Un incómodo silencio se había logrado formular entre ambos, ninguno sabía que decir, y mucho menos quería mirarse a los ojos. Sin duda el tener esa cena fue la peor idea de sus madres.
-Akira, tú… tienes hay alguien especial ya, ¿verdad?- Más que una pregunta había sonado como una afirmación de parte de la pelinegra. Que, aunque sabía que no era su asunto, tenía mucha curiosidad sobre ello.
-Yo…- El dolor de su corazón y la razón de su vida, ¿cómo ocultarlo?
-No te preocupes, honestamente, a mí tampoco me agrada mucho esta idea de juntarnos. Pero no quiero ser tu enemiga, si lo prefieres, podemos ser sólo amigos.- Sugirió esbozando una sonrisa. Akira se le quedó mirando con sorpresa.
-Así que también tienes hay alguien especial, eh.- Comentó pícaro, haciéndola sonrojar.
-¿Tan obvio es?- Preguntó cubriendo su rostro con ambas manos, avergonzada. Akira rió.
-Lo malo es que no es recíproco, puedo sentir su profundo odio contra mí.- Dijo mirando sus manos.
-Vaya.- Susurró acomodándose en la silla, mirándola con pena.
-Pero… ya es algo sin importancia.- Intentó sonreír, conteniendo las rebeldes lágrimas que amenazaban con salir.
- No sabes mentir, querida.- Sonrió intentando animarla.
-¿Y tú sí?
-¡Claro! ¡Fingí que me caías bien!- Sonrió infantilmente, recibiendo un misil de comida en su mejilla. La pelinegra lo miró con un puchero y luego rió. La plática cambio, olvidando el asunto de los amores.
Se podría asumir que le tranquilizaba de cierta manera que esa chica estuviera en sus mismas condiciones, el querer ayudarla y recibir su ayuda apareció en su mente instantáneamente.
-Te haré una propuesta.- Dijo recargando su barbilla sobre la palma de su mano.
-¿Qué es?- Preguntó curiosa.
-Te ayudo, me ayudas.- Dijo sonriendo, la pelinegra se le quedó mirando extrañada, sin comprender a que se refería. Tenían un pequeño plan, sabía que funcionaría eventualmente, pero quería llevarlo a cabo. Rápidamente, explicó su idea, Miko le miraba y escuchaba atentamente, ¿podía caber una esperanza en su triste corazón? Si ese rubio desconocido se la brindaba, ¿qué le daría a cambio? ¿Valdría la pena arriesgar su pellejo por eso?
-Arriesga todo por amor.-Con eso logró convencerla, un apretón de manos dio fin a la conversación e inicio a una “alianza”. Ambos se despidieron y volvieron a sus respectivos hogares. “Un peso más un peso menos”. Pensó soltando un suspiro, ahora tenía sus dudas, pero la frase que él mismo había dicho le hacía poder disiparlas.
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El timbre de su celular lo hizo dejar el cuaderno a su lado, tomó el aparato, era un mensaje.
“Arriesga todo por amor…”
Era extraño. No sabía el significado de esa frase o el porqué de decírsela en esos momentos, pero el sentimiento de tranquilidad se hallaba cómodamente en su interior. Sonrió y dejó el aparato a un costado suyo, tomando el cuaderno y el lápiz de nuevo, escribiendo sentimientos aleatorios que se juntaban en su cabeza.
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Era el inicio de su plan; hace algunos minutos había recibido una llamada de la mujer que se hacía llamar su madre, divinamente logró contestar con una buena respuesta, a criterio de ella. “Me agradó”. Bien, en parte no era mentira, no había ganado una pretendiente, si no una cómplice.
Había logrado escapar del sofocante trabajo, debido a que saldría con su prometida. Una mentirilla blanca que su “madre” había creído sin dudarlo ni un segundo, alegrándose de que su plan funcionara tan rápido.
“Salgamos”. Presionó el botón de Enviar y terminó de arreglarse.
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Salió de bañarse y revisó su celular, debido al zumbido que había provocado anteriormente. Otro mensaje. Esbozó una tremenda sonrisa, soltando un pequeño gritillo de emoción. Abrió el clóset, aunque lo que más había ahí dentro eran sudaderas negras y pantalones ajustados, se tardó más de lo normal, no era como cualquier otro día, era especial.
Se acercó al espejo; delineó sus ojos delicadamente, resaltándolos, haciendo su mirada más intensa y penetrante. Planchó y peinó su cabello con dedicación. Al terminar su labor quedó un tanto inconforme, esta vez tenía intenciones de impresionar a alguien.
Salió y bajó las escaleras, sentándose en la mesa con una sonrisa de oreja a oreja.
-¿Por qué tan feliz?- Preguntó la niña, introduciendo otro bocado de comida en su boca.
-Arika, no hables con la boca llena.- Le reprendió su madre, esperando la contestación de su hijo. Hace tiempo que no lo veía con esa sonrisa y menos por las mañanas.
-Saldré un rato.- Contestó sin quitar la sonrisa, empezando a comer. Ambas mujeres se quedaron calladas y un tanto sorprendidas.
Espero que seas feliz, si ese es tu verdadero camino. Pensó Mirelle, esbozando una tranquila sonrisa. Ella era consciente de la angustia y tristeza que su hijo pasaba. Ahora, la impotencia que sentía no era como la de antes, Takanori ya era grande y debía aprender a resolver sus propios problemas por sí mismo. Incluyendo los sentimentales, en los que ella ya no podría involucrarse.
Takanori terminó de comer, se despidió de ambas y salió de la casa. Viendo como la ya conocida camioneta negra y lujosa aparecía frente a él. El vidrio bajo, dejando ver el rostro de aquella persona que lo traía de un ala.
-Hola.- Saludó sonriente. Takanori abrió la puerta y subió al asiento del copiloto, recibiendo un beso en la mejilla como parte del saludo.
-¿A dónde vamos?- Preguntó poniéndose el cinturón.
-Ya verás.- Respondió poniendo en marcha el motor.
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Tú sólo ve, te llamaré cuando debamos regresar juntos. Esas habían sido claramente las palabras del rubio. Estaba sumamente nerviosa, sus piernas flaqueaban y sus manos sudaban.
Tranquila, Miko, sólo la verás. Pero, ¿Cómo estar tranquila? Apenas si su corazón tenía la concentración suficiente para bombear la sangre a todo su cuerpo. Ya dos personas le habían esquivado de un choque inminente, debido a su nula atención hacia sus pasos.
Llegó al lugar destinado, al parecer aún no llegaba su persona tan especial. Aprovechó el tiempo para poder tranquilizarse, ¿Hace cuánto que no la veía? Tal vez eran 2 o 3 años ya, ¿Tan pronto había pasado el tiempo? Y aún así, sus sentimientos no habían cambiado en absoluto.
“Best Friends 4 Evar!” El ingles de ambas daba lástima, pero la unión que tenían era inquebrantable. Aún podía recordar el odio que sintió hacia sí misma cuando tuvo que alejarse de ella debido a sus estudios, el poder volverse una profesionista, la hizo distanciarse de la persona por la que quería triunfar.
Al principio, lograban tener cierta comunicación, pero la diferencia de horarios hacía estragos en su amistad. Y ahora que volvía, se enteraba de que su antiguo amor estaba enamorado de su prometido. ¿El mundo en verdad era tan pequeño? O ¿era obra del destino?
La nostalgia de los recuerdos de aquellos días se agrupo en sus ojos en forma de lágrimas, ahí estaba, a sólo unos cuantos metros, mirándola entre sorprendida y despechada.
-Miko…
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Akira aparcó la camioneta, habían llegado a un tranquilo bosque a las afueras de la ciudad. Ambos bajaron del vehículo, Akira tomó la mano de Takanori y se dirigieron a una pequeña cabaña un poco más adentro.
-¿Qué hacemos aquí?- Preguntó el menor, observando atentamente todo a su alrededor. Akira guardó silencio y siguió caminando. Rodearon la construcción de madera, llegando a la orilla de un pequeño riachuelo.
-¿Está mal consentirte un poco?- Takanori estaba sorprendido. Sobre el verde yacía un camino de rosas blancas y rojas, guiando hasta una mesa y una silla a cada lado. La vista era utópica, lianas colgaban adornando la mesa, llenas de flores de colores vistosos y hermosos.
-Eres… un cursi.- Dijo ensanchando la sonrisa, dándose la vuelta para ver de frente al rubio, encontrándose con un ramo de rosas blancas y rojas en medio, formando un corazón. -¿Lo planeaste todo tú?- Preguntó acercándose, tomando una de las rosas.
-Recibí algo de ayuda.- Contestó sonriendo. “Aunque sea un chico seguramente le gustarán los detalles”. Y mira que no se había equivocado, Takanori seguía sorprendido, pero enternecido al mismo tiempo.
Ambos caminaron hasta la mesa y tomaron asiento, uno frente al otro. Empezaron a comer y platicar de trivialidades. El ambiente era ameno y divertido.
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Claro que no se podía decir lo mismo en este caso. Miko estaba feliz de ver a su amada justo frente a ella. Lastimosamente, de Jyou no se podría decir lo mismo. En su mirada cabían todos los sentimientos excepto de alegría.
-Ha pasado mucho…-Comenzó la pelinegra, a pesar del nerviosismo de su voz, destacaba más la felicidad del reencuentro.
-¿Por qué volviste?- Preguntó cabizbaja, sonando lo más fría posible. Estaba consciente de que la prometida de Akira tenía su misma edad y era conocida como Miko, pero, vamos. El mundo era demasiado grande, y podían existir coincidencias, ¿no?
Pero Jyou tenía que volver a la realidad, o mínimo a su realidad. Una muy dolorosa y nostálgica.
-No… estás feliz… de verme…- Afirmó tristemente. Jyou se quedó callada. El silencio otorga.
-Eres una traidora.- Susurró dolida, mirándola con desprecio.
-Jy…- Intentó acercarse, pero la rubia retrocedió.
-Sólo… déjame en paz…- Finalizó volviendo por la dirección de su llegada. Miko la observó alejarse, corriendo, huyendo de ella.
Un total fracaso…
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-Taka-chan., ¿Por qué no cantas algo para mí?
-¿Eh?
-Sí, hace tiempo que no escucho tu voz.- Dijo levantándose.
-Pero…- Akira se quedó a su lado y le tendió la mano. Takanori la aceptó y se levantó.
-Vamos.- Dijo empezando a caminar hacia el riachuelo. Faltaban unos cuantos minutos para la llegada del atardecer y el final de su cita.