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Competencia de verano por Yunalesca

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Notas del capitulo:

Retomando una idea similar a la del one-shot que escribí en un intento de hacer algo largo con mi pareja preferida de la serie. La idea es que aparezcan también otras parejas, había pensado un poco de RebornxLambo, pero estoy abierta a otras sugerencias, que no tienen porque ser sólo parejas yaoi (aunque el 1859 es inamovible XDD)

La historia se sitúa al regreso de los chicos del futuro. En principio voy a ignorar la saga de los Shimon porque no está acabada, aunque como voy algo corta de personajes para la trama a lo mejor los añado como buenamente pueda.
Bueno, dejo de enrollarme y os dejo con el primer capi, que aunque es el prólogo aviso que empieza fuertecito.

Disclaimer: por ahora, KH Reborn es propiedad de Akira Amano

Pairing: principalmente 1859 HibaGoku, otros más adelante.

 

********************

 

Lo que pasó

 

-Reborn… no me parece una buena idea- repitió Tsuna por enésima vez. Tenía la mano en el picaporte, pero era incapaz de hacer un movimiento más. El simple letrero de la puerta, “sala de recepciones”, le provocaba una intensa sensación de malestar en la boca del estómago-. Esto va a dar mucho miedo- auguró.

-Vamos Tsuna, será divertido- le tranquilizó Yamamoto, y sin tomarse la molestia de llamar, abrió la puerta de par en par.

Hibari alzó la vista de la pila de papeles que tenía sobre la mesa con una expresión nada amigable. Tsuna se escondió de forma instintiva tras la espalda de Yamamoto, mientras Reborn entraba con tranquilidad a la habitación y pronunciaba su habitual saludo.

-Tsk… creo que necesito un cigarro- murmuró Gokudera hastiado-. Estaré en la azotea si me necesitas, Décimo- anunció antes de empezar a subir por las escaleras.

-Eso sí que da miedo- escuchó bromear a Yamamoto.

El peliplateado volvió a chasquear la lengua con fastidio. Sabía que el idiota del beisbol tenía razón. No le gustaba nada la idea de dejar al Décimo solo frente al líder del comité disciplinario, pero… ¿Cómo iba a entrar a esa maldita sala? Se recostó contra la reja metálica de la azotea, mientras prendía un cigarrillo y dejaba que los recuerdos invadieran su mente.

 

***************

 

Gokudera se sentó sobre su cama, mirando enfurruñado al pequeño animal que había salido horas antes del sistema CAI.

-Vamos Uri, vuelve a tu caja- ordenó, pero el felino se limitó a bufarle con cara de pocos amigos-. Bueno, pues haz lo que te dé la gana- le reprochó indignado.

No le gustaba el maldito futuro. No sólo se sentía incapaz de ayudar al Décimo como era debido, sino que encima tenía que lidiar con su hermana intentando enseñarle y con el gato estúpido. A veces pensaba que las cosas no podían ir peor. Apagó la luz, se dejó caer hacia atrás y se tapó con la manta, intentando ignorar el resplandor rojizo que emitían los ojos de Uri. A penas habían transcurrido unos segundos que el animal había empezado a resoplar, al tiempo que arañaba y destrozaba la cama. Aquello era demasiado para él. En un arranque de rabia, tomó la almohada y se la arrojó al gato.

-Si no quieres estar aquí, lárgate- le gritó enojado.

No tenía ni idea de si le había entendido o era simple casualidad, pero el gato maulló, le mostró su pelaje erizado y saltó desde la cama. Gokudera contempló con incredulidad como Uri caía justamente junto al pomo de la puerta y con una de sus pequeñas zarpas lo empujaba hacia abajo.

-¡Eh, Uri, espera!- pidió alarmado al ver que el gato desaparecía por el pasillo.

Se levantó de un salto, se colocó apresuradamente unos pantalones sobre la ropa interior y corrió tras él, intentando no armar alboroto.

-Uri, el Décimo ha estado entrenando muy duro todo el día… no te perdonaré si no le dejas descansar- susurró doblando una esquina tras su mascota- ¿Dónde diablos vas?- preguntó frustrado, pero obviamente no obtuvo respuesta alguna del animal, quien simplemente continuó correteando por los laberínticos pasillos de la base subterránea.

Minutos después había perdido la cuenta de las vueltas que había dado y no tenía la menor idea de donde estaba. Al menos hasta que vio aparecer a Hibari al fondo del pasillo, quien le miraba con los brazos cruzados sobre el pecho como esperando una explicación. Uri se coló entre los pies descalzos del guardián de la nube y prosiguió su carrera, dejando a Gokudera solo ante el peligro.

-Mierda- masculló el peliplaetado al ser plenamente consciente de que estaba armando alboroto en los terrenos de Hibari. Y por la expresión ceñuda que le dirigía, eso no era nada bueno.

Saltó de manera instintiva cuando le vio moverse, pero no le sirvió de mucho. Lo único que consiguió fue acabar incrustado entre la pared y una de las tonfas de Kyoya, que hacía presión contra su cuello sin ninguna delicadeza. No le sorprendió demasiado. El líder del comité disciplinario siempre había sido más fuerte que cualquiera de ellos, así que ni se atrevía a imaginar lo que podía hacer un Hibari con diez años más de experiencia.

-Lo… lo siento- se disculpó-. No tengo ni idea de cómo Uri ha conseguido llegar hasta aquí…- se aplastó más contra la pared de madera al ver la mueca indescifrable que cruzó el rostro de su compañero.

Hibari podría haberle dicho que estaba allí porque conocía ese camino a la perfección, pero en lugar de eso simplemente agrió su expresión.

-Yo… le recogeré y nos marcharemos inmediatamente- aseguró apresuradamente.

La sonrisa macabra que apareció en los labios del mayor le confirmó lo que ya sabía. Le había desvelado y ahora le correspondía proporcionarle algo de diversión. No había cogido su paquete de tabaco, así que ahora las únicas armas que tenía eran un gato inútil que además le detestaba y un anillo que todavía no conseguía dominar. Aquello iba a resultar jodidamente humillante y doloroso.

-Me parece que no tienes idea de las consecuencias de entrar en la cueva del lobo, herbívoro- auguró Hibari.

Gokudera cerró los ojos esperando el golpe, pero en lugar de eso lo que sintió fue una de las manos del moreno hurgando en su pantalón.

-¿Qué coño…?- antes de que lograse articular algo más, Hibari ya había desabrochado los botones y colaba la mano dentro de su ropa interior. Tardó varios segundos en procesar el significado de lo que estaba ocurriendo, y cuando finalmente lo comprendió sintió como sus mejillas se teñían de rojo en una mezcla de rabia y vergüenza- ¡Suéltame idiota!- gruñó intentando revolverse sin éxito.

-No.

Aquella simple palabra le dejó paralizado. Hibari lo había dicho tan seriamente, con tanta convicción y franqueza, que tuvo la certeza de que sería inútil resistirse. Sintió la agradable calidez de la mano que tanteaba con curiosidad la zona cercana a su entrepierna y cerró los ojos notando el intenso ardor en su rostro. ¿Realmente quería que Hibari parase?, se preguntó avergonzado.

-Buen chico- le alabó el moreno como si de un perro se tratara al ver que las manos de Gokudera se posaban dócilmente a ambos lados de su cuerpo.

En algún momento el arma del mayor había desaparecido. Seguía inmovilizado en el mismo sitio, pero esta vez su prisión era el propio cuerpo de Hibari que se acoplaba por completo al propio transmitiéndole una sofocante sensación de calor. Se atrevió a abrir los ojos lentamente. El pecho del guardián de la nube que se dejaba asomar por el yukata entreabierto subía y bajaba acompasado, un contraste bochornoso con el suyo propio que parecía latir desbocado bajo la fina tela de la camiseta.

Aquello no estaba bien, se repetía Hibari mientras dejaba que su mano experta hiciera reaccionar la entrepierna de Gokudera. No podía hacer aquello con un crío al que en esos momentos sacaba más de diez años. Sus ojos grises se clavaron en los verdes, que le sostuvieron la mirada con toda la dignidad que fue capaz de reunir. Pero podía leer perfectamente a través de ellos la vergüenza, la derrotada resignación e incluso la pizca de miedo que sentía el peliplateado en esos momentos. No, definitivamente aquello no estaba bien. Sabía que tenía que detenerse. Pero no lo hizo.

Su otra mano se deslizó por el borde del pantalón y tiró de la tela hacia abajo, sólo lo justo para liberar la creciente erección. Ensanchó su sonrisa de manera socarrona mientras se dejaba caer de rodillas al suelo y el sonrojo en las mejillas de Gokudera se intensificaba rabiosamente, consciente de lo que iba a pasar.

-¿Por qué haces esto?- preguntó el menor.

Hibari podría haberle contestado muchas cosas en ese instante. Podría haberle dicho que todavía no había perdonado a su yo futuro el que se fuera sin despedirse de él. Podría haberle dicho que no soportaba que el Gokudera del pasado no supiera absolutamente nada de ellos dos. Podría haberle dicho simplemente que le echaba de menos más de lo nunca estaría dispuesto a admitir. Pero no fue ninguna de esas palabras las que salieron de su boca.

-Porque estás en mi territorio y puedo hacer lo que quiera- fue la cáustica respuesta.

Gokudera se sobresaltó de manera involuntaria, no por la amenaza implícita en esas palabras si no por el leve roce que aquellos labios ejercieron sobre su entrepierna al moverse. Y entonces sintió la humedad de la lengua que subía lentamente por su erección y que al llegar a la punta la envolvía de manera provocadora. En ese momento agradeció infinitamente el punto de apoyo que resultaba ser la pared, porque no tenía claro que sus piernas hubieran aguantado por si solas cuando Hibari succionó y fue abarcando su miembro hasta el final de la garganta. Se sintió morir de vergüenza cuando el moreno fue separándose lentamente y un gemido ahogado escapó de sus labios.

-Yo de ti tendría más cuidado- susurró Hibari-, estamos todavía muy cerca de la base principal, diría que desde este pasillo se escucha todo- añadió sin poder ocultar la satisfacción que le producía la situación.

Gokudera frunció el ceño, y le hubiera gritado irritado que dejara de burlarse de él si no fuese por la advertencia que acabada de darle. No estaba lo suficiente familiarizado con el terreno como para afirmar que eso no era verdad. Cualquier intento de reproche desapareció de su mente cuando Hibari volvió a introducir su erección en la boca, con un sonido húmedo e indecente que le erizó la nuca. Tuvo que llevarse las manos a la boca para silenciar los sonidos que amenazaban con escapar mientras el moreno proseguía impecablemente con su labor, a veces deslizándose con una lentitud exasperante, a veces tan rápido que tenía que hacer un esfuerzo por no dejarse caer ante la oleada de placer.

-Hi… Hibari- murmuró a duras penas de manera entrecortada cuando notaba que estaba llegando al límite de lo que era capaz de soportar.

No necesitaba que le avisara. Conocía perfectamente cada una de sus reacciones, sus gestos, la manera en que su respiración se aceleraba de manera incontrolable y su cuerpo parecía a punto de echarse a temblar. Kyoya colocó las manos en las caderas del peliplateado y succionó con avidez, hasta notar el tibio líquido que se derramaba en su boca. Gokudera todavía estaba luchando por normalizar su respiración cuando se puso en pie. A penas sus ojos se cruzaron, la mirada esmeralda se desvió hacia el suelo, de donde no parecía tener intención de despegarse.

-Vamos- exigió Hibari.

-¿Dónde?

Aunque intentaba mostrarse desconfiado y arrogante, para el moreno era evidente que Gokudera se sentía vulnerable ante un Hibari tan mayor y que no acertaba a comprender.

-A buscar a Uri. Eso era lo que querías, ¿no?- inquirió, sin poder evitar un ligero tono de cinismo.

Hayato asintió y le siguió en silencio hasta sus dependencias. No había estado allí antes, así que le sorprendió el marcado estilo tradicional de las estancias. Hibari avanzaba decidido, como si supera perfectamente donde se encontraría el felino. Y allí estaba, profundamente dormido en una cesta acolchada en la habitación del moreno. Corrió hasta él y le miró con irritación. Uri no tenía ni idea de lo que había pasado mientras él dormitaba tranquilamente.

El sonido de la puerta corredera al cerrarse le produjo un escalofrío. Alzó la vista para encontrarse con Hibari recostado calmadamente contra ella, y sólo en ese instante fue plenamente consciente de dónde y con quién se encontraba.

-No pensarías que me conformaría sólo con eso, ¿no?- inquirió el guardián de la nube ladeando una sonrisa lobuna.

Gokudera tomó aire lentamente antes de responder.

-No- confesó.

Durante todo el camino había estado temiendo y esperando aquello con una mezcla de angustia y ansiedad en la boca del estómago.

-Bien- afirmó Hibari, acercándose lentamente hasta él con la misma expresión de un depredador a punto de saltar sobre su presa.

El menor retrocedió de manera instintiva. Cada paso que Kyoya avanzaba era uno que él daba hacia atrás, hasta que sus pies tropezaron con el futón y cayó sobre las sábanas deshechas. Permaneció allí, inmóvil, levemente incorporado sobre los codos sin apartar la mirada de Hibari. Éste se detuvo al llegar junto a él y con una tranquilidad abrumadora desató el obi que sujetaba el yukata. La prenda se deslizó lentamente por los hombros, dejando a la vista un cuerpo delgado de músculos bien formados. El crepitar de la tela al caer contra el suelo consiguió que las mejillas de Gokudera volvieran a teñirse de carmín al descubrirse observando como hipnotizado aquel cuerpo recién expuesto. Podía distinguir el bulto en la entrepierna del mayor bajo la ropa interior, y podría apostar a que estaba erecto. Tuvo que reprimir el impulso de apartarse cuando Hibari gateó sobre el futón hasta llegar a su altura. Contuvo la respiración mientras le retiraba la camiseta, que quedó olvidada en el suelo y no tardó en estar revuelta con el resto de sus ropas.

-Ven- le invitó Hibari, haciendo un gesto para que se colocase sobre él.

Intentó obedecerle, pero era demasiado consciente de su desnudez, de la intensa mirada azul que no se apartaba de él. El moreno pareció perder la poca paciencia que tenía y, recuperando su expresión agria, tiró fuertemente de su muñeca, atrayéndolo hasta él. Sintió el corazón latirle desbocado cuando terminó de posicionarlo sentado sobre él y pudo notar la dureza de su erección presionando contra su trasero. La seguridad con la que Hibari se pringaba los dedos con algo que parecía aceite le hizo darse cuenta de que parecía saber muy bien lo que hacía.

¿Por qué diablos se dejaba hacer? Se sentía como una mariposa atrapada en la tela de araña, y lo más humillante era que no sentía deseos de escapar. ¿Era por miedo? Era penosamente consciente de que únicamente obtendría dolor si intentaba escapar. ¿Por morbosa curiosidad? Tenía que reconocer que aquella silenciosa promesa de placer en los ojos de Hibari era lo más tentador a lo que se había tenido que enfrentar nunca. Se tensó en un acto reflejo cuando notó los ágiles dedos del moreno acariciar su trasero, cada vez más cerca de su intimidad.

-¿Tienes miedo, herbívoro?- se burló el guardián de la nube.

-No- respondió casi sin pensarlo. Y sólo entonces fue consciente de que era verdad.

No tenía miedo de hacerlo con Hibari. Porque detrás de todo aquel carácter arisco y marcadamente antisocial se encontraba alguien con quien siempre se podía contar. Porque sin importar lo mucho que protestase, le había salvado la vida en dos ocasiones, y aunque por un lado le aterrase, tenía también la absoluta certeza de que no dejaría que le hicieran daño. Y eso le hizo ser consciente también de que el motivo por el que se dejaba hacer era simplemente porque se trataba de él.

-¡Ah!- jadeó Gokudera cuando notó como uno de los dedos se colaba en su interior.

Era una sensación extraña sentirse invadido de aquella manera, notar como tanteaba aquella zona que nadie había explorado jamás. Si alguien le hubiese preguntado antes, hubiera asegurado que aquello tenía que doler, pero los dedos embadurnados de Hibari parecían saber perfectamente dónde y cuándo tenían que tocar para calmar aquella sensación de incomodidad. Antes de darse cuenta estaba dejando escapar un suave coro de gemidos que llenaban por completo la habitación. En algún momento había empezado a frotarse contra el moreno al compás de sus movimientos, y parecía que su entrepierna estaba reaccionando de nuevo, creciendo con cada roce de la endurecida erección de Hibari.

-¿Crees que podrás soportarlo, herbívoro?- le preguntó.

-Por supuesto- replicó Hayato con indignación. No tenía la menor idea de que concepto tenía ese Hibari de su yo del futuro, pero desde luego iba a demostrarle que él no era débil ni quejica.

Kyoya contuvo una sonrisa. Siempre la misma respuesta ante la provocación. Siempre el mismo ceño fruncido, los labios apretados y la orgullosa mirada llena de determinación. A menudo tenía que recordarle a aquel herbívoro rebelde que se encontraba por completo a su merced. Se incorporó arrastrando al menor consigo y lo colocó tumbado boca abajo.

-No pienses que no va a doler- advirtió, y sin darle tiempo a contestar nada se introdujo en él de una sola estocada.

Gokudera mordió con fuerza la sábana para no chillar. Joder, no tenía ninguna experiencia pero estaba seguro de que no era necesaria tanta brusquedad. ¿En qué maldito momento se había convencido de que Hibari no era un jodido sádico? Estaba a punto de gritarle que no embistiese tan fuerte cuando algo hizo contacto en su interior. No tenía ni idea de que parte de su cuerpo había tocado el moreno, pero una intensa oleada de placer se entremezcló con el dolor, dejándole una sensación agridulce en la parte baja del estómago. Hibari se había movido de nuevo y con ello el calor se había extendido a cada una de las partes de su cuerpo, haciendo que el aire de la habitación se volviera denso y sofocante. ¿Aquellos jadeos roncos y ansiosos escapaban de sus labios? Le costaba reconocer en ellos su propia voz, y aunque intentaba silenciarlos se volvían incontenibles ante la danza salvaje de las caderas del mayor. Notó como la mano de Hibari tiraba de su cintura y le siguió con docilidad, alzando el trasero y apoyando las manos sobre el amasijo de sábanas revueltas para quedar a cuatro patas.

No tenía idea de lo mucho que le estaba costando a Hibari contenerse para no marcar su piel. El Gokudera del futuro siempre tenía el cuello y el interior de los muslos llenos de mordiscos, las caderas y los hombros llenos de arañazos, las muñecas amoratadas de la desesperación con la que se aferraba a él. A veces Hayato se enfadaba con él y también le dejaba alguna marca que tardaba semanas en curar. Yamamoto a menudo se burlaba del peliplaeado diciéndole que era un sadomasoquista sin remedio, lo que llevaba a Hibari a pensar que el masoquista en realidad era el guardián de la lluvia porque siempre recibía una contundente oleada de golpes por parte de su novio tras aquella afirmación. Quizás tuviera razón y la relación que tenía con Gokudera no era del todo ortodoxa, pero ellos se entendían a su propia manera. Se entendían como nadie más. Apretó los dientes para controlar el impulso irrefrenable de morder. No podía dejar su huella en aquel cuerpo que no le correspondía y ni siquiera debería estar tocando, se repitió una vez más al tiempo que su mano descendía por el pecho del  peliplateado en busca de su erección.

Gokudera se aferró a las sábanas de manera instintiva al notar la caricia en su entrepierna. Parecía que los dedos de Hibari todavía estaban llenos de aceite, por lo que resbalaban de manera maliciosa por toda su dureza. Cerró los ojos y se mordió el labio inferior al notar como una corriente eléctrica se desataba por cada una de sus células, como el interior de su cuerpo se sacudía en una oleada de contracciones que no podía controlar. Casi se sintió mareado mientras el orgasmo le hacía perder la noción de todo a su alrededor, y estaba seguro que si no se había desplomado sobre el futón era porque las manos de Hibari no habían dejado de sostenerle con fuerza.

Tardó varios segundos en recordar donde estaba  y como debía respirar. La mano del moreno se colocó en su frente y le apartó los cabellos revueltos del rostro. Intentó darse la vuelta para encarar a su acompañante, pero éste tiró de su cabello para aplastarlo contra el colchón antes de empezar a moverse una vez más. Cielos, Hibari todavía se encontraba duro y erecto en su interior, se dio cuenta mientras notaba como la excitación le producía cosquillas por toda la columna vertebral.

Perdió la cuenta del rato que el moreno había permanecido embistiéndolo, de las veces que aquellas manos recorrieron todo su cuerpo, de la infinidad de jadeos ahogados que había dejado escapar. Supo que también Hibari había llegado al orgasmo por la manera en que de pronto se tensó tras él, por el gruñido que no logró contener y, sobre todo, porque en el momento en que llegaba al clímax del placer había clavado los dientes en su hombro. Lo último que le vino a la cabeza antes de dejarse vencer por el agotamiento, y que le dejó una sonrisa dibujada en los labios, fue que ese mordisco era muy propio de él.

Lo siguiente que recordaba era un peso considerable sobre la parte izquierda de su cuerpo.

-Goku…- le pareció que le llamaba alguien a media voz.

Casi habría jurado que le mordisqueaban de manera juguetona el cuello de no ser porque al abrir los ojos se encontró con la mirada inexpresiva de Hibari.

-Está a punto de amanecer, herbívoro. Deberías regresar a tu madriguera antes de que tu manada se empiece a despertar- dijo el moreno.

Gokudera asintió levemente sonrojado, se vistió, cogió a Uri de la cestita que parecía considerar suya y se dirigió a la puerta.

-Ahora ya sabes lo que pasa cuando te adentras sin permiso en mi escondite- punzó Hibari a sus espaldas.

El peliplateado volvió a asentir, mientras se decía una y otra vez que no volvería a acercarse allí pasara lo que pasara. Pero la noche siguiente Uri se había vuelto a escapar, y la otra, y la de más allá. Y a pesar del nudo en la boca de su estómago, Gokudera estuvo regresando al escondite de Hibari hasta que se produjo el ataque de los Millefiore.

 

***************

 

-Joder- protestó el peliplateado, echando la cabeza hacia atrás y dejando que los rayos del sol le bañasen la cara.

¿En qué diablos había estado pensando mientras se encontraba en el futuro?, se preguntó mientras dejaba que el humo escapara pesadamente de sus labios. No tenía ni idea de porque, pero había continuado acudiendo hasta Hibari todas y cada una de las noches. Bajó la vista hasta su pantalón, notando el hormigueo que se había producido ante las tórridas imágenes de sus recuerdos.

-Se supone que estamos enfadados- recriminó a su entrepierna, dejando que su vista vagara por el patio en un intento de distraerse con cualquier otra cosa- Tsk- se quejó una vez más.  Después de lo que había pasado, ¿cómo diablos se suponía que iba a poder mirar a Hibari a los ojos?

 

 

 

Notas finales:

Notas finales: es la primera vez que empiezo un fic largo con lemon y dejando de lado la trama XDD pero es que antes de ponerme con ello tenía que dejar claro lo que pasó.

Gracias por leer, y si os apetece comentar que os ha parecido yo encantada.


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