Gaara miró la lapida con la furia y el resentimiento escociéndole en las entrañas, con el dolor de la partida aún latente en el aire, en el suelo, en la roca misma donde años anteriores ambos escribieran sus nombres para la posteridad.
A su lado Sai miraba la superficie blanca como quien busca desentramar un enigma, o al menos desvelar algo que no comprende ni asimila completamente.
-¿En serio está muerto?-
-Lo está-
Respondes roncamente, pero su voz es más un masculleo agónico que una respuesta y un sollozo aletea desesperado en su pecho antes de que pueda acallarlo.
Duele tanto que es insoportable quedarse allí y mirar, escuchar las palabras que dice el sacerdote entre gemidos y lagrimas de tristeza.
-No, él no está aquí, no le hubiese gustado quedarse encerrado en este lugar-
Sai habla como si dijera algo totalmente obvio, pero ni Gaara ni ninguno de los otros le escuchan.
Sintiendo que nadie le entiende, se aleja con la cabeza gacha y el cabello pegándosele a la frente a causa de la lluvia, experimentando la carta que parece quemarle en el bolsillo.
La desdobla ceremoniosamente a la luz de una amarillenta farola y lee las letras difusas y desiguales que aunque allá leído un montón de beses no puede parar de volver a leer.
Lo quise, con rabia, desesperación y con locura, ira, tristeza, lo quise con la ternura de un amigo y la ingenuidad de un amor que todavía no sabe bien que siente en verdad.
¿No me crees?
Precisamente tú que desconoces ese sentimiento, a ti, Sai, quiero decirte la razón de todo esto, no sé porque no me he sentado contigo y alejándote de los odiosos libros un rato no te he metido en esa cabeza llena de musarañas que lo que siento no lo explican los libros, ni yo mismo puedo explicarlo.
Sé que quieres ayudarme, tal y como los otros, pero ya no hay nada que hacer.
Es porque lo quise, su marcha, su búsqueda, los momentos robados y furtivos que vivimos juntos, su forma de ser y de actuar, de expresarse.
Lo quise con furia cuando el momento lo precisaba, con dolor cuando no había más sentir que ése, pero lo quise hasta el momento mismo en que su sangre manchó mis manos y dejó de existir, sintiendo que yo moría también en ese instante.
Sai agitó el papel cuando una gota espesa hizo humedecer la tinta y esta pareció deslizarse en una sombría imitación de una tosca lagrima, aturdido por la intensidad de los sentimientos que expresaba Naruto en aquella misiva, los mismo sentimientos que parecían querer saltar del papel y envolverle en el insano sentir de un amor maldito que no sobrevivió, pero lo que detuvo su respiración y le hizo abrir los ojos de incredulidad y espanto fue ver el trazo firme e impoluto de la letra que bien conocía, justo al borde de la hoja ya estrujada de tanto desdoblar y doblar.
Yo también le quise.