había oído rumores de que el Halcón de la Frontera había huido hacia el norte, el oeste, el sur, incluso hacia el mar; que era un mago que cambiaba su apariencia a voluntad; que estaba vivo, que estaba muerto, incluso que era inmortal, nacido de la estirpe de las hadas. Además, según recordó, también se decía que había cometido alguna horrenda fechoría contra Escocia. Sabía que ella misma le había mencionado en una de sus profecías, pero no recordaba lo que había predicho. El padre Yamato le había dicho que se trataba de un asunto pequeño y sin importancia para ella. Ahora deseó conocer del todo aquel asunto, ya fuera pequeño o grande.


—Sasuke Uchiha —dijo Kakashi—. Conozco bien ese nombre, señor. Sois bienvenido aquí si vuestro propósito es bien intencionado. En caso contrario... os superamos ligeramente en número de hombres. —Indicó el parapeto, donde los hombres apuntaban a medias sus arcos hacia los recién llegados.


—¿Qué propósito os trae aquí? —preguntó Naruto—. Es evidente que no habréis subido hasta aquí sólo para rescatarnos. No nos conocéis.


—Vengo por un asunto privado —repuso Uchiha—. No sabíamos nada del asedio hasta que nos aproximamos al castillo. Se nos ha ocurrido traer un poco de ayuda a los defensores de Aberlady... y algo de comida. —Hizo una seña a uno de sus hombres, que se acercó y sacó tres conejos muertos de un saco—. Supongo que esto será de vuestro agrado.


—Así es —dijo Kakashi—. Os damos las gracias. En las cocinas hay unos cuantos de nuestros hombres. Ellos pueden preparar la carne.


El joven compañero de Uchiha asintió con un gesto y se dio la vuelta para echar a correr hacia la torre de muros de piedra que se elevaba en el centro del patio.


—He oído decir que el Halcón de la Frontera cuenta con un ejército de hombres capaces escondido en el bosque de Ettrick —dijo Naruto—. ¿Están ahí fuera, listos para atacar a los ingleses y echarles de aquí?


—No somos más que cinco —dijo Uchiha


—¡Frente a las puertas hay más de un centenar de ingleses! —explotó Naruto—. ¡Y vos traéis sólo cinco hombres!


Él juntó sus cejas rectas y oscuras por encima de sus profundos ojos azules.


—Os llevaremos hasta un lugar seguro —dijo en tono tranquilo pero severo.


El le miró boquiabierto, y a continuación se volvió hacia Kakashi.


—Dicen que un caballero escocés nunca se prueba de verdad hasta que huye junto al Halcón de la Frontera —le dijo Kakashi—. Puede que estos hombres sean pocos en número, pero no hay duda de que son listos y muy diestros.


—Al menos, eso dijeron de mí en otro tiempo —señaló Uchiha—. Podemos sacaros de aquí por el mismo sitio por el que hemos entrado nosotros.


—¿Por el precipicio de la cara norte? —preguntó Naruto, estupefacto.


Él asintió.


—Después de que hayáis comido, y cuando oscurezca un poco más, nos marcharemos.


—¡Pero los ingleses tomarán el castillo si nosotros lo abandonamos! —exclamó Naruto.


—No lo abandonaremos. —La voz tranquila de Uchiha subrayaba la fuerza y la seguridad que emanaban de él—. Es una costumbre escocesa hacer que los castillos queden inutilizables para los ingleses. Un castillo se protege con la fuerza de las armas o se destruye.


—¡Se destruye! —exclamó Naruto otra vez.


—Sí.


Sasuke Uchiha pasó junto a el y empezó a subir los escalones en dirección al paseo de ronda. Kakashi le dirigió una mirada grave y se dio la vuelta para seguirle. Naruto se cogió las faldas y echó a correr escaleras arriba en pos de ambos.


Kakashi se volvió hacia ella.


—¡Ve a la torre, Naruto!


—¡Pero él pretende destruir Aberlady! —protestó.


—Sabes que es necesario.


—¡No conocemos a ese hombre! ¡No podemos confiar en que vaya a ayudarnos!


—Yo conozco su nombre y su reputación.


—¡Entonces sabrás lo que dicen de él!


Kakashi lanzó un suspiro.


—Naruto, piensa. Sasuke Uchiha nos ofrece la posibilidad de sobrevivir. Nos ofrece esperanza, donde ya no quedaba ninguna.


—¡Aberlady será destruido por culpa de esa esperanza!


—Con la última gota de mis fuerzas —rugió Kakashi—, con mi propia mano, yo mismo habría prendido fuego a estos muros para impedir entrar a los ingleses. Esta es nuestra única oportunidad. Acéptala.


Naruto le miró fijamente, aturdido y silenciadoa por la verdad. Kakashi se volvió y se alejó para reunirse con Uchiha, que estaba de pie detrás de uno de los bloques de piedra de las almenas, escudriñando con la mirada la guarnición inglesa. Naruto vaciló, y después echó a correr por el paseo de ronda tras ellos, deteniéndose frente a una almena totalmente a la vista de los soldados ingleses.


Uchiha se abalanzó sobre el y lo agarró del brazo, arrastrándolo para que se refugiara tras el bloque de piedra. Naruto quiso resistirse, pero él lo sujetó con fuerza.


—¿Estáis mal de la cabeza, para colocaros ahí en medio?


—Los ingleses no me harán daño —replicó con certeza.


—Si creéis eso, entonces no sois muy buena profetisa —le espetó él sin soltarlo.


—Mirad —dijo Kakashi a Uchiha desde su posición, a escasa distancia de él—Todos los días, los ingleses rellenan esas zanjas de ramas y maleza para allanar el terreno a sus máquinas de asalto. Y cada una de esas veces nosotros les prendemos fuego.


Llamó a dos hombres de la guarnición, que se pusieron a preparar flechas ardiendo con telas, resina de pino y una antorcha, materiales que tenían cerca precisamente para ese fin. Dispararon las flechas en llamas, que volaron cruzando la creciente oscuridad y cayeron en las zanjas, incendiándolas.


Sujeta por la garra de acero del brazo de Uchiha, Naruto torció el cuello y vio cómo el fuego lanzaba chispas y llamaradas. Vio a los hombres de Uchiha, con los arcos preparados, subir los escalones y situarse a lo largo de las almenas, junto a la guarnición de Aberlady.


—Cuando os suelte —le murmuró Uchiha al oído—, quiero que recorráis a gatas el paseo del parapeto hasta esa torreta de la esquina.


—Cuando me soltéis —dijo Naruto entre dientes—, iré a donde me plazca.


—Naruto, haz lo que te dice —le rogó Kakashi al tiempo que cargaba una ballesta. Se agachó para esquivar una flecha que pasó volando por encima de su cabeza y fue a clavarse en un barril, seguida de otras dos que chocaron contra la piedra y cayeron a un lado. Uchiha lo soltó.


—¡Idos! Manteneos agachada.


Naruto se incorporó audazmente de frente a la abertura de la aspillera. Sabía que una vez que los ingleses la vieran, dejarían de disparar. Pero al ponerse de pie una flecha la alcanzó en el brazo derecho con tremenda fuerza. El impacto del golpe la hizo girar sobre sí misma, impotente, y lanzó un grito. Sasuke lo agarró y lo obligó a agacharse. Naruto se dobló hacia delante presa de un intenso dolor, y Sasuke se echó sobre el, sosteniéndolo con un brazo mientras tiraba de la tela destrozada de la manga.


—¡Naruto! —exclamó Kakashi—. Santo Dios, si lo hubieran visto no habrían disparado. Se ha puesto de pie demasiado aprisa. ¡Naruto!


—No es grave.


Naruto oyó la voz tranquilizante de Uchiha a través de una nebulosa, a causa del dolor. Con gran habilidad, él partió el largo fuste que sobresalía de su brazo y dejó la punta incrustada en el músculo.


—¿Podréis aguantar un poco, mi señora? —le preguntó.


El se mordió el labio inferior y afirmó con la cabeza. Alrededor de ellos siguió precipitándose una cruel lluvia de flechas que se estrellaban contra la madera y la piedra. En cuestión de pocos segundos, una flecha pasó silbando por el hueco de la almena y rozó levemente la espalda del chaleco de Uchiha, que estaba agachado sobre Naruto. Otro proyectil alcanzó a esta en el tobillo izquierdo y después cayó a un lado. Naruto se estremeció y gritó, agarrándose la pierna. Uchiha maldijo y lo atrajo hacia él con un gesto brusco, protegiéndolo.


—Acabaréis muerta si os quedáis aquí —rugió al tiempo que la sujetaba por la muñeca. Mientras las flechas silbaban y chocaban alrededor, tiró de Naruto medio arrastrándola por el suelo hasta una pequeña torreta, abrió la puerta de un puntapié y la empujó al interior.


La acomodó en el suelo de piedra del minúsculo y oscuro recinto y se arrodilló en cuclillas junto a el. Le cogió el brazo con una mano y examinó la herida a la tenue luz que penetraba por la tronera. Sin pedirle permiso, le levantó el borde de la falda y rasgó una ancha franja de tela de la enagua bordada, y utilizó parte de ella para tapar la herida sangrante que Naruto tenía en el brazo derecho, mientras el, con mano temblorosa, sacaba el velo de seda que llevaba oculto en la manga y se lo apretaba contra el corte abierto del tobillo.


—Las heridas de flecha son muy dolorosas —dijo Uchiha—. Yo mismo he sufrido varias. Pero estas se curarán bastante bien. Ahora no puedo ocuparme de ellas, pero enseguida regresaré para ver cómo siguen. Mientras estéis aquí, quedaos sentada por debajo de la abertura de la tronera. —Sacudió la cabeza—. Ha sido una locura ponerse de pie detrás de las almenas.


—Los ingleses nunca me disparan —dijo Naruto—. Cuando yo estoy en el muro, dejan de lanzar flechas. Pero como está oscuro, no me han visto.


Uchiha le quitó la tela de la mano y se la puso alrededor del tobillo.


—Me cuesta creer que sea simplemente por caballerosidad —dijo—.¿Tenéis alguna clase de acuerdo con ellos? —preguntó mirándola con intención.


Naruto aspiró con fuerza al notar el tono.


—No quieren hacerme daño porque su rey desea entrevistarse conmigo. Y eso nos ha ayudado, una y otra vez, durante este asedio. Me he puesto de pie porque con ello esperaba detener la batalla.


Él no dijo nada, sino que se incorporó y la miró fijamente, con los ojos relucientes de un color azul noche en las sombras. Naruto percibió en él una profunda rabia y una firme determinación.


— Sasuke Uchiha —le dijo, levantando la vista hacia él—. ¿Por qué habéis venido? ¿Os ha enviado alguien?


—He venido —respondió él con suavidad— a buscar a Naruto la dorada, la profetisa de Aberlady. —En su tono había algo que provocó en Naruto un estremecimiento a lo largo de la columna vertebral—. Vos y yo tenemos asuntos que discutir.


—Yo no os conozco —replicó ella—, aunque vos sí parecéis conocerme a mí.


Uchiha se encogió de hombros.


—La profetisa de Aberlady es muy famosa.


Naruto recordó que había hecho una predicción que hablaba de él, y de nuevo deseó saber cuál había sido. Se limitó a mirarle en silencio.


—Dejad que haga una predicción, Naruto la dorada —dijo Uchiha con voz grave y amenazante—: Llegaréis a conocerme bien. Y llegaréis a lamentar lo que vos y los vuestros me habéis hecho a mí y a los míos.


Naruto dio un respingo al percibir la dureza de su tono.


—No... no comprendo.


—Yo creo que sí. —Se volvió hacia la puerta—. Regresaré en cuanto pueda para atender esas heridas. Aquí estaréis a salvo. —y acto seguido salió por la puerta y emergió bajo una granizada de flechas.


Naruto se quedó mirando el lugar por donde había desaparecido, con el corazón desbocado y preguntándose verdaderamente hasta qué punto estaba a salvo.


 


Continuará...


 

Notas finales:

Espero comentarios, quizás el fic no sea tan bueno como el otro ToT


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