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Tiempo por danita270307

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Notas del fanfic:

Hola, tanto tiempo. No he escrito nada en meses, así que espero que les guste. Comenten n.n

Notas del capitulo:

Este fic solo tiene un capitulo, espero que les guste n.n Comenten *w*

 

Las lágrimas caían fluidamente a través de sus enrojecidas mejillas, con la misma intensidad que la lluvia azotaba su cuerpo. Caminó internándose en un parque, acompañado solamente por la espesa oscuridad que le cubría,  siendo la única testigo de sus movimientos. Se sentó en uno de los múltiples asientos de madera que adornaban el lugar, compadeciéndose así mismo por encontrarse en esa situación, envidiando a todas aquellas familias que felices celebran las festividades, evidenciándolo con llamativas luces y costosas cenas, fácilmente apreciables gracias a las falta de cortinas, sacando en cara el ambiente hogareño que muchos no poseían. Pensó en todas las ocasiones en las que deseo ser parte de un hogar, en donde viajes y amistades tuvieran lugar en la sobremesa, y en donde la palabra soledad no tuviese un gran significado.

 

  Limpió el salino líquido que bañaba su rostro, aclarando su percepción momentáneamente, logrando observar así a un pequeño animal recientemente ubicado frente a sus azules ojos, mirándolo de manera expectante mientras agitaba su cola, ajeno al sufrimiento que padecía. El joven sonrió contagiado con la alegría del can, acariciando sus caídas orejas y su suave pelaje marrón.

 

 - Tú te quedaras conmigo ¿verdad?, ¿O también me abandonarás? - cuestionó con voz quebrada, aun con la tristeza visible en sus facciones - No, ¿cierto?, porque eres un buen perro, no me dejaras solo.

 

 Su acompañante continuo con su incansable contemplación, frotando su lomo contra la pálida mano que le ofrecía cariño.

 

 - ¿Sabes por que estoy aquí?, no claro que no lo sabes, después de todo solo eres un perro - soltó una leve carcajada, con amargura - Me dejó a mí, su hermano, su única familia, en navidad y sobre todo prefirió a esa puta a estar conmigo - narró a su próximo, aun sabiendo que este no le entendería - Ahora estoy aquí, sin nadie, creyéndome el Doctor Dolittle y hablando con un quiltro - terminó de contar con rabia mal contenida, golpeando su pierna con el puño que no se encontraba acariciando al animal - Soy patético ¿verdad? - preguntó más bien a si mismo, creyéndose conocedor de la respuesta a la incógnita.

 

 Alzó su vista al escuchar fuertes pasos provenientes de las penumbras. Sujetó con  vehemencia el pelaje de su camarada, para luego soltarlo al percibir el roñoso perfil del creador de las ensordecedoras pisadas. Carcajeo durante algunos segundos, en los cuales el hombre le miró con cara de confusión, apiadándose del estado mental del pobre joven, sintiéndose alegre al comprender que otros compartían su miseria.

 

 - ¿Usted que me ve? - soltó con prepotencia, cortando su risa de golpe - ¿Es que acaso piensa que está mejor que yo? Viejo alcohólico de mierda. ¡Váyase! - no comprendía porque esas palabras escapaban de entre sus labios, el no acostumbraba a tratar a la gente así. Pero aquel hombre que le vigilaba con rostro confundido le había dado esperanza, antes de ver su ropa rasgada e inmunda estimó en la pequeña posibilidad de que su hermano hubiese recapacitado y viniera hacia el con su típica sonrisa radiante, mas no reconfortante como la recordaba en los cálidos días de su niñez. Se sentía estúpido, un iluso, él lo hacía sentir así, por su culpa tenía que sufrir los impredecibles y agónicos sentimientos del amor.

 

 El hombre bajó la cabeza, avergonzado revisó el bolsillo de su chaqueta extrayendo un dorado caramelo algo húmedo gracias al clima, lentamente se agachó y depositó el dulce sobre el césped, susurrando "feliz navidad" para luego perderse entre los mantos oscuros de la noche. Dejando como única pista de su visita, el fantasma harapiento del recuerdo.

 

 Observó el llamativo envoltorio sin interés, ignorando el hecho de que el vago lo había comprado para regalárselo a su hija,  ahora llegaría con las manos vacías a su casa subvencionada por los bienes de estado, y comerían pan duro y una taza de té sin azúcar hasta que la pequeña Clara se quedara dormida. Tal vez si el joven hubiese sabido todo esto habría aceptado el presente con una sonrisa en el rostro, o tal vez no, a lo mejor correría en busca del indigente para devolverle el dulce y así ofrecerle una navidad más amena, pero eso ya no importa, ya que el muchacho estaba muy cegado por sus propios problemas para fijarse en los de la triste familia.

 

 

 

 

 

 

Sombras, oscuras y escurridizas, corriendo y gritando, riendo y llorando, es todo lo que podía ver y oír, el pasado se había trasformado y ahora le aterrorizaba, si no fuera por la copa de claro licor que sostenía entre sus delgados dedos ya estaría arrancándose el cabello con desesperación, pero no, el no caería tan bajo, no cedería nunca ante sus impulsos, permanecería cuerdo hasta el final.

 

 Pasaban los segundos, los minutos, las horas, y él no dejaba de mirar las múltiples manchas que deterioraban las paredes, una sonrisa melancólica adornaba su rostro, un gesto de temor puro, "el pasado te alcanzará mientras más rápido corras" ahora entendía el significado de aquellas palabras antes insignificantes, pero que ahora rasgaba su interior y sacudía su mente con tal intensidad que su percepción de realidad y fantasía era tan fina que el más mínimo toque podría cambiar el flujo que seguía su conciencia.

 

 ¿Cuántas noches habían pasado desde aquello?, ¿cuántas navidades infelices y llenas de miseria? Nueve, diez o tal vez más, no lo recordaba, el tiempo pasaba, como una ilusión sin principio ni fin, su memoria se encontraba cubierta por una gruesa mancha, apenas lograba visualizar el momento donde comenzó su desdicha; la muerte de su madre.

 

  Era una mujer hermosa, fuerte y decidida, daba todo por el bienestar de su familia, sus días estaban siempre sumergidos en una enorme felicidad, siempre activa y alegre, pero todo terminó cuando una pequeña anomalía en el pecho izquierdo la llevó directo a los helados pabellones del hospital. Cáncer le había dicho el doctor, desde ahí su rutina cambió drásticamente, su madre se veía deteriorada, su cabello siempre brillante y lacio era reemplazado por un pañuelo descuidadamente amarrado, y cuando llegó la hora de la operación su frágil cuerpo no resistió y colapsó frente a los inútiles intentos de los doctores por reanimarla. Dejó dos  hijos de cuatro y cinco años, y a un esposo que la amaba incondicionalmente. Su muerte solo fue el detonador de la bomba que llevaría al fin de su círculo familiar.

 

 Su padre, un hombre trabajador y depresivo, conoció a su futura esposa cuando se encontraba en el seminario, llevaba ocho años interno, y su principal objetivo era ser sacerdote, o al menos lo era hasta que conoció a una recién egresada asistente social. Al principio sus conversaciones no iban más allá que el trabajo, religión y el clima, pero con el paso de los meses la confianza que tenían se volvía notoria e incluso los más amistosos sacerdotes comenzaron a dudar de su relación, y aunque nadie hablaba el ambiente se tornaba tenso. Pero no fue hasta que sus sentimientos se volvieron deseos carnales que él abandonó definitivamente aquel lugar que lo acogió durante una parte importante de su vida. Se casaron dos años más tarde, cuando concibieron a su primer hijo y no mucho después el segundo.

 

Cuando a Edit le diagnosticaron cáncer, todo a su lado pareció caer, cayó en el alcohol y las malas compañías, se sentía como un completo perdedor, comenzó a trabajar horas extras para mantener a su esposa y su tratamiento, pero aun así llegaban a duras penas a fin de mes, sus hijos se alejaron paulatinamente de él, el estrés que sentía, sumada a la culpa y el cansancio lo ponía irritable, y la única fuerza que aun le ayudaba a seguir adelante era la sonrisa de su ser amado, la cual cada vez paresia perder vitalidad.

 

El día del funeral se encontraba demacrado, unas amplias ojeras surcaban su rostro de pómulos prominentes, y sus manos temblaban entre las de sus pequeños retoños, que aun no asimilaban la situación.

 

Tardó tres años en recomponerse, en los cuales solo salía para trabajar y hacer las compras, su vida social se vio seriamente alterada, no hablaba con nadie, y sus hijos fueron educados por una joven que él contrató.

 

Una mañana Julio amaneció con una sonrisa, busco a sus pequeños y los llevó al parque, se disculpó y les compró hermosos presentes, asimismo hizo con sus padres, los cuales se sintieron profundamente aliviados. Así fueron las semanas siguientes, nuevamente estaban felices y llenas de risas y sueños infantiles, pero cuando se creía todo superado el sostenedor de la familia se suicido. Fue una gran conmoción, nadie se lo esperaba, pero aun así era evidente, desde el seguro de vida, hasta la salida de sus hijos a la casa de un amigo, cada detalle había sido minuciosamente calculado.

 

 

 

El vidrio sonó estrepitosamente al chocar contra la pared, se sentía vacio, había perdido todo, sus padres, su novia y hasta el amor de su hermano. Baltasar, su único y eterno amor, y al mismo tiempo su única familia, no entendía como pudo si quiera haber pensado en pasar la navidad con alguien que no fuera él, comprendía su molestia y decepción, aquellos ojos llorosos y faltos de vida lo torturaban hasta lo más remoto de su cuerpo. Y aun así, no se movía del sillón, seguía con su incesable lamentación, conteniendo sus lágrimas hasta el límite, era un cobarde y lo sabía.

 

- Vamos, levántate, se un hombre - le habla su subconsciente

 

Así lo hizo, tambaleándose y a paso torpe caminó hasta la puerta de su casa, y sin siquiera mirar atrás fue en busca de lo que realmente era importante para él.

 

 

 

 Sus manos se encontraban rojas e hinchadas producto de las bajas temperaturas, y el pequeño animal le había abandonado no hace mucho, tenía frío, hambre y sueño, pero a pesar de todo se rehusaba a la idea de volver a su hogar, probablemente al entrar solo encontraría los sonoros gemidos de Emmanuel y su cónyuge, y no estaba anímicamente preparado para ello.

 

  El leve chapoteo del agua al ser pisada lo alertó, una esbelta silueta se dibujó tras un árbol, y sin más contemplaciones se abalanzó sobre ella, golpeándola en el pecho y estómago, para finalmente abrasarla con ternura y delicadeza.

 

 - Llegas tarde.

 

 - Me ha costado bastante encontrarte, volvamos a casa, estoy algo borracho.

 

 

La madera se manchaba ante el agua que desprendían sus ropas, el crujido ya familiar de las habitaciones nunca les había parecido tan calido, y las paredes roñosas tan bellas y protectoras. El sonido de la puerta al cerrase a sus espaldas les daba una sensación de tranquilidad. Emmanuel observo la ropa mojada de su hermano menor, su blanca polera se ajustaba a su cuerpo, mostrando el resultado de sus trotes diarios, lo deseó con todo su ser.

 

- Ve a tomar un baño, luego hablamos.

 

 Si su instinto sobre protector no fuese más importante, ya estaría sobre él, dejando salir su lujuria hasta que el placer los consumiese a ambos, desde que comenzó su adolescencia hace seis años ese sueño no ha desaparecido de su subconsciente.

 

El sonido de la regadera no lo dejaba pensar con claridad, la imagen de su hermano desnudo lo hacía sudar y hasta sonrojarse, su corazón latía cada vez con más fuerza, siempre tenía esa sensación al imaginar a Baltasar de esa forma, pero era la primera vez que aquel deseo prohibido e inmoral lo llevaba a introducirse al baño junto con él.

 

 - ¿Qué haces? - preguntó al sentir unas manos intrusas sobre su pecho.

 

- Quiero poseerte.

 

 Y sin más palabras sus dedos tomaron su miembro, masturbándolo suavemente, despertándolo de su profundo sueño por primera vez. Baltasar cerró los ojos, disfrutando al máximo, utilizando todas aquellas oraciones enseñadas por su padre, rezando para que no fuese otro sueño. Emmanuel se detuvo, lentamente se retiró la blusa que estaba empapada y adherida a su cuerpo, arrodillándose engulló el pene erguido de su hermano con desesperación, utilizando su lengua en la glande, mientras que su anular se perdía en agujero de su hermano.

 

 - Detente

 

 - ¿No te gusta?

 

 - Me gusta mucho, pero quiero que me beses.

 

Con rudeza le sostuvo ambos brazos, haciéndolo caer de golpe, ninguno de los dos se inmuto ante esto, los  besos húmedos y candentes no daban tiempo de reproche, el sabor de lo desconocido inundaba todos sus sentidos e incluso el respirar solo parecía una mera fantasía. Sin mayor preparación Emmanuel bajo sus pantalones y penetró lentamente el virginal recto de su hermano, se sentía en las nubes, mucho mejor que todos aquellos sueños húmedos, y claramente le ganaba a su novia demasía.

 

- ¿Estas bien? - preguntó deteniéndose un momento.

 

- Continua

 

Aun sabiendo el dolor que el otro padecía, el ansia de querer amarrarlo a su vida sumado a la excitación que experimentaba en ese momento le obligó a aumentar la velocidad, inundando el cuarto de gemidos y palabras obscenas. Al paso de los minutos, Baltasar se había acostumbrado al nuevo invasor, cada vez se estimulaba más, percibiendo un leve cosquilleo en el estomago que poco a poco le hizo recuperar su erección inicial. Emmanuel al darse cuenta de ello comenzó a bombear el miembro de su hermano, el cual no tardó en alcanzar  el climax junto a promesas de amor eterno.

 

- Yo igual te amo, mucho más de lo que crees. Nunca más estarás solo.

 

Fin

 

Notas finales:

Comenten, cualquier sugerencia, petición  y critica es bien residido siempre que tenga un nivel de respeto n.n


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