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Necesidad por AkasunaNoDeidara

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Notas del fanfic:

Disclaimer: Los personajes son propiedad de Masashi Kishimoto.

Notas del capitulo:

Y heme aquí con un nuevo shot.

Tenía muchas ganas de escribir un DeiSaso; que si el SasoDei ya es escaso, este ni mencionarlo.

Advertencias —por si acaso alguien no las ha leído fuera—: Lemon

 

Le observaba atentamente introducirse la comida en la boca y, sin apenas masticarla, tragarla apresuradamente. Una parte de él sentía lo que tiempo atrás hubiera catalogado de envidia al ver a Deidara disfrutar de semejante modo de algo tan natural y necesario para un humano como era el comer.

 

Una acción que para un no-humano como él carecía de sentido y que ahora sólo formaba parte de los registros archivados en lo recóndito de su memoria como un recuerdo más de lo que una vez fue su vida.  

 

—Ve más despacio o acabarás ahogándote.  

 

Con el rostro contrariado Deidara le dedicó una mirada plagada de reproches. Con molestia se apresuró a engullir los alimentos que tenía en la boca para poder expresar en palabras lo que su mirada procuraba manifestar.

 

—Es por tu culpa, danna —recriminó aún sin terminar de tragar la comida—. Llevamos varios días sin detenernos a comer nada, ¡estoy hambriento, h'm!

 

Sin perder la compostura de la que siempre hacía gala, Sasori dejó escapar un breve suspiro mientras apoyaba su cabeza contra la mano tras escuchar la amonestación contraria.

 

—Sabes que yo no necesito comer. No siento cansancio ni desfallecimiento... Si tú no me recuerdas que tus debilidades humanas nos obligan a perder tiempo para detenernos a comer, puedo proseguir con el viaje sin prestarle mayor atención.

 

Deidara no alejaba su mirada inquisidora de Sasori mas tampoco se detenía en la faena de procurar alimentos a su cuerpo. Exhibiendo su molestia con cada mordisco que daba.

 

—¿Lo ves, h'm? —exclamó acusadoramente— Es por esa misma actitud por la que nunca digo nada.

 

Se aguantaron mutuamente la mirada sin añadir palabra alguna en silenciosa batalla.

 

—...Pero mastica más lentamente. Si te asfixias no pienso socorrerte —pronunció dando fin al absurdo enfrentamiento.

 

Por la mente de Deidara pasaron miles y miles de improperios que encajaban a la perfección con el nombre de su maestro y compañero. Sentía la imperiosa necesidad de separar los labios y reproducirlos uno a uno... Mas conociéndose y conociéndolo optó por guardarlos.

 

Ignorando por completo la última advertencia de Sasori volvió a la tasca de devorar los comestibles dispuestos frente a él. Dejando que el sabor de la comida le inundara la boca pese a su fugaz paso por ella.

 

Por su parte, Sasori continuaba observando escrupulosamente el movimiento de su mandíbula al masticar o de su garganta al tragar. Lo hacía de forma inconsciente, guiado por los pícaros recuerdos que le asaltaban la mente cual sueños febriles.

 

Deidara acabó por detectar los ojos de Sasori puestos en él sin reparos; lo interpretó como una muestra más de hostilidad hacia su persona y su corto temperamento acabó por estallar.

 

—¿¡Y ahora qué, h'm!?

 

Lejos de exaltarse por el tono que le había dedicado su joven compañero encontró en aquella pregunta la posibilidad de saciar la —no reconocida— curiosidad que sentía.

 

—¿A qué sabe?

 

La boca de Deidara abierta preparada para proferir una contestación a las posibles respuestas de Sasori colapsó al producirse un choque frontal de sus palabras en la carreta dirección a su lengua. El joven artista se encontró desarmado contra una pregunta que aunque aparentaba ser cordero, proviniendo de Sasori, fácilmente podía ser lobo.

 

—¿A qué te refieres, h'm?

—La comida, ¿a qué sabe?

 

La cuestión era expresada con tal naturalidad que a Deidara le era imposible encontrarle el truco. La experiencia le había enseñado que siempre debía esperarse lo peor si procedía del marionetista, pero esta vez iba a hacer una excepción y soltaría un poco más el hilo que marcaba los límites de su confianza.

 

—Bueno —intentó responder con cierta burla en su tono—, está en su punto... Ni mucha sal ni poca... H'm

 

Se vio frustrado al no saber expresar el gusto de los comestibles que tan placenteramente comía. Le resultaba absurdo tener que cercar las palabras apropiadas que pudieran definir aquella sensación que llenaba su boca.

 

Por lo que siendo él una persona mucho más práctica, agarró con los palillos una pequeña porción de la comida que había en el plato y, sin meditar, la acercó a Sasori.

 

—¿Por qué no lo pruebas, h'm?

 

Sasori contempló aquel gesto con escepticismo. Era propio en Deidara el actuar sin pensar, pero incluso a veces lograba sorprenderle al demostrar hasta qué punto podía alcanzar su necedad.

 

—Deidara, ya sabes que no soy humano. En apariencia quizás sí pero mi anatomía interna difiere mucho a la tuya —le argumentó tratando de evidenciar la estupidez cometida—. O en otras palabras, aunque probase lo que me ofreces no podría saber su sabor.

 

Había comprendido sus palabras y sin embargo su mente le disuadía de bajar el brazo. Tal vez su subconsciente sólo quería exasperar a Sasori o tal vez trataba de hacerle ver lo que sus ojos no.

 

—¿Te haría daño probarlo? —demandó confidente de sus palabras.

—No...

—¡Entonces pruébalo, h'm! Vamos Sasori no danna, sólo es un bocadito —en realidad le daba igual si Sasori cataba o no la comida pero su testarudez natural le impedía desistir.  

 

La insistencia de Deidara estaba por agotar toda su paciencia. Se martirizaba por haber dejado que su lucidez se eclipsara por los recuerdos y hubiera cometido el error de preguntarle algo a su joven compañero.

 

Pero Sasori conocía bien la tozudez del menor y la simple idea de seguir soportando sus comentarios durante las venideras horas se le antojaba insoportable. Por lo que tras sospesar minuciosamente la decisión a tomar accedió a la petición de Deidara.

 

Sólo para que se callara...

 

Con cierta desgana aproximó sus labios hacia la comida que Deidara le ofrecía y bajó la mirada complaciente del mismo se la introdujo en la boca. Comenzó a masticarla como recordaba una vez haberlo hecho hasta que finalmente la ingirió.

 

—¿Y bien, h'm?

 

Su voz denotaba cierta expectación y sus ojos brillaban extrañamente. Era como un niño que observa impaciente los regalos por abrir.

 

—Nada —respondió transformando rápidamente el rostro de su compañero—, como ya te he dicho, Deidara, no puedo sentir. Esto ha sido una tontería... Termina ya de comer.

 

De alguna forma que escapaba a su comprensión se sentía decepcionado, o más bien, abatido. Era ilógico pero había volcado una pequeña parte de sus esperanzas en que la respuesta de Sasori fuera justamente la contraria.

 

Ridículo, se decía a sí mismo.  

 

Mas aquella sensación no tardó en desaparecer y el hambre, nuevamente, se hizo notorio. Por lo que omitiendo de su mente la escena transcurrida minutos antes volvió a centrarse en la acción de vaciar el plato que aclamaba por su atención.

 

Mientras, Sasori seguía entregado al cometido que se había impuesto de observar a su compañero. Se sorprendía a sí mismo al ver que una acción tan esencial como una vez fue para él el comer ahora representara un objeto de su escondida curiosidad.

 

—No sabría explicar a qué sabe, h'm... Sólo puedo decirte que está bueno —dijo de improvisto Deidara retomando el asunto anterior que había quedado inconcluso—. Pero ¿no te es extraño, h'm? Una vez fuiste humano, ¿no? ¿No recuerdas el sabor de las cosas? 

 

No imaginaba haber despertado la curiosidad de Deidara, una persona que Sasori consideraba incapaz de mostrar interés por algo más allá de sí mismo o lo que él llamaba por el nombre de arte. Pero lo había hecho.

 

—Han pasado muchos años desde entonces, Deidara. Ya no puedo recordar nimiedades como el sabor de la comida o la calidez de los rayos de sol. Todo quedó atrás —no lo reconocería en alta voz, pero se asombró de la atención que le estaba dedicando Deidara; casi podía afirmar que le estaba escuchando—. Este cuerpo es como un arma de doble filo; no tengo la necesidad de comer, por lo que no puedo morir de desnutrición, pero tampoco puedo disfrutar del sabor de una comida. Es decir, me he librado de una de las grandes debilidades del ser humano y a su vez de uno de los pequeños placeres de los que goza.

—Lo echas de... —no pudo terminar la oración, pues fue bruscamente interrumpido por el pelirrojo.

—No. Es un pequeño sacrificio por el arte. Y a decir verdad es un precio a pagar muy bajo en comparación a todo lo que he obtenido.

 

Sin la altanería que siempre le ataviaba Deidara ofreció una sencilla sonrisa a Sasori. No decía nada y al mismo tiempo lo decía todo.

 

Sería equívoco pensar que el marionetista había tocado la compasión del joven artista. No, lejos de ser compasión lo que Sasori había alcanzado era su plena admiración. Sacrificarse por el nombre de lo que él consideraba arte... Renunciar a saber qué sólo para convertirse en lo que crees.

 

Para Deidara no existía mayor prueba de que, pese a tener un concepto erróneo del arte, Sasori era un artista.

 

Y aquel pensamiento le atraía irremediablemente, como un imán del que es imposible librarse. Desbocaba en él un sentimiento que, aunque aún sin nombre, batallaba para apoderarse de su control y del que no tenía pensado mostrar mucha oposición.

 

Sin deshacerse de la perseverante mirada del mayor y sin abrir la boca se levantó de la mesa de un movimiento seco. Como si una luz se hubiera encendido en su cabeza o por lo contrario se hubiera apagado.

 

—Si ya has terminado ve a descansar un poco. Mañana, al alba, partiremos hacia nuestro destino.

 

Fueron palabras que, al verse ignoradas, decidieron disiparse con el aire de la sala. Porque así funcionaba la mente de Deidara, cuando algo entraba en ella todo lo demás era desechado.

 

Sin medir palabra rodeó la pequeña mesa quedándose justo al lado de Sasori. Con entereza pero sin apretar —aunque no pudiera hacerle daño— agarró el brazo de su compañero e hizo fuerza para erguirlo.

 

Sasori no protestó ni cuestionó los motivos por los que de repente Deidara se mostraba tan irracional; sí había aprendido algo de él durante los largos años compartidos era que nunca debía buscar la lógica tras sus acciones. Pues en su gran mayoría carecían de ella.

 

Ni siquiera se resistió, se dejó arrastrar por la fuerza que ejercía Deidara y lo impulsaba a quedarse de pie.

 

Y así fue. Una vez conseguido lo que deseaba el rubio soltó el brazo de Sasori con extrema delicadez. Pero, por extraño que resultara, siguió sin pronunciar una sola palabra; permaneció callado e inmóvil como si de una estatua se tratara.  

 

Sasori le miró, intentando encontrarse con la azulada mirada que se escondía tras la fina cortina de hilos de oro en busca de una explicación que justificara su comportamiento más singular de lo normal, casi amenazante.

 

Muchas veces la actitud que tomaba su joven compañero lograba escapar a su entendimiento y comprensión. Y no había nada que le molestara más —aparte del mismo Deidara—.

 

—¿Qué estás haciendo? —espetó sintiendo como se escurría entre sus dedos el dominio de la situación.

 

Mas no obtuvo repuestas, al menos no una textual. Pues en un fugaz y repentino acercamiento notó como algo presionaba sus labios; algo o más bien alguien.

 

Le estaba besando. Deidara le estaba besando.  

 

Y él no comprendía...

 

Su cuerpo no reaccionó al súbito contacto, mas su mente naufragó en turbulentas aguas. Fueron efímeros segundos sin corresponder ni rechazar aquel contacto; tan sólo buscando la razón del mismo.

 

Un momento en que su mente racional se perdió por los diversos callejones que habitualmente recorría Deidara.  Y su brújula, que siempre le orientaba, se había confundido de rumbo dirigiéndole al Sur en lugar de al Norte.

 

El orden se transformó en caos; su mente por la de Deidara. Porque entendía lo que pasaba y a su vez no. Algo insólito para alguien como Sasori.

 

—Tus labios están fríos, h'm —susurró con aterciopelada voz.

 

El mayor se ensimismó tanto en sus razonamientos que no se percató cuando lentamente Deidara abandonó sus labios.

 

Ni su rostro, ni su cuerpo le delataron delante de él. Mas donde una vez residió su corazón podía sentir el eco de un palpitar imaginario.

 

—Eso es porque no soy humano...

 

Su contestación logró arrancar una breve risa a Deidara y Sasori pudo fijarse en como su pequeña nariz se arrugaba y en cómo sus ojos se entrecerraban mientras lo hacía. Y es que era un niño, pasara el tiempo que pasara Deidara seguiría siendo un niño.

 

Podría asesinar a una aldea él solo que a ojos de Sasori seguiría comportándose como uno. Era el único en aquella organización que pese a disfrutar causando sufrimiento y deleitarse de la destrucción provocada podía seguir manteniendo intacta aquella peculiar ingenuidad que muchas veces afloraba en compañía del marionetista.  

 

La misma con la que camuflaba sus pensamientos más libidinosos. 

 

Cerca, estaban muy cerca; invadiendo su intimidad sin tocarse. Observándose en silencio sin atreverse a pestañear. Sus ojos se adentraban en los contrarios y poco a poco iban robando los secretos recelosamente guardados dentro de sí.

 

Sus bocas dibujaban palabras que sus lenguas cansadas de tantas vez ser retenidas habían decidido secuestrar. Y podían palpar la tensión que les daba a degustar de cada paso en falso cometido y de cada gesto equivocado.

 

Y entre tanta presión Deidara no pudo evitar sonreír. Se había traicionado; su mente había organizado un complot junto a su cuerpo para destaparle frente a la persona que más veces aparecía por ella. Habían confundido sus sentidos fusionando la realidad con lo imaginario, dejándole ver pero con los ojos vendados, permitiéndole escuchar pese a tener los oídos taponados.

 

Y él como un idiota había caído. Y volvería a caer. Y ardía en deseos por hacerlo.

 

Su mano movida por la pasión escaló por el cuello de Sasori hasta tocar la cima. Con delicadeza sujetó el mentón de este y con el dedo pulgar resiguió y acarició la fuente de ambrosía que de un sólo sorbo le había vuelto adicto.  

 

Y para Sasori era extraño, demasiado extraño. El caparazón de madera que le aseguraban solitud y silencio donde tantos años se había refugiado ahora, por culpa de Deidara, se iniciaba a quebrantarse.

 

Por primera vez en una década percibía como la parte marchita que murió —o más bien mató— cuando vio caer las primeras marionetas creadas por sus manos intentaba volver a quedar expuesta.

 

Todo por haber sucumbido a la curiosidad.

 

—Deberías detenerte... —musitó— No pienso ser parte de tu juego, ni una cobaya para tus experimentos, Deidara.

—No estoy jugando, h'm —dijo confiado perdiendo su vista en las orbes de meloso color—. Ni experimentando...

 

Otra vez, otra vez aquél sonido palpitante en su interior. Un resonar del corazón que había latido y sin existir rogaba por volver a su lugar.

 

Incomprensible. Una broma sin gracia que le gastaban los engranajes de su cuerpo por haberlos descuidado tanto en esos últimos días. Porque no podía ser de otra forma; él se había deshecho de todo aquello que le importunó. Acribilló la sensación de angustia que cada noche invadía sus sueños con espantosas figuras y sonidos desgarradores.

 

Pero no era humano ni una marioneta. Entonces, ¿hasta qué punto era humano y hasta cuál marioneta? ¿Cuánta agua era capaz de filtrarse por aquellos agujeros?

 

Sin embargo, no sólo aquellas preguntas le acosaban... Había otra, otra que le abordó cuando se disponía a precipitarse hacia la red de interrogaciones que su cerebro tejía. Porque, ¿en qué momento la mano de Deidara se había convertido en una prolongación más de su cuerpo? ¿Cuándo había dejado de incomodarlo para percibirla como esencial para su funcionamiento?

 

Basta, se ordenó. Tenía que marcar un final a aquella bizarra situación ahora que aún estaban a tiempo de regresar a la normalidad —o eso quería creer— mas los vocablos se enredaron en su garganta y capciosos decidieron cambiarse. 

 

—Entonces... ¿A qué esperas?

 

Cruzó por sus oídos cual balas y atinó veloz a su entendimiento. De un solo movimiento se comió la escasa distancia y atrapó con vehemencia la fruta deseada. Y la de degustó, la saboreó con cortas caricias tanteando su aguante que rogaba por más, mucho más.

 

Por primera vez Sasori dejó de pensar. Se permitió entregarse a lo desconocido en manos cercanas. Abandonó la en sensatez que sin voz berreaba reclamando su atención.

 

No entendía el por qué mas tampoco lo precisaba. Permitió a sus ojos cerrarse e imaginar la tersa piel bajo el manto que sus palmas inquietas iniciaban a acariciar.

 

La resistencia de Deidara no subsistió mucho y su apetito por disfrutar plenamente de aquel manjar que apenas paladeaba pudo vencerle. Los cortos besos fueron cambiados por uno de profundo, salvaje e húmedo. Su lengua aspiraba a absorber todo el néctar que de ese manantial segregaba  enzarzándose con el rosado guardián que lo custodiaba.

 

Ebrio de aquel líquido lentamente fue llevándose a Sasori a la habitación contigua, deshaciéndose a su vez de las prendas que empezaban a quemar sobre la piel. Derrumbando a su apresurado paso la mesa y rompiendo en mil pedazos el plato, aún sin vaciar, que se hallaba sobre ella.

 

En el pequeño cuarto compuesto sólo de un deslucido escritorio y una cama deteriorada, siguieron enfrentando sus labios despojados de toda ropa. Desnudos. Y famélicos.

 

Las juguetonas lenguas escondidas en las palmas de Deidara que hasta el momento se habían sabido comportar comenzaron a recubrir el cuello del marionetista con la pegajosa sustancia. Lo lamían lascivamente, sin dejar un solo rastro de sintética piel sin revestir.

 

Deidara había renunciado a su condición de humano y se comportaba cual animal guiado por su instinto. Aquella sensación, aquella textura tan adictiva, su olor... Todo él le enloquecía. Y su insaciable apetito seguía vitoreando por más.

 

Ni siquiera se percató cuando empujó a Sasori contra la cama, con tal suerte que la gravedad que atraía al mayor decidiera ejercer su efecto también sobre él  y ambos cayeran encima del ajado colchón; uno arriba del otro.

 

Y se vieron... Fue justo entonces, cuando sus ojos se cruzaron, que tuvieron la obligación de percatarse de lo que hacían y habían hecho en aquel lapsus de tiempo indefinido. Una invisible capa se densifico a su alrededor dejándoles poco a poco sin aire. No se movieron, ni hablaron, ni produjeron ningún tipo de ruido más allá del energético latido que producía el alborotador corazón de Deidara.

 

Poco a poco la capa que los envolvía iba encogiéndose ahogándoles en silencio y sin saber qué hacer. Desconocían cómo afrontarse, cómo plantear el asunto y cómo resolverlo.

 

—¿Sabes a qué saben, h'm? —murmuró pasando sus dedos sobre los labios carmesís de Sasori. En un intento por acabar con el silencio que tanto le turbaba.

 

Sasori sólo negó con la cabeza encarcelada por los brazos del rubio que los mantenía apoyados a cada lado.

 

—Son dulces pero con un toque amargo. Son fríos pero me producen calidez. Son suaves aunque innaturales... —recitó entre beso y beso— Una combinación de sabores y texturas que los hacen excepcionales —aparcó sus ojos en los de Sasori. Y con voz más baja añadió—. Pero aún los hacen más excepcionales el que sean tuyos, h'm.

 

No supo cómo responder. Con una mano retiró la cortina de oro que le estorbaban en la tarea de contemplar en su totalidad a Deidara y con la otra deshizo la cola que amarraba parte de su cabello para dejarlo libremente caer por su espalda.

 

Una imagen sublime, casi irreal. Una belleza tan erótica que lograba despertar en él lo que, por norma, no tenía derecho a existir.  

 

—Eres una molestia... —dijo provocando la sonrisa del menor— Eres consciente de ello, ¿verdad, Deidara?

—Ya sabes que no —negó—; yo soy un inconsciente, danna.

 

Y se dieron a beber entre sí. Con fervor, con más ansías. Palpando con sus lenguas cada trozo de aquella humedad cavidad para trazar un mapa que les llevará al tesoro.

 

Deidara comenzó a descender por la barbilla del pelirrojo marcando un camino de besos. Se hundió en la curvatura de su cuello e inspiró profundamente su aroma, arrancando un inesperado suspiró del inmutable ser.

 

Con los dedos copiaba las líneas que separaban las distintas articulaciones de su hombro; se maravillaba por la complejidad que presentaba el cuerpo de su maestro. Se veía tan sintético, tan artificial... Y sin embargo si sólo se guiara por el tacto jamás podría afirmar algo así.   

 

Continuó bajando hasta alcanzar el descubierto pecho. Fue besándolo, lamiendo e inclusive se permitió señalar su estancia por él con mordiscos que dejaban una invisible marca sobre la postiza piel. Delineó todas y cada una de las formas de su tórax hasta encontrarse con el contenedor con el nombre de su compañero inscrito en él.

 

Sabía que era aquel recoveco que ocupaba el lugar de su corazón, el mismo Sasori se lo contó una vez. Por ese motivo necesitaba dibujarlo, tocarlo, besarlo, morderlo, lamerlo... Dejar su imprenta en él, empaparlo con su esencia. Se deshacía solo de pensarlo.

 

Dirigió su mirada a los ojos de Sasori —quienes no perdían detalle de sus movimientos— para asegurarse que lo miraban. Quería que lo vieran tantear el que era su punto débil, su tacón de Aquiles, su vulnerabilidad...

 

—Tu cuerpo es solo una vasija, un recipiente, h'm. En él no radicas tú, pues no hay nada que te ligue a él. Salvo esto —añadió acariciando su nuevo fetiche; el corazón de Sasori—. Esto es el portador de tu corrupta alma, es tu parte humana y la que te quita toda humanidad... Esto es lo que yo anhelo, h'm.

 

Sin esperar contestación colocó su boca sobre aquel punto erógeno e inició a satisfacer sus fantasías.

 

Sasori lo notaba pero no lo sentía. Y sin embargo su cuerpo reaccionaba tentado por la imagen que estaban viendo. De forma irracional, incomprensible y absurda percibía como su excitación iba en aumento.

 

Y sus ojos querían cerrarse y su boca lanzar comprometedores gemidos. Mas él batallaba para mantener la compostura, dejando que sus dedos se enredaran entre el filamento dorado.

 

Deidara era consciente de que Sasori no podía responder a sus caricias como cualquier humano lo haría. Y era por ello que ser capaz de robarle un suspiro o un pequeño gesto le sabía a gloria. Él sería el único que podría afirmar, sin caer en la mentira, que había logrado franquear la sólida muralla del pelirrojo.

 

Tras deleitarse con las habilidosas caricias que el rubio le proporcionaba, Sasori se incorporó sobre la cama obligando a Deidara a imitarlo.

 

Volvieron a fundir sus labios, que no se cansaban de encontrarse, mientras la mano de Sasori se dejaba caer por la sedosa piel.

 

Se fijó en que cuanto más bajaban más agitada se tornaba la respiración de Deidara, dándole silenciosas pistas del recorrido que tenía que tomar.

 

Guiándose por las pistas involuntarias de su compañero se paseó por su pecho dando vueltas hasta cansarse, recorrió su espalda siguiendo la línea trazada por su columna. Hizo una parada en su ombligo donde recargó energías y siguió hasta llegar a la equis que marcaba el lugar: la hombría despertada del menor.

 

Las uñas de Deidara arañaron la falsa piel de sus brazos. Su pecho se movía ajetreadamente y sus ojos rehuían a su contacto. Jamás pensó en ver al rubio retraído por vergüenza; es decir, era Deidara, el ser más insolente y descarado de cuantos hubiera conocido. Por lo que aquella respuesta le pareció sumamente interesante... Y estimulante.

 

En busca de seguir arrancando nuevas reacciones a su joven compañero trazó con la gema de los dedos toda la longitud del miembro erecto. Recibiendo a cambio un sensual gemido.

 

No contento con provocar sólo aquella reacción decidió agarrarlo entre sus manos, con extrema suavidad, y sacudirlo ligeramente. Y está vez obtuvo una serie jadeos mal disimulados.

 

—Danna... —runruneó indicando con la mano que se volviera a tumbar.

 

Y Sasori se tumbó embelesado por los azulados ojos de impúdica mirada.

 

Complacido, Deidara se acomodó entre el edén de las piernas de su maestro. Se sentía ansioso, con fuego en lugar de sangre fluyendo por sus venas.

 

Con la mano acercó su endurecida virilidad hacia el orificio del pelirrojo, apoyó su glande en él y sin miramientos ejerció presión introduciéndose dentro.

 

Sintió como si le acabaran de propinar un fuerte golpe en el pecho —no por el dolor sino por la sensación de asfixia—, pues sus pulmones por unos instantes decidieron dejar de trabajar. Era mucho más de lo que había pensado, era incapaz de controlar aquellos estímulos que recorrían cada uno de sus nervios.

 

No podía respirar mucho menos podía pensar en moverse. ¿Con un cuerpo humano también se sentiría así? ¿Sería tan condenadamente excitante y atrapante? Se preguntaba...

 

—Joder... —bufó dejándose caer sobre el cuerpo de Sasori y reparó en que los ojos de este estaban cerrados. Sonrío apartando el flequillo rojo de la frente contraria—. No te habré hecho daño, ¿no? —se burló.

—No seas ridículo... Aunque quisieras no podrías —contestó. Y Deidara creyó notar en su voz un cierto aire ofendido—. Es solo... —prosiguió— Que se siente extraño.

—Creía que no podías sentir nada, h'm.

—Y yo.

 

No se intercambiaron más palabras, no era necesario. No querían convertir aquello en algo más personal. Lo preferían así, algo tan vano como los sentimientos no tenía cavidad en ellos, un par de asesinos, y mucho menos en Sasori, que no era humano.

 

Una vez recuperado de la primera impresión que le supuso estar dentro de su maestro volvió a erguirse quedando en la postura anterior. Con la respiración aún jadeante se inició en un lento vaivén que poco a poco iba adquiriendo el ritmo deseado.

 

Sin ningún pudor abandonaban de sus labios estrepitosos gemidos que retumbaban por las paredes de la pequeña cabaña. Con cada embestida una sensación explosiva, hasta ahora desconocida, se apoderaba de él.

 

Fueron largos minutos dando vueltas sobre el maltrecho colchón, donde el alboroto de Deidara se contrastaba con la suave respiración de Sasori.  

 

Minutos antes de que todos y cada uno los músculos que formaban el cuerpo de Deidara empezaran a tensarse. Notaba como estaba por rebasar su límite, como pronto no podría reprimirse más y estallaría en un bang completamente distinto.

 

El baile de sus caderas chocándose estaba por finalizar y la mano de Sasori rozando levemente la suya le indicaba que —aunque de forma muy distinta— el pelirrojo también estaba por sobrepasar su límite.

 

Sin reducir la constancia de sus penetraciones y embaucado por el frenesí no tardó en  eyacular en el interior de su compañero.

 

Agotado, el rubio se desplomó al lado del mayor, quien a simple vista parecía tan fresco. Los dos quedaron encarando el techo de la habitación, dedicándose furtivas miradas.

 

—Al menos podrías hacer ver que estás cansado, h'm —comentó parodiándose—. O como mínimo no tan descansado.

 

Y pasó lo impensable: Sasori se río. Fue breve, sus facciones siguieron sin variar y para colmo fue casi inaudible pero había reído y Deidara acababa de tocar definitivamente el cielo.

 

—Dado que no me acuerdo de cómo es... Me resultaría complicado  

—Bueno, mírame a mí y aprende —y se río.

 

Tanto su respiración como el palpitar de su corazón fueron lentamente normalizándose. Mas el cansancio —y el sudor— seguían adheridos a su piel.

 

La estancia tras ser sumergida en una catarata de sonido había quedado en singular silencio. No resultaba molesto ni desagradable para ninguno de los dos, pero Deidara vivía del ruido y los largos mutismos acababan por exasperarle.

 

—¿Sabes? —dijo encarándose con el mayor— Aún tengo hambre, h'm.

 

 Sasori prefirió reservarse su contestación —que se debatía entre el enfado o la desesperación— y con la mano despegó el rubio cabello que se enganchaba al cuerpo perlado de sudor.

 

—Pero creo que dormiré, h'm... Estoy muy cansado —como quien no quiere la cosa, rodeó con sus brazos el diminuto cuerpo del pelirrojo—. ¿No te molesta, verdad?

—¿Por qué debería? —interrogó omitiendo los brazos a su alrededor.

—Tú no puedes, ¿no?

 

Y se sorprendió, nuevamente. La somnolencia de Deidara le impedía saber qué tan sinceras eran sus palabras o si sólo eran producto del sueño pero sin duda ­—y aunque nunca lo aceptaría como cierto— le resultaban agradables, cálidas a sus oídos.

 

—Lo fingiré —concluyó provocando una nueva sonrisa en el rostro de Deidara, apoyado sobre su hombro.

—Despiértame cuando amanezca, h'm... —y se durmió víctima del cansancio.

 

Acunado por el suave latir del corazón del rubio y con la respiración del mismo golpeando suavemente su cuello fue cerrando poco a poco los ojos.  

 

Y no supo si fue por empatía, si porque por primera vez en años recordó lo que era el cansancio o por la calidez de volver a ser arropado... Pero, aunque él ya no conociera lo que era el sueño, se entregó de buen grado a Morfeo hasta que sobre él se posaron los primeros rayos de sol.

 

Porque sí, como humano Deidara necesitaba aire, comida y agua... Pero Sasori necesitaba a Deidara.

 

Notas finales:

Y hasta aquí. ¿Qué les pareció?

Realmente creo que escribir lemons aún me queda algo grande, pero... ¡Todo se andara, es cuestión de práctica!

Gracias por leer.

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