Y yace sangrante contra la baldosa fría de ese ataúd blanco. La sangre escurre de sus ya descoloridos labios, manchando sus cabellos plata y sus ropas color nieve.
El acido –llamado lagrimas-quema sus pómulos huesudos, mientras una sonrisa hipócrita se tuerce en su boca, que vomita carmín.
Sus ojos ya opacos, destilan rencor y su menudo y escuálido cuerpo, se convulsiona antes de exhalar por última vez, dando una despedida patética a su -NO- apreciada vida, dándole un adiós a este mundo que jamás le quiso y solo le entrego dolor.
Pero nadie descubrió que el pequeño, usaba tres pijamas para disimular la piel pegada a sus costillas y la nula grasa de su cuerpo.
Que no bajaba al comedor a cenar y en el almuerzo, cortaba en trozos pequeños la porción de comida, haciendo caer la mitad al suelo, para luego excusarse con Roger de que ya estaba satisfecho.
Nadie se percato que, escaleras arriba, haciendo arcadas después del desayuno, llegando al baño vaciando todo lo que habia ingresado a su vacío estomago.
Después de un par de meses su sensible piel se resquebrajó dando señal de su insana patología-no- alimenticia.
Pero aun así, nadie se percato, porque el era el niño perfecto que usaba pijamas-cuatro pijamas blancos para disimular la piel pegada a los huesos- que construía puzzles y era-aunque el no quisiera-el mejor del orfanato.
Nadie se percato cuando se puso a llorar a la mitad de la clase, al leer el papel arrugado que estaba bajo su cuaderno, donde destruían un año de su corta vida, con palabras frías e insensibles; mientras el rubio ocultaba la mirada de hielo agonizante de dolor, detrás de una sonrisa hipócrita.
Y en ese momento se quebró, botando cuaderno, lápiz, silla y mesa, arrancando de aquellas miradas acusadoras que lo hacían sentir débil y por sobretodo: gordo.
Arcadas escaleras arriba, tratando de borrar esas miradas burlonas, la cruda mirada de Mello-que a pesar de todo mentía-que lo repudiaba más que a nadie.
Cuerpo menudo temblaba, deseando que todo fuera una pesadilla, mientras seguía vomitando aferrado a aquel blanquísimo inodoro que se llevaba todas sus culpas y dolores.
Un toque suave en su puerta llamo su atención, levantándose precipitadamente cayendo en un ruido sordo al piso blanco que fue testigo de todas las veces que se purgo.
Su cuerpo convulciono, comenzando a perder la conciencia y los golpes se volvían insistentes.
Y yace sangrante contra la baldosa fría de ese ataúd blanco. La sangre escurre de sus ya descoloridos labios, manchando sus cabellos plata y sus ropas color nieve.
El pelirrojo nervioso se arrodillo junto a el –después de haber forzado la puerta-estrechándole entre sus brazos, limpiando con la manga de su -a-típica polera a rallas la sangre que burbujeaba de su boca, llorando amargamente al igual que el cabellos de plata, rogándole a un Dios poco venerado que salvara su desdichada alma.
Sus ojos ya opacos, destilan rencor y su menudo y escuálido cuerpo, se convulsiona antes de exhalar por última vez, dando una despedida patética a su -NO- apreciada vida, dándole un adiós a este mundo que jamás le quiso y solo le entrego dolor.
Y el pelirrojo luego de estrechar aquel cuerpecito muerto, descubrio, lo que nadie vio.
El chico gemía por cariño y algo de atención, no ser perfecto y por sobretodo: gordo.
Así Matt-que era el pelirrojo angustiado-descubrió su…Nearexia