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De Profundis por Morganic Jacques

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Notas del fanfic:

He tenido problemas con mi antigua cuenta, la de Morgana Jacques, y tras verme incapaz de recuperar mi contraseña, he decidido volver a empezar de cero. Una parte de este fic, De Profundis, ha sido ya publicada: lo publico otra vez ahora y lo continúo. La verdad, esto me ha puesto un poco triste, pero escribir me anima.

Gracias por leer^^

De profundis clamavi ad te, Domine;

Domine, exaudi vocem meam…

Las gotas de lluvia se estrellaban con rítmica velocidad contra las viejas lápidas de piedra, como si pretendiesen entonar un canto fúnebre o conformasen una extraña oda en la que la naturaleza entera hubiese decidido tomar parte. Caían desoyendo los ruegos de los viandantes que bregaban con sus paraguas, indiferentes al dolor o a la risa del mal reflejada en los rostros cenicientos. Caían indiferentes al pasado y al presente, quizá también al futro, por completo ajenas a los tristes y yermos afanes humanos. Caían.

Se acercaban los días finales de febrero, emulando a los emisarios silenciosos de ese Dios buscado en los últimos resquicios de los atrios y los cánticos, en las palabras sagradas de los sacerdotes vacíos. Jean lo había comprobado en demasiadas ocasiones. Y adivinaba, temía quizá, que aquella tarde no sería una excepción. El viento sacudía suavemente su figura inmóvil, que se mezclaba con unos y otros en medio del extrañamente elevado número de personas que esa tarde paseaban por el cementerio. Jean supuso que se habían producido dos entierros simultáneos, pero no invirtió demasiado tiempo en meditar sobre ello. Sentía en lo más profundo de su ser que aquellas personas que le rodeaban, tan distintos entre sí, poseían algo en común que les diferenciaba de manera radical de él.

Había vida en los rostros ateridos por el frío de los niños pequeños, y vida era lo que iluminaba los ojos llenos de lágrimas de las mujeres. Vida cruzaba el ceño furibundo de un padre de familia airado, y vida también se reflejaba en la sonrisa paciente de un anciano. Bajo la lluvia de febrero, entre las viejas dualidades de estatuas, florecía la vida. Si Jean hubiese apoyado la mano en su propio pecho, difícilmente habría podido decir que el latido rítmico de su corazón se correspondiese con el de los demás. Un espejo le mostraría tan sólo una verdad de carne, muy diferente a la del espíritu. Y, si le pidiesen una completa descripción de sí mismo, Jean quizá hubiese encontrado una palabra acertada. Cenizas. Cenizas en el viento, como las de esos cuerpos abandonados reclamados por la nada, o como las del fuego una vez la madera se consume en medio de las instantáneas llamas.

No eran pensamientos alegres, pero tampoco tenían el cariz sombrío que siempre habían poseído. No. La oscuridad se había alejado tiempo atrás para dejar paso al gris sencillo, semejante al del cielo de aquella tarde. Jean no se detuvo a observar las nubes que amenazaban una tormenta incluso más intensa, sino que prosiguió su avance, interrumpiendo prácticamente uno de los rituales religiosos frente a una sepultura abierta. Familiares y amigos le miraron con aire escandalizado. Nadie aguarda observar durante el entierro de un ser querido a un individuo empapado, desprotegido frente a la lluvia invernal y poseedor de un rostro tan inexpresivo como el de esos santos que mueren en ficticia gloria.

Jean no hizo caso de los comentarios y desoyó por completo los ofrecimientos de prestarle ayuda por parte de unos y otros. Continuó su silencioso avance, repetido tantas veces que podría recorrer aquel camino con una venda en los ojos sin desviarse. A menudo confiaba más en sus recuerdos que en el propio presente; era un alivio imaginar la realidad como un tonto conjunto de percepciones que variar a un voluntad. Pero no lo era. Él sabía demasiado bien que no lo era.

Veinte metros de pasos sobre la hierba húmeda aproximaron a Jean a su destino. Se quedó inmóvil, sin preocuparse de los pequeños cristales de hielo que caían en forma de granizo y se deslizaban por su cabello, descendiendo incluso por el interior de sus empapadas ropas. No llevaba paraguas; a menudo necesitaba permanecer bajo la lluvia, imaginando que ésta le arrastraría lejos, a algún lugar donde, con tan sólo abrir los ojos, pudiese tocar el oro de lo perdido. Sin embargo, cada uno de esos episodios le traía a la misma realidad. Frío, agua y acero. Y una lápida tallada con nombres familiares, sobre la que reposaban dos rosas marchitas, abandonadas por él mismo días atrás.

Notas finales:

Las palabras que han inspirado el título de este fanfic tienen que ver con un canto del libro de los Salmos, bastante famoso. Traducidas de manera casi literal, Desde lo profundo clamo al Señor. Señor, escucha mi voz. En mi relato, no tienen un sentido totalmente religioso, ni mucho menos, pero me he aprovechado un poco de ellas y de lo inspirador de su significado.


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