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Los Caballeros También Lloran por AthenaExclamation67

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Notas del fanfic:

Selfinsert ^^u

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.::.Los Caballeros También Lloran.::.

Ikki & Hyoga

By AthenaExclamation67

 

 

Sábado, 5 de la madrugada.

 

Mi teléfono móvil, empieza a sonar como un desquiciado. Sacándome de un hermoso sueño que no voy a mencionar. Solo piensen que era bueno, muy bueno. El resto. Se lo pueden imaginar.

 

Atrapé el dichoso teléfono al vuelo, justo cuando se precipitaba hacia el suelo de forma vertiginosa y gracias a mis estupendos reflejos (dormida, pero…) pude agarrarlo antes de que impactara contra el suelo.

 

Lanzó un gruñido que me sale desde muy adentro, y sin más, contesto.

 

- ¡¡HOLA!! – espeté ya que mi despertar no es de los mejores.

- Nena, nena… Tinc una feina per tu – dijo mi jefe que en cristiano, y para que todos nos entendamos, me decía que tenía trabajo para mí.

 

Me puse a pensar…

 

Primero, no sabía de dónde demonios había sacado mi teléfono personal. Y segundo… ¡¡Viejo de mierda!! Si estoy de vacaciones… ¿No tendrá a otra para molestar?

 

Inspiré fuerte, muy fuerte para calmarme y escuche lo que tenía que decirme por educación, ya que fuera como fuera, no pensaba hacer lo que pensaba encargarme. Estaba de vacaciones, y bien merecía el descanso. Así que estaba convencida a negarme.

 

- Te he conseguido una entrevista – me decía. Les hago la traducción literal, porque si nos ponemos a hablar en catalán, capaz no nos entendamos – y sé que es algo, que no serás capaz de rechazar – añadió feliz.

- ¿Qué no? – pensé para mi misma – Espera y verás – seguí peleando con mis neuronas.

- He usado mis contactos – empezó a explicarme – he movido algunos hilos, y te conseguí una entrevista con esos chicos – quedó callado un momento, provocando mi cólera – ¿Cómo eran? – Supongo que se preguntaba a sí mismo, pero también lo escuche - ¡AH! – Exclamó – Los Caballeros De Bronce.

 

Mis ojos, se abrieron como platos al escucharle. Me había pillado, y no solo eso, esos niñitos preciosos eran mi punto débil y mi jefe, el muy truhan lo sabía.

 

Entrevistar a esos sexis muchachos, interesantísimos, seguro, pero tan y tan musculados…

 

Era una ocasión especial, una que no podía ni quería desperdiciar. Una que se da solamente una vez en la vida. Y no pensaba pasar.

 

No se crean, no soy una periodista de ese tipo, una paparazzi o reportera de las revistas del corazón. No, no. Yo soy una excelente periodista que publica en revistas de interés internacional, de esas que preparan sus preguntas, e investiga para saber con quién va a tratar, y además de eso, también tomo mis propias fotografías. Fotografías con un enfoque y luz excelente, nada de eso de ir persiguiendo a famosillos de tres al cuarto en cueros.

 

Vamos, que soy toda una profesional.

 

- ¿Maca, nena? – repetía una y otra vez mientras yo estaba sumida en mi divague mental.

- Sí, si… Aquí estoy – respondí volviendo al mundo.

- Muy bien, tienes que irte a Japón. Ya tienes la reserva hecha. Te están esperando, después si quieres, puedes quedarte por allí el tiempo que quieras, el hotel está pagado hasta que tengas que reincorporarte al trabajo – acabó.

 

Que buen hombre…

 

 El tipo, mi jefe. Se podría decir que es como el Tío Gilito, de Pato Aventuras, ya que podría nadar en billetes. La única diferencia, sería que él no es un pato, pero por lo demás, el parecido es asombroso

 

- Quiero el articulo el miércoles – finalizó – pero si no quieres interrumpir tus vacaciones – tomo aire – yo lo entiendo, y puedo enviar a otra persona si lo crees mejor – se calló.

- ¡¿Otra?! – Espeté – Y una mierd… - me dije mentalmente - ¡¡Yo iré!! – Dije en un grito – el miércoles lo tiene en su ordenador listo para publicar – callé volviendo a renegar mentalmente. Muy lindo el tipo, pero sigue siendo un jodido viejo de #”@|¬…

 

Nos despedimos, aquellas no eran horas de estar charlando por teléfono se atrevió a decirme antes de colgar. Y como podrán imaginarse, eso me hizo renegar todavía más.

 

Me levanté de un salto. Después del susto de la llamada telefónica, la charla con mi jefe y toda la emoción por el notición que acababa de darme (sobre todo por lo último) ya no pude volver a dormirme.

 

Corrí hasta mi ordenador, y tras esperar dando brinquitos sobre la silla giratoria. Me conecté a mi correo personal, e imprimí mis billetes y la reserva del hotel.

 

La excitación recorría mi cuerpo y como no era capaz de estar quieta ni un solo momento, y mucho menos continuar durmiendo porque solo era capaz de pensar en esos estupendos y valerosos caballeros que tantas veces habían salvado a la humanidad de una terrible fatalidad.

 

Sí dije que eran sexis… ¿verdad?

 

Como les decía, preparé mi maleta meticulosamente, no podía dejarme nada. Así que tras meter en ella varias piezas de ropa. Revisé que mi cámara funcionara perfectamente, agarré las baterías, mi libreta y varios bolígrafos, ah, y como no, mi grabadora, y lo metí todo bien protegido en esa maleta (más bien bolsa de viaje) y me fui a bañar, a ver si lograba calmarme.

 

Salí de la ducha ya más tranquila (o eso parecía) y me vestí para en pocos minutos, salir corriendo hacia el aeropuerto y así tomar el primer vuelo que saliera al Japón.

 

Por suerte, cuando me planté en el mostrador de embarque con mi genial billete abierto (debo agradecer a mi jefe por eso) la chica me comunicó que habían asientos disponibles para el vuelo que estaba a punto de despegar.

 

- Tendrás que correr un poquito – dijo siempre con la sonrisa en la boca – pero te da tiempo a llegar, acaba de empezar el embarque.

- Claro – le contesté efusiva, y tras tomar las tarjetas de embarque de la mano de aquella chica (más bien se las arranqué de la mano) salí corriendo hacia la puerta que me había indicado.

 

Cuando llegué a la puerta indicada, justo entraba la última persona que quedaba en el vestíbulo y con ganas de gritar para que me esperaran (cosa que no hice ya que el chico me vio llegar acelerada) le entregué la susodicha tarjeta de embarque y atravesé aquella pasarela que se movía bastante.

 

Empezó mi ansiedad previa al despegue. No es que me desagrade volar, pero el despegue, y el posterior aterrizaje. Es algo que suele inquietarme.

Cuando estuve en mi asiento. Ventanilla, de la fila 7, me di cuenta de algo, que de no ser porque había más gente, me hubiera puesto a decir improperios. Resultaba, que la fila 7, la cual no pensé que estuviera sobre el ala. No tenía la vista que yo creí que pudiera tener. Ya que sobre el ala no estaba. Pero si estaba el motor o como quiera que se llame, así que se podía decir, que mi idea de sacar preciosas fotografías a las nubes, debía descartarse.

 

En fin, como no podía hacer otra cosa, me tranquilicé lo más que pude, y me dormí.

 

El viaje se me hizo bastante corto. De no ser porque la azafata venia a despertarme con la clásica bandejita de comida (incomestible), me habría pasado todo el vuelo durmiendo en los brazos de Morfeo (bueno, quizás no de Morfeo, pero sí de algún morenazo).

 

Tras aterrizar, hice como hacen los borregos, ir detrás de las personas que supuse sabían a donde iban, bueno, al menos mejor que yo parecían orientarse porque mi sentido de la orientación es prácticamente nulo, por no decir inexistente. Así que una vez conseguí salir, luego de haber recogido mi equipaje, repasé mentalmente mis clases de inglés y me dispuse a subir a un taxi, uno de los muchos que había allí, pero mi sorpresa fue que el buen señor de ojos rasgados, de ingles entendía menos que yo.  Entonces, recordé lo que siempre se hace en estos casos, e hice uso del idioma universal al que se recurre en este caso, agarré el papelito donde estaba el nombre del hotel escrito y hablando en español, alto y claro (como si ese buen hombre fuera a entenderme) señale la dirección, insistiendo en remarcar con mi dedo índice, el nombre del hotel, y así fue como el señor se puso en marcha mientras yo rezaba por que se hubiera percatado de lo que con el maravilloso idioma de los signos, quise hacerle entender.

 

La suerte parecía estar de mi lado, y unos minutos después, treinta para ser exactos, llegué a mi hotel al que entre después de abonar la cantidad correspondiente al trayecto.

 

Cuando entré en ese pedazo de hotel (porque no se le podía llamar de otra manera), creí que volvía a estar en el aeropuerto. Había un gran vestíbulo, con unos mostradores inmensos, y largos pasillos que me hicieron quedar con la boca completamente abierta.

 

Un señor vino a recibirme, y tras preguntarme mi nombre en un inglés perfecto, le contesté. Me llevó hasta la recepción, un mostrador que era casi tan grande como mi casa y me tuvieron unos minutos con el papeleo de ingreso. Después, el mismo señor me acompaño hasta la puerta de mi habitación, cargando gentilmente con mi bolsa de viaje y se despidió tan rápidamente, que no pude darle ni una propina.

 

Metí la tarjetita en la ranura y mis ojos, que ya no cabían en sí de su asombro, se abrieron todavía más. Esa habitación sí que era tan grande como mi casa. El dormitorio se asemejaba al 50% de mi casa y sumados el baño y el balcón, eran la casa entera.

 

Entré despacio, mirando como boba a todos los lados y acomodé mis cosas (osea, dejé la bolsa en el armario, sin deshacer) y salí al balcón, para poder admirar todo el bello paisaje.

 

Irremediablemente, mi cámara hizo acto de presencia, no podía despreciar ni uno solo de los detalles que esa espectacular vista me ofrecía, así que después de estar cerca de media hora disparando con el obturador de mi cámara, entre a la enorme habitación y me dispuse a refrescarme después del largo viaje.

 

Entré en el cuarto de baño que era enorme y me metí en la bañera (piscina olímpica parecía) y me quedé en ella por largo rato, disfrutando del relajante baño hasta que mis dedos se arrugaron demasiado y decidí salir.

 

Me vestí el albornoz que el mismo hotel me había proporcionado, y tras salir del cuarto de baño, me tiré en la cama y agarré el mando del televisor para ver algo mientras decidía si salía a explorar, y cenar algo por la ciudad, o si por el contrario, ordenaba la cena en el servicio de habitaciones del hotel.

 

Fui cambiando de canal y viendo la programación disponible hasta que sin darme cuenta, y agotada por el viaje. Me dormí hasta que un ruido ensordecedor, nuevamente mi teléfono móvil me despertó.

 

- Buenos días… - habló una voz seria, muy grave – ¿la señorita María? – preguntó en un perfecto español aunque con un acento extraño.

- Sí… - contesté medio dormida – soy yo – callé.

- Mi nombre es Tatsumi – dijo – soy el secretario de la señorita Kiddo – prosiguió – quería confirmar la hora de la entrevista – me comunicaba - sigue siendo a las 12… ¿Verdad? – calló.

- ¡¡Claro!! – Contesté más efusiva de lo que hubiera sido normal – allí estaré sin falta – añadí algo espitosa.

- Muy bien, hasta entonces… - se despidió y yo me giré feliz para poder ver la hora en el reloj.

- ¡¡JODER!! – grité una vez hube colgado.

 

Eran las 11 de la mañana, me había dormido pero bien, y lo peor de todo, es que aún debía averiguar donde quedaba esa Mansión.

 

Corrí y saqué toda la ropa de mi maleta, poniéndome lo primero que encontré. Una falda corta, y una blusa discreta, acompañadas de unas merceditas de color negro, y el bolso como complemento. Bolso que iba cargado con mi cámara, libreta y bolígrafos de sobra por si alguno fallaba.

 

Bajé al vestíbulo, y miré a todas partes, tratando de encontrar a alguien que pudiera ayudarme, y como no estaba demasiado despierta aún, hice lo que me pareció más coherente. Correr a la recepción y preguntar por donde quedaba la dichosa mansión.

 

El chico (por cierto muy amable) me vio algo acelerada y como seguro no había más locas como yo en el hotel, intuyó lo que me pasaba.

 

- ¿En qué le puedo ayudal? – dijo en tono suave y pausado, haciéndome notar el siempre mencionado y característico acento de los japoneses al hablar nuestro idioma.

- Debo llegar a este lugar – le mostré un papel en el que tenia anotada la dirección.

- Oh… Está en las afuelas – me comunicó y me dejó de piedra, tenía menos de cuarenta minutos para llegar, y debía viajar bastante – pelo no se pleocupe, en veinte minutos, llegala – anunció haciéndome dar cuenta, de que había supuesto de más.

- Gracias – sonreí algo más tranquila, dispuesta a salir por la puerta y tomar un taxi, pero nuevamente, el recepcionista se volvió a adelantar.

- Señolita – me llamó suavemente – deje que llame al taxista – tomó el teléfono sin darme tiempo a responder, supongo que me vio demasiado perdida – vayamos a la puelta, allí nos espela – me acompaño amablemente y con toda tranquilidad, le indicó al taxista donde me tenía que llevar.

 

Agradecí al cielo la eficiencia del muchacho, y tras darle una propina como agradecimiento, me subí al taxi que me estaba esperando.

 

Admiré el paisaje de la ciudad, dándome cuenta de la cantidad de gente que había en esa ciudad, y aluciné cuando la dejamos, y empezamos a transitar por barrios que tenía unas casas despampanantes.

 

Perdí la cuenta de las fotografías que saqué, pero cuando más animada estaba, el taxi se detuvo y me comunicó en ingles que acabábamos de llegar.

 

Pagué el importe y tras bajarme de aquel coche, miré pasmada la gran reja que protegía la mansión, que sin esperarlo, y asustándome un poco, se abrió.

 

Avancé lentamente, mirando a todos lados y hasta llegar a la gran puerta que supuse, era la entrada principal.

 

Alcé mi mano, dispuesta a tocar al timbre sin salir de mi asombro, cuando nuevamente, y sin esperarlo. Esa puerta también se abrió.

 

Delante de mí se plantó un ángel. Que digo un ángel, los ángeles no pueden ser tan deliciosamente atractivos. Casi podría decirse que el diablo, había enviado uno de sus aliados para recibirme, para tentarme y hacer que olvidara mi trabajo.

 

- Hola – dije como idiota en español, viendo como ese muchacho de preciosos ojos azules, pelo oscuro y piel bronceada me miraba de arriba abajo.

 

El chico era como una escultura griega. Alto, guapo como ningún otro, se le veía fuerte, y sus brazos, que estaban desnudos gracias a la camiseta de tirantes que llevaba, me dejaron comprobar que no me estaba equivocando en mi percepción.

 

Me había quedado embobada, mirándole descaradamente, recorriendo todo su cuerpo con mis ojos con detalle, sin perderme ni un milímetro de lo bello que era el paisaje, hasta que me di cuenta de algo cuando volví a mirarle a los ojos. Esos ojos preciosos que hacían que realzaran su belleza, tenían un brillo de tristeza que me dejó extrañada, y cuando me dispuse a preguntarle, vi como cuidadosamente me esquivaba y se dirigía hacía uno de los enormes arboles del jardín.

 

Se apoyó en él mientras negaba con la cabeza, y sin más, le soltó un puñetazo que a cualquiera le hubiera roto la mano. Repitiendo la acción una y otra vez como si quisiera desahogarse de algo que le había pasado.

 

Continuará…


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