Prologo. Motivos para sentir culpa
Ahí estas sentado de nuevo. Frente a la puerta del departamento que habito desde hace 20 años. Aun me pregunto a veces, ilusamente, ¿por qué vienes?
Regresaste a Konoha, agradezco eso a cualquier deidad que quiera escuchar. Eso me basta por ahora y por eso mismo permití que hicieras lo que te viniera en gana. Por ti hice algo que no pensé pudiera hacer, te puse en lugar de mi aldea, te puse en lugar de mi deber y me aunque me gustaría tener remordimiento sobre eso no puedo tenerlos.
¿Quién tiene más culpa? Me pregunto mientras me inclino frente a ti. Me miras con esos profundos ojos negros, murmuras un te has tardado demasiado y me besas rápidamente, beso que te correspondo, porque lo admito, me he hecho adicto a tus labios.
¿Cuántas veces nos hemos encontrado así? No lo sé a ciencia cierta, he dejado de contar pero no deben ser tantas como quisiera, no ha pasado ni un mes desde que regresaste.
Entramos al departamento, te desnudo rápidamente y pierdo mis ropas con igual premura, mientras tu cuerpo se siente tan cálido como siempre, por un momento te recargas en mi pecho. En ese momento pareces tan frágil, en ese momento rodeo tu cintura y vuelvo a besarte. Es mi forma de agradecerte el poder ver esa parte tan frágil de ti. E Irónicamente en ese momento hay mayor intimidad que en las acciones que vendrán después.
Porque te separas de mi y vuelves a besarme y yo meto mi mano acariciando tu pecho y bajo por tus caderas acariciando tu trasero. Tus ojos me miran esperando, anhelantes y eso me pierde; me hace buscar tomarte y beberme tu aliento, lamer tu cuerpo y poseerte por completo.
¿Dime quien engaña más a quien?
¿Yo? que cuando me introduzco en ti finjo que no eres tú, que no eres mi alumno, que no eres menor. Que estarás conmigo al amanecer y que quizá sientes algo por mi.
¿O tú? Que finges que soy alguien más. Que te entregas a mí para ahogar la culpa de querer estar con alguien más. Alguien con quien nunca estarás, las razones son obvias, son razones de sangre, sangre que llevan y sangre que han derramado.
Dime ¿quién debería detener a quien? Yo no tengo la voluntad, tú no tienes más que ansiedad.
Y ninguno habla durante el encuentro, ¿para qué hacerlo? Sabemos que el nombre que saldrá, la voz que lo pronunciará, no será nada de lo que queramos escuchar.
Y a veces pienso que me equivoque, y que el apoyo que te di está mal, que debió haber sido de otra forma. Pero sigo sin encontrarla. Y me enfebrezco en tu pálida piel que me acoge y me atrapa en ti. Y el movimiento se vuelve lento y tortuoso, aplazando el clímax, las embestidas se prolongan, nos desviamos en besos y caricias erráticas.
Pero al fin llegas al orgasmo, que nos arrastra casi al unísono, y tu cuerpo se arquea entre mis brazos ilusionándome con tu abandono. Sin embargo, antes de que recuperes el aliento, su recuerdo golpea tu mente y la culpa cruza ante tus ojos y leo en ellos lo que el resto de tu rostro oculta en vano: Tristeza, angustia, desolación y claro Culpa
Culpa es lo que siento al sentir que de alguna forma lo que recogí de ti solo me satisface a mí.
Culpa que uno de estos días, nos va a pudrir el corazón y nos va a corromper la razón.
Pero mientras pueda prefiero ahogarme en ella, porque ello significa que, al menos por un momento, te quedaras a mi lado. A veces me pregunto también quien necesita más a quien.
Hay muchas razones por las que siento culpa. Hay muchas acciones de las que no me siento orgulloso, hay muchos deseos que me carcomen el alma. Pero tú eres el que más culpa me causa.
Y tu cuerpo perlado de sudor, a pesar de la brisa que se cuela por la ventana, tiene mucho que ver con ello. Con la culpa que se anida y con ese sordo dolor que atraviesa mi corazón, cuando te miró y miras en otra dirección.