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Masquerade por kanna chan

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Notas del fanfic:

Este es un pequeño regalo para alguien especial.

Notas del capitulo:

Baila conmigo... eso es todo lo que necesitamos, hay un mundo real, dentro de ti y dentro de mi... y eso es todo lo que importa

Masquerade

 

 

 

Llevó sus manos enguantadas hacia su cabello oscuro como la noche, largo, el cual caía en capas hasta debajo de sus hombros, lo recogió en una coleta baja sin poder evitar que dos delgados mechones resbalaran del agarre y se posicionaran sin decoro a los lados de su rostro, enmarcándolo con sutileza.

 

 

 

El disfraz estaba listo, o casi… un pantalón negro con elegante corte, una camisa de delgada seda blanca cuyas mangas amplias se ceñían a las muñecas de su dueña, los delicados guantes blancos y unas botas negras de tacones.

 

 

 

Le sonrió a su imagen en el espejo mientras se ponía sombras negras alrededor de sus ojos finamente delineados y se pintaba de un color rojizo pardo los labios finos que le sonrieron con gozo a la otra chica detrás del cristal.

 

 

 

-Va siendo hora-

 

 

 

El eco de sus pasos apresurados resonaba en el pasillo vacío, ese ruido constante y marcado le rebotaba en el cerebro poniéndola aún más nerviosa de lo que ya estaba a esas alturas por lo que quiso avanzar más rápido, apresurar el ritmo pero sin llegar a correr; era un pasillo extremadamente largo de piso de mármol negro y blanco, los cuales se mezclaban a causa de su prisa al barrerlos con la mirada; en esos momentos el pasillo le parecía aún más eterno que de costumbre y mientras andaba se preguntaba qué tan tarde iba a llegar. Luego de unos minutos, a lo lejos; un ruido sordo se iba haciendo más perceptible… música, era música.

 

 

 

El ritmo de su corazón se disparó haciéndole temer por un segundo ante la posibilidad de que éste se detuviera a unos pasos de llegar a su destino, pero no lo hizo; retumbaba como tambor violentamente, sentía su pecho temblar por la fuerza de aquel palpitar, y casi podía ver la pequeña rosa de plata saltar sobre su pecho, sonrió con ternura; aquella cadena larga, tanto que le llegaba hasta la altura del corazón, era un regalo de su amada.

 

 

 

La música de la orquesta ya retumbaba en su mente, alzó la vista y ahí, a pocos metros estaba la puerta del Salón Principal donde se estaba llevando a cabo el baile, la Mascarada.

 

 

 

A un metro de llegar se colocó con cuidado su antifaz negro con adornos de un plateado brillante que enmarcaban las cuencas de sus ojos y las orillas del antifaz en gráciles ondas simulando al mar, al cielo… o incluso a nada.

 

 

 

Entró luego de permitirse un suspiro largo que le regresó un poco de calma a la bomba de su pecho… Venga, no mueras aún… si vas a detenerte, que sea cuando esté en sus brazos… Se dijo a si misma admirando a su derredor; había muchas damas con hermosos vestidos de encajes y vuelos que se arrastraban con un hermoso vaivén por el salón, las alfombras y el mármol; caballeros con trajes elegantes, mascaras de todos los tipos con plumas y brillantes piedras en ellas... un mundo de colores y de magia.

 

 

 

Le miraron algunos ojos curiosos, sabía que de haber enfundado un lindo vestido no habría levantado vistas al entrar, pero no le iban los vestidos, y no se había tomado la molestia de disimular su cuerpo, bajo la camisa delgada se podían adivinar a la perfección su silueta de mujer joven.

 

 

 

Sonrió una vez más con el evidente gozo que le causaba escandalizar un poco al prójimo; no necesitaba recorrer su mirada por el salón, ella aún no estaba ahí; la habría visto, la habría sentido. Si ella estuviera presente su corazón lo habría adivinado, sus ojos se habrían desviado automáticamente a ese rostro hermoso y vivaz, a sus ojos claros y chispeantes. Pero no, aún no llegaba porque nadie en ese salón brillaba, nadie resplandecía, eran sólo un montón de personas bailando en un torbellino de colores, pero pese a la magnificencia de los atuendos, todos resultaban opacos a su vista.

 

 

 

Se quedó junto a la fuente de bebidas tomando algo, una copa de un sabor dulzón mentolado; declinando ofertas de bailar como una soberana desdeñosa, al parecer su atuendo no persuadía a uno que otro joven audaz que al verla sola intentaban conseguir llevar su mano al centro de la pista.

 

 

 

Taconeaba el piso ansiosa a los diez minutos de haber llegado, quizá quince; no por la espera en sí misma, si no porque entre más tiempo pasaba, más cerca estaría ella de llegar iluminando el salón con una tímida sonrisa.

 

 

 

Giró de nuevo hacia la fuente inspeccionando con carente interés las bebidas cuando suaves murmullos precedieron a un escalofrío que corrió libre por su espalda como si fueran gotas de lluvia fría bañándola… ella había llegado… lo supo aún antes de soltar la copa de cristal, aún antes de girar con una sonrisa enamorada en el rostro, aún antes de enfocarla ahí en la entrada, mirando entre tímida y perdida a la multitud del salón… ahí, flotando en un hermoso vestido blanco…

 

 

 

Su cabello castaño con destellos más claros en algunos mechones se movía de un lado a otro como mecido por una brisa intangible cada que ella giraba el rostro con suavidad, buscando entre la multitud a alguien; algunas puntas que desafiando a la gravedad se mecían más que el resto de su cabello con la dulzura que posee en si mismo aquello que es incontrolable. A pesar de estar del otro lado del salón, muy lejos de ella, la pelinegra cerró los ojos inhalando profundamente, casi sintiendo la dulce fragancia que aquel ondulado cabello destilaba en cada movimiento.

 

 

 

En su fino y suave cuello tintineaba una mariposa blanca sujeta a una gargantilla delgada, casi invisible; su dueña bajaba con cuidado las escaleras mientras la chica junto a la fuente que la observaba, sonreía con los ojos fijos en esa delicada mariposa que había sido un regalo suyo de hace tiempo, disfrutando del secreto que sólo ellas compartían; que en la parte de atrás del dije estaba grabada una encriptada declaración de amor.

 

 

 

El salón se iluminó con su llegada, quizá sólo fue perceptible para la pelinegra, quizá sólo ella podía percibir aquel encanto místico y magnético que sólo sienten aquellos que aman.

 

 

 

Su vestido, largo y hermoso flotaba armoniosamente a cada paso, la tela adornada con onduladas grecas doradas combinaba a la perfección con su antifaz de un blanco un poco más opaco ajustado a su hermoso rostro, el cual destellaba suavemente cuando le daba la luz de lleno.

 

 

 

Sus labios delicados y rosados se presionaban con encantador nerviosismo el uno contra el otro… Mi chica… pensó la pelinegra justo cuando esos ojos puros se encontraron con los propios conjurando un hechizo que detuvo el tiempo a su alrededor.

 

 

 

Atravesó el salón a paso firme, la castaña sonrió con ternura e hizo lo propio. No repararon en nada más, las personas, las miradas, ni siquiera la música era parte de ese universo personal que sólo les pertenecía a ellas dos, donde sólo ellas tenían acceso.

 

 

 

Las mascaras no sirven cuando amas a una persona, basta con mirarla a los ojos y la reconocerías hasta en la gruta más oscura.

 

 

 

Sus manos se encontraron y sujetaron con fuerza, con ternura, con amor…

 

 

 

-Te encontré-

 

 

 

Susurraron al unísono mientras se miraban con un cariño tan fuerte que hasta quienes estaban cerca podían sentirlo, quizá lo hicieron y apabullados por tal sensación fue que se apartaron un poco de la pareja a discreción, dejándolas a ellas juntas en un circulo inalterable, rodeadas de gente que en ese momento no existía.

 

 

 

-Vamos-

 

 

 

Musitó una de ellas; con la nueva pieza comenzaron a bailar en hermoso vals sin apartar sus miradas, juntas, sintiendo la certera presencia de la persona amada en tus brazos…. ¿Hay dicha más grande?... No, no la hay…

 

 

 

Los minutos se hicieron horas que fluían como si se tratase de dulces segundos para ambas; la noche cayó majestuosamente y ambas salieron, la una del brazo de la otra, al balcón del salón mirando al cielo, a las estrellas…

 

 

 

-Te amo-

 

 

 

Dijo una, con la certeza de sólo estar poniendo en palabras aquello que la otra ya sabía con sólo sujetarse de su mano; la respuesta a ello fue un beso de la otra, un beso delicado como aleteo de mariposa, terso como pétalo de rosa… y eterno como el tiempo.

 

 

Notas finales:

La suerte de estas historias, es que continuan creciendo... hasta que deba terminar...

 

Pero incluso cuando eso pase... conviene recordar que los sentimientos nunca desaparecen...


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