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Eyes por yoshika

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Notas del fanfic:

  • Ninguno de los personaje me pertenece. Se pertenecen a ellos mismos.

I – Hazel-eyed boy.

 

Aquella mañana despertó con un dolor agudo en su parte trasera y no le tomó más de cinco minutos recodar la causa: el día anterior, en lugar de dedicarse a la música, como acostumbraban, John decidió acostarse con él y no fue muy suave, al menos no lo suficiente como para evitarle un dolor hasta la mañana siguiente. Tampoco le preocupaba mucho; el mero hecho de lo que significaba ese daño le provocaba una sensación cálida y reconfortante, incluso lo hacía sonreír en silencio.

Volvió a hundirse entre las profundidades de las sábanas, decidido a no ir al colegio ese día.

Como ya no podía volver a dormirse, pero tampoco quería salir del catre, divagó en silencio, recordando que en esa cama tuvo su primera experiencia con otro muchacho. Era consciente de que no sería la última: John no lo permitiría, no después de haberlo pasado tan bien. Se preguntó si aquella fue también su primera vez, porque sus actitudes de primerizas o dubitativas no tenían nada; había que confesar que sintió cierta torpeza en sus movimientos, pero nada más.

God…

Suspiró, girando la cabeza, y notó que en su mesa de luz había un papel abollado, el cual le llamó la atención porque no recodaba haberlo visto antes allí. Lo tomó y leyó, intrigado, sus palabras:

What color are your eyes?

Se trataba de una pregunta más que estúpida, daba a entender que él no sabía el color de sus propios ojos. Claro que lo sabía, pero ¿quién dejó ese acertijo barato y por qué? ¿John? No, consideraba que él haría algún juego más complicado que ese. Además, sus rostros estuvieron excesivamente cerca como para no haberse dado cuenta del color. Salvo que no hubiese prestado atención a ello...

—Que idiotez, todo el mundo sabe que mis ojos son marrones.

Entonces recordó que una conocida le destacó sus grandes ojos verdes.

¿En qué quedaba, verde o marrón?

Iba a sacar el pequeño espejo del cajón de la mesa de luz, empero algo lo detuvo. Ver sus propios ojos para corroborar el color era algo más que una ridiculez. Estaba seguro de que eran verdes… o marrón muy claro, o verde oscuro tendiendo a marrón. ¿A quién le importaba? Se sentía cansado, con pereza y dolor. En la tarde, John pasaría por su casa para trabajar en lo que ayer no pudieron terminar y le daba un poco de pudor verlo como si nada, así que también tendría que inventar alguna excusa para él. No iba a desperdiciar una mañana de inactividad por el color de sus ojos que, obviamente, eran de color…

—¡Oh! ¿Y a quién demonios le importa?

Y cubriéndose hasta la cabeza con las sábanas, se esforzó en seguir durmiendo.

 

A la tarde, John ya estaba en la puerta de su casa y Paul tomando coraje para decirle que se volviera de la forma más creíble. Mentirle a John resultaba muy incómodo. Primero, porque, de alguna manera, él se daba cuenta, y segundo porque si se daba cuenta, las cosas no prometían un final feliz. Además, estaba en juego el hecho de que creyera que no le gustó para nada haber tenido sexo con él y justamente se trataba de todo lo contrario, pero tampoco se animaba a decírselo de forma tan directa.

Lo recibió vestido con su ropa de dormir. Media hora antes estuvo pellizcándose la nariz para que pareciera congestionada y practicando una voz nasal bastante aceptable. La idea era adjudicarse una gripe terrible y si no lo convencía, agregarle dolor de cabeza, algo que era imposible de verificar desde afuera. El mayor lo miró de pies a cabeza, serio, y luego preguntó:

—¿El resto de tu familia?

—Pues… hoy están todos fuera.

—¿Tu te destruyes en gripe y ellos afuera? —preguntó irónico.

Paul no sabía que decir, no sabía qué era lo que el otro esperaba en concreto y si no atinaba a la respuesta adecuada todo su plan se desplomaría, dejándolo en el peor de los ridículos. Optó por justificar que estaba lo suficientemente grande para cuidarse solo y pasar un momento sin mamá o papá tras él. Durante unos segundos los ojos del mayor parecieron haber creído todo aquello, pero la sonrisa que acababa de dibujarse en sus labios fue suficiente para darse cuenta de que estaba perdido.

John entró a la casa y cerró la puerta, luego se giró hacia Paul, cerró el puño y lo acercó su nariz, tomándola entre los nudillos del dedo mayor e índice. La movió despacio, obligando al de ojos avellana a acompañarlo con la cabeza mientras un rubor se apoderaba de sus mejillas. Se sentía como un chiquillo, un chiquillo a manos de un joven particular que, en poco tiempo, le dio a su vida un giro de ciento ochenta grados.

—Eres un niño mentiroso… de esta nariz no sale nada… —rió y lo soltó—. No estás refriado.

—Yo me he sentido así y también tengo un dolor que me parte en dos la cabeza.

—¿Si? Bueno, no hay nada mejor que un momento recreativo para aliviar todo.

No pudo decirle que no. Maldijo por dentro haciendo un puchero, pero no pudo decir que no, que se volviera porque estaba enfermo, más allá de que en el fondo lo estuviera, por otra cosa que no era ni gripe ni dolor.

John le ordenó que se pusiera ropa un poco más abrigada y que en vez de ir afuera trabajaran en el baño, la acústica de la bañera de Paul causaba un efecto que a ambos les fascinaba y prometió que no se quedaría demasiado. La tarde anterior había traído la letra de algo que estuvo dando vueltas por su cabeza bastante tiempo, mas entre mordidas y etcétera olvidó enseñársela.

Trabajaron armoniosa y creativamente, Paul había olvidado todo lo que no se relacionara en el presente; de vez en cuando notaba que los ojos de John se clavaban en los suyos, entonces desviaba la mirada y decía algún comentario gracioso, consciente de que él seguía devorándolo en silencio. Odiaba saber que le causaba una sensación fría y electrizante que recorría cada vertebra de su columna, que mirarlo fijamente mucho tiempo lo sacaba del mundo real y muchas otras cosas que fueron intensificándose con cada charla y ensayo. No estaría mal si no fuera porque se sentía vulnerable y no veía lo mismo en John, corriendo el riesgo de encariñarse en vano.

—Paul… —lo llamó—. Paul… is anybody here? —preguntó, golpeándole la frente con los nudillos.

—Oh, sorry, estaba pensando en otra cosa, ¿decías…?

—Nada, tonto. —John le apretó de la mejilla izquierda con suavidad, mientras reía en voz baja. —Babyface…

Shut up.

—Me preguntaba, mientras te observaba tan pensador, ¿de qué color son tus ojos?

Paul arqueó una ceja, confuso.

—Míralos y dime —respondió seco.

—¿No sabes el color de tus propios ojos? A veces parecen verde oscuro y otras marrón muy claro.

Se acercó en un segundo a su rostro, rozando ambas narices, sonriendo malicioso mientras los labios de Paul se fruncían en una expresión tensa y agitada.

—Cuando son verde amarronados y marones tendiendo a verde, se les dice color avellana… —Bajó hasta su cuello, respirando sobre él y luego volvió a donde estaba. —Hazel-eyed boy…

Y se acercó a él despacio, estrechando su boca sobre la de Paul, rodeándole el cuerpo con sus brazos mientras le acariciaba la nuca, le mordió el labio inferior con fuerza y luego su lengua aprovechó para recorrer la cálida boca. El sabor del menor lo embriagaba, lo obligaba a volverse más brusco. Lo acostó en el suelo del baño, sin parar de besarlo, hasta que este lo empujó para respirar y se sentó. Duró nada, y fue Paul quien correspondió al abrazó con fuerza, hundiendo su cabeza en el hueco entre hombro y cabeza del mayor, evitando ser visto o besado otra vez.

John quedó atónito ante esa reacción inesperada. Por primera vez no estuvo seguro de si hablar o permanecer callado. Se limitó a revolver con delicadeza el cabello del menor, como si fuese algo extremadamente frágil, pensando si hizo algo mal o no, si Paul no estaba afrontando la noche sodomita con la misma facilidad que él. Aunque no lo dijera de formas directas, él lo quería mucho y verlo así lo preocupó.

—¿Qué sucede?

—El chiste perdió su gracia —respondió con voz ahogada, apretándolo con fuerza.

Así fue como lo había interpretado. Todo era un juego sin trasfondo, y él una pieza más, adornando el tablero, haciendo todo más entretenido para el mayor.

—No es un chiste —respondió, mordisqueando el lóbulo de su oreja—. Al menos no para mí. El resto si lo es… toda persona que no sea tú es un chiste. Yo no veo el mundo de un fucking color rosa. —Tomó los hombros de Paul para ver su rostro; una angustia invadía su mirada. —Mi mundo es color hazel. —Dejó reposar su frente sobre la de él, observando los ojos grandes y llenos de vitalidad. —No creo que pueda volver a ver con otros colores.

—Mira que yo… mira que lo voy a creer —amenazó, sonriendo de lado.

—Esa es la idea, hazel-eyed boy.

El mayor volvió a besarlo, esta vez con suavidad y Paul respondió examinando él la boca de John.

La vida color avellana no prometía ser mala, en absoluto.

 

Notas finales:

Amo los ojos color avellana. Como veía varias fotos de Mr. Macca, me entró la duda de qué color eran, hasta que en un foro donde el tema estaba dedicado a debatir la cuestión (XD) descubrí que esos son los famosos ojos avellana.

Dominar el campo del Beatleslash es tan complicado... sean piadosos.

 

Saludos.


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