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Labios de Fresa por T-Max

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Notas del fanfic:

Es mi primer fic Yuri... Y no sabía exactamente como resumirlo sin desvelar detalles de la trama..

Espero haberlo hecho bien, ¡y, por supuesto, que les guste el fic!

^^

 

La puerta se cerró a sus espaldas cuando cruzó el umbral, con cierta violencia. Una sonrisa inundaba su rostro, a pesar de la tensión que se había adueñado de su cuerpo y de su corazón.

Mantuvo una de sus manos cerca del pecho, aprisionando en ella una hoja de papel arrugado, que sostenía como si fuera su más preciada posesión. Lo había encontrado esa misma mañana, entre sus propios deberes. Y la hizo feliz... Tan feliz...

- ¿Ocurre algo, Alice? – Preguntó una mujer adulta, de largo cabello oscuro, y ojos esmeraldas. Había salido de la cocina, que se encontraba en la pared de la derecha, a escasa distancia de la entrada. – Has llegado pronto del colegio hoy.

Se llevó un dedo a los labios, sintiendo todavía aquella sensación que se había adueñado de ella, apenas quince minutos antes. Dedicó una mirada a su madre, con unos ojos exactamente del mismo color.

- No, mamá... No ha pasado nada. – Su madre alzó una ceja, pero sonrió un instante después.
- Estábamos a punto de sentarnos a comer. ¿Quieres unirte, o prefieres esperar a que terminemos? – Alice sacudió la cabeza. La melena azabache que se extendía a su espalda se azotó en ambas direcciones.
- Comeré hoy con vosotros. No todos los días podemos comer juntas con papá, ¿verdad?

Le dio un suave beso a su madre en la mejilla y, acto seguido, salió corriendo en dirección a su cuarto, subiendo por las escaleras que se encontraban junto a la puerta de la cocina. Las escaleras terminaban, justamente, delante de la puerta de su habitación, sin espacio entre el último escalón y el suelo de su dormitorio.

Entro en él, sin hacer caso de los cientos de libros esparcidos en torno a la puerta. Dejó la mochila sobre la cama, en el otro lado del cuarto, y abrió la ventana. Apartó las cortinas con un suave movimiento y, mientras levantaba el cristal, rememoró lo que había sucedido apenas unas horas antes...

::Flash Back::

- ¿Podemos... podemos hablar un momento...? – Le había dicho, nada más sonar el timbre que anunciaba el fin de las clases. – Se que tienes que regresar rápido a casa... Pero no te robaré más que un par de minutos...
- Claro... ¿Quieres hacerlo aquí, o prefieres hablar fuera? – Había preguntado Alice, señalando el aula en la que las dos residían. Ningún otro alumno permanecía allí... Hasta el profesor se había marchado.
- No... Aquí estará bien. Fuera hay mucha gente. – Sonrió, ligeramente y, cuando lo hizo, se le colorearon ligeramente

Se sentaron, cada una, en sus respectivos asientos. Alice se giró, para poder observar a su compañera, que se sentaba a su espalda durante las clases. Las manos de la otra joven temblaban considerablemente. La joven de cabello negro, con suavidad, puso una de sus manos sobre las de ella, y esbozó una sincera sonrisa.

- Tranquilízate... – Susurró Alice. La otra alzó el rostro del papel que estaba tendido en la mesa, frente a ella, y correspondió a la sonrisa. - ¿Ocurre algo?
- No... Nada grave, en realidad, si es eso lo que preguntas...
- ¿De que querías hablar conmigo? – Alice le apretó las manos, con cierta ternura, animándola con un gesto a contarle aquello que quería decirle.
- La... la verdad es que... yo... – Le dirigió una larga mirada, cargada de significado, mientras le tendía aquel papel, ciertamente arrugado, con una mirada con la que lo decía todo...

::Fin Flash Back::

- Toc, toc... – Alice se giró ligeramente, desde la ventana. Su padre estaba allí, frente a la habitación abierta, mostrando una sonrisa tan radiante como sus ojos glaucos. - ¿Puedo pasar, princesa?

Saltando de la cama, Alice corrió hacia su padre y, en un abrir y cerrar de ojos, se encontraba entre los brazos de su padre, con el rostro escondido en el interior de la chaqueta del traje gris que siempre llevaba puesta antes de ir a trabajar. Su padre la rodeó también, mientras se agachaba y le daba un ligero beso en la mejilla. Ella sintió la suavidad de la piel de él, y aspiro su aroma, que delataba que se había afeitado hacia poco tiempo. La desilusionaba aquella fragancia la mayor parte de los días, pues indicaba que su padre estaría a punto de marcharse, pero en aquel instante nada le resultaba desagradable.

Se separaron levemente. Ella se giró y anduvo hacia su cama, sentándose en el borde inferior, encarada hacia su padre.

- No tenemos mucho tiempo. Mamá va a terminar de hacer la comida dentro de poco. – Murmuró su padre, exhibiendo aquella sonrisa que tanto le gustaba a la joven. Ella hizo un gesto de asentimiento, indicándole que podía pasar.


Esquivando aquellos libros, el hombre adulto anduvo hasta el centro de la estancia. Situó ambas manos en las caderas, de tal manera que el traje que llevaba le quedaba de un modo un tanto extraño, y miró alrededor, observando la habitación de su hija: los póster adornando las paredes, las cajas de CD’s apiladas en un rincón, las revistas ya leídas cubriendo el espacio en el suelo alrededor de la cama, la ropa desordenada en el interior del armario...

- ‘‘Igual que su madre...’’ – Pensó, durante un instante, mientras centraba sus ojos en Alice. Ella tarareaba una suave canción, manteniendo la mirada clavada en el suelo y sujetando un trozó de papel entre sus manos desnudas. – ¿Qué tal te ha ido el día? Te noto muy animada hoy, a decir verdad
- Bueno... – Ella se sonrojó, tímidamente, mientras se colocaba el cabello de la densa melena tras la oreja. – He sacado un diez en mates
- ¿Sí? – Ladeó ligeramente la cabeza, mientras observaba la expresión de su hija... Aquella expresión distante, retraída, sonriente, la había observado en una ocasión, hacía veinte años... Y no la había olvidado desde entonces. Su sonrisa se hizo más amplia, pero se esforzó por disimular sus propios pensamientos frente a su hija. – Felicidades, princesa.
- Mamá me ha prometido que iríamos de compras mañana sábado si conseguía aprobar ese examen, así que se lo diré durante la comida. – Alice alzó el rostro, clavando los ojos en el adulto que se mostraba ante ella.
- Con esa nota, tendrá que comprarte una tienda entera – Se rieron suavemente, en voz baja.

De pronto, una voz les llegó desde el piso inferior.

- ¡Christian, Alice! ¡Ya está la comida! – Él le tendió la mano a su hija para ayudarla a descender de la cama y, un instante después, descendía por las escaleras. Alice se dio la vuelta, para cerrar la puerta de su dormitorio tras ella, sin ningún motivo en realidad, pues sus padres nunca entraban sin su permiso. –No pienso poner la mesa... Os toca a vosotros.

Entraron en la comida, en donde el olor de la comida que había preparado la joven madre inundó el olfato de Alice. Los platos, humeantes, esperaban sobre la encimera. Se apresuraron a cogerlos, y a llevarlos a la sala de estar, frente a las escaleras.

El salón principal de la casa estaba decorado con dos estanterías, en las cuales se veían miles de libros, en la pared de la izquierda, y miles de fotos enmarcadas, en la pared de la derecha. Entre ambas, residía una mesa de cristal, en la que colocaron los platos con la comida, los manteles, los cubiertos, y las copas de cristal. Frente a la mesa, había un sillón de suave y mullida piel marfil, del color del resto de la casa y, entre el cómodo mueble y un ventanal de cristal que se mostraba al fondo de la estancia, anidaba una televisión considerablemente grande, que ninguno de los tres miembros de la familia solía contemplar.

Christian, el padre, y Alice se sentaron en la mesa; ella, vuelta de espaldas a la televisión; su padre, a su diestra. Su madre ocupó el lugar restante cuando salió de la cocina.

- ¿Te has lavado las manos, Alice? – Preguntó la mujer. La chica negó con la cabeza y, sin esperar respuesta, salió corriendo en dirección al baño, al final del pasillo que continuaba a la derecha de las escaleras. Su padre rió desde el salón, comentando algo en voz baja que ella no pudo escuchar.

Se detuvo a mirarse delante del espejo. Amaba sus ojos rasgados, heredados de su madre, y su frondosa melena. Tenía los labios ligeramente rojos, algo más de lo normal y, como tantas veces antes, un rubor se adueño de su cuerpo, erizándole el vello, y coloreándole las blancas mejillas. De nuevo, revivió aquel momento, aquella sensación, aquellos labios que acariciaron los suyos...

- ¡Vamos, Alice! – Exclamó su padre desde el salón. De nuevo, soltó otra suave risotada.
- Que pesados sois, ¿no? – Gritó ella desde el baño. Un instante después, tras haberse lavado las manos, salió, y regresó a su sitio en la mesa.

Empezaron a comer. Los largos y escarlatas espaguetis, recubiertos por aquella salsa que tanto le gustaba, invadieron pronto su tenedor y su boca, mientras se esforzaba en hablar  y tragar al mismo tiempo.

- ¿Zabef, babá? He conseguido apobar el efamen de mates... – Engulló, rápidamente, los fideos, quedándole un poco de salsa en la comisura de los labios. La eliminó rápidamente con la lengua, y siguió hablando. - ¡Así que, como yo he cumplido mi parte, tú tendrás que cumplir la tuya!
- No he entendido nada de lo que has dicho, pero deduzco que aprobaste matemáticas, ¿no? – La joven asintió vigorosamente, mientras se llevaba otra ración a la boca.
- ¿Iréis de compras mañana, entonces? – Preguntó su padre, retirándose un mechón de cabello, y situándolo tras la oreja.
- Supongo que sí. Se lo ha ganado, ¿no es verdad?
- Claro. Os lo pasaréis bien. – Comentó él. Bebió un largo trago del vaso que tenía delante.
- ¿No vas a venir con nosotras, papá? No trabajas ese día, ¿no?
- Os acompañaré antes de que empecéis a entrar en las tiendas. – Ella sonrió, conforme, y siguió comiendo. Miró al plato, sumergida entre sus propios pensamientos. – Pero creo que debe de ser una tarde para las mujeres de la casa, y yo no tengo nada que ver en eso. Iré a dar un paseo en coche y, cuando me llaméis, os recogeré e iremos a cenar fuera.
- ¿No será mucho gasto de dinero ese día? – Christian negó con la cabeza, ante las palabras de su mujer.
- Un día es un día, ¿no? Aparte, recuerda que vendrá Christine, y hace mucho que no nos viene a visitar. Será un modo de celebrarlo.
- ¡¿Vfiene Chris?! – Alice alzó el rostro, con la boca llena de comida, y los labios cubiertos de salsa de tomate.
- Sí, así que nos acompañará. Pensamos que te encantaría la idea – Susurró su madre, apartando suavemente el plato tras haber acabado de comer.
- ¡Claro que me encanta! – Absorbió un fideo que pendía de sus labios. – ¡Así tendré dos opiniones en lugar de una!

De pronto, un pensamiento invadió todos los niveles de su conciencia, mientras apuraba el agua que todavía le restaba en el vaso. Un día de compras sería perfecto para... Sonrió para si misma.

- ¿Nos acompañas, Alice? – Preguntó su madre, levantándose de la mesa. Su padre, haciendo lo mismo, recogió los platos sucios de las dos mujeres, y los llevó hasta la cocina. – Luego te podría llevar con el grupo de baile. Por una vez, no llegarías tarde.
- Si no te molesta, mamá, hoy prefiero quedarme en casa. – Anunció, levantándose también, y ayudando a sus padres a recoger y a limpiar la mesa. Mientras lo hacía, no dejaba de sonreír. – Me siento inspirada para escribir, y componer un poco...
- ¿Y que se debe esa inspiración? – Preguntaron sus padres, mirándola, parados frente al recibidor. Alice sonrió, al tiempo que se aproximaba a ellos y les empujaba suavemente hacia la salida.
- A nada en especial. – Sonrieron al unísono. Luego, cogieron abrigos que esperaban en el perchero que residía tras la puerta principal, y salieron al exterior. Antes de cerrar la puerta, la joven se asomó y les dio un beso a los dos.
- Nos vemos luego, princesa.
- Pórtate bien, ¿vale?

Ella les sonrió y, cuando se alejaban en dirección al vehículo, cerró la puerta. Como antes, suspiró suavemente. Se encontraba sola... Pero no había tiempo para descansar. Tenía mucho que hacer antes del domingo, y no debía dormirse en los laureles. Anduvo hacia su dormitorio, con una única idea en la cabeza, y con la ilusión de, una vez más, volver a sentir el roce de aquellos labios acariciando los suyos propios...

 


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