Deus dedit, Deus abstulit
Príncipe de azulina mirada
Para cualquier chica, una ilusión permanente tanto en mente como en corazón es sin lugar a dudas, y pese a que muchas lo podrían negar, encontrar a una pareja que la ame tanto que la haga sentir como la princesa de un cuento de hadas. Tener un romance de película, en donde todo se ponga en juego y al final lo único que reine sea un amor sincero.
Y para Sakura Haruno una romántica empedernida, éste era por mucho uno de sus anhelos más grandes.
Ella desde pequeña soñaba con su príncipe azul, aquel que le vendría a mostrar un mundo de ilusiones tan rosas como el propio color de su cabello; y con los años trasformó ese pueril contexto en el afán por hallar un pasión madura, que floreciese en la primavera de su juventud, ahí donde el júbilo la absorbiese hasta transportarla al nirvana de la felicidad.
Así fue como en medio de sus quince años casi a mitad del año escolar, conoció a Naruto Uzumaki, un alumno recién transferido en aquél entonces, que entró al aula de clases causando sensación por su espectacular físico y cautivadora sonrisa, típica expresión en el muchacho.
Era atractivo, eso nadie lo podía negar, pero quizás también era demasiado llamativo; así que a la chica de rosada cabellera no le causo mayor impresión que la de un niño lindo. Ella poseía demasiadas malas experiencias basando su búsqueda afectiva en algo tan banal como la apariencia física.
Dios, de sólo recordar a ese Neji Hyuuga; aquel niñato con complejo de aristócrata era sin lugar a dudas un pesado. Tantas fans le habían inflado el ego hasta el punto de que sólo su narcisismo y él, podían compartir la misma habitación sin tener que hacer sus eternos gestos prepotentes de dios todopoderoso. Haciéndose a la idea de que cualquiera era muy poca cosa para él ¿Qué mierda estaba pensando cuando dos años atrás se quedo prendada de reverendo tarado?
Nada de juzgar por la carita de ángel o el cuerpo de adonis.
Pero lo que la Haruno desconocía era que Naruto era único para sorprender a la gente, cajita de sorpresas envuelta en brillante celofán, y aun no queriendo la cosa, el chico término gustándole tanto que por cada mirada que le dedicaba una revolución alumbraba a su corazón.
El bello zorrito era simplemente encantador; era sincero y concreto con sus acciones, tenía una fuerte conciencia moral y convicción social, un espíritu altruista, una determinación abominable ¡Era todo el paquete, accesorios incluidos!
Lástima que otra veintena de chicas -tan sólo en su grado- opinaban lo mismo.
Esto en absoluto significaba que Sakura no iba a pelear por lo que deseaba con enjundia, pero era algo intimidante que tantas posibilidades se le abrieran al chico Uzumaki. Además de que con el paso de poco más de un año, la chica de los jades se había llegado a convertir en la mejor amiga y confidente del rubio destello; gratificante rol qué no estaba dispuesta a poner en la balanza.
Sakura no quería ser muy precipitada, proyectaba que todo se diese a su tiempo, construir los cimientos de su onírico afán; pero lo que terminantemente la hacía avanzar con cautela era el mero hecho de que por muchas declaraciones que había presenciado Naruto, a todas las otras coquetas chicas les había dedicado un cortante y cortés no.
Se disculpaba enormemente dejando en claro que de ninguna forma podría corresponder a los sentimientos que le regalaban.
Le dijo que no a Ino Yamanaka, la modelito superestrella del colegio, ésa que se pavoneaba de tener al hombre que quisiese; rechazó a TenTen la activa chica capitana del equipo de judo y karate, ésa que sentía fascinación por armas blancas; también a Temari le tocó la amargura de quedarse sin posibilidad, rubia coqueta y genial, una chica fuerte con convicción.
Y así muchos corazones y esperanzas adolescentes fueron truncadas por el chico de los zafiros.
Por lo menos Sakura seguía conservando la esperanza.
Quizás simplemente no había encontrado a su tipo de mujer el Uzumaki; podría haber conjeturado cualquiera.
Hasta el día que unos sencillos dichos la hicieron dudar de si sus sentimientos alcanzarían algún día, llegar a ser correspondidos. Fue cuándo la hermosa princesita de la escuela, aquella fina damita que parecía más muñequita que persona, Hinata Hyuuga, en menguadas palabras se declaró a su príncipe sol.
Esa era una de las primeras tardes cálidas del año a finales de febrero, y la chica de verde mirada buscaba apresurada a su compañero de biología, que el receso hace cinco minutos finalizó y ellos tenían práctica de campo.
— Pero... de... de verdad... te amo —escuchó un sollozo la niña de cabellera rosada. Cruel lamento proveniente justo atrás de los laboratorios de informática.
— Lo lamento mucho Hina-chan, si por mí fuera no dudaría en darte todo mi cariño —esa suave voz hizo detener cualquier movimiento de la Haruno, reteniendo las ansias de ir a espiar y concentrando toda su audición en el muchacho que tanto amaba.
— ¿Por...por qué? —pidió respuesta la hermosa chica de blanca mirada, sólo una razón que abalara el dolor de su espíritu.
Y pese a que una de las políticas del Uzumaki era nunca dar más razones, que el hecho de que simplemente no podía ver más allá que como amiga o compañera a su revelación de turno, la imagen tan destruida de Hinata le achicó el corazón, haciendo que las palabras se le escapasen por si solas de la garganta.
— Ya amo a alguien con todo mi ser y creo que nunca podré dejar de hacerlo —dijo cual mártir que acepta dócil su calvario.
Sakura sólo pudo oír que Naruto seguía consolando a Hinata, mientras se tapaba la boca evitando que un lastimero gimoteo escapase de ella; sintiendo como las tibias lágrimas surcaban sus mejillas y se perdían entre los ropajes que se iban llenando de agua.
Naruto era incapaz de fraguar una mentira de aquel calibre sólo para deshacerse de una persona, de ello estaba más que convencida Sakura; y en el remoto caso de que así fuera, entonces ya se habría encargado de esparcir el rumor a todo el alumnado para que dejaran de acosarlo tantas chicas. Además, de estar tan enamorado como afirmaba, ella cómo mejor amiga -por lo menos hasta donde su conocimiento le permitía- del kitsune se habría enterado ya de quién era la afortunada.
Hasta donde había logrado descubrir, por alguna razón más allá de su comprensión, era tabú para Naruto hablar de su vida amorosa, tema que evitaba a diestra y siniestra como si le quemase las entrañas mencionar ello. Dato curioso y destacable que sólo un selecto grupo de personas llegaban a estar al corriente sobre la vida del bello muchacho.
Quizás y era un amor no correspondido, caviló desesperada. Muy probablemente el de los cielos seguía sometido a un infructuoso sentimiento que sólo le arrastraba a un martirio, quizás y ella era la indicada para guarecer su corazón entre tiernas palabras y dulces acciones.
— Mis sentimientos son puros, al final sé que harán mella en él — se dijo animosa mientras corría rumbo al colegio, apretando el paso intentando recuperar los minutos que perdió por estar en el limbo del devaneo adolescente, como muchos lo clasificarían —. Rayos —masculló la chica al reparar en que ni alma asomaba fuera de la construcción educacional; rogando interiormente en que su maestro de la primer hora se hubiese retrasado.
Al llegar al pórtico del colegio atajó suavemente el paso al notar como todavía un chico permanecía fuera de la escuela, mirando impasible.
Sakura lo observó algo turbada; ese muchacho no llevaba ni el uniforme del colegio y se miraba insanamente pálido, vistiendo una camisa blanca desarreglada y unos jeans algo gastados, además de que se veía -por algún motivo que desconocía- sospechoso y taciturno, contrastando con el florido ambiente de mitad de abril, en dónde se esparcían los pétalos de cerezo arrebolando toda la zona con vitalidad y optimismo, el antónimo del oscuro joven de bruno cabello posado frente a ella que transmitía más bien melancolía. Y eso que apenas y lo veía de semi perfil.
Cuando pasó junto a él un soplo helado se coló en su cuerpo, mal augurio que le calaba el alma; apenas giró levemente la cabeza para escudriñar discretamente a ese chico, topándose directo con unos penetrantes ojos ónices carentes de emoción, que le helaron de mala gana otra vez el cuerpo, y con una fina y marmoleada tez blanca, impoluta y hermosa. Inmediatamente redirigió su vista al frente no pudiendo evitar sentirse azorada; ese chico era muy raro.
El de blanca piel siguió en lo suyo para después de unos veinte minutos desaparecer, sin más testigos que la llamativa joven que se le quedo mirando. No era apropiado o permitido para él salir a dónde fuese, pero la desesperación pudo más, se dejo dominar por el deseo que después de todo era lo único que le quedaba.
— Lo que daría por tenerte entre mis brazos una vez más —declaró mientras partía, hacía un futuro nada prometedor rogando porque alguien lo ayudase.
Sakura llegó a su salón sólo obteniendo un ligero regaño por su tardanza; se afirmó en su pupitre al lado del de su, todavía, platónico amor y comenzó a anotar cada una de las indicaciones del profesor; y sin explicarse la razón, no se pudo quitar en todo el día unos tristes ojos carbón de la mente.