Sumi se encontraba en uno de los bares más lujosos de Tokio.
Era tan normal ver por ahí a algún empresario o artista…
Estaba prácticamente inmóvil, mirando sin tocar la copa con vino que tenía frente a él.
“¡No se lo cederé a sempai ni a nadie! ¡Usagi-san es mío!”.
Frunció el ceño.
“Yo amo a Misaki, no a ti”.
Suspiró, mirando su reflejo en el contenido de la copa.
“Sempai… sé que esto sonará extraño… pero… yo… soy fértil… y… tendré un hijo de Usagi-san…”
Sumi no se encontraba en ese bar por los artistas, empresarios o famosos: tenía el corazón roto, y había ido a desahogar sus penas en el alcohol.
- El amor es extraño, ¿verdad? –le dijo el cantinero
- Ni que lo diga –dijo Sumi tomando de un solo trago el vino-
- ¿Le sirvo otra?
- Por favor… por cierto, ¿arregló ese asunto?
- Sí –le sonrió el hombre poniéndole otra copa en frente- muchas gracias Sumi-sama, esta va por la casa
- Pero…
- Y no aceptaré ningún no por respuesta. De no haber sido por usted, yo jamás hubiera arreglado eso
- De acuerdo –sonrió Sumi- gracias
Y Sumi tomó, y tomó, y tomó. Así estuvo un buen rato.
Y después de las 11:00 p. m., todo se volvió borroso para él.
/**/ Tres semanas después/**/
Sumi Keiichi miraba los resultados de sus análisis.
- Esto… -murmuró tranquilamente
De pronto, sencillamente cerró los ojos y cayó pesadamente hacia atrás. Como no había nadie cerca que pudiera auxiliarlo, sencillamente su cabeza cayó sobre los leños de la chimenea, golpeándolo en la mejilla.
Unas horas después, despertó, aceptando lo que había pasado.
- “Embarazado” –pensó- “Bueno, yo sabía que era fértil… pero…”
Sumi se incorporó y miró de nuevo los papeles. De acuerdo, estaba embarazado, pero, ¡¿de quién?!
Cerró los ojos, intentando recordar algo.
Recordaba al cantinero. Lo recordaba muy bien. Recordaba las copas, recordaba… una figura alta… un aroma embriagador… un aroma que semi le excitaba…
Después de eso, lo único que recordaba era una habitación de un hotel bastante lujoso (al menos se había acostado con un rico), solo, en la enorme cama, con marcas en todo su cuerpo, con una horrible resaca, con un insoportable dolor de caderas… Ese aroma excitante en toda la habitación…
Y una corbata.
Sí, lo admitía; ponía esa corbata en su almohada, y se dormía todas las noches oliendo ese delicioso aroma.
Pero la corbata no lo había embarazado, ¡¿verdad?
- Aún así… -murmuró- tengo que… S
in esperar a nada, tomó su abrigo y salió rápidamente de su casa.
Mientras caminaba por la avenida principal, miraba los escaparates y las vitrinas, que o era casualidad o bien el mundo estaba en su contra (se inclinaba a esto último), el caso era que todo lo que miraba tenía relación con bebés: trajes, carriolas, biberones, ¡hombre! Hasta una perra con sus cachorros.
Sumi no podía dejar de pensar en todo eso.
Llegó al hospital bastante puntual, a su hora acordada. Espero unos minutos y luego un doctor lo atendió.
- Entonces –dijo Sumi unos minutos después- ¿todo está bien? Digo… ¿no hay alguna equivocación?
- Claro que no –le respondió el doctor- así es este asunto
- Y no soy… alguna clase de… fenómeno, ¿verdad?
- No –sonrió el doctor- de hecho, ya hay varios casos registrados aquí en Japón
- “Uno de esos debe ser Misaki” –pensó Sumi recordando repentinamente a su amigo- dígame doctor… ¿no hay forma alguna de saber si mi embarazo se notará…?
- Bueno… -murmuró el doctor leyendo unos papeles- según creo yo, no se notará. Si lleva el cuarto mes y su vientre sigue casi plano, quiere decir que o no se notará, o se notará tan poco que parecerá que ha ganado solo un poco de peso… pero solo son suposiciones, no me crea nada… Ah, bueno, supongamos que su embarazo no se note, usted experimentará los síntomas de un embarazo normal
- Está bien –suspiró Sumi- puedo con eso
- De acuerdo. Le firmaré un permiso para que le dejen en su Universidad al menos tres días de reposo
- De acuerdo Sumi “observaba” al doctor hacer el permiso.
En realidad, lo único que pasaba por su cabeza era la simple frase de “¿Qué haré ahora?”.
- Tenga –sonrió el doctor entregándole el permiso.
- Gracias doctor Kusama –sonrió Sumi mirando los ojos azules del doctor- vendré a verlo seguido
- Le agradecería que lo hiciera, por favor
Sumi salió del enorme edificio en dirección al metro. No pensaba abortar, ¡¡le daba asco el tan solo pensarlo!! ¿Adopción? No era tan mala idea… pero…
La persona que amaba, ya tenía a alguien a quien desgraciadamente no podía odiar, ya que era su amigo.
Sus padres… bueno… no era necesario recordar el motivo de la pelea, ¿verdad?
No tenía pareja, el único amigo que tenía estaba en reposo, sus compañeros en el trabajo no pasaban de COMPA—EROS.
Se podría decir que llevaba una vida realmente solitaria. Usualmente no le molestaba, sino todo lo contrario. A veces era bueno estar solo.
A veces.
En las noches, más o menos alrededor de la medianoche, en días de insomnio, la soledad lo atacaba como nunca. Era algo bastante doloroso, pero en cierta forma le agradaba.
Si tenía a un hijo (o hija, ¿qué más daba?) ya no estaría tan solo… tendría una razón por la cual seguir, una razón para dejar de frecuentar esos malos bares, tendría a alguien que lo esperara ansiosamente, y escucharía una dulce y alegre voz decir “¡Okairi papá! ¿Qué has traído de cenar?”, y, si tenía suerte, tal vez esa pequeña persona le diría las mismas palabras, solo que acompañadas de un gran abrazo, y tal vez de un beso.
Tendría a alguien que le sonriera en forma verdadera, sin una pizca de hipocresía, alguien que no conocía la impureza, y…
Y lo más importante de todo: si ese pequeño alguien le preguntaba algún día por su otro padre, ¿Qué respondería? “No tienes. Solamente somos tú y yo. Yo soy tu papá, y soy tu mamá. Tú eres solamente mi hijo/a”.
Sí, eso estaba bien. Si esa personita insistía, podía decirle toda la verdad…
Cuando esa personita estuviese lo suficientemente crecida y madura.
Sumi se detuvo detrás de la orilla amarilla del metro, esperando a que se detuviera.
La Universidad, su trabajo, su vida, su juventud…
Todo se le venía encima… y solo estaba él. …l solo tendría que enfrentar ese embarazo.
- Pero yo saldré adelante –murmuró Sumi poniendo una mano sobre su estómago y caminando hacia el metro justo en el momento en que las puertas se abrieron.
***