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Labor Social por AthenaExclamation67

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:: Labor Social:

"Camus & Milo"

By AthenaExclamation67

 

 

Amanecía en Grecia.

 

El nuevo día, se presentaba caluroso, uno como tantos otros del feroz verano, pero Shion, siempre consciente de que después de la paz duradera, el trabajo de los Caballeros Dorados no era tan necesario. Decidió poner a los caballeros a ayudar a los aldeanos.

 

- Buen día caballeros... - hablo solemnemente mientras les veía sentarse - he estado observando que los aldeanos precisan ayuda - se sentó también - y creo, que con la tranquilidad que reside en este momento en el santuario, deberíamos ayudarlos - cruzó su pierna izquierda y la dejó sobre su derecha y prosiguió - ellos siempre nos han estado procurando víveres y demás ... Así que ahora, debemos regresar su buena voluntad.

 

Todos los caballeros se miraron unos a otros emocionados. La idea les pareció realmente buena, y viendo que no hacía falta cuidar del santuario, ya que los problemas parecían estar también de vacaciones, se animaron a preguntar al patriarca en lo que estaba tramando.

 

 - Señor... - se puso en pie Aldebarán - ¿en qué podemos ser útiles? - hizo una respetuosa reverencia y regresó a su lugar.

- Verán - volvió a levantarse lentamente - está haciendo mucho calor, y he observado los bosques mientras paseaba por ellos. Deberíamos ir hasta un claro que hay, está lleno de árboles secos a su alrededor, y con este calor, me temo que podría haber incendios - miró a sus caballeros esperando una reacción.

 

Todos ellos se pusieron en pie, y asintieron rápidamente, diciendo casi al unísono...

 

- ¡¡Lo haremos!!

 

Tras escuchar las instrucciones, y el punto concreto a limpiar del bosque, corrieron a sus templos para liberarse de sus armaduras y tomar las herramientas necesarias para que en menos de media hora, volvieran a reunirse junto al Templo Patriarcal.

 

Pasó revista por encima, viendo que todos sus caballeros portaban hachas y guantes, también ropas ligeras, y como no, agua para hidratarse.

 

Tras repasarles visualmente, inició el paseo que les conduciría hasta el claro del bosque. Largo paseo, ya que les llevó casi treinta minutos llegar. Pero cuando estuvieron allí, rápido vieron lo que debían mejorar.

 

El bosque espeso, que ocultaba la ciudad, y también el santuario, estaba en el centro, repleto de árboles secos. Arboles que, con el calor del verano, y algún despojo de algún despistado, podía provocar un incendio, y ponerles a todos en apuros.

 

Miraron a su alrededor, y como el que no quiso la cosa, se dividieron por grupos, situándose Aldebarán, Mu y Dohko en el lado norte, Shura y Afrodita en el lado sur, acompañados de Aioria y Shaka ya que había bastante que hacer en esa parte y Saga Y Aioros, junto con Mask y Shion, se fueron al lado oeste.

 

A Camus y Milo, les toco el lado que quedaba más al este del santuario, era también el lado más alejado de todos, un lado que era muy frondoso, y que además, tenía un lago cercano, en el que todos solían divertirse, incluso amarse a escondidas de sus compañeros, o eso creían.

 

Caminaron despacio, dejando a sus  compañeros metidos en faena, y tomaron sus herramientas, cargándolas a su fuerte espalda hasta que llegaron a su zona de trabajo en silencio, sin casi hablarse, sin saber ninguno de ellos, como romper esa barrera de hielo que a veces, se hacía insoportable.

 

- Tu ve por ahí - dijo Camus muy serio - yo iré por allá - acabó y sin esperar una respuesta, dando media vuelta para comenzar a cortar las ramas secas que sobresalían de un árbol

- Sí, mi general - susurró Milo muy bajito, esperando que no le oyera, poniéndose firme y saludando como si estuviera en el ejército, pero a pesar de lo flojito que susurró. Camus algo escuchó.

- ¿Decías? -  giró solamente medio cuerpo, mirando fijamente, de un modo penetrante a Milo que gracias a sus buenos reflejos, disimuló.

- No, nada... - miró al suelo - ¿Qué tendría que pasar? - balbuceó sonrojándose un poco, viendo como Camus hacía lo de siempre, ignorarle, y cuando ya no podía ver lo que hacía, le sacó la lengua para burlarse.

 

Tomo la dirección que Camus le había indicado, estaba enfurruñado. No sabía cómo abordar a Camus, este, se comportaba con él como un témpano de hielo, y ya no sabía el modo en cómo actuar, ya que claramente, sus compañeros, les dejaban a solas para ver si esa situación, se podía arreglar.

 

Pero nada más lejos de la realidad. Camus cada vez se comportaba más frio con Milo, y Milo, cada vez se obcecaba más en agradarle.

 

Agitó su cabeza, tratando de sacar todos los pensamientos que divagaban por su mente y sin poder hacer otra cosa, se puso a talar ramas secas de los arboles. Sobre todo, las que estaban más cerca del suelo, ya que eran las que más hacían peligrar el bosque.

 

Después de un rato talando, sintió la necesidad de saciar su sed y sin avisar a Camus, puesto que creyó que no le importaría lo más mínimo lo que hacía, se acercó al lago, y tras tomar agua con sus grandes manos, bebió hasta que su sed se sació, sin darse cuenta ni un solo momento, de que Camus se quedo viendo como ejercía cada movimiento.

 

Luego de beber, tomo un poco más de agua entre sus manos, y sin pensárselo dos veces, aun sabiendo lo fría que estaba el agua, se la echó por el pecho, repitiendo la acción con su espalda y con su cabeza para poder refrescar su cuerpo.

 

Inspiró fuerte, sacudiendo su cabeza, quitando el exceso de agua de sus cabellos, y regresó donde había dejado su hacha, tomándola sin ponerse los guantes, para después seguir talando las ramas de los secos arboles.

 

Levantó su hacha furioso, tomando un fuerte impulso para después sacudirla al viento y hacer que impactase con la rama de un árbol que era bastante gruesa. Sin darse cuenta que la fuerza ejercida, había sido desmesurada, y tuvo que empezar a pelear para poder desincrustar el hacha.

 

La tomo con sus dos manos, y forcejeó con el mango sin lograr éxito.

 

- ¿Es que no puedes ser más serio? - Se acercó Camus - deja de hacer el burro - tomó el hacha con una sola mano y de un fuerte tirón, la sacó de la hendidura del árbol, tirando a Milo al suelo, que cayó sobre sus posaderas y lo miró embobado.

- ¡¡No estaba haciendo nada!! - Refutó poniéndose rápidamente en pie, clavándose todo tipo de astillas en las manos, pero muy ofuscado - sigue con lo tuyo, que no me hace falta tu ayuda - protestó.

 

Camus ignoró nuevamente a Milo. Se giró y volvió a la zona que había elegido para seguir cortando ramas y también algún que otro árbol que ya estaba muerto.

 

Milo le miró enojado, viendo como se ponía a cortar con mucha fuerza las ramas de los arboles. Casi se podría decir, que usaba el hacha con furia, ya que en algunas ramas, de un solo golpe, las cortaba de cuajo, provocando un ruido bastante fuerte, que le erizaba la piel de todo el cuerpo.

 

Trató de no mirarle, de ignorarle igual que Camus hacía. Pero le resultaba imposible, había quedado embobado, mirando la esculpida anatomía de Camus.

 

Cada musculo de sus brazos, se movían al compás del otro, provocando que ese cuerpo bien esculpido luciera demasiado sensual. El sudor, que los recorría. La forma en que Camus se movía. Le parecieron que era una especie de danza espectacular que empezó a provocarle cada vez más.

 

Agitó su cabeza, tratando de sacar la imagen de Camus y sus fornidos brazos sudorosos moviéndose en contra de esos árboles, pero en cuanto se disponía a inclinarse para tomar el hacha del suelo, Camus hizo algo que lo dejó aún más embobado.

 

Despacio, el Caballero De Oro de Acuario se sacó la camiseta, haciendo que Milo, que miraba el espectáculo, se quedara con la boca abierta.

 

El torso de Camus, era más fornido aun que sus brazos. Sus pectorales sudorosos y la bien dibujada tableta de chocolate, le dejaron en jaque.

 

Sintió que su cuerpo reaccionaba, que cada movimiento que hacía Camus, más le excitaba. Y se estaba viendo en el aprieto, de que su pantalón empezaba a evidenciar su estado de ánimo, pero por suerte para él. Llegó Shion para comunicarles que por ese día, habían terminado con sus labores sociales para con los aldeanos.

 

Milo estaba a punto de desear que la tierra le tragara, empezó a suponer que todos sus compañeros llegarían y que se darían cuenta en el estado que se encontraba, no sabía ya como disimular, por culpa de Camus, y de sus movimientos acompasados, su mente empezó a imaginar y su cuerpo lo estaba demostrando.

 

- Shion... - susurró antes de que cualquier otro llegara - si me disculpas me adelantaré hasta mi casa - continuo cubriendo la zona estratégica a ocultar - se me clavaron varias astillas en las manos por una caída tonta - explico tratando de excusarse, aunque era verdad - y debería quitarlas - miró al suelo más ansioso que otra cosa, deseando que Shion le diera el permiso o pasaría la vergüenza de su vida

- Claro... - sonrió sin entender demasiado bien, pero creyendo la excusa que le había dado - ve tranquilo. Te esperaremos para comer - añadió.

 

El cielo se abrió en ese instante para Milo. Se tranquilizó, aunque no todo su cuerpo porque su entrepierna seguía ardiendo, y salió corriendo en dirección a su casa. Justo en el mismo momento en el que Camus se acercaba por su espalda.

 

- ¿Qué le pasa a ese? - preguntó irónico, creyendo que Shion no le oía.

- ¿No crees que te pasas? - Le contestó Shion - parece mentira... - le miró directamente a los ojos - hubiera jurado que te gustaba - inspiró frunciendo el ceño, viendo la reacción de Camus a sus palabras.

 - ¿Señor? - Trató de hacerse el loco - no sé de qué me habla... - desvió la mirada de los ojos de Shion, sabiendo que mentir, y más al patriarca, no era algo que se le diera muy bien.

- Ya entiendo Camus... - le habló con total confianza - mejor ocultar lo que se siente, ser ese pilar de hielo insensible para que no te dañe la gente... - suspiró hastiado - se que lo sabes, pero aquí, nadie desea hacerte daño. Más bien, todo lo contrario - acabo y siguió su camino, lleno hasta donde habían estado trabajando.

 

Camus miró al patriarca. Nunca hubiera imaginado que le hablaría con tanta confianza, pero lo que le dejó más ofuscado, sin duda alguna, fue lo certeras que habían sido sus palabras.

- ¿Dónde se ha ido? - Preguntó acercándose a Shion - Creo que debería hablar con él... - añadió sonrojándose levemente, agradeciendo que Shion no le viera.

- Se fue a su templo - contestó sin girarse, sabiendo que Camus agradecería el gesto - se lastimó las manos, y deseaba curarse - sonrió algo más tranquilo, escuchando los pasos acelerados de Camus.

 

Empezó a caminar apresurado, deseando llegar lo antes posible a la Casa de Escorpión, pero cada tanto, iba parando, deseando darse la vuelta, porque no tenía la más mínima idea de cómo romper la barrera de hielo que él mismo había creado.

 

A pesar de las dudas, de la incertidumbre que le recorría. Cuando se detuvo por última vez para meditar lo que debería hacer, se dio cuenta que ya estaba frente a la entrada de la casa que buscaba, así que tomo valor, recordando las sabias palabras de Shion y se adentró en la Casa de Escorpión hecho un manojo de nervios.

 

- Milo... ¿Estás ahí? - dijo en tono bajito, tan bajito que era imposible que le hubiera oído.

 

Se adentró un poco más, explorando cada rincón de aquella casa hasta que vio una estancia iluminada, y se acercó a ella en silencio, avanzando con pasos lentos y se quedó mirando por la pequeña ranura de la puerta.

 

- Ese tarado... - escuchó como renegaba Milo - primero me dice que no haga tonterías, y luego él se pone  hacer de exhibicionista - continuó mientras abría la canilla del agua caliente - menos mal que no me vio nadie... - susurró negando continuamente con la cabeza.

- ¿De quién hablas? - Abrió la puerta de sopetón, sobresaltando a Milo que sin querer metió las manos en el lavamanos lleno de agua caliente - parece que te hace enojar mucho - añadió entrando a la estancia.

- ¡¡Camus!! - Exclamó asustado, girándose sin querer - ¿Qué haces aquí? - preguntó sin entender nada.

- Shion me dijo que te habías lastimado - le miró de pies a cabeza, deteniéndose en cierta parte de la anatomía de Milo que sobresalía del resto - pero ya veo que es por otro motivo que viniste a tu templo - calló y frunció el ceño.

 

Milo se cubrió, se moría de vergüenza, pero no tenia escapatoria, y contestó la indirecta de Camus.

 

- Sí que me lastimé - refutó - me llené las manos de astillas - las extendió para que viera que era cierto.

- Vaya... - las tomó entre sus manos, sin pensarlo ni un momento, sintiendo una corriente eléctrica que le recorrió todo el cuerpo - deja que te ayude - le miró a los ojos, pero sin quitar la cara de enojo - debiste ver algo que te agradó mucho - acabó sarcástico, tomando las pinzas que Milo ya había buscado y empezó a sacar cuidadosamente las astillas.

- Sí, me agradó muchísimo lo que vi - contestó sin apartar la mirada de los ojos de Camus - ¿acaso te importa? - preguntó intuyendo que el momento de discutir había llegado.

- ¡Pues sí! - Contestó enojándose más aún - no puedes ser tan descarado - continuo rabioso, sacándole las astillas algo más ansioso - ¡a saber que viste para ponerte así!

- ¡¡Te vi a ti!! - Contestó sin darse cuenta - ¡si no fuera porque te dio por desnudarte en el medio del bosque, yo no estaría así! - se quedó callado, sabiendo que había hablado de más, dejando a Camus sin palabras para contrarrestar y con los ojos abiertos como platos.

 

Un silencio sepulcral que no duró ni un minuto hizo que Milo se sonrojara hasta las orejas. Se había descubierto a sí mismo, y todo porque como siempre, Camus había logrado hacer que perdiera los estribos.

 

Se sentía furioso, pero también más tranquilo, al fin lo había admitido, no de la forma que él hubiera deseado, pero al fin, había podido decirle que le gustaba, y solo quedaba esperar lo que él supuso que vendría... El rechazo.

 

- Milo... - inspiró para tomar valor, uno que le faltaba en ese momento - yo...

- Ya sé, no hace falta que lo digas - le interrumpió - no soy tu tipo - añadió lleno de frustración, moviendo las manos rápido para poder alejarse, pero Camus lo retuvo.

- Iba a decir... - le miró a los ojos - antes de que me interrumpieras... - se acercó a Milo, dejándole pegado a la encimera de piedra del baño - que deberé responsabilizarme de lo que provocan mis acciones - le miró nuevamente de pies a cabeza, comprobando que aun la intimidad de Milo no se había calmado.

- Ya sabía - contestó Milo sin haber entendido las palabras - no hacía falta que... - se calló repentinamente, dándose cuenta de lo que realmente quería decir - pero... Camus... - le miró a los ojos fijamente, viendo un brillo especial en ellos.

- Pero nada Milo... - se inclinó y le besó los labios, abrazándole con fuerza, rodeando la cintura de Milo con un brazo y tomando con la otra su cadera, evitando que pudiera escapar a algún lado.

 

Milo se olvidó de todo, de los malos ratos que Camus le había hecho pasar, de los momentos de incertidumbre, de las astillas que aún quedaban en sus manos y correspondió efusivamente el beso, dejándose llevar por el deseo, deseo que le poseía desde que vio como se quitaba la camiseta, deseo que recorría incesantemente su cuerpo.

 

- Camus... - jadeó excitado al separarse - creo que ambos estuvimos muy ciegos... - le susurró a los labios, volviendo a recuperar el aliento para retomar el delicioso beso.

- Mmmnnn... demasiado ciegos... - contestó Camus cuando se separó de Milo - tengo que ocuparme de esto... - sonrió pervertido, llevando la mano que sujetaba la cadera de Milo hasta la entrepierna, y con el brazo que le sujetaba por la cintura, lo alzó y lo dejó sentado en la encimera.

 

Milo se estremeció ante aquél divino contacto. Los dedos de Camus le estaban acariciando de una manera lasciva, y lo estaban excitando demasiado. Tanto que ni cuenta se dio de que le había arrancado el pantalón que llevaba puesto para poder apreciar la erección en su totalidad.

 

Sin pensarlo, y teniéndolo desnudo de cintura para abajo, Camus engulló el sexo de Milo. Lo metió en su boca para lamerlo y saborearlo hasta que se empachara, pero Milo, ya estaba demasiado encendido, y no creía poder detener lo que estaba llegando.

 

- Camus... para... - jadeó - así no... - gimió queriendo que se detuviera y lo logró.

- Mmmnnn... ¿no te gusta? - se incorporó Camus y le miró a los ojos.

- De... - tomo el aire que le faltaba - demasiado me gusta...

 

Y no pudo decir más porque Camus asaltó sus labios.

 

No le importaba demasiado, con la petición, intuyó que Milo estaba a punto, pero con los besos, y tras devorar a Milo, él también estaba más que excitado.

 

Se separó de la boca de Milo despacio, mordiéndole el labio inferior y se lanzó a su cuello, mientras le rompía la camiseta llena resina con sus manos para poder acariciarlo.

 

- Milo... - le mordió la clavícula - ¿puedo? - preguntó llevando su dedo anular al anillo de Milo.

- Mmmnnn... Camus... - le rodeó con sus piernas por la cintura y se incorporó para abrazarlo - vaya preguntas que me haces... - sonrió y se encargó él mismo de abrirle el pantalón y dejarlo caer al suelo, justo lo mismo que sucedió con el bóxer de color canela que llevaba Camus - ¿Es suficiente respuesta? - se pegó más a Camus y tomo su miembro hinchado con una mano para guiarlo.

 

Camus sonrió complacido, nunca hubiera imaginado tal respuesta, quizás un sí era lo que estaba esperando, pero aquello, superaba todo lo que su mente completamente enajenada por la pasión pudiera imaginar en ese momento.

 

Le besó de nuevo, penetrándole al tiempo que lo hacía, llevando la mano que no rodeaba la cintura de Milo a su hombría y poder así acariciarlo, iniciando un vaivén delirante que aumentaba con el paso de los minutos, igual que aumentaba la potencia de las embestidas que provocaban que el momento que ya estaban anhelando, llegara más deprisa.

 

Los jadeos y gemidos, sonaban, retumbaban en el baño, haciendo que sus pieles se erizaran por completo mientras compartían ese momento de pasión que ambos estaban deseando.

 

- Camus... me voy... - se vio interrumpido por un nuevo beso que no le dejó avisarle que estaba a punto de culminar.

- Espera... Mmmnnn... que me voy contigo... - contestó embistiendo más fuerte, provocando una carcajada en Milo por lo ocurrente de la frase.

 

Carcajada que le hizo tensarse y estrechar sus entrañas sin darse cuenta. Cosa que provocó que con una embestida más, Camus se viniera, igual que él que ya no pudo contenerse más y se derramó en la mano de Camus que no le dejaba de acariciar.

 

- Ahhh... estás loco... - se abrazó a Camus con fuerza - que frase tan ocurrente... - rió agotado, apoyando su frente en el hombro de Camus.

- Mmmnnn... loco por ti Milo... - le contestó provocando que se incorporara para mirarle a los ojos.

- No más que yo por ti Camus... - sonrió feliz y tomo con sus manos las mejillas de Camus para volver a besarlo y repetir todas las veces que sus fuerzas les permitieran, el momento que por tanto tiempo estuvieron anhelando...

 

 

Fin

 


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