La razón de mi existencia
…Prólogo: El nacimiento y su pérdida…
-Vamos, ¡Empuje una sola vez más…! ¡Muy bien, eso es!
-¡Waah! –El llanto del recién nacido no se hizo esperar, y pronto la joven madre tuvo a su primogénito entre sus brazos. Era tan pequeño, tan frágil… Tenía la impresión de que se iba a quebrar en cualquier instante… Ya nada más que su bebé importaba en ese momento, pero muy pronto, demasiado para su gusto, le quitaron a su hijo de entre sus brazos bajo la excusa de que tenía que descansar. No era para nada justo, pero parecía que su propio cuerpo la estaba traicionando; poco a poco, y sin remedio alguno ya que el parto la había supra solicitado, sus ojos se empezaron a cerrar e instantes después ya se había caído completamente en los brazos de Morfeo. Antes de perder del todo la consciencia, logró escuchar las sorprendentemente suaves palabras de felicitación de su cónyuge, una voz cálida que le susurraba que había traído al mundo a la criatura más bella del mundo. No pudo más que sonreír ante lo inusual del comportamiento de su esposo.
Toda la tranquilidad se esfumó al tener una horrible pesadilla en la cual su recién nacido hijo era apartado de su lado para siempre. Cada vez estaba más y más lejos, hasta que desapareció en la nada. Se despertó cubierta con un sudor frío cubriéndola y entre llantos desesperados y suspiró aliviada al percatarse de que tan solo había sido un mal sueño. No obstante, la inquietud la volvió a dominar al abrir los ojos y ver la terrible escena que se mostraba ante sus ojos: charcos de sangre, cortinas rasgadas personas tiradas al suelo yaciendo muertas, y lo peor de todo, no había ni rastro de su hijo… Buscó desesperada con la mirada a su alrededor e intentó incluso, a pesar de su débil estado, ponerse de pié con el objetivo de ver mejor, pero fue inútil, sus piernas le fallaron y callo rendida en el duro suelo. Al instante, uno de los guardias que se encargaban de su supervisión entró seguido de su marido, y, preocupados, la levantaron y la volvieron a colocar sobre el mullido colchón.
-No te asustes, ahora todo está bien- logró escuchar. ¿Qué no se asustara? ¿Qué todo estaba bien? ¿Cómo era que podía tan solo exclamar aquellas palabras? ¡Nada podía estar bien si no tenía a su preciosa criatura a su lado!
-¿Qué ha pasado? –preguntó horrorizada.
-Anoche el castillo fue atacado por los soldados de Akatsuki, pero afortunadamente hemos vencido.
-¿Dónde está nuestro hijo? –empezó a preocuparse seriamente al ver que su cónyuge dudaba - ¿¡Qué le ha pasado?!
-Nuestro bebé está bien –contestó por fin el rey- pero, para protegerlo, lo hemos tenido que desterrar del castillo.
-¿¡QUE?! ¿Y cómo lo vamos a…? ¡Él tiene que estar con nosotros, por el amor de Dios, es nuestro hijo! Por lo menos sabes dónde está, ¿Verdad?
-No, lo siento, pero entre todos hemos decidido que lo mejor que podríamos hacer es dejarlo crecer entre los aldeanos, así nunca nadie sabrá quién es. Entiende, querida, estamos en plena guerra. No podemos arriesgarnos a perder a nuestro heredero. –Después de decir aquello, se acercó a su esposa y la abrazó con tal de intentar tranquilizarla. Aquello era algo que a él también le rompía el corazón, pero no podía asumir tal riesgo…