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Pista de carreras por Naniimine

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Notas del capitulo:

Naruto ni ninguno de sus personajes me pertenece, todos son propiedad absoluta del señor Masashi Kishimoto. Lo que se relata a continuación no tiene ninguna relación con el manga/anime de Naruto y su historia.

Beteado por mi querida señorita Eruka Frog

AU

OoC

Único capítulo

Corto

Sírvanse las que gusten.

 

No podía imaginar dónde se encontraba ese inmenso lugar, solitario, con reflejos de abandono, pero delicadamente hechizado con paisajes que parecían formar parte de algún extraño cuadro capaz de atrapar a cualquiera y hacerlo caer en fascinación. Riscos y acantilados bordeaban los retazos de pavimento que formaban esa carretera envejecida y perdida en el tiempo. La vegetación frondosa casi parecía envolver toda la extensión de tierra, tanto así era, que la carretera era violentada en secciones por las gruesas y fuertes raíces de los robles. Las sombras que proyectaban las imponentes secoyas en algunos espacios, creaban un efecto de hipnosis al moverse silenciosamente por el viento que agitaba sus hojas.

Unas enigmáticas ruinas se esparcían en algunos claros, como asomadas tímidamente por la exuberante flora que casi se las tragaba, ellas emanaban un dramático aire melancólico que el viento se encargaba de diseminar hacia el exterior. Eran como canciones, parecían dulces voces tristes rogando por el mitigar de sus pesares a dioses rotos de alguna civilización olvidada de la historia.

El sublime silencio de ese espacio se vio quebrado violentamente por el rugir de motores enardecidos que estallaban contra las olas de rocas que se elevaban hacia el lateral del avejentado camino, regresándola de vuelta distorsionada en ecos. Dos pares de ruedas violaban sin piedad el concreto inutilizado por años, casi inyectándole un poco de vida que el tiempo y el rededor se había encargado de robarle por milenios. Aquellas monstruosas motocicletas que se desplazaban a velocidad de vértigo, parecían danzar en dueto con una majestuosa destreza por entre los obstáculos naturales que egoístamente quitaban espacio a la desvalida vía.

Los pilotos competían solitarios en una carrera que no tenía idea de cuándo o en qué momento había empezado. Ambos motociclistas se miraban de reojo  de vez en cuando,  se desafiaban en silencio un premio que ninguno conocía, una valiosa recompensa que los llevaba a esa extrema pelea en dos ruedas.  Dos estelas a la par, un centelleante rayo azul y un incandescente fuego rojo batallando por llegar a la seductora meta en primer lugar. Dirigían sus instintos hacia un objetivo que desconocían, encontrándose solamente guiados por la sensación excitante de la velocidad y la disputa de obtener el poder sobre el otro. El fuego crepitaba queriendo consumir al rayo, el rayo tronaba queriendo electrocutar al fuego, al final solo terminaban haciéndose, inconscientemente, una prohibida compañía entre ambos. Una completa paradoja que solo era posible en ese lugar.

El piloto de la motocicleta roja giró su muñeca derecha hacia delante apretando fuertemente el manubrio, acelerando el motor en un enérgico bramido. Con la mirada fija hacia el horizonte, avistó una enorme grieta en la lejanía que irrumpía la continuidad de la carretera, sintió entonces la oportunidad sobre su piel tentándole a ganar, derrotaría de una vez por todas a su contrincante.

El piloto de la motocicleta azul sonrió de medio lado, solo el interior del elegante casco que cubría su entera cabeza fue testigo de esa confiada mueca. Inclinó el cuerpo hacia delante y entrecerró los ojos, girando también aquella superficie del manubrio para incrementar su velocidad. No podía engañarlo, si él tenía la intención de adelantarlo en el acantilado, él también volaría a su lado. No iba a permitirle ese descarado pensamiento de subestimación.

Ambos corazones retumbaban en adrenalina a su ritmo individual, el fuego apretaba los dientes y el rayo se relamía el labio, enfurecidos y emocionados. Levantaron sus cuerpos a la par con fuerza justo en el borde del precipicio, y el tiempo que parecía detenido, simuló congelarse más al ser atravesado por ese par de intrusos que se suspendían en el aire que él gobernaba.

Al fuego se le cortó la respiración y dejó de parpadear mientras clavaba su mirada hacia el camino, se continuaba a desnivel hacia abajo separándose de la vía que sus ruedas recién habían quemado. El rayo sonrió altivo inclinando mucho más su cuerpo, pegando el pecho contra la bomba de su máquina y controlando con pericia la posición de ésta hacia arriba.

Asemejando perfectamente a caballos relinchando en sus patas traseras, emitieron sus voces ambas motocicletas cayendo contra el pavimento en la misma imponente posición que los primeros. Descendieron en recto juntando las dos ruedas al asfalto luego de andar varios tramos erguidos, ninguno bajó primero. Los dos lo hicieron a tiempo.

El fuego ardía en excitación, pues pensaba que su contrincante era digno de ser su rival. El rayo sonreía engreído mientras aceleraba buscando rebasar al primero sin consideración alguna. La carretera se veía perforada no solamente por los dos pares de ruedas que la recorrían, sino también por la pasión que los dos furiosos pilotos desprendían insolentemente a su paso sobre ella.

Ninguno daba tregua, ninguno daba oportunidad a equivocarse, cuidando con recelo el no dar ni un solo segundo de ventaja al contrario. El rayo comenzó entonces a picar al fuego, metiéndose en su espacio temerariamente como intentando aplacarlo con su presencia obligada. El fuego se desvió bruscamente hacia un lado evitando el contacto, chasqueó la lengua enojado por la osadía de su contrincante, y luego sonrió abiertamente por debajo del casco con toda la malicia; si así quería jugar con el fuego, iba a quemarse irremediablemente.

Por un par de segundos el fuego se vio dominando, pero él, implacable, remarcó su presencia al instante dándole alcance al atrevido relámpago que buscaba burlarse de forma tan cínica de él. Porque del fuego nadie se reía.

Nadie.

Arremetió entonces contra el arrogante rayo con toda la furia que su motocicleta y su cuerpo tenía, adelantándose de un impulso con la intensión de abrasarlo en sus llamas sin piedad alguna. El rayo, sorprendido, se hizo a un lado como reflejo súbitamente, perdiendo por segundos el control de la velocidad que llevaba, dejando sin querer al revoltoso fuego imponerse por instantes como triunfante.

El piloto rojo avanzó varios metros de ventaja siendo el dueño absoluto del camino, riendo a carcajadas por hallarse primero. Pero entonces giró su moto inesperadamente, y aunque sabía que la meta estaba muy lejos (si es que de verdad había alguna), se detuvo. No entendiendo por qué contenía su marcha, miró hacia atrás. Esa fuerte atracción que le halaba como una cuerda en su pecho le obligaba hacerlo. El relámpago tenía inclinada la motocicleta parándola contra su pierna y pie izquierdo, el motor encendido gruñía por retomar la velocidad lo más pronto posible.

A través de sus cascos, la mirada del uno chocó con la del otro fundiéndose intensamente, electrocutándose y quemándose a la vez. El piloto azul se quitó el casco lanzándolo al vacío que los acompañaba desde el principio de aquella eterna carrera, agitó su cabeza con sutileza y dejó que el viento jugueteara con los mechones oscuros de su lacia cabellera. Sonrió con malicia, diciéndole sin palabras que aun quería más.

El piloto rojo bufó, divertido, de vuelta ante el atrevido comentario mudo de su contrincante, negando con la cabeza y encogiéndose de hombros aceptó la revancha.

Siempre era así.

No importaba quien estuviese adelante. Siempre era así.

Desabrochó el casco y lo arrojó, de la misma forma que su rival, hacia el vacío. Se rascó la nariz con el dorso de su mano  y se sobó la cabeza alborotando un poco más sus rubios cabellos. Alzó la mirada por sobre el hombro y lanzó una altanera sonrisa de regreso. Se ajustó los guantes negros y apretó ambas manos en puño varias veces para desentumecerse los dedos. La mano izquierda retomó su posición en el manubrio, y la derecha se extendió abierta señalando al rayo. Ladeó la cabeza y con los dedos le llamó sensualmente, provocándolo y desafiándolo a atreverse a acercar.

El rayo enarcó una ceja y luego rodó los ojos agitando levemente la cabeza en negativa, su atolondrado adversario le encantaba hacerse el chulo cuando se encontraba en esa posición. Cerró los ojos, mantenía la soberbia empapándole la sonrisa mientras se ajustaba los guantes.  Pasó los dedos por el cabello lentamente  mientras inspiraba el aroma de la vegetación que casi los embebía. Abrió los ojos entonces viendo hacia el cielo aprovechando la posición para estirar los brazos hacia ese firmamento, entrecerró los ojos y se reincorporó al manubrio. Chocó la mirada nuevamente con la del piloto rojo, el cual le hizo un gesto con la cabeza.

El piloto azul se sacudió con elegancia el hombro elevando ambas cejas, como haciendo una especie de guiño que denotaba superioridad; él era quien mandaba.

El fuego rió por aquel gesto que le hacía su adversario, sabía que la carrera no había terminado y que era cuestión de segundos que el descanso terminara. La batalla continuaba. Giró la muñeca hacia delante sosteniendo el agarradero para acelerar solo la rueda trasera y así girarse. Levantó el brazo hacia arriba mientras doblaba el cuerpo buscando con la mirada al rayo, le dedicó una ojeada llena de coraje y luego sonrió sacándole la lengua. Se enderezó sobre el manubrio y se tocó la nalga con palmadas, clara señal de burla hacia su rival para hacerlo enojar y, soltando una estruendosa carcajada, arrancó a toda velocidad.

La oscura mirada del rayo centelleó de emoción por alcanzar al fuego, el motor de su motocicleta bramó encendido y aceleró limpiamente dejando remarcado el ya  acabado pavimento. Sus ojos se clavaron como cuchillos en la nuca del piloto rojo, movía su muñeca derecha hacia delante incrementando progresivamente la velocidad, hasta que, en cuestión de segundos, ya pisaba las llamas del fuego.

El piloto rojo miró de reojo y sonrió de medio lado al ver los orbes oscuros de su contrincante, el cual finalmente le había dado alcance y le veía con altanería. Volvió su vista al frente y llevó el marcador al límite de la velocidad que la motocicleta podía dar, cosa que también hizo aquel odioso relámpago que no se terminaba de consumir.

Casi brincó de la impresión cuando sintió unas manos rodeándole el abdomen y el cuello. Trató de girar su cabeza hacia donde el piloto azul se encontraba pero el  áspero agarre en su mandíbula  no se lo permitía, aun así lo que alcanzó a ver su campo visual no distinguió al rayo a su lado. Abrió los ojos desmesuradamente al sentir como se resbalaba por su cuello un objeto blando y húmedo, y tragó grueso cuando comprendió aquellas sugestivas palabras susurrándole al oído propuestas indecentes.

El piloto azul había tomado la delantera de nuevo, y en esa eterna carrera todo se valía.

El rayo metió su indecorosa mano entre la camiseta del piloto rojo, alcanzando lugares erógenos que estimularía sin piedad para hacerle perder el control del camino de una buena vez por todas. El fuego se estremeció en crepitantes llamas, ardiendo entonces con más intensidad ante aquel combustible que sin cuidado se regaba sobre él avivándolo.

El piloto rojo se desvió en un claro de ese interminable y frondoso bosque, apretujaba con fuerza el manubrio mientras su nublada mirada trataba de enfocar el lugar donde se quería detener. Sentía a su adversario mordisquearle  la oreja mientras le toqueteaba con descaro la tetilla izquierda, y la otra maliciosa mano se entretenía con el bulto que se formaba en su entrepierna. Percibió como la dureza del contrario daba ligeros e insistentes empujones contra sus nalgas, casi simulando penetraciones.

El piloto azul sonrió divertido al ver como a duras penas su alborotado rival se detenía cerca de esa antigua construcción, sabiendo que era cuestión de tiempo que esa batalla llegara a su desenlace; aunque ya sabía quién sería el ganador.

No supo cómo ni en qué momento, el fuego se vio atrapado violentamente contra la enmohecida pared de enormes piedras de las ruinas, siendo contenido por las arrolladoras corrientes que aquel piloto azul le proporcionaba a su semi desnudo cuerpo. La lengua de éste invadía sin muchos rodeos su boca, profanando sin piedad aquella cavidad, por quien sabe cuántas veces. Las manos inquietas del incontenible relámpago le hurgaban morbosas el cuerpo entero.

-Estas… sobrepasando los límites –musitó entre gemidos el fuego.

-¿Vas a frenar ahora? –susurró contra su oído, enterrándole su fogosa lengua en el agujero de la oreja. Soltó un suspiro lleno de deseo.

El piloto rojo se hallaba desnudo, pegaba las manos contra el asiento de su propia motocicleta y una vez más enterraba  las ahora mugrientas uñas sobre el cuero de la misma. Las había hundido entre las grietas de las rocas, entre la tierra y las hojas secas del piso, en las raíces de ese viejo árbol que abrazaba los restos de esa construcción. Habían cambiado de posición tantas veces que ya había parado de contarlas. Pegó la frente sudada  al asiento y mordió el borde de éste al sentir como esas fuertes arremetidas que el piloto azul le daba, tocaban cada parte sensible del interior de su anatomía. Sostenía con fuerza la inestable postura de su motocicleta.

-La… moto, se va a, a caer –gimoteó con voz ronca de placer.

-Habré ganado entonces –susurró tomándole del cabello y despegándole la frente del asiento.

-Bastardo, tramposo –rió dejando escapar otro gemido. Sintió de nuevo ese burdo toque contra el punto más sensible que se proyectaba hacia el recto.

Irremediablemente la máquina se cayó hacia un lado, sin la estabilidad que había logrado conseguir empujando su frente contra el asiento, no la había podido sostener. Quedó bastante encorvado por el fuerte agarre de su cabello, y eso no le permitió caerse contra el cuerpo de la motocicleta. Rió con dolor y tembló por lo que venía, ahora era él quien perdía la batalla.

El piloto azul lo empujó contra la parte baja del aparato para que el de rojo lo usase como apoyo, lo arrodilló contra el piso y acomodó su hombría nuevamente en el anillo contráctil del segundo. Y ahí estaba de nuevo, arremetiendo con desenfrenada locura a ese que siempre terminaba quemándolo en sus endemoniadas llamas.

-Maldito… deja de ponerme, en esta, puta posición –dijo entre dientes-. No me… -no pudo continuar. De su boca no salían sino suspiros, y eso era culpa de la mano traviesa de su contrincante masturbándole mientras lo penetraba de aquella tan excitante forma.

-Los perdedores no se quejan. Aceptan las condiciones.

El piloto rojo sonrió de medio lado y llevó su temblorosa mano hacia la del contrario, deteniéndole los movimientos de vaivén que llevaba a cabo con rudeza.

-No me subestimes… -musitó ladeando su cabeza.

El piloto azul quedó aturdido por la destreza con la que el otro se movió, quedando él tirado en el piso con el rubio cabalgándole. Parpadeó varias veces intentando asimilar lo que acababa de ocurrir, pero solo vio la risa de superioridad que éste le dedicaba y como ahora le fijaba las manos contra su cabeza.

-Ahora –subió y bajó sobre el miembro de este-. Es mi carrera –susurró contra los labios del azul antes de comenzar a devorarlos mientras se auto penetraba con el miembro de éste.

Se revolvía de un lado a otro, sentía húmedo todo lo que lo rodeaba y la respiración la sentía pesada contra su nariz, además de lo pastosa que su lengua se sentía. Abrió los ojos de golpe y la claridad le inundó las pupilas contrayéndoselas como reflejo de protección.

-¡Ah! ¡Puto sol! –gritó dándose la vuelta y cubriéndose con la sábana.

Se acomodó en su suave cama y entonces se levantó con brusquedad un par de segundos después. Parpadeó varias veces recordando todo ese sueño y se llevó una mano a la frente de la fuerte impresión. Lentamente bajó la mirada hacia su entrepierna y maldijo al mundo entero por lo que vio. Había tenido una de esas corridas nocturnas mientras dormía.

-¡Claro! ¡Con un sueño como ese! ¡A cualquiera! –exclamó levantándose enojado.

Caminó hasta el baño y abrió la llave del lavamanos echándose mucha agua en la cara. Se vio en el espejo y tenía las mejillas teñidas de un rojo intenso. Cerró los ojos y sonrió nerviosamente mientras le temblaba el párpado derecho.

-Yo no…

 

 

 

Naruto Uzumaki era un piloto japonés de superbikes, que en sus veintisiete años había logrado hacerse con el título de revelación estrella del país, cosa que había conseguido desde hace un año. Desde pequeño siempre le habían encantado las motocicletas y uno de sus sueños era ser un piloto famoso, además de reconocido, en las competencias mundiales de motociclismo. Cuando tenía diecinueve y había comenzado la universidad, pudo hacerse con un trabajo en las pistas de mantenimiento de esas rápidas máquinas, y aunque aun no era piloto estaba mucho más cerca de ellas. Su gran carisma y su inacabable energía fue lo que lo impulsó a llegar al lugar donde se encontraba en ese momento; contratado como  primer piloto oficial de la marca Kawasaki. Era como un sueño hecho realidad.

Solo había una cosa que le opacaba muchas veces su brillante panorama; Sasuke Uchiha, primer piloto de la Yamaha.

Y justamente ese día que iba a entrenar, precisamente ese odioso individuo se encontraba rodando con su R6 azul eléctrico por su pista. Claro, no es que realmente lo fuese, pero en ese momento ese escenario era suyo. Desde que había entrado oficialmente en las competiciones de motociclismo de alta velocidad, él se había convertido en su máximo rival. Actualmente iban empatados con cinco carreras cada uno en el primer lugar, intercaladas. Y aunque para él era una molestia competir cuando él se encontraba como piloto, era cuando más gente llenaba las gradas para verlos. Y lo más increíble de todo era que más de la mitad de la fanaticada, eran mujeres.

Naruto había escuchado los comentarios de las féminas por televisión, él sonreía bastante agrandado cuando las oía decir que les parecía adorable, que amaban el tono de su piel y como combinaba a la perfección con el color de su cabello (rubio y alborotado gracias al gen recesivo de sus lejanas raíces), o el alegre tono azulado cielo que tenía en los ojos (también gracias a ese mismo gen), o su encantadora sonrisa perfecta con las provocativas marcas en sus mejillas, realmente le inflaba el ego escuchar esos comentarios. Pero casi siempre cambiaba el canal cuando escuchaba a la otra mitad de la fanaticada hablar como babosas sobre la elegancia del Uchiha, su envidiable piel de porcelana, sus enigmáticos y sensuales ojos negros, su perfecto cabello negro, su esbelta y fuerte figura… puros disparates que lo ponían de mal humor.

Si, Sasuke Uchiha era su némesis definitivamente.

Naruto acomodaba algunas cosas de su preciada motocicleta, y le revisaba los cauchos intentando quemar tiempo para ver si al “principito de mierda”, como le llamaba al moreno, decidía largarse de su pista y dejarlo solo. Pero al parecer, luego de unos veinte agonizantes minutos, el hombre no parecía querer irse. Sonrió triunfante cuando lo vio bajar la velocidad, pero se le borró la sonrisa de inmediato cuando su némesis dirigía su R6 hacia el lugar donde él se encontraba.

Inmediatamente se montó sobre su Ninja ZX-6R roja de llamas naranjas, agarrando luego el casco que pendía de un lado del manubrio. Levantó la mirada con el ceño arrugado hacia donde su rival, y entonces el espacio pareció distorsionársele. No vio la pista, ni tampoco el uniforme de carreras del Uchiha vistiéndole, vio aquel enorme y desconocido lugar acorralándolo a medida que su némesis se acercaba, y cuando este se detuvo en frente y se quitó el casco, abrió los ojos desmesuradamente cuando cayó en cuenta de todo.

El cabello negro agitándose en el viento, la discreta sonrisa de autosuficiencia, los orbes negros profundos seductores observándole; era ese piloto que estaba en su sueño. Era Sasuke Uchiha el que se la estaba montando salvajemente dándole uno de los mejores sueños mojados que jamás había tenido en toda su vida.

Agitó la cabeza violentamente con los ojos cerrados y los volvió abrir, todo había regresado a la normal realidad. Desvió la mirada, nervioso y molesto consigo mismo, y se acomodó el casco sobre la cabeza con rapidez.

-¿Qué pasa Uzumaki? ¿Vas a quedarte todo el día viéndome como un minino asustado o me vas a dar la talla? –preguntó el moreno con altanería.

Naruto le vio enojado y se levantó la mascarilla del casco.

-Estaba esperando a que el consentido de papá y mamá se tropezara con un cono y se rompiera una pierna para partirme el culo de risa.

-A los perdedores les encanta hablar demasiado ¿No?

-Te he vencido cinco veces, a ti “el piloto estrella” de la Yamaha –dijo haciendo el énfasis con los dedos índice y medio de cada mano-. Así que cierra el pico.

-Las cinco veces después, te he vencido yo –rió y se colocó el casco-. Los perdedores no deberían quejarse. Los perdedores solo deben aceptar las condiciones –dijo en voz más alta-, y seguir quedándose debajo. Donde deben estar.

El corazón de Naruto retumbó fuertemente al escuchar aquel parafraseo, porque así sonaba. Casi como ese sueño. Sintió un terrible calor en las mejillas y un revoloteo en el estómago cuando su mente de doble sentido le hizo comprender el lado oculto al “seguir quedándose debajo, donde deben estar”. Siguió aturdido a Sasuke con la mirada confundida, y vio que este se le puso en frente. El Uchiha inclinó el cuerpo hacia él acercándolo hasta el de él.

-A ver si puedes ganarme esta vez –le dijo con voz hueca y burlesca desde el casco-. Si es que no te has meado los pantalones primero –y cerró la mascarilla del mismo.

Sasuke se enderezó y arrancó su motocicleta rechinando el caucho trasero contra el pavimento y avanzando a alta velocidad hacia la pista.

Naruto no tenía palabras para lo que acababa de descubrir. Claro, como no se dio cuenta antes. Arrugó la frente al sentir un tanto endurecido su miembro, pues como evitar recordar ese candente sueño cuando su coprotagonista lo provocaba inconscientemente de esa forma. Por supuesto, no es que hubiese algo sugestivo en lo que el contrario había dicho, más bien era el símil de la situación con su retorcido y pervertido mundo onírico. Agitó la cabeza, quitó la palanca que sostenía la moto de un lado y arrancó con furia.

Está bien, él admitía que era gay, no tenía caso negarlo. Lo que no concebía era que en su sueño fuese sido el pasivo, una posición que en su vida había adoptado. Y no solo eso, era un pasivo masoquista y atrevido.

Se maldecía internamente por excitarse al verse en ese estado tan sumiso. Gritaba internamente improperios hacia el piloto estrella de la Yamaha, pues él era el causante de todo su desequilibrio mental. Pero lo que más lo encabronaba era que deseaba tener a ese engreído individuo en su cama, y entre sus piernas.

Inclinó su cuerpo contra su motocicleta roja y aceleró con todo hasta alcanzar al piloto de azul, poniéndose a la par de nuevo. El pavimento les pertenecía solo a ellos, y danzaban por sus curvas con gracia y en completa sincronía. De vez en cuando se lanzaban miradas desafiantes, ninguno parecía ceder ante la velocidad.

Como en su sueño.

“Hagámosle el amor a la pista de carreras entonces”

 

Notas finales:

Bien, todo el sueño que tuvo Naruto fue algo que yo soñé, claro yo le agregué esa especie de Lemon y toda la cosa jejeje. Vengan ustedes a saber por qué soñé eso, quizás es que deseo manejar una super bike (¡Las adoro!)

En fin, una pequeña imagen de un juego para ilustrarnos:

http://i8.3djuegos.com/juegos/4859/sbk_10_superbike_world_championship/fotos/set/sbk_10_superbike_world_championship-1215057.jpg

Si gustan verla, no cobran por ello xD.

Gracias a Eruka Frog por echarle una ojeada previa a este pequeño corto que escribí.

¿Y qué les pareció mi pequeño respiro a mi fic más largo?

Rayos, a veces me canso de escribir tanto drama u.u... ustedes saben, la imagación de uno también quiere intentar escribir algo diferente ¿No?

Saludos y espero que este cortito haya sido de su completo agrado, y sino, bueno, muchas gracias por leer igual entonces =)


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