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No Me Llames Pato por AthenaExclamation67

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No Me Llames Pato
By AthenaExclamation67


Cap.I

- Seiya… - susurró Shun muy preocupado - ¿Estás seguro? - preguntó creyendo que lo que ambos estaban haciendo, no era ni de cerca, lo más adecuado.
- Claro Shunny… - sonrió ampliamente - si ellos no se deciden, nosotros les daremos un pequeño empujón - acabó.

Seiya y Shun, estaban más que hartos de ver como sus “hermanos” no dejaban de pelearse. Shun, podía decirse que sobre todo, se preocupaba muchísimo por Ikki, no es que quisiera menos a Hyoga, simplemente, es que Ikki era su hermano de sangre, y la sangre, como el mismo Ikki solía decirle… Se siente más intensamente.

- Pero Seiya… - balbuceaba nervioso, viendo como en escasos minutos, su plan daría comienzo - en verdad creo que no es lo mejor… - le sujetó de un brazo y le miró a los ojos.
- Claro que si… - se le acercó y lo acorraló contra la pared del amplio pasillo de la mansión - esto será lo mejor que haremos por ellos en nuestras vidas - quiso tranquilizarle - todo saldrá a pedir de boca… - se inclinó y le besó lentamente, aprovechando que la madrugada, les daba cierta intimidad.

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Por todos era sabido, que los benjamines hacia tiempo estaban demasiado unidos. Muchísimo, como solían decir sus hermanos mayores, y felices porque nunca antes los habían visto tan radiantes, les apoyaron en todo tipo de situaciones. Algunas buenas, y otras más desagradables.

Desagradables por el hecho de que siempre se cruzaban con algún ser intolerante que al principio de la relación, les dejaba bastante mal a ambos, pero que con el paso del tiempo, solo Shun fue el que más acusaba los malos modales de la gente.

Pero eso, poco a poco se fue pasando, y salvo en ocasiones, ambos se enfrentaban a todo aquel que quisiera humillarlos, más en alguna que otra situación, viendo lo extremista que podían llegar a ser algunas personas, y ante el llanto desconsolado de su hermano menor. Ikki había dado alguna que otra lección a los individuos detestables que no les dejaban disfrutar de la vida como ellos habían elegido.

Gracias a ese apoyo incondicional por parte de todos sus allegados, una situación extraña se fue creando. Situación que Seiya creyó adivinar, y que rápidamente, puso en conocimiento de Shun para que viera si lo que él se estaba imaginando, era realmente lo que estaba pasando.

Tras días de observar sin descansar. Pudieron cerciorarse de que realmente, allí estaba pasando algo, pero no sabían el motivo por el cual, los susodichos aún no se habían animado a hablarlo.

Estuvieron más días, viendo como Ikki, provocaba claramente a Hyoga. Y como Hyoga, sin importarle lo más mínimo, incluso sin darse cuenta de ello, le seguía el juego. Provocando él en ocasiones las peleas, o incluso dándole algún que otro golpe sin motivo, para poder oír renegar a Ikki. Podría decirse, que de algún modo extraño, le gustaba oír como Ikki le dedicaba la sarta de sandeces que tenía en su repertorio personal, aunque siempre era bastante interesante escuchar lo que Ikki le gritaba a Hyoga para que, como no, rabiara hasta que también se pusiera a renegar.

Pero una palabra bastaba cuando quería que Hyoga acabara realmente enojado. Palabra que todos sabían y no se atrevían a pronunciar, y ese atrevimiento por parte de Ikki, fue el que más les hizo sospechar a los pequeños de que algo entre ellos estaba empezando a pasar.

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- Shunny - sonrió tras separarse de los labios de su dulce novio - verás que después de esto, acabarán juntos, como nosotros - le acaricio la mejilla con su mano libre, puesto que en la otra, llevaba un gran ramo de rosas de un color azul intenso, salvo una, la que estaba en el centro que era blanca como la nieve - yo quiero que sean tan felices como nosotros - añadió.
- Está bien… - sonrió dándole un suave besito en la punta de la nariz, incorporándose después para poder besarle lentamente los labios - sólo espero - se sonrojó por el beso que Seiya, al llevar su lengua a la boca de Shun, hizo más intenso - que después de esto, mi hermano no nos queme vivos a ambos - tomo la mano de Seiya que aun permanecía en su mejilla y entrelazaron sus dedos, caminando sin hacer ruido alguno hasta la puerta del dormitorio de Hyoga.

En silencio, giraron el picaporte y asomaron sus cabezas, dando gracias al cielo de que tanto Hyoga, como el resto de habitantes de esa casa, tuvieran el sueño profundo y sin pensarlo dos veces, caminaron hasta la cama, viendo como Hyoga dormía a pierna suelta abrazado a su almohada, susurrando cosas incomprensibles que les hicieron reír silenciosamente.

Aprovecharon el espacio vacío de esa enorme cama que Hyoga no llenaba y dejaron el ramo de rosas estratégicamente colocado, justo frente a su cara para que cuando despertara, fuera lo primero que vieran sus ojos, y también la escueta nota que dejaron acompañando al bello ramo.

Después, nerviosos por lo que estaban haciendo, y deseando que todo saliera perfecto, salieron como alma que lleva el diablo de la habitación de Hyoga, sabiendo que no les quedaba demasiado tiempo para volver a su habitación, ya que en quince minutos, los despertadores de todas las habitaciones empezarían a sonar.

Cuando estuvieron en el pasillo, corrieron algo más tranquilos, entrando en el cuarto de Shun, el que siempre estaba más ordenado y que un buen día, sin haberlo meditado, acabó siendo su habitación conjunta. Corrieron un poco más, y saltaron sobre la gran cama, ocultándose bajo las cobijas, esperando ansiosos las reacciones, que sabían que habría.

Los quince minutos pasaron rápidamente y como sabían, los despertadores, incluido el suyo, empezaron a sonar insistentemente. Sonidos muy dispares de todos ellos, y que con el paso de los segundos, escucharon como iban cesando desde las diferentes habitaciones. Pudiendo oír después de que eso sucediese, como la casa tomaba vida lentamente.

Pero en el cuarto de Hyoga, a pesar de que este ya se había desperezado, solamente había parado el despertador, para aprovechar unos minutitos más el descanso mientras sus hermanos se estaban bañando. Así que a ciegas, sin abrir ni un poquito los ojos, tanteó la mesilla de luz y apagó el despertador, abrazando fuerte la almohada de nuevo, pensando en un nombre que le gustaría poder gritar al viento.

- Ikki…

Al mismo tiempo que a solas, pronunciaba al nombre del cual le gustaba demasiado, pudo percibir algo. Un aroma, un refinado y suave olor que le erizó la piel.

- Mmmmnn… Que rico…

Pensó e inspiró un poco más profundo, sintiendo el olor llegarle más adentro, más intenso.

- ¿Qué será?

Susurró abriendo despacio los ojos, viendo como a su lado, había un esplendido ramo con un pequeño sobre al lado que tenía inscrito su nombre.


Su corazón latió muy rápido, agitado, desbocado pensando de que podía tratarse, mejor dicho de quién, puesto que sabía perfectamente que era el día de San Jorge, y reflexiono, queriendo averiguar quién las había dejado.

No había demasiadas opciones. Primero estaba Tatsumi, al que descartó rápidamente. Después, quedaba Saori, pero ella, o eso creían todos, se veía a escondidas con Jabu. También cabía la posibilidad de que Shiryu fuera el que le hubiera obsequiado. Y por último, aunque no menos importante, estaba Ikki, que era de quien le hubiera gustado que fuera ese precioso ramo, pero sin dudarlo, frunciendo el ceño, regañándose a sí mismo, se sacó la idea de la mente, recordando lo que la noche anterior había sucedido. La terrible pelea que él empezó como broma para llamar la atención de Ikki, ya que ese creía que era el único modo de lograr que se acordara de que existía, y que acabó con Shiryu y Jabu separándolos porque casi se agarran a golpes cuando en repetidas ocasiones, Ikki empezó a llamarle pato.

Agitó su cabeza, queriendo sacar esa imagen de su mente y poder sustituirla por la belleza que ofrecía ese ramo a sus ojos, y decidido, tomo el sobre con sus manos. Viendo como estas temblaban mientras le daban la vuelta y levantaban la solapa para después sacar la bonita tarjeta con patos que le hicieron abrir los ojos como platos.

Pelear contigo es lo que me mantiene vivo patito,
Nunca dejes de hacerlo…
Ikki


Parpadeo asombrado, y sin importarle lo más mínimo que le hubiera llamado patito, pato, ganso o cualquier otro tipo de ave, tomó el ramo emocionado, levantándose de la cama para ir a su baño tropezando con todo lo que había en su habitación ya que no miraba por donde iba pisando. Únicamente las preciosas rosas captaban su atención, estas, le habían dejado hipnotizado. Más concretamente la nota que habían adjuntado.

Tomó un gran jarrón que siempre estaba sobre el armario toallero, lo lavó concienzudamente, y sin soltar su preciado regalo, lo llenó de agua fría, poniendo rápidamente en él las rosas para que no se marchitaran deprisa y suspiró, llevándolo a su mesilla, dejando el ramo iluminado por los rayos del sol. Quedando embobado mientras pensaba seriamente en lo que haría.


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