Contigo o sin ti.
Naturalmente, la seguridad, en el sentido de estar convencido de algo, había sido una constante en su vida, puesto que si él no estaba seguro de si mismo, nadie la daría las fuerzas para continuar.
Y había avanzado a lo largo de su vida, derramando lágrimas de dolor, impotencia y rabia, pero siempre hacía adelante, sin dar un paso a atrás, sin amedrentarse ante nada, sin dejar que los prejuicios o las malas intenciones de la gente se metieran en su camino. Aun solo, no dejó de avanzar.
Cuando la gente a su alrededor comenzó a apreciarlo y a creer en él, las cosas cambiaron un poco. Seguía avanzando por una estela llena de guijarros, pero cuando se caía, alguien se acercaba a darle la mano. Seguía siendo difícil, y seguí costando horrores, seguía doliendo y seguía siendo un camino bastante solitario, pero al menos había alguien cuidando su espalda.
Y luego llego él, ese que se parecía tanto en su soledad y marginado camino, pero que discrepaba tanto en su forma de ver la vida. Sin saber como, sus similitudes y diferencias los llevaron a terminar juntos…al fin había alguien a lado de quien caminar. Al fin se sentía comprendido, al fin…
La felicidad le duro poco, pero acostumbrado a luchar por lo quería, no se rindió, y no dejó que la terquedad (estupidez, quizás) del otro arruinara aquello que le había dado la luz que su vida verdaderamente necesitaba. La luz que ambos necesitaban.
No escuchó a sus compañeros, a todos sus amigos rogándole que se rindiera, que lo dejara estar, diciendo que la persona a la que buscaba había desaparecido. Y no escuchó, no porque fuera estupido, si no porque él era perseverante, él no se daba por vencido, porque la palabra “rendirse” no estaba en su vocabulario. Quizás, no escuchó porque estaba demasiado acostumbrado a luchar, que no se daba cuenta de cuando una batalla estaba perdida.
Al final, sin embargo, logró darse cuenta de algo importante.
Cuando los dos se encontraban ahí, en el piso, con golpes por doquier y con sangre saliendo de diferentes partes de su cuerpo, cuando ambos se miraron a los ojos, y el otro levantó con la poca fuerza que tenia su katana, ahí se dio cuenta.
Lo único que vio en los ojos del contrario, ese que lo amenazaba con una filosa espada, fue un ardiente deseo de matarlo. La revelación no fue la falta de remordimiento o duda en su compañero, si no que más allá de ese deseo homicida, no había nada. Solo una vacía sed de sangre.
Si el otro lo mataba, no le quedaría nada. Pero si él, él que lo había perseguido por tanto tiempo, buscando una felicidad que sonaba mas a cuento de hadas, si él lo mataba, él podría seguir adelante, porque era lo único que él realmente sabia hacer.
Levantó una mano, una débil y cubierta de sangre. Tomó la empuñadura de la espada, y con una fuerza que no sabia que poseía, logro girarla de tal modo que la punta de la resplandeciente hoja quedara en el cuello del otro.
Su compañero lo miro sorprendido, pero ya no le quedaban fuerzas para luchar, así que no se movió.
—Yo puedo vivir…contigo o sin ti.
Lo hizo por amor, se dijo una vez, porque no quería ver al otro sumergido en una vida vacía y sin significado.
Lo hizo porque, a contrario de lo que el mundo creyera, él era el mas fuerte de los dos.