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MUTACIONES por JIBRAEL

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Tenía 12 años cuando lo conocí. Yo era por entonces, una arrogante y pequeña promesa del arco. …l, un minúsculo desconocido. …l me anotó un gol y mi vida cambió, yo cambié. Oh sí!, no es nada divertido caer, y menos de la altura que yo lo hice. La aparición de Oliver Atom significo para mi la llegada de la madurez, o de la humildad, si así lo prefieren, entre otras tantas cosas.
…l destruyó, sin querer, mi pequeño – y prejuicioso – mundo, rompió el cordón umbilical con mi niñez y por un tiempo todo fue caótico.

Mi portería, virgen hasta entonces, había sido profanada, y yo, su guardián, vencido por aquel pequeño del Nankatsu. La imagen que tenia de mí mismo se vino abajo por completo. A mí, Benji Price, me habían metido un gol. Pero si bien es cierto que esa anotación me afectó mucho fue, al mismo tiempo, el faro que me permitió sortear la peligrosa tormenta de incertidumbres y arribar a nuevo puerto, donde hice fortuna.
Oliver fue la brecha que me permitió romper mi cascarón, proceso durante el cual –como ya he dicho- se destruyó mi mundo.

Futbolísticamente hablando, la habilidad indiscutible con la que aquel muchachito dejaba atrás a la mitad de mi equipo me concientizó de una verdad, yo era rey dentro de mis terrenos pero... ¿ Cuan grandes eran estos?. Por primera vez dudé de mi mismo ¿soy realmente un buen arquero?...como saberlo, como podía yo estar seguro de ello.
Ya mi entrenador me había hablado de ello, de otros lugares, de otros seres invencibles, pero para mí eran poco mas que cuentos, leyendas enardecientes pero solo momentáneamente. Necesité perder, necesité que aquel amigo del balón viniera a recordarme que aquellos dioses de la cancha existían y necesité que proclamara su gloria en mi tierra para que en mi despertara otra necesidad....conquistar.

Partido tras partido la nueva necesidad crecía, y los dioses de la cancha adquirían cada vez más importancia en mi vida. Desempolvé el viejo Atlas de mi madre, me sumergí en diversas historias, diversas victorias. Seria injusto hablar de esta como una etapa cerrada, aún hoy me emociona ver y adquirir testimonios acerca de la grandeza del 10 argentino.
Estudié tácticas, pero no de fútbol, sino de guerras. Leí a Tsun Tzu para comprender mejor este delicado arte de combate, jugué partidas eternas de ajedrez con mi abuelo. Devoré textos militares en busca de sus estrategias, en busca de técnicas... incluso física se volvió un área fundamental para mi, ese año mis calificaciones pasaron de B+ a una A rotunda, tan rotunda como mi decisión de partir al extranjero para finalmente enfrentarme a los dioses y reclamar mi lugar entre ellos.

Pero me estoy adelantando, muchas cosas sucedieron durante ese tiempo que lienas atrás parece tan breve. Atom fue un fenómeno que lejos estuvo de circunscribirse únicamente a me faceta deportiva.
Durante un tiempo me desesperación fue grande, mas no estuve solo, ni aún cuando esta pasó. El inocente Apocalipsis estuvo a mi lado después del entrenamiento y antes de este – así también aprendí que una misma persona se compone de rasgos distintos, sin que ninguno sea por ello superior al otro, sino que cada uno aflora en momentos especiales que requieren específicamente de este o del otro -.
Oliver me lo enseñó al estrecharme la mano después de su victoria, y al volver a hacerlo durante un encuentro casual en la confitería favorita de mamá. Con ello quedó demostrado que lo que yo había calificado como formalismos inútiles eran para Oliver una proposición sincera y simple, casi natural. Gran sorpresa, el niño no solo era un gran jugador, también era una gran persona.

Cuando rememoro aquel día, todo se vuelve más lógico. - Como te había dicho – una vez conseguidos los bombones de licor que mi madre tanto disfrutaba me disponía a volver a mi casa, tenia planeado despachar al choffer para regresar a pie y en silencio. Era un atardecer tranquilo y no necesitaba de el. Mis planes, sin embargo, solo se llevaron a cabo en parte. Me deshice del choffer como quería, pero había andado a l9o sumo una cuadra cuando un balón rodó hasta mis pies interrumpiendo mis reflexiones. A pesar de que la visera de la gorra- baja para que no me reconozcan- me impidiera ver, una corazonada me indicó que era él.

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