Draco siempre lo supo, o al menos recordaba desde que tenía uso de razón, que su destino, si entraba a la escuela como los otros niños y no le enseñaban tutores, era ir a Hogwarts y ser un Slytherin. Como lo fueron y eran su padre y su madre, como su abuelo, sus tíos y demás parentela que le daba pereza recordar. ¿Y como no serlo? Descendiente de dos ramas caracterizadas netamente por los inmateriales preceptos exigidos por Salazar Slytherin, educado desde la cuna con estos pensamientos y porque no decirlo, hipnotizado por los ideales del ancestral Fundador proveniente de los pantanos.
Era sangre pura y estaba orgulloso que por sus venas corriera sangre mágica, sin una gota corrupta que la manchara. Era astuto, sabía como obtener lo que quería, lo que se empalmaba con otra característica, era ambicioso, nada de medias tintas, o todo o nada. Era versátil, podía moldear sus deseos, pero sobre todo sus ataques según la marcha.
Comprobó en su somnífera fiesta de su cumpleaños número cinco que él al igual que sus padres cumplía a pies juntillas todos los requisitos. Mientras los adultos charlaban de negocios, comían exquisitos bocadillos y bebían los mejores vinos y licores mágicos, él se tenía que conformar con el cuarteto de cuerdas de París, estar bajo la estrecha vigilancia de sus elfas domésticas que fungían de niñeras y comida saludable, propia para hacerles crecer a él y a sus invitados pero no para satisfacer sus gustos infantiles ¡Ah, pero él no quería esto! ¡Obtendría esos apetecibles canapés y se divertiría! ¡Era SU fiesta! ¡¿Por qué se tendría que conformar?! Escrutó a sus pequeños convidados, seleccionando a dos de corpulento cuerpo y que no dejaban de bostezar aburridos, dando cabezazos víctimas del sueño. Su rápida mente trabajó y aprovechó la oportunidad; se acercó sigiloso a ambos y supo susurrar las palabras justas, supo confundir sus mentes insuflándoles su deseo y hacerlo parecer propio, tal como una serpiente que hipnotiza a sus víctimas haciéndolas presas fáciles a su voluntad. Y lo obtuvo, en menos de lo que decía Quidditch, ambos niños aceptaron gustosos sus órdenes, infiltrándose en la fiesta de los adultos, robado para él sus antojos y habían montando un pequeño alboroto, divirtiéndolo y complaciéndolo en sobremanera.
Al paso del tiempo, mientras su cuerpo y mente se desarrollaban para volverse más ágiles y fuertes, él con la paciencia de un monje benedictino siguió los pasos de su padre y su abuelo, copiando sus gestos y modos, dándose cuenta de otras cualidades de las serpientes: Todos le temían a su presencia y cuerpo dotado de filosos colmillos capaces de inyectar mortal veneno; en este caso representado por su apellido Malfoy, respetado y temido ancestralmente. Draco supo que aunque su veneno aun era inocuo nadie dudaba en complacerlo y mimarlo so pena de ganarse su enemistad y caer de la gracia de los patriarcas, dos verdaderas amenazas.
Había nacido para ser una orgullosa serpiente, seguro. Sí a comparaciones se iban, el era una Cobra Real, era veloz, astuto, pero sobre todo temida su sola presencia e ira.
Él vivió once años de su vida siendo el rey o mejor dicho príncipe. No había nadie por encima suya en la sociedad, vamos que ni siquiera el soquete del Ministro le pisaba los talones, era el predador, era la Cobra.
Pero la bendita naturaleza es sabia y Draco aprendió que aun los más temidos predadores pueden volverse presas, sobre todo de sus propios errores.