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Los rayos del sol por Shedin

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El corazón, como dolía el corazón ante aquella estampa, sintió que se quedaba sin aire. Quiso acercarse y separarles, quiso matarle para que nadie pudiese acercarse a el y acto seguido se dio la vuelta para irse corriendo, loco, se estaba volviendo loco.

Observo su pálida piel en el espejo de cuerpo entero de su cuarto, a todos llamaba la atención, era un chico no solo guapo sino también atractivo. Tenía algo que atraía a todos, despertaba en todos algún tipo de reacción, o gustaba o era odiado pero jamás amado.

Su abuela le había dicho que con quince años las cosas de la vida se exageran para lo bueno y para lo malo, le dijo que tuviera paciencia, que en unos pocos años las cosas adoptarían su tamaño real. Pero cuando ocurriría aquello, se le hacia tan eterno.

 

Haruko arrastraba a su novio por todas las tiendas de Tokio, no venían todos los días al centro de la capital para ir de compras. A Hanamichi al principio de la relación le hacia mucha ilusión, pero la verdad es que iba tan atontado que le hacia ilusión cualquier cosa que Haruko dijera o hiciera.

Hoy, tres meses después, cuando la novedad de por fin tener novia había pasado, Hanamichi deseaba darse un buen cabezazo y quedarse inconsciente ante las estupideces y caprichos que tenia que aguantar de la bendita Haruko.

Y esto le pasaba, tal como había dicho su abuela, por no escuchar, por no ver la realidad que le rodeaba, por que Hanamichi Sakuragui  prefería imaginarse las cosas como a el le gustaban en vez de aceptar la cruda realidad.


Pero cuando había ocurrido, cuando había empezado su corazón a latir de aquella manera con solo una mirada de esos ojos azules. Los nervios, la ansiedad, las ganas de una mirada y si era una palabra aunque fuera el típico torpe o idota le hacia ilusión.

Aquella tarde de entrenamiento, hiciera lo que hiciera esos ojos tan fríos como el hielo ni se dignaban a dedicarle una mirada de despereció y eso hacia que su corazón doliera de una manera extraña.

Decidió atacar el, no esperaría mas, si el no iba a su encuentro le obligaría, y en cuanto tubo oportunidad choco contra el tirándole al suelo. Todos se llevaron las manos a la cabeza, aquello había sido mas que apropósito, escandalosamente descarado.


No podía dar lo mejor de si como en cada entrenamiento si tenía que evitarle, era muy duro y poco fructífero, pues sentía que ese estúpido pelirrojo no hacia mas que buscarle, pero por que, ese torpe realmente tenia un retraso mental a su parecer.

Y de repente ese choque que le dejo aturdido en el suelo, en realidad no dolía tanto como parecía, habrá tenido cuidado apropósito se dijo el rey del hielo mientras clavaba sus ojos de iceberg en los volcanes chispeantes de ira mal controlada del pelirrojo.

-No tienes ni idea de lo que me ha dolido- dijo con voz siseante Kaede Rukawa, todos pensaron que hablaba del golpe, pero el pelirrojo sabia que no era eso.

-Perdóname, por lo que mas quieras perdóname, tu castigo ha sido demasiado cruel- respondió Sakuragi ante la mirada atónita de todos, pero de que esta hablando, se ha vuelto loco con tantos cabezazos.


En los vestuarios ambos se ducharon despacito, esperando a que todos salieran para poder estar tranquilos. Aquello era increíble, esa conexión que había entre ellos era única en todo el mundo. 

Con una simbiosis increíble ambos salieron a la vez caminaron desnudos uno frente al otro, sus cuerpos palpitaban por el deseo, pero el miedo adolescente les frenaba y censuraba esas locas fantasías, sin embargo el deseo venció y ambos se fusionaron en un beso tierno y húmedo a la vez.

Sus cuerpos desnudos y húmedos se apretaban, se rozaban, se despertaban... Y cuando ya no resistieron la tortura de aquel delirio, casi sin despegar sus bocas sus manos traviesas entraron en acción y mientras sus bocas tragaban los jadeos del otro llegaron al cielo juntos. En el suelo jadeantes, mientras volvían otra vez a la realidad, ocurrió otro milagro, el rey del hilo esbozo la sonrisa mas bella que pueda existir en el mundo de los mortales.


Se levantaron torpes y rojos de vergüenza, pero sintiendo una increíble paz tanto en cuerpo como en la mente. Ellos dos juntos era lo que la naturaleza quería, por lo tanto todo estaba bien. Antes de salir al exterior volvieron a perderse entre besos de deseo desenfrenado pero que a la vez se frenaba por el miedo de ir mas allá.

Sakuragi caminaba silbando una melodía rítmica, hacia tanto tiempo que no se sentía tan bien que era de las pocas veces que prefería la realidad a la ficción y una sonrisa bobalicona estaba fija en su rostro.

-Vaya, yo también estaba pensando en ti- dijo una voz y acto seguido unos brazos rodearon su espalda para abrazarle.

Lo primero que le vino a la cabeza fue empujarla lejos, gritarle que no se le acercara a cien metros de distancia como mínimo, pero la abrazo y dijo que si, la beso un beso en el que fue consciente de los órganos que intervenían, de la saliva como iba pasando de una boca a otra, del asco que sentía su cuerpo suplicándole piedad.

-He hecho tantos planes, que acabaremos rendidos en la cama- dijo traviesa con una sonrisilla, pero siempre con una intención inocente, ella era una chica que se respetaba.

Levanto la mirada al cielo para poder esconderse en esos tonos anaranjados de la puesta de sol, pero estaba ennegreciéndose, la naturaleza se rebelaba ante ese acto tan antinatural que hacia. Pero era una buena chica, no se merecía ser tratada de aquella manera, todo a su tiempo pensó.

Los días habían pasado uno tras otro, pero no pasaba nada, Kaede dudaba ya si alguna vez había pasado algo entre ellos o solo lo soñó como tantas veces. Podía observarles desde la azotea del instituto, tan acaramelados, aunque el pelirrojo parecía que suplicase para que alguien le ejecutase, pero no se movía de allí.

Que se suponía que tenía que hacer, el ya había puesto todas las cartas sobre la mesa, ahora era el turno del pelirrojo, pero por lo visto es un cobarde, un torpe.
Kaede levanto la vista al cielo, negro, estaba negro como su corazón, y se sintió arropado, entendido y consolado.

Hanamichi también levanto la vista en un suspiro sordo, y allí lo vio en el varadla de la azotea mirando el cielo como el, solo tenía que decir basta a Haruko, subir allí y besarle y el sol saldría, y los pájaros cantarían.


Esa tarde el entrenamiento previsto consistía en un partido amistoso contra el Ryonan, ya habían llegado todos y corrían al gimnasio junto con las primeras gotas que derramaba ya el cielo negro y aquello era la tristeza desolada, todo tan gris por aquellas nubes.

El único que se quedo fuera fue Kaede, en medio del patio frente a las puertas del gimnasio, miraba hacia arriba, a los pocos rayos de sol que se atrevían a colarse entre las tupidas nubes. Y de repente el agua cayo con tanta furia que el uniforme escolar del moreno quedo empapado en segundos.

-Mirad- señalo uno del Shohoku, -ese es Rukawa, ¿no?-

Todos se giraron hacia la puerta, y allí estaba quitándose la parte de arriba, elevando los brazos al cielo, como si clamase por algo. Kaede Rukawa lo que quería era que toda esa lluvia tropical se llevase aquel sentimiento roto y mancillado, aquellas promesas rotas que nunca existieron.

-Parece un ángel- susurro Ayako.

Hanamichi podía jurar ver como unas alas majestuosas se desplegaban en la espalda del rey del hielo, que en esos momentos empapado resplandecía con luz divina, gracias a esos rayos de sol, que parecía que le estuviesen llamando para que volviese a casa y así no sufriría mas por culpa de un demonio como el.

Algo en su interior le empujaba a ir, a ponerse frente a frente, a expiar la culpa junto a el, pero el agarre de Haruko enganchada a su brazo era mas fuerte que cualquier deseo, maldito cobarde.


Entre los jugadores de ambos equipos se hizo paso Sendho que no se había enterado de nada, el a su royo en los vestuarios cambiándose y preguntándose por que nadie mas entraba.

Solo con el pantalón corto de su uniforme del equipo y con la camiseta en la mano, miro sin entender a Rukawa y lo supo, allí estaba su oportunidad, ahora era el momento. Y al revés que el cobarde del pelirrojo se encamino con paso seguro hasta aquel ángel herido.

Le tendió su mano, empapado al igual que el, con una mirada calida enfrentaba los fríos y vacíos ojos azules de aquel ser de luz y no hicieron falta palabras, la calidez que invadió aquel cuerpo de mármol blanco basto para que esbozara una sonrisa calmada, una sonrisa en paz, por haber entendido lo que aquel le decía y como por arte de magia las nubes se esfumaron y el sol lucia orgulloso en el cielo.

 

Sakuragi se había escusado con que no quería herir a la pobre Haruko, quien ahora lloraba desconsolada en un rincón, donde el pelirrojo la había aventado con todas sus fuerzas. Ira, era ira lo que sentía, y desesperación, un arrepentimiento que echaba raíces en lo mas profundo de su alma.

Aquella imagen, ni besos, ni abrazos, ni miradas, solo la tranquilidad con la que el moreno dormía al lado de aquel puercoespín que pescaba con parsimonia.
Sakuragi sabia que era imposible romper esa unión invisible a través de Rukawa, el jamás le volvería a dejar entrar en su vida, y Sendho con aquella sonrisa cínica que le dedico, le dejaba claro que el no claudicaría por mucha amenaza que recibiera.


Hanamichi Sakuragi se sentía muerto en vida, vacío e invisible, había tenido al ángel mas hermoso del cielo a sus pies y lo había echado a patadas.

 

FIN


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